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Historias del mundial

El motín de los achorados

Una filtración a la prensa en el Mundial de Sudáfrica de 2010 desencadenó en un enfrentamiento inédito entre los jugadores y entrenador de Francia

Jorge Cuba Luque 6/07/2018

<p>Partido Uruguay-Francia del Mundial de Sudáfrica 2010.</p>

Partido Uruguay-Francia del Mundial de Sudáfrica 2010.

Warren Rohner

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« Ayant couru les plus grands dangers, mais taisant leurs défaites ; inaccessibles  à la peur, et n’ayant  tremblé  ni devant le prince, ni devant le bourreau, ni devant l’innocence »

Honoré de Balzac  

Knysna,  en Sudáfrica, es una pequeña ciudad de unos cincuenta mil habitantes, en su mayoría negros, gente leal, valiente y buena que resistió con dignidad los años del infame Apartheid y que hoy, oficialmente abolida la segregación, vive con encomiable prosperidad de  la industria maderera y del turismo. No lejos de Ciudad del Cabo, Knysna cuenta con lujosos complejos hoteleros como el Pezuela Resort, elegido por la FFF, Fédération Française de Football, para ser el lugar de concentración de los Bleus en su participación en el Mundial de Sudáfrica 2010. Nadie sabía, nadie podía saber, que la primera huelga de botines caídos protagonizada por una selección nacional durante el desarrollo de un Mundial tendría lugar en Knysna, ni que sería llevada a cabo por los jugadores de la selección de Francia.

*

Se trató, en los hechos, de un desacato colectivo de los seleccionados franceses a su obligación de cumplir con la sesión de entrenamiento programada para el 20 de junio, dos días antes del partido contra el once representativo de Sudáfrica, entrenado entonces por el brasileño Carlos Alberto Parreira. Era el último match de Francia en el grupo A (conformado además por Uruguay y México) y, aunque matemáticamente podía aún aspirar a pasar a octavos de final, moralmente el equipo estaba al borde de un rotundo fracaso. ¿El motivo de la huelga?: La decisión de la FFF de separar al delantero Nicolas Anelka de la delegación por haber injuriado a Raymond Domenech, el coach de los Bleus

*

Los Bleus se habían clasificado para Sudáfrica 2010 con más pena que gloria, tras una mediocre campaña eliminatoria cuyo epílogo fue un gol decisivo a Irlanda de William Gallas, gol tan decisivo como el ostensible manotazo con el que Thierry Henry pasó el esférico a Gallas para que anotara. La clasificación no fue tan aclamada por los aficionados franceses como las precedentes: esta selección no convencía ni a propios ni a extraños; salvo los chispazos de efusión en el Mundial de Alemania, nunca llegó a cuajar al cien por cien en el fervor de la hinchada. La nueva camada de Bleus era un conglomerado de individualidades antes que un conjunto ensamblado con la voluntad de representar a sus connacionales y triunfar. Lo que tenían en común muchos de los miembros de esta generación, entre ellos Frank Ribéry, Anelka, Gallas, Eric Abidal y Patrice Evra, era su extracción social modesta y su escasa cultura; sin bien todo esto no es raro en el fútbol, los jugadores citados parecían ufanarse de ello. También tenían en común el hecho de proceder de “barrios bravos” de diferentes ciudades del país, barrios en los que el buen hablar con el que la lengua francesa se ilumina parece ser tasajeado con alevosía.

Pero en este equipo de bad boys, había uno que desentonaba, Yoann Gourcuff: bien parecido, blanco, de fino hablar, antes que futbolista parecía más bien un estudiante universitario educado y sensible. Estas diferencias iban a exacerbarse en Knysna, donde Gourcuff fue en los hechos sometido al ostracismo por decisión de los autoproclamados  jefes, Ribéry y Evra, quienes le agarraron una tirria gratuita e irreversible. Aunque había jugadores como el arquero Hugo Lloris o el mediocampista Jérémy Toulalan, con un perfil social similar, fue Gourcuff el “punto” de los achorados durante los aciagos días de Knysna. 

Raymond Domenech había sido nombrado entrenador de la selección francesa en 2004. Designación controvertida desde el inicio pues la decisión de la FFF no fue fruto de un verdadero consenso sino una suerte de mal menor. Por otro lado, tanto los amigos de Domenech como aquellos que no pueden verlo ni en pintura coinciden en afirmar que se trata de un hombre más bien terco y antipático y poco dado a la comunicación, lo que planteaba un problema a la FFF debido a los acuerdos con algunas cadenas de televisión y a los dispositivos de la FIFA: conferencias de prensa y entrevistas antes o después de cada partido. Tan pronto Domenech fue designado entrenador se empezó a hablar de su reemplazante: tras la Eurocopa 2004, luego del Mundial de Alemania 2006, tras la Eurocopa 2008. Poco antes del inicio del Mundial de Sudáfrica la FFF confirmó, esta vez sí, no solo el relevo de Domenech sino también el nombre y apellido del sucesor: Laurent Blanc, campeón mundial de 1998. En Knysna Raymond Domenech había perdido toda legitimidad antes sus jugadores quienes, entre ellos, criticaban sus estrategias. Frente a esas críticas, el entrenador francés optó por ser más terco y más antipático que nunca.  

*

Francia debutó en el Mundial con un soso empate 0-0, sin poder imponerse a un Uruguay que terminó el match con un hombre menos y que casi ganó. Luego, los Bleus dejaron las lujosas instalaciones del Pezuela Resort y, en un vuelo de tres horas a bordo de  un cuadrimotor, llegaron a la ciudad de Polokwane donde el 17 de junio se enfrentaron a México (que en su partido inicial había empatado 1-1 con Sudáfrica). En medio del incesante y ensordecedor zumbido de las vuvuzelas y las arremetidas mexicanas, Francia fue doblegada por los aztecas 0-2 y terminó embrollada consigo misma, consciente de haber jugado mal y virtualmente eliminada pues, al mismo tiempo, Uruguay se había impuesto a Sudáfrica por 3-0. Esa noche, que para los franceses debió ser tan triste como la que en junio de 1520 vivió Hernán Cortés junto a sus huestes huyendo de Tenochtitlán, tendría para toda la delegación francesa graves consecuencias.

De nuevo en el cuadrimotor, ahora de regreso a Knysna, el ambiente en la cabina de pasajeros era más que tenso, el derrotismo había cundido entre los franceses, los jugadores parecían no soportarse más en el Mundial. Es así como surge una áspera discusión entre Ribéry y Gourcuff quienes, según las malas lenguas, terminaron yéndose a las manos: a tres mil pies de altura, la cosa no fue más allá gracias a la intervención de Toulalan, que los separó invocando tal vez lo efímero de toda vida.

*

Era la hora del desayuno para los Bleus cuando en el restaurante del Pezuela Resort aquel 19 de junio una ráfaga de estupor empezó a saltar de mesa en mesa: alguien acababa de enterarse por Internet que la primera plana de L’Équipe, el diario decano de la prensa deportiva en Francia y el de mayor circulación, reproducía en todas sus letras una injuria con la que Anelka había apostrofado a Domenech en el entretiempo del partido contra México: "¡Va te faire enculer, sale fils de pute!" Una voz, indignada, se elevó entre los jugadores, la voz de Evra, capitán de la selección: frente a los periodistas, que creían que iba a condenar el exabrupto de Anelka, Evra, con rostro sombrío, dijo ante las cámaras de televisión: “Hay un traidor entre nosotros”. Según él, el insulto a Domenech solo había podido llegar hasta el reportero de L’Équipe mediante la infidencia de uno de los jugadores. A partir de ese momento, el leitmotiv de los achorados en Knysna fue descubrir al anónimo  informante.

Se sucedieron entonces una serie de episodios que pasarían de la sección deportiva de los diarios a la de política, y el asunto se volvió la comidilla en casi todo el país. El presidente de la FFF, Jean-Pierre Escalettes, tras recibir de L’Équipe la confirmación de la veracidad del insulto de Anelka, le exigió a este que pidiera públicamente disculpas a Domenech, lo que Anelka rechazó, limitándose a disculparse ante los aficionados franceses y  sus compañeros de equipo. Domenech anunció que no lo volvería a hacer jugar en lo que restaba del Mundial y la FFF decidió excluirlo de la delegación. Anelka, larguirucho de un metro ochenta y de cráneo rapado, agarró sus chivas y dejó Sudáfrica como si el problema no hubiera sido con él.

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Téléfoot, programa dominical de fútbol de TF1 (cadena de televisión asociada para el Mundial a la FFF) tenía un set instalado en el Pezuela Resort. El 21 de junio por la mañana uno de sus periodistas entrevistaba a Domenech sobre los deplorables tumbos que estaba dando el equipo de Francia. El entrenador parecía abatido, sobrepasado por los acontecimientos, se expresaba con voz monocorde. De pronto, un barullo distrae la atención del periodista y de Domenech y una de las cámaras muestra a Ribéry, con vestimenta deportiva, transpirando, haciéndole señas al periodista para que le permitiera participar en el programa. Sin esperar la respuesta Ribéry avanza, se coloca al lado de Domenech a quien ni saluda ni mira y empieza un largo y confuso monólogo en el que expresó su sufrimiento por todo lo que ocurría con la selección y que consideraba que no debieron haber separado a Anelka. Con el rostro desencajado Ribéry dejó el set de Téléfoot afirmando antes que él y todo el equipo tenían que prepararse para hacer frente correctamente a Sudáfrica.

Ese mismo 21 de junio por la tarde el autobús de la delegación francesa se aproximó lentamente al área de entrenamiento del hotel, hasta que se detuvo a un lado. Domenech, el staff técnico y los jugadores salieron del vehículo ante fotógrafos y cámaras de televisión. Como previsto, los futbolistas se dirigieron primero a un grupo de aficionados  para firmar autógrafos; era una tarde soleada en Knysna. Luego de unos minutos el preparador físico Robert Duverne llamó a los jugadores para comenzar la sesión de trabajo pero, en lugar de ir hacia él, se juntaron entre ellos. Evra se acercó entonces a Duverne, a quien acompañaba ahora Domenech: por los ademanes, por los gestos era evidente que el capitán de la selección y Duverne discutían acaloradamente y estuvieron a punto de irse el uno contra el otro de no ser porque Domenech los separó. Evra dijo que esa tarde no entrenaban, volvió con sus compañeros y todos subieron al bus; el attaché de prensa de la selección fue tras ellos y descendió poco después confirmando que los jugadores se negaban a entrenar, y que le habían pedido leer públicamente un comunicado a lo que él se negó. Luego fue Domenech quien subió al autobús y, minutos después, salió con el comunicado de los amotinados, que leyó ante los periodistas: cometió así una falta profesional tan grave como inaudita. Los jugadores, en su totalidad según el comunicado, protestaban contra la exclusión de Anelka. El bus partió de regreso al hotel. ¿Y el sufrimiento de Ribéry? ¿Ribéry sabía ya, mientras hablaba en Téléfoot, lo de la huelga? ¿por qué Domenech por leer el comunicado de los huelguistas? ¿cómo así futbolistas profesionales de alto nivel se solidarizaban con Anelka tras su inaceptable actitud frente a Domenech? La situación era escandalosa.  

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En ese trance Francia ya no podía ganarle a nadie, y la derrota definitiva, el Waterloo futbolístico de esta selección, iba a llegarle ante los Bafana Bafana, el team nacional de Sudáfrica, a la sazón también ya eliminada. Pero Sudáfrica, el país organizador del Mundial, no quería concluir su participación sin ofrecer a su hinchada un triunfo simbólico. Estimulados por el zumbido de miles de vuvuzelas —salvo para los Bafana Bafana, para todas las otras selecciones las vuvuzelas fueron un suplicio auditivo— se impusieron a los Bleus por 2-1. El colofón de la deplorable participación de Francia en el Mundial 2010 lo puso Domenech: las cámaras de televisión lo muestran negándose ridículamente a darle la mano a Carlos Alberto Parreira, cuando este fue a saludarlo al final del partido.

Los achorados de Knysna nunca supieron quién fue el informante de L’Équipe.

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Autor >

Jorge Cuba Luque

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    Hace 6 años 4 meses

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