
Albert Rivera e Inés Arrimadas.
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Ciudadanos, durante muchos años, desde su nacimiento, ha jugado a parecer una derecha civilizada, racional, prudente, insólita. Parecía un milagro y su mensaje prendía fácilmente en el campo abonado de una clase media harta de los abusos y de los robos de la derecha tradicional, y de su cara dura, a prueba de bomba. Pero, a medida que han ido ampliando su espacio electoral, lo que indica que no estaban, ni mucho menos, equivocados en su táctica, han ido cambiando de cara y apartándose de su inicial prometedor discurso, proclive a la contemporización y a la apertura, como parece hoy natural exigir, y han empezado, todavía tímidamente, a enseñar las uñas del conservadurismo tradicional, endémico e intransigente, intemporal y calcáreo. Han perdido su arma principal, ese aire de inocencia genética, de simpatía orgánica, de sinceridad incontaminada, de buena voluntad, fuera de toda sospecha. Sin embargo, hay que reconocer que su papel no era muy difícil, en una España política, corrompida y contaminada hasta los tuétanos por una onerosa y sucia lección franquista, conservada en la memoria, después de cuarenta años de lo mismo, atado y bien atado. Pero tenían un toque de honestidad conmovedora en estos tiempos de inmoralidad permanente, y unas manifiestas buenas intenciones, que apuntaban una cierta originalidad, no exenta de sorpresa. Ni insultaban, ni despreciaban olímpicamente, como es habitual en las élites políticas españolas, de raigambre acreditada. Tenían todo el derecho del mundo a hacerse oír, con el loable fin de proponer un país regenerado, devuelto a la normalidad democrática y a la civilización occidental (¿), llena de buenos ejemplos y con el viento a favor. Ayudaba mucho la cara de buen chico de su fundador y presidente, de no haber roto un plato en su vida, y el bibelot de chinera de su segunda, Arrimadas, incapaz ni siquiera de imaginar el mal. Pero todo el pastel se ha ido al carajo. Se empieza quitando lazos amarillos de la calle, contra el indudable derecho a ponerlos, y se acaba fusilando inocentes en Hoyo de Manzanares. (La última cacería del general Franco. Para los jóvenes y los desmemoriados).
Ciudadanos, durante muchos años, desde su nacimiento, ha jugado a parecer una derecha civilizada, racional, prudente, insólita. Parecía un milagro y su mensaje prendía...
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Luciano G. Egido
Es escritor y periodista. Autor de numerosas novelas y ensayos por los que ha obtenido diversos premios.
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