Brexiteando (VI)
O nosotros o el caos (que también somos nosotros)
A diez semanas de la salida de Reino Unido de la UE, no hay ni plan de salida ni recambio en Downing Street a la vista. Hay tantas facciones en los Comunes que parece el senado galáctico
Santiago Sánchez-Pagés 23/01/2019
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“Gran Bretaña se enfrenta a una elección simple e inevitable: estabilidad y un gobierno fuerte conmigo o caos con Ed Miliband”. La revuelta política británica de las últimas semanas ha resucitado este tuit de David Cameron escrito unos días antes de las elecciones generales de 2015, un tuit que, con el tiempo, ha terminado convertido en una desagradable burla. En aquella cita electoral, Cameron obtuvo una inesperada mayoría que le obligó a convocar el referéndum sobre la permanencia en la UE que había prometido para neutralizar al UKIP. Una promesa que regalaba la iniciativa política al populismo de derecha y que hizo con la ligereza de quien cree que no tendrá que cumplirla. Es decir, con la ligereza que cabe esperar en un ser humano de biografía privilegiada, como demuestra que al ser preguntado en 2010 sobre por qué quería convertirse en primer ministro, Cameron se permitiera responder con un “porque creo que puedo hacerlo bien”. Igual podría haber contestado “porque me aburro en casa”.
Si presionamos la tecla de las dos flechitas y avanzamos hasta el presente, lo que contemplamos es un caos político formidable, ese del que los conservadores se anunciaban como vacuna. El acuerdo de salida de la UE propuesto por Theresa May se estrelló en los Comunes en lo que fue derrota parlamentaria más dura que ningún primer ministro haya sufrido en la historia moderna del país. En condiciones normales, semejante humillación habría significado la dimisión fulminante de May. Especialmente después de haber escandalizado al parlamento y decepcionado a sus leales retrasando la votación tres semanas. Pero estos no son tiempos normales, o al menos la normalidad es otra. La moción de confianza presentada por Corbyn y los laboristas a continuación fracasó como se esperaba, porque May contó con el incómodo pero útil apoyo de los neocavernarios del unionismo irlandés.
La primera ministra busca un brexit que limite la inmigración, hacia la que es abiertamente hostil, al menor coste económico posible
La primera ministra anunció entonces que presentaría un “Plan B” el siguiente lunes y que, mientras tanto, entraría en conversaciones con los partidos, empresarios y sindicatos. Pidió un diálogo franco. Pero durante el final de esa semana, el Gobierno demostró que aún no quiere o no puede entender la realidad y se embarcó en dos de las actividades favoritas de los Tories: culpar a Europa y meterse con Irlanda. Unos cuantos conservadores con un sentido de la realidad evidentemente trastocado interpretó que el fracaso del plan de May extraería concesiones de Bruselas; la Unión tenía que actuar y aceptar una renegociación. La idea no llegó viva ni a la hora de comer. Macron, con su campechanía napoleónica habitual, se desayunó las intenciones británicas en una intervención pública. Fracasada esa vía, el Gobierno de May hizo de matón de instituto con su primo pequeño: presionó a Irlanda para que aceptara una relajación en la salvaguarda de la frontera con el Ulster, el punto contencioso entre las facciones dentro del partido conservador y la principal pesadilla de la primera ministra. Los irlandeses rechazaron la idea de la manera más contundente que permite la diplomacia entre vecinos.
Abro un inciso para hablar de los laboristas, un partido del que, como sabrán si vienen leyendo estas crónicas, hablo poco porque me resulta de lo más aburrido. Su estrategia lleva clara desde su dulce derrota en las elecciones de mayo de 2017: ser ambiguo. Ni apoyar el brexit ni un segundo referéndum. No es necesario aquí y ahora entrar en las razones (verbigracia: que si los feudos laboristas votaron a favor del brexit en su mayoría, que si Corbyn es un cripto trosko que ve la UE como un proyecto neoliberal, que si la abuela fuma). Lo importante es saber que el laborismo ha alcanzado nuevas cotas de creatividad (o cara dura, según se mire) en esa actividad que consiste en mantener una cosa y su contraria, ambas y ninguna. Y mientras tanto, ficar cullerada, meter cuchara, como dicen en catalán, hasta que no quede más remedio que decantarse. Dentro de ese aburrimiento crónico que provoca el laborismo, hay que reconocer que Corbyn tuvo un arranque de genio táctico al declarar que no entraría en ninguna conversación con May hasta que elimine la posibilidad de que el Reino Unido salga de la UE sin acuerdo. El movimiento era sensacional porque mostraba a Corbyn como un líder responsable a la que vez que podía eliminar la única esperanza de May de aprobar su plan. La pureza de la maniobra ha resultado algo empañada por la presentación de una moción para que se vote en el Parlamento entre el plan laborista del brexit –un plan por cierto que se diferencia del de May en el oxígeno activo, es decir, en nada– y un segundo referéndum. Es decir, votar que se vote. Así llevamos desde 2016.
Llegó el lunes y, como era de esperar, May no picó el anzuelo. Es más, realizó una magnífica actualización de aquella leyenda urbana en la que una familia visita un país de Asia en el que un vendedor –todo sonrisas y dientes falsos– les vende un perro exótico que resulta ser una rata. O un cocodrilo, según la versión. La primera ministra se presentó en los Comunes –pocas sonrisas, dentadura británica obliga– y quiso vender una rata a sus señorías. Una rata muerta. La misma que había presentado la semana anterior solo que maquillada con colorete. El plan y la enmienda laborista se votarán el día 29 junto a otras 3.476 enmiendas más (número aproximado) que ya han sido propuestas. Pero anticipando que será de nuevo rechazada, May volvió a mostrar la cabezonería y extremismo que nos ha llevado hasta aquí y se enfadó como aquel del anuncio que amenazaba con llevarse el juego de mesa si los demás no aceptaban dejarla ganar.
Los partidarios del segundo referéndum piensan otro tanto; que viendo inminente la falta de acuerdo, los brexiters más razonables apoyarán una nueva votación
La primera ministra busca un brexit que limite la inmigración, hacia la que es abiertamente hostil, al menor coste económico posible. Ese es, en resumen, su plan. Y para ello se ha embarcado sin remedio en un chicken game; en una guerra de atrición como decimos los economistas finolis. Apurará todo el tiempo que pueda porque está convencida de que los partidarios de un brexit blando, ante la visión del precipicio, y los brexiters duros, anticipando un nuevo referéndum, harán como James Dean en Rebelde sin causa: saltarán del coche y abrazarán su plan. Los partidarios del segundo referéndum piensan otro tanto; que viendo inminente la falta de acuerdo, los brexiters más razonables apoyarán una nueva votación. Ambas opciones tienen sus problemas. Si el bloqueo continúa, cuando queden unos días para que venza el plazo puede crearse una coalición que apruebe en el Parlamento que se pida una extensión del artículo 50 o incluso su revocación. Lo primero es casi inevitable. Por otro lado, el problema con una segunda consulta es que esta no cuenta, de momento, con el respaldo de los laboristas. Depende de si Corbyn sigue su propio criterio y apuesta por el brexit o hace caso a alguien dentro de su partido, como Keir Starmer, con más sentido común que él.
A diez semanas de la salida de Reino Unido de la UE, no hay ni plan de salida ni recambio en Downing Street a la vista. Hay tantas facciones en los Comunes que parece el senado galáctico: El grupo salvaje de los brexiters duros, los leales a May, los lexiters (=left+brexit), los people voters, los “noruegos”… Todas ellas son relevantes, pero ninguna es decisiva. La situación se parece demasiado a aquel chiste gráfico de Chumy Chúmez en Hermano Lobo en el que un político frente a una multitud gritaba “¡O nosotros o el caos!”, a lo que el gentío respondía con “¡El caos, el caos!” Como en el chiste, al final resultó que daba igual porque Cameron, May y los conservadores también eran el caos.
“Gran Bretaña se enfrenta a una elección simple e inevitable: estabilidad y un gobierno fuerte conmigo o caos con Ed Miliband”. La revuelta política británica de las últimas semanas ha resucitado este tuit de David Cameron escrito unos días antes de las elecciones generales de 2015, un tuit que, con el tiempo, ha...
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