El escándalo del Spiegel y la seducción de contar historias
Los hechos son la esencia del periodismo, pero también son un sistema manipulable. En la época actual resultan insuficientes. Necesitamos educación y eso requiere un periodismo más sabio
Jeff Jarvis 16/01/2019
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“Toda persona que escribe conoce la seducción de la narrativa”.
– Bernhard Pörksen en Die Zeit
El mundo del periodismo alemán está lidiando con las consecuencias de un impactante escándalo en Der Spiegel: un premiado reportero de 33 años – no, un fabulador y un farsante– llamado Claas Relotius se inventó un artículo tras otro con un desprecio sorprendente y audaz por la verdad, tal y como evidencia esta verificación de su descripción de la psique rural estadounidense.
Los periodistas alemanes están cuestionando el procedimiento empleado por Der Spiegel y la propia psique de Relotius (le dijo a sus editores que se debió al miedo al fracaso) , como ocurriera con los escándalos estadounidenses comparables de Jayson Blair en The New York Times y Janet Cooke en The Washington Post. Sin embargo, los alemanes están ahondando en la esencia del periodismo al cuestionar los peligros de la seducción de la narrativa; las recompensas inapropiadas inherentes a los premios profesionales; el riesgo para la credibilidad de la institución en la era de las “f*ke news”; la necesidad de que los medios sometan sus investigaciones a un análisis interno; etcétera.
En la medida que me lo permitan las omnipresentes barreras de pago y mi malísimo (sehr, sehr schlecht) alemán [y espero que mis amigos alemanes me corrijan cuando me equivoque], quiero analizar lo que comentan los periodistas alemanes para ver qué lecciones pueden extraer los periodistas de todo el mundo.
Los peligros de la historia y del contador de historias
“Una hermosa mentira”. Es el titular del ensayo publicado en Zeit Online citado al inicio de este artículo, en el que Pörksen, profesor de estudios audiovisuales, examina la forma de un relato: “Lo que aquí se pone de manifiesto se denomina distorsión narrativa, la parcialidad del relato. Tienes la historia en tu cabeza, sabes lo que los lectores o colegas documentados quieren oír. Y tú ofreces lo que funciona”. Y funcionó. Relotius era tan conocido por su estilo que su revista había creado una etiqueta para él: “La voz de Relotius”.
En periodismo, demasiado a menudo la historia se convierte en una creación que se retroalimenta. En los inicios de mi carrera profesional en el Chicago Tribune, vi a un redactor jefe escribir un titular –con su víctima y su dramatismo – y después ordenar a su equipo de investigación que consiguiera esa historia. Me preocupa que, cuando voy de oyente a clases de periodismo, oigo hablar de conseguir citas para completar “mi historia” con ese énfasis en el control de la narrativa por parte del reportero. Me disgusta que el proceso demasiado a menudo comience –en la sala de redacción y en el aula – con la presentación de una historia que la gente desee leer.
Esta ha sido durante mucho tiempo mi herejía. Ya en 2011 cuestionaba el artículo como la unidad atómica del periodismo en una época en que, sin embargo, jugábamos con flujos y corrientes: el periodismo como proceso; el artículo deconstruido. Eso inquietó a los contadores de historias.
El caso del Spiegel se adentra en nuestras presunciones y nos lleva a preguntarnos si nuestra compulsión por hacer que las noticias cautiven (sí, que sean entretenidas) nos desvía del camino. En varias reacciones que he leído en los medios alemanes, algunos se preguntaban si básicamente deberíamos hacer las noticias más aburridas: solo los hechos, mein Herr. “A la postre, ¿no necesitamos una nueva objetividad, un regreso a una forma de comunicar más estricta?”, pregunta Pörksen, “¿o, por el contrario, una declaración de subjetividad absoluta y abierta que identifique una descripción específica como una percepción puramente personal?”. ¿Es necesario que admitamos que el periodismo no es un espejo del mundo (“Spiegel” significa espejo) – en cumplimiento de la Directriz Principal de la no interferencia – sino que, por el contrario, por la labor que ejerce, es una parte actora en el mundo? (Las plataformas de Internet están lidiando exactamente con este mismo dilema al tener que hacer frente a compensaciones por manipulación al tiempo que se aferran a la neutralidad).
El verdadero problema, por supuesto, es que hemos permitido que nuestros medios de producción determinen nuestra misión y no al revés (una reflexión que a menudo he escuchado a Jay Rosen). Escucho a periodistas decir que su papel principal es el de contadores de historias. No. Les escucho decir que su tarea es la de llenar un producto: un periódico o revista, o un programa. No. Nuestro trabajo consiste en informar del debate público. Y ahora que se oye a la gente hablar y participar, he actualizado mi definición de periodismo: emplazar a las comunidades a que entablen un debate civil, informado y productivo. Esto significa que nuestra labor principal no es escribir, sino escuchar ese debate para averiguar qué necesita para que funcione. Después informamos. Después escribimos – o emplazamos o enseñamos o empleamos otros medios de los que ahora disponemos –. Primero hay que escuchar, después relatar. Esta es la filosofía que subyace en el nuevo grado en Periodismo Social que hemos iniciado en la Facultad de Periodismo Newmark.
Y ahora que se oye a la gente hablar y participar, he actualizado mi definición de periodismo: emplazar a las comunidades a que entablen un debate civil, informado y productivo.
Estas lecciones no se enseñan fácilmente ya que la adicción a la escritura como arte – frente al periodismo como servicio – es feroz. El periodista y crítico Stefan Niggemeier ilustra perfectamente este desafío en su crítica al mea culpa de Ullrich Fichtner, redactor jefe del Spiegel, por la caída de Relotius. “El daño empieza en la primera frase”, dice Niggemeier, para luego citar la entradilla de Fichtner: “Justo antes del final de su carrera, el esplendor y la desgracia han ido de la mano en la vida de Claas Relotius”. De este modo, Fichtner convierte la historia del fabricante de historias en una bonita historia; no puede evitarlo. Su prosa se vuelve aún más florida cuando escribe sobre los temas y personajes de Relotius: “…no son seres humanos de carne y hueso, viven solo en el papel, y su creador se llama Claas Relotius. En ocasiones los hace cantar, en otras llorar, en otras rezar”.
Ah, en opinión de todo el que ha escrito sobre él, Relotius sabía escribir. Annette Ramelsberger afirma en el Süddeutsche Zeitung: “Escribió historias que eran más grandes que la vida, más extraordinarias y hermosas que la vida, con protagonistas perfectos, con una dramaturgia que un director no habría formulado mejor. Su escritura tenía el tirón de una novela. Eso es exactamente lo que eran: las historias de un narrador que se hace pasar por un periodista”.
Niggemeier cita la explicación que dio Fichtner sobre el motivo: “Cualquiera que posea un material así como reportero, cualquiera con talento dramático puede convertirlo en oro, como en un cuento de hadas. Relotius tiene el talento. Se inventa el material”. De modo que Niggemeier dice que Fichtner considera que el problema radica más en el material – los hechos falseados – que en la forma, la narración de historias: “La rueda y la exageración en la que entran en este oficio los periodistas y sus galardones”.
Los peligros de los premios y la autocomplacencia
Relotius ya ha devuelto los cuatro premios que le concedió el Reporter Forum alemán y algunos se cuestionan el valor de dichos galardones. Esta es otra de mis arraigadas herejías: que nuestros Pulitzers son negativos para el periodismo estadounidense porque nos empujan más a impresionar a los demás que a realizar un servicio público. Por supuesto, no siempre es así, solo demasiado a menudo.
“¿Qué ocurre cuando un sector se caracteriza por su vanidad?”, pregunta un titular en la publicación comercial Meedia, donde admite que está asustada ante la “incontrolable fiebre de entrega de premios” de la profesión. Meedia afirma que un portal para premios periodísticos – su mera existencia dice mucho – vale más que 700 trofeos a la espera de un ganador.
El problema mayúsculo aquí es que nuestras varas de medir el éxito se han jodido completamente.
El problema mayúsculo aquí es que nuestras varas de medir el éxito se han jodido completamente. Desde el punto de vista empresarial, valoramos la cantidad porque sí – tirada, audiencia, visitas, clics, CPM –, lo cual, como me gusta decir, inevitablemente te lleva a gatos y Kardashians y, en última instancia, al ciberanzuelo de carne y hueso: Donald Trump. Desde el punto de vista editorial, valoramos la atención a nosotros: el más leído, el que más clics ha recibido, el que más e-mails ha recibido, el tiempo dedicado. Todos estos parámetros se centran en los medios, son egocéntricos. Por el contrario, nuestros indicadores de éxito deberían establecerlos el público según sus necesidades y objetivos. Si alguien ha de otorgar premios al periodismo, deberían ser las comunidades a las que atendemos.
Por lo que respecta a la historia perfecta, cuidada e ingeniosa que se elabora para ganar premios: hay que dejarla atrás. Holger Stark afirma en Die Zeit: “El caso Relotius no supone el fin del reportaje, sino de la manifestación artística que es el reportaje impecable y artificioso que engaña a los lectores y simula que puede describir el destino del mundo a través de una persona encarnada en la figura del narrador omnisciente-autoritatario, que aparece en escena y fuma y deslumbra: esa manifestación artística cinematográfica debe, al fin, desaparecer…”
Un fallo de verificación de datos
El proceso de verificación de datos de Der Spiegel tiene mucho prestigio – como aún lo tiene el del The New Yorker o como lo tuvo en su día el del Time Inc.– de modo que, ¿cómo ha podido fallar? En una época de desinformación e informaciones erróneas, los verificadores son nuestros mejores y últimos defensores de la verdad.
Monika Bauerlein, periodista alemana y actual CEO de Mother Jones, que en su juventud admiraba los reportajes de investigación de Der Spiegel (“Hoy me dedico a lo que me dedico gracias a ellos”), lamenta que el trabajo que hicieron los 60 verificadores del Spiegel no fuera tan bueno como el que hace Mother Jones, compuesto por una quinta parte. Bauerlein comenta que, además, se da la circunstancia de que la historia que ayudó a alertar al Spiegel del engaño de Relotius era de Mother Jones.
Quiero insistir en el maravilloso trabajo de comprobación de los hechos del “reportaje” de Relotius que desde Fergus Falls, Minnesota, llevaron a cabo dos personas que vivían allí. Si Der Spiegel hubiera realizado una verdadera verificación de datos, habría descubierto el engaño. Entonces, ¿por qué falló? Quizás porque…
Efectivamente. En otro artículo, Niggemeier afirma que el mítico Dok – departamento de documentación (investigación o verificación) – de Der Spiegel confiaba demasiado a menudo en la credibilidad del reportero. Sostiene que estos sistemas están creados para detectar los errores del reportero atareado que se ha descuidado o apresurado, o simplemente ha cometido un error humano, y no para detectar un trabajo fraudulento. Esto indica que se trata de un sistema cerrado que verifica la veracidad confiando en sí mismo.
Como nota al margen, he formado parte de un proceso llevado a cabo por una organización fuera de EE. UU. que está intentando establecer normas de confianza en el ámbito del periodismo y me ha desanimado el hecho de que, en ese esfuerzo, no hay disposición para escuchar al público y sus preocupaciones (“¿Por qué no confías en nosotros?”), para ensayar sus normas con el público (“¿Esto ayudaría a que confiaras en nosotros?”), e incluso para consagrar en esas normas la necesidad de escuchar al público (“Empezamos por escucharte”). ¿De modo que una institución que inspira desconfianza cree que infunde confianza sistematizando los procesos que desde el principio la han hecho no digna de confianza? ¡Arg!
Una aclaración: los hechos son la esencia del periodismo. La comprobación de los hechos es vital. He venido defendiendo que en las escuelas de Periodismo necesitamos hacer más esfuerzos por enseñar técnicas para verificar tanto los hechos como lo que la gente dice en las redes sociales. Pero, al final, hay que recordar que los hechos propiamente dichos son un sistema manipulable. Véase la involuntaria epifanía de Kellyanne Conway acerca de los hechos alternativos. Después véase la brillante charla de Danah Boyd en SXSW EDU acerca de la cultura de las noticias y el verdadero problema: las epistemologías en conflicto.
Sí, por supuesto que necesitamos la verificación de datos. Pero en la época actual los datos son insuficientes. Necesitamos educación. Necesitamos una nueva Ilustración. Eso requiere un periodismo más sabio.
Noticias falsas, reportero falso
Lo que duele en el alma de este caso es, por supuesto, el momento en que ha sucedido. Justo cuando el periodismo está siendo acusado, en los Estados Unidos y desde las más altas instancias del Gobierno, como fabricante de bulos y patrañas y “enemigo del pueblo”, del mismo modo que está siendo acusado en Alemania como die Lügenpresse (un insulto nazi resucitado que significa “prensa mentirosa”), llega un escándalo repleto de mentiras periodísticas.
Como era de esperar, el periódico Bild, escaparate conservador (es decir, sensacionalista en espíritu si no en tamaño) se deleitaba metiéndose con el progresista Der Spiegel y trastocaba la expresión de Trump para llamar a Relotius, en inglés, “fake reporter” (reportero falso). Franz Josef Wagner, presunto columnista (sus columnas ocupan apenas lo que un tuit) de Bild, acusaba al Spiegel “de publicar mentiras durante años”. Y el propio embajador de Trump en Alemania, Richard Grenell, aprovechó la oportunidad para destrozar a los periodistas en cualquier parte y tuvo la osadía de exigir que se investigue al Der Spiegel por su sesgada actitud antiamericana. La revista se disculpó por las mentiras, no por adoptar ningún sesgo. Tal y como señala Niggemeier, ahora el Spiegel se disculpa con todo el mundo. La revista se ha disculpado con los lectores, los colegas periodistas, los jurados de los premios, las escuelas de periodismo, socios comerciales, clientes y la familia de su fundador, Rudolf Augstein. “¿En serio?”, exclama Niggemeier. “¿Con la familia Augstein? ¿Entonces no debería pedir perdón a los descendientes de Gutenberg? –¡ después de todo, los artículos de Relotius se han impreso en papel! –”
La revista se disculpó por las mentiras, no por adoptar ningún sesgo. Tal y como señala Niggemeier, ahora el Spiegel se disculpa con todo el mundo. La revista se ha disculpado con los lectores, los colegas periodistas, los jurados de los premios, las escuelas de periodismo, socios comerciales, clientes y la familia de su fundador, Rudolf Augstein
Tal es la situación de debilidad y defensiva de Der Spiegel y del periodismo en la actualidad.
Investigarte a ti mismo
Si no hubiera sido por la diligencia de [el periodista español] Juan Moreno, uno de los colegas de Relotius en el Spiegel, el farsante podía haber seguido citando unicornios. Moreno estaba trabajando con Relotius en una historia, su intuición le avisó y trató de alertar a sus editores. Estos prácticamente amenazaron a Moreno con despedirle si sus alegaciones no eran probadas. Obstinado como debe ser un reportero, Moreno hizo un viaje a EE.UU. y, sin la aprobación de la empresa, encontró a algunas de las fuentes de Relotius y todas afirmaron que nunca habían sido entrevistadas por él. Tras arriesgar su propio empleo, ahora Moreno es un héroe.
En Die Zeit, el profesor Pörksen dice que Moreno se involucró en algo demasiado excepcional en Alemania (y yo añadiría que en todas partes): investigar la información que difunden los medios. Si el caso Spiegel deriva en el nacimiento de tal promesa, afirma Pörksen, entonces quizás no se habrá padecido en vano. Quizás. Justo ayer escribí que los periodistas deberían exigirse a sí mismos lo que están exigiendo a Facebook y Silicon Valley: transparencia, una autoevaluación ética, una crítica de los riesgos morales de nuestros modelos de negocio y parámetros, y honestidad sobre nuestra pérdida de confianza.
Por necesidad evidente, Alemania ha hecho del autoanálisis contundente virtud. Espero que hagan con el periodismo lo mismo que han hecho con su historia y espero que podamos aprender de ellos. En la era del Trump de EE.UU., el brexit del Reino Unido, la AfD de Alemania, el Putin de Rusia, los chalecos amarillos de Francia, el Bolsonaro de Brasil, el Duterte de Filipinas, el Erdoğan de Turquía, el Orbán de Hungría, el Maduro de Venezuela, el MBS de Arabia Saudí, el Xi de China – etcétera, etcétera – podemos convenir que necesitamos periodismo más que nunca y que el periodismo necesita ser más estricto consigo mismo y debe rendir cuentas a su público más que nunca.
Dice Ramelsberger en el Süddeutsche: “De todo esto podemos aprender. En primer lugar: los periodistas no son artistas, principalmente son artesanos normales y corrientes. En segundo lugar, se deben a la verdad y no a su gloria. En tercer lugar, tiene una tarea. Son los… llamados recolectores de la basura del mundo de los hechos que documentan, cuestionan y dudan. De ahí no salen artículos que brillan en todas direcciones como bolas de discoteca. Por el contrario, es la reputación del periodismo y la misión que tiene en la sociedad lo que ayuda a la historia sólida, más que las historias que son demasiado buenas para ser ciertas”.
Ah, he oído que algunos dicen que, sin embargo, a causa de Internet, tenemos menos recursos y hacer un buen trabajo resulta más difícil; no podemos ofrecer verificación de datos, investigación y sabiduría. No. Por ese motivo debemos priorizar nuestra misión en nuestro trabajo. Renunciar a lo más insustancial de lo insustancial. Dejar de copiarnos mutuamente solo para generarnos números de visitas como churros. Poner fin a nuestro empeño por lograr el relato merecedor de un premio, cautivador, convincente y perfecto. Poner todos nuestros recursos a favor del trabajo que realmente importa: hacer lo que nos corresponde para garantizar un debate público productivo, informado y cívico.
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Jeff Jarvis es un periodista estadounidense. Dirige el Tow-Knight Center para el Periodismo Emprendedor.
Este artículo se publicó originalmente en Medium.
Traducción de Paloma Farré.
“Toda persona que escribe conoce la seducción de la narrativa”.
– Bernhard Pörksen en Die Zeit
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Jeff Jarvis
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