La discutida memoria de la Croacia ustacha
Un número cada vez mayor de nostálgicos celebra el fin del Estado Independiente de Croacia, instaurado por la Alemania nazi, en un acto de homenaje a los caídos por la patria contra el que arrecian las críticas por legitimar el fascismo
Marc Casals 17/01/2019
En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
El Gobierno de Austria ha ampliado la ley nacional que prohíbe exhibir símbolos contrarios a los valores fundamentales austriacos o que supongan una amenaza para la pluralidad. Además de los emblemas de organizaciones islamistas como Hamás, los Hermanos Musulmanes y la rama militar de Hezbolá, en el elenco figura la simbología del movimiento ustacha, compuesto de ultranacionalistas que gobernaron Croacia durante la Segunda Guerra Mundial. El motivo es que, en la localidad de Bleiburg (localidad al sur de Austria a 4 km de la frontera eslovena), un número cada vez mayor de nostálgicos celebra el fin del Estado Independiente de Croacia, instaurado por la Alemania nazi, en un acto de homenaje a los caídos por la patria contra el que arrecian las críticas por legitimar el fascismo.
Los ustachas eran una milicia radical croata fundada en el periodo de entreguerras que, con la connivencia de la Italia de Mussolini, perpetraba atentados y sabotajes para desestabilizar a Yugoslavia. Cuando la Alemania nazi invadió el país, Hitler optó por dividirlo en dos partes: Serbia y el Estado Independiente de Croacia, donde encumbró a los ustachas como gobierno títere. Envalentonados por el apoyo militar del Eje y el aliento espiritual de la Iglesia croata, los ustachas implantaron un régimen totalitario y genocida: durante sus años a la cabeza de aquella Croacia independiente, perpetraron masacres contra las minorías nacionales y levantaron campos de exterminio donde decenas de miles de serbios, judíos, gitanos y disidentes murieron degollados o descalabrados de un mazazo.
La derrota de Alemania en la Segunda Guerra Mundial arrastró a sus colaboracionistas croatas. Tras la caída de Berlín en manos del Ejército Rojo, el líder ustacha Ante Pavelic decretó una retirada general, porque prefería entregarse a las tropas angloamericanas acantonadas en Austria antes que a los victoriosos partisanos comandados por el mariscal Tito. Por los caminos del norte de Yugoslavia, una masa hormigueante emprendía la desbandada, sabedora de que los partisanos anhelaban el desquite. Para su infortunio, los mandos británicos rechazaron a los fugitivos y los partisanos les hicieron presos en los alrededores de Bleiburg, para luego someterlos a ejecuciones sumarias, marchas de la muerte y reclusiones en campos de concentración. El nacionalismo croata, siempre presto a envolverse en un manto de devoción católica, ha bautizado estos acontecimientos con el nombre de “Vía Crucis”.
Los gerifaltes ustachas se escabulleron a través de las “líneas de ratas”, canales abiertos para la huida de los criminales nazis con la colaboración del Vaticano, y muchos pusieron rumbo a la Argentina de Perón. Tras la caída del peronismo, su líder Ante Pavelic se trasladó a la España de Franco, que se comprometió a acogerle a cambio de mantener una existencia discreta. Víctima de un atentado de autoría confusa en un suburbio de Buenos Aires, Pavelic falleció en Madrid como consecuencia de las heridas y aún hoy continúa enterrado en el cementerio de San Isidro. Vjekoslav “Maks” Luburic, impulsor del sistema de campos de concentración, estuvo viviendo en diversos municipios valencianos, donde departía con veteranos de la División Azul e imprimía clandestinamente propaganda ustacha, hasta que fue asesinado en su domicilio de Carcaixent (Valencia) en una acción atribuida a los servicios secretos yugoslavos.
El recuerdo de Bleiburg era uno de los pilares de la diáspora croata, que realizó la primera conmemoración in situ a principios de los años 50. Un grupo de exiliados croatas en Austria fundaron un club deportivo llamado Croacia, al que tuvieron que cambiar el nombre por presiones del gobierno yugoslavo. Siguiendo el consejo de un oficial del ejército británico, aún presente en la zona, adoptaron la denominación de “FC Young Boys” por su carácter neutro. Después de organizar como pretexto un partido de fútbol contra un equipo local, el día de Todos los Santos de 1952 seis integrantes del FC Young Boys acudieron a la llanura de Bleiburg para rendir homenaje a sus compañeros muertos. A escasos metros de la frontera con Yugoslavia, encontraron dos fusiles abandonados por soldados croatas. Tras disponer los rifles en forma de cruz, murmuraron unas oraciones en honor de las víctimas y se juramentaron para repetir el encuentro cada año.
Al cabo de décadas de postergación en la Yugoslavia socialista, el ustachismo fue rehabilitado a principios de los años 90 con la elección de Franjo Tudjman como presidente de Croacia. Después de entrar en Zagreb con los partisanos en la Segunda Guerra Mundial, Tudjman había hecho carrera militar hasta llegar a general del ejército, pero una estancia en Belgrado le desengañó de Yugoslavia. Resuelto a encabezar un movimiento nacional que reconciliase a los hijos de los partisanos con los de los ustachas, presentaba el Estado Independiente de Croacia no como un régimen criminal y tiránico, sino como una manifestación –extraviada en sus formas, pero comprensible en el fondo– del ansia de los croatas por gozar de su soberanía. Con la llegada de Tudjman al poder, el anhelo de un Estado croata resurgió de sus cenizas, por lo que parte de la diáspora ustacha le financió e incluso emprendió el regreso a la Patria. Fue entonces cuando se levantó el tabú sobre Bleiburg y el Vía Crucis, convertidos ahora en símbolo del martirio de los croatas y su opresión bajo el yugo de la denostada “Serboeslavia”.
Durante las guerras de los años 90, tanto en Croacia como en Bosnia las unidades paramilitares croatas llevaban nombres de cabecillas del antiguo Estado independiente, además de entonar viejas canciones y vociferar lemas ustachas como saludo. Bajo el liderazgo de Tudjman se cumplieron los dos grandes objetivos de los viejos ustachas: Croacia volvía a conseguir la independencia y, esta vez, con los serbios convertidos en una presencia marginal. La denominada Operación Tormenta de agosto de 1995, mediante la que Croacia acabó con el paraestado que la minoría serbia había creado en su territorio, provocó la huida de unos 200.000 civiles. Exultante por la victoria, Tudjman cerraba la puerta al regreso de la población serbia ante una comitiva de periodistas adeptos: “Les dijimos que se quedasen y no han escuchado. Bueno, pues bon voyage”.
Los dos pilares sobre los que se sostiene la Croacia moderna –la soberanía lograda en la guerra de secesión y la homogeneidad nacional propiciada por la Operación Tormenta– fueron apuntalados a principios de esta década por los organismos internacionales. En el año 2012, el Tribunal de La Haya absolvió del cargo de “asociación ilícita para delinquir” a los generales croatas Ante Gotovina y Mladen Markac, responsables de la Operación Tormenta, al considerar que esta no estaba encaminada a expulsar a la población serbia, sino sólo a restablecer la integridad territorial de Croacia. Apenas unos meses más tarde, tras completar el proceso de adhesión, Croacia se convertía en el 28º Estado miembro de la Unión Europea.
Paradójicamente, la consolidación geopolítica de Croacia le ha hecho volver la mirada hacia atrás, con una creciente reivindicación del Estado ustacha. Cada vez más desacomplejada, la derecha croata alimenta la memoria de la represión “yugocomunista”, en un intento de equipararla al genocidio de las minorías nacionales. Dentro de esta narrativa, que va calando en la opinión pública, la rendición de Bleiburg y el posterior Vía Crucis desempeñan un papel fundamental: más allá de su legítima condición de homenaje a los asesinados, su recuerdo sirve para diluir la monstruosidad del régimen ustacha. Según esta lógica, los ustachas también son víctimas, porque, aunque exterminasen a sus minorías en los campos de concentración, luego los partisanos les exterminaron a ellos.
Convertida en arma arrojadiza en una batalla por la memoria histórica que, en Croacia, enfrenta a los nacionalistas contra la izquierda propartisana, la ceremonia de Bleiburg se retransmite en directo por la televisión pública. Ondeando banderas croatas, los participantes entonan el himno nacional y atienden circunspectos a la misa de difuntos. Aunque las autoridades austriacas les hayan prohibido exhibir sus símbolos –emblemas militares, uniformes negros y monteras bordadas con la letra “U” de “ustacha”– no hay ley que consiga ocultar el espíritu de la ceremonia: la legitimación de los ustachas mediante el victimismo y la disculpa de sus crímenes en nombre de la Nación amenazan con seguir embarrando la imagen idílica de Croacia.
El Gobierno de Austria ha ampliado la ley nacional que prohíbe exhibir símbolos contrarios a los valores fundamentales austriacos o que supongan una amenaza para la pluralidad. Además de los emblemas de organizaciones islamistas como Hamás, los Hermanos Musulmanes y la rama militar de Hezbolá, en el elenco figura...
Autor >
Marc Casals
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí