Este 8 de marzo ha marcado un antes y un después.  Ha descolocado las coordenadas políticas que llevan mucho tiempo operando. Este día de las mujeres ha desbordado al propio movimiento y ha superado todas las expectativas posibles. Una vez más, pero seguramente como nunca antes, las mujeres nos hemos demostrado a nosotras mismas, y sobre todo al conjunto de la sociedad, que nuestra fuerza es inmensa y que es desde luego, suficiente para el cambio.

El movimiento feminista –que es a quien se le debe reconocer todo el éxito en esta convocatoria– ha dado un ejemplo de organización y de creatividad. La presencia de tantas mujeres jóvenes para quienes el feminismo está ya dando un giro a sus vidas hará que los efectos de este día los veamos durante mucho mucho tiempo. La experiencia personal y política que se ha condensado en unos meses ha dado lugar a conversaciones, replanteamientos, complicidades e implicación como nunca antes. Y mucha sororidad.

Los últimos dos meses, el debate sobre el 8 de marzo y el feminismo había sido sobre todo el de la huelga feminista. Había hecho posicionarse tanto al conjunto de la sociedad como a los partidos políticos, a favor o en contra.  De hecho, la centralidad del debate la introdujo con mucha claridad el propio partido Ciudadanos, al oponerse a la huelga argumentando que ésta era  “anticapitalista”, “ideológica” o “una imposición a todas las mujeres”. Es evidente que, en la disputa por la hegemonía de un movimiento que está diciendo que la desigualdad de las mujeres no sólo se sostiene gracias a la cultura androcéntrica sino también al modelo económico capitalista y neoliberal, un partido con posicionamientos retrógrados y con un programa neoliberal como Ciudadanos no podía calibrar que su posición fuese a suponerle un alto coste. Por tanto, era difícil que se colocarse en otro lado. Un partido que tiene además en su base electoral un importante voto machista que –no dudemos– va a reaccionar ante tanta efervescencia. 

Una vez comprobada la fuerza y la masividad de este movimiento, Albert Rivera apenas unas horas después se presta a liderar este movimiento que califica de “transversal”. Vamos a ver en los próximos meses, como la derecha trata de capitalizar, o al menos, disputar la lucha de las mujeres con posiciones neoliberales basadas en la libertad y la igualdad individualista y meritocrática. En esa disputa, cuando Ciudadanos dice “transversal” en realidad está diciendo “neoliberal”. Porque es ahí a donde quiere llegar.

Pero la sorpresa y el vuelco no ha sido solo la de Ciudadanos o para la derecha. Ha sido en primer lugar para los hombres, lo que incluye los de izquierdas también, claro. La sorpresa se la ha llevado también el pensamiento androcéntrico que domina el mundo y lo ordena y con ello el conjunto de la izquierda gobernada y pensada desde el imaginario masculino y patriarcal.  

En primer lugar, los sindicatos mayoritarios, por ejemplo, que, por si no bastaba con convocar paros parciales desoyendo la convocatoria del movimiento feminista decidieron salir a medio día apropiándose del éxito y tratando de ser los protagonistas. La sorpresa y el vuelco se lo han llevado los sindicatos porque el 8M vimos un sindicalismo social y feminista que rompe con los esquemas del sindicalismo clásico; que lo desborda, al plantear una huelga más allá del enfoque de una economía en la cual sólo el ámbito de la producción y no el de la reproducción tienen valor y visibilidad. Por eso, la apropiación indebida es síntoma de una incapacidad profunda.

En segundo lugar, esta movilización ha servido también para contestar a las posiciones que, sea por pesimismo desde lo social o por voluntarismo desde lo institucional, anunciaban el fin o agotamiento del ciclo que abrió el 15M. El 8 de marzo ha demostrado que ese ciclo no está ni agotado ni acabado, sino que hay sustrato social suficiente (tanto por las condiciones objetivas como por las subjetivas) para que esta sea una primavera de movilización. Que aunque mutando, los efectos del 15M, y todo lo que vino con él, han llegado para quedarse. Ahora es el feminismo el que puede abrir camino a otras luchas, movimientos y demandas que van mas allá. 

Y en tercer lugar, está cuestionando la concepción clásica e imperante de que el feminismo es un movimiento más, una marea más, una demanda sectorial más. Por dos motivos:

Por una parte, en los últimos meses, el debate político y social ha incorporado del movimiento feminista a través de la convocatoria de huelga nada menos que la cuestión del trabajo no remunerado y lo ha colocado en el centro. Aunque no haya cogido quizás tanta relevancia como la brecha salarial. Y es precisamente el trabajo de cuidados, no tanto la brecha salarial, lo que tiene tanta potencia transformadora. Porque no podemos pensar o imaginar que se mantendría el modelo económico y de organización social si decidiésemos acabar con este reparto de roles que sobrecarga a las mujeres con un trabajo invisibilizado que pedimos que se remunere y reparta. 

Por eso, la potencia de este feminismo, el de 2018 en este país, cuyos planteamientos son, al mismo tiempo, radicales y de sentido común, y que ponen en cuestión el orden económico y social, además del político. Ese cuestionamiento, al aplicarlo, supone poner patas arriba las categorías teóricas con las que pensamos el mundo y el modo en el que nos relacionamos socialmente, y replantear la insistencia de algunas posiciones de que impugnando al capitalismo cuestionaríamos el patriarcado: ahora se está demostrado que es cuestionando al patriarcado cuando realmente se cuestiona el capitalismo. 

Por otra parte, porque las mujeres no somos un colectivo más sino la mitad de la población –atravesadas también por la explotación de clase o por otras opresiones como la de raza– somos capaces, desde nuestra condición de mujeres, de liderar un sujeto político que replantee, cuestione y demande desde nuestra condición de mujeres y de feministas. 

Con esto quiero poner en duda la concepción clásica de la izquierda en la que se prioriza siempre “la clase” (para algunos renovados es “el pueblo”) como el elemento cohesionador y el denominador común de un sujeto político amplio. Creo que la subordinación del feminismo como un movimiento ad hoc, aunque se pretenda que impregne las propias estructuras de los movimientos o los partidos haciéndolos feministas –siempre detrás y de forma subordinada– es una apuesta interesada y funcional a quienes han ostentado el poder en esos movimientos o en esos partidos: los hombres. Ya lo conocemos.

Lo que quiero decir es que es desde el cuestionamiento feminista y desde la oportunidad que nos abre este movimiento liderado por mujeres hoy (mujeres trabajadoras), desde donde podemos avanzar mejor y con mayor ventaja hacia una sociedad de iguales. Hasta ahora ningún movimiento político organizado en torno a la cuestión de clase ha logrado crear una sociedad verdaderamente igualitaria, y la subalternidad de las mujeres ha sido siempre algo secundario en los avances de experiencias que han tratado de superar a la economía capitalista. ¿Podríamos probar esta vez a la inversa aceptando la potencia que está poniendo sobre la mesa el feminismo?

Montserrat Galcerán escribía hace unos días que estamos ante la emergencia de “un sujeto político con rostro femenino”. Yo creo que tiene razón, que lo que vivimos en las calles de todo el país el es la afirmación concreta de un sujeto político que tiene intereses comunes gracias a que puede mirar a la sociedad con las gafas moradas del feminismo, lo que inevitablemente nos lleva a cuestionar el conjunto del sistema. También al capitalismo, sí. Por eso puede ser que hayamos roto con esa idea de que el feminismo no puede ser eje vertebrador de un movimiento amplio y podemos asumir que no estamos ante una marea, sino ante un movimiento 15M que ha evolucionado incorporando lo que el movimiento feminista lleva tanto luchando. Estamos ante un 15M feminista.