El Hacha
No es el escudo, es el Atleti
Si se cuenta con el hincha a la hora de renovar el abono, si se apela a sus sentimientos con campañas de anuncios que tocan el corazón, hay que escuchar los sentimientos de quien cree que se han profanado sus símbolos, sin explicación convincente o previa
Rubén Uría 4/04/2018
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Ser del Atleti es sentir una pasión inexplicable, saber que todo te va a costar el doble que a otros y tener claro que el fútbol es el mejor relato posible de la vida, que no siempre te sonríe pero que, a veces, como dice Serrat, está tan bonita, que da gusto verla. Ser del Atleti no es ser mejor que nadie, es ser diferente a otros. Es una misión, una religión, una forma de vida. Cada uno decide cómo quiere vivirla: siendo intervencionista, siendo activista, en silencio, a favor o en contra de sus dirigentes, a favor o en contra de su entrenador y a favor o en contra de sus jugadores, metiéndose en cuestiones identitarias o sin querer meterse en problemas. Todas esas formas son válidas. Todas, sin excepción. Ahora bien, existen sensibilidades sagradas para los hinchas: la historia y los símbolos. Y los del Atleti, que nació para defender una idiosincrasia diferente a la de otro club, son sus colores y su escudo, su patrimonio y seña de identidad. Esta temporada, el Atleti, que ya no es de sus socios sino de un conglomerado accionarial que se mantiene como órgano de poder a pesar de varios reveses judiciales, ha cambiado de todo: de camiseta, de estadio y de escudo, sin tener en cuenta la opinión de los que, como rezaba el himno –que quizá algún día cambien, tiempo al tiempo–, acuden a millares, antes al Calderón y hoy al Metropolitano. A unos el cambio les agrada y a otros, porque de todo tiene que haber en la viña del Señor, les desagrada. Ahora bien, lo que realmente subyace en este debate en torno al cambio de escudo, los que dicen que no lo pueden entender porque realmente no quieren hacerlo, no es un debate estético, ni superficial, sino una cuestión identitaria. Vital.
No hay Liga, Copa o Europa League, dirigente, entrenador o jugador más importante que los símbolos del club. Y no se trata de restregarles a los todavía propietarios esas sentencias judiciales que relatan, con verdad y detalle, qué hicieron y cómo se comportaron en su día, sino de hacerles ver que, con sus errores y aciertos, que algunos aficionados llevan mal el clientelismo y prefieren la consulta, porque no están pintados en la pared. No se trata de cuestionar todo lo que hace la directiva, sino de señalar que, aún cuando no tienen que consultar a los hinchas, porque la SAD es suya, sí es conveniente contar con la afición cuando se decide cambiar de casa y de escudo. Así de simple. Así de sencillo. Si se cuenta con el hincha a la hora de renovar el abono, si se apela a sus sentimientos con campañas de anuncios que tocan el corazón, hay que escuchar los sentimientos de quien cree que se han profanado sus símbolos, sin explicación convincente o previa consulta. Si, la Juve cambió su escudo. Sí, hay clubes que lo modificaron. Sí, la vida siguió. Y sí, han descubierto el fuego. Pero esa no es la cuestión, ni puede serlo. La cuestión es que la gente del Atleti quiere tener voz y voto en lo que se refiere a sus señas de identidad. Unos tienen las acciones, pero no escuchan. Otros no detentan las acciones, pero exigen más sensibilidad. En el término medio está la virtud.
Si el club quiere clientes y no hinchas, está en su derecho. Si el presidente apela al negocio por encima del sentimiento, guste o no, está en su derecho. Eso sí, también lo están los que se sacan el abono, año tras año, en Segunda o en Primera, cuando gritan a los del palco que el escudo ni se pisa, como decía Luis, ni se toca. Futre, un cromo que nunca estará repetido en la iconografía colchonera, habló de sensibilidad, de mantener el escudo tradicional, al menos, en una de las camisetas oficiales. Y Gabi, capitán ejemplar de la nave, en las buenas y en las malas, dio un paso al frente, salió de esa zona de confort donde habitan muchos empleados y jugadores, teniendo la gallardía de hablar de lo que otros callan: al aficionado hay que respetarle y escucharle para que sea más fácil convivir en un club que es de todos. Así de simple. Esto no va de gilistas ni de antigilistas, va del Atleti. Esto no va de repartir carnés de buenos y malos atléticos, va del Atleti. Esto no va de una pelea doméstica entre los talibanes de la modernidad y la nostalgia, esto va del Atleti. Esto no va de ultras que sospechan de periodistas y periodistas que sospechan de ultras, esto va del Atleti. De sentirlo, vaya el escudo por dentro o por fuera, como merece, con respeto por su gente y su sensibilidad. Hay gente que ha entrado en el Atleti pero que jamás lograrán que el Atleti entre en ellos. Así seguirá siendo hasta que, de una vez por todas, entiendan algo básico: sin la gente del Atleti no hay Atleti; y si no hay Atleti, tenga quien tenga las acciones, el Atleti es un mal negocio. Es hora de escuchar. Rectificar es de sabios. Imponer, aún cuando se detenta mayoría accionarial, es un mal negocio. Es de primero de cholismo: sin gente del Atleti, no hay Atleti. No se pide gran cosa. Simplemente, algo de sensibilidad. El Atleti no es una marca de refrescos, ni una fábrica de coches, ni una multinacional de alimentación, ni tampoco una compañía de seguros. Es un sentimiento que se vive desde el corazón y que se alimenta de sensibilidades. El resto son medias verdades. No es el escudo, es el Atleti.
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Rubén Uría
Periodista. Articulista de CTXT y Eurosport, colaborador en BeIN Sports y contertulio en TVE, Teledeporte y Canal 24 Horas. Autor de los libros 'Hombres que pudieron reinar' y 'Atlético: de muerto a campeón'. Su perfil en Twitter alcanza los 100.000 seguidores.
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