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El efecto Streisand, la versión social media del viejo refrán de que es peor el remedio que la enfermedad, tiene su origen en la demanda que la actriz y cantante norteamericana interpuso a un fotógrafo que recogía imágenes aéreas de la costa de California y las subía a una web. Barbra Streisand le pedía la retirada de la fotografía en la que aparecía su residencia, y 50 millones de dólares por invasión de su privacidad. Era tan solo 2003, pero ya se imaginarán cuál fue el resultado de la iniciativa adoptada por Streisand. Quizá hoy haya millennials que hayan oído hablar del efecto y no de la actriz.
Los últimos casos de atentados a la libertad de expresión son tres ejemplos desmesurados de efecto Streisand
Los últimos casos de atentados a la libertad de expresión –para resumir, la tríada Valtònyc, Fariña, obra de Santiago Sierra en Arco– son tres ejemplos desmesurados de efecto Streisand, de lo que cabe conjeturar dos cosas: o los censores han ganado en estupidez y en desfase de la realidad por los años de anquilosamiento que han permanecido durmientes, o en realidad eso que buscan (la defensa del honor, de las buenas costumbres y de dar besos antes de irse a la cama) es una tapadera y lo que quieren es simplemente marcar paquete y acojonar. Perdonen ambas expresiones, pero la una requiera la otra. Y no descartaría que las dos alternativas (la del desfase y la del paquete) fuesen compatibles, e incluso complementarias. Nada tan peligroso como un acomplejado necesitado de demostrar poderío. Peligroso porque todavía desconocemos el alcance real que puedan tener los daños colaterales de estos atentados.
La desmesurada e impresentable condena de Valtònyc no solo ha difundido urbi et orbe, como era de prever, unas canciones que antes probablemente solo consumían unos fans con un nivel de doctrinarismo similar. También ha servido para facilitar el postureo de algunos festivales que se han apresurado a contratar al desventurado músico, aumentando así la atracción del cartel, pero casi nada la cuenta corriente del artista (“así nos solidarizamos, y total, se va a pasar tres años a pensión completa y sin poder salir de copas”, estoy escuchando el argumento en sus mentes). Pero lo que es peor del caso Valtònyc no es que nos haya descubierto que la justicia es, como decía Gandhi, igual que las víboras, que solo muerde a los que van descalzos (que conste que me limito a repetir lo que creo que decía Gandhi) sino que a algunos nos ha derribado convicciones tan firmes como que no podía haber letras peores que las de Pablo Alborán (discúlpeme si Vd. es fan de Pablo Alborán, o si es Pablo Alborán).
Lo de Fariña (el libro secuestrado, que no prohibido como reza la autopromoción de la serie de Antena 3) tiene más recorrido. Si el demandante, Alfredo Bea Gondar, que era un señor que incluso los que supimos de él lo teníamos sepultado en estratos de memoria tan polvorientos como la militancia de Tamames en el PCE, el corte de pelo de Agustín Rodríguez Sahagún o el liderazgo de Hernández Mancha en AP (¿o era ya el PP?), lo que quería era ver restituido su honor, va a tener que acometer una obra como el encofrado del reactor de Chernóbil. Aunque supongo que lo que pretende es dinero. Si le sale bien la jugada, tendremos una excelente editorial, Libros del K.O., menos, pero salga bien o mal, habremos incorporado a un gaznápiro más a la abarrotada panoplia de la picaresca hispana.
El otro efecto colateral es la promoción de Fariña (la serie). Un excelente análisis de César Lorenzo Gil apuntaba a que “un grupo excepcional de intérpretes tendrán una grave responsabilidad, hacer algo que siempre se evitó en Galicia: mitificar los nombres del narcotráfico”. Y algo que se hizo bastante desde fuera de Galicia: atribuir al narcotráfico todo lo que no se explica, desde el super Dépor hasta el fenómeno Inditex. Lorenzo Gil advertía del peligro de los personajes de malos bien construidos. El caso de Sito Miñanco (el epígono de Pablo Escobar, pero sin sangre y sin “me importa un culo”, aunque con un acento con reminiscencias al de su intérprete, el brasileño Wagner Moura) es el más claro. De hecho ya en los 90, un grupo musical, Papaqueixos lo hizo protagonista de un tema que arrasaba en los locales de música, TeknoTraficante (“Sito Miñanco/ preso político / Aurrera”) y que hoy quizá triunfaría también en la Audiencia Nacional. Hace muchos años, en una galaxia muy lejana, coincidí con Ramón Campos, el creador de la serie, en un taller de guion de TV movies (a él le aprovechó más, desde luego). Los dos y un tercero, realizador, teníamos que desarrollar, en el papel, un proyecto. El propuso basarlo en la vida de Kubala¸ un personaje real, piloto de planeadoras que llegó a ser un mito. Años después desarrollaría por fin el guion en Entre bateas (Jorge Coira, 2002). Así que no será por falta de background.
Curiosamente, la televisión autonómica gallega tuvo de 2009 a 2013 una serie de enorme éxito (cinco temporadas, entre el 15% y el 21% de share), Matalobos, basada en la misma temática. Se gestó en el interregno del gobierno de coalición PSOE-BNG, y cuando el joystick volvió al PP, la canceló en cuanto pudo “porque no tenía mucho que ver con la Galicia real” (como si la función de las series televisivas fuese esa). Cinco años después, el desembarco de Fariña ha provocado su presunta resurrección: la TVG emite promociones con montajes del antiguo hit con el lema “Matalobos, el auténtico clan” (¿no habíamos quedado en que no era real?). El secuestro de un libro y el estreno de una serie basada en él llevan a un medio público a reivindicar que los malos de verdad son los suyos. El acabóse.
La retirada de la obra de Santiago Sierra, Presos políticos en la España contemporánea, de la feria ARCO, por presiones de Instituto Ferial de Madrid es lo más triste de todo. Evidencia no ya que el arte está mercantilizado, sino algo peor: ya ni siquiera está en manos de los mercaderes, está en las de los caseros.
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Xosé Manuel Pereiro
Es periodista y codirector de 'Luzes'. Tiene una banda de rock y ha publicado los libros 'Si, home si', 'Prestige. Tal como fuimos' y 'Diario de un repugnante'. Favores por los que se anticipan gracias
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