Zuckerberg se arrepiente
Pedirle a Facebook o a Google que no usen nuestros datos es como esperar que el capitalismo sea bueno y no nos explote
Fernando Broncano 13/03/2019
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La semana pasada dos revistas como The Economist y MIT Technological Review se hacían eco de los planes que Zuckereberg hacía públicos en San Francisco para el futuro de sus empresas como Facebook, WhattsApp, Messenger e Instagram. Junto a un nuevo (enésimo) acto de contricción por la mala reputación que está teniendo Facebook a causa de su poco respeto a la privacidad, anunció que en el futuro WhatsApp Messenger e Instagram serán protegidas y posiblemente WhattsApp y Messenger serán encriptadas. ¿Cuál era el pecadillo del que Zuckerberg se arrepentía como ya lo hizo hace un año ante el Congreso de Estados Unidos y el Parlamento de la Comunidad Europea? En realidad, más de uno y cometidos sistemáticamente. Ante el Congreso de Estados Unidos y la Comisión Europea fue convocado por las evidencias de que durante la campaña de Trump en 2016 y la campaña por la salida del Brexit, una empresa como Cambridge Analytica, especializada en minería de datos, había usado los datos de 87 millones de usuarios de Facebook para crear perfiles personales y facilitarlos a las direcciones de los partidos para el envío de propaganda electoral dirigida a posibles convencidos o simpatizantes.
Facebook no explicó muy bien cómo Cambridge Analytica había obtenido estos datos, sólo dijo que les había dado permiso para usarlos con propósitos académicos pero que luego fueron derivados hacia un uso político. New Scientist, entre otros muchos medios explicaba el método de obtención de esos datos: Cambridge Analytica usó solamente los datos de 27.000 usuarios de una aplicación de Facebook, This Is Your Digital Life (TIYDL), para obtener perfiles de sus comunicaciones con sus amigos. Eso era posible porque al suscribir una cuenta de Facebook, y todas sus actualizaciones, se acepta el uso de los datos que crea el usuario.
El pecadillo menos divulgado, y que es del que parece arrepentirse ahora el poseedor del complejo de empresas, es que los algoritmos de Facebook (sus programas de minería de datos, que los interpretan y sus analíticas, que los clasifican) leen también los mensajes que intercambian los usuarios de otras redes sociales que posee la empresa como WhatsApp, Messenger e Instagram. Como estas, especialmente las dos primeras, son redes de comunicación entre particulares, puede entenderse fácilmente que el nivel de privacidad invadido es mucho mayor.
El Confidencial daba cuenta esta semana pasada de los peligros de que algo similar pueda ocurrir en España en las próximas elecciones. La ley de Protección de Datos aprobada en noviembre pasado por el Senado (ahora recurrida por el Defensor del Pueblo ante el Tribunal Constitucional) permite que empresas especializadas generen perfiles ideológicos de los ciudadanos y que los partidos puedan usarlos para propaganda durante las elecciones mediante mensajes en WhatsApp y otras aplicaciones. Los gestores de Facebook se han reunido con los partidos y con el equipo de Manuela Carmena para intentar que no se usaran las redes para difundir fake news, aunque no se ha disuelto la sospecha principal, la del posible uso de datos para crear perfiles ideológicos utilizables políticamente.
El mecanismo por el que estas amenazas son invasiones reales de la privacidad es doble: por una parte, es posible generar perfiles de todo tipo con los datos que incluimos en nuestros usos de las redes sociales. Los perfiles pueden ser de nuestros hábitos de consumo (lo que sería el negocio principal de Facebook) o de nuestras afinidades ideológicas. Los bienes que compramos o consultamos, los nombres que citamos, los calificativos que usamos, la prensa y noticias que leemos dejan rastros que son clasificados por programas sensibles al significado de las palabras y generan bases de datos que agrupan a los usuarios en categorías utilizables. Al usar las redes, nos conectamos con gente cuyos datos son también usados porque así lo permitimos al firmar la cuenta de la red. Y el resultado es un sistema mundial de vigilancia de los ciudadanos. Repárese en que Facebook cuenta aproximadamente con 2.300 millones de usuarios en el mundo. Dado que la población mundial se calcula en 7.700 millones de personas, uno puede darse cuenta fácilmente de que no estamos hablando de una pequeña red de amigos sino de casi un tercio de la humanidad.
Ni The Economist ni MIT Technological Review acabaron de creerse el arrepentimiento de Zuckerberg. La revista de tecnología del MIT, incluso, abogaba por una partición de Facebook impidiendo que pueda poseer redes como WhatsApp, Messenger e Instagram. En Estados Unidos sigue existiendo en muchos sectores una tradicional sospecha contra los monopolios, por más que ello no haya impedido la aceleración de su creación. Si estas dos revistas poco sospechosas de radicalismo político son escépticas, se puede entender que las perspectivas son más bien oscuras. La razón no se encuentra en la moralidad de Zuckerberg sino en las estructuras que sostienen la actual forma de capitalismo. La información del consumo, en estadios anteriores, venía del mercado. El neoliberalismo del siglo pasado se fundaba sobre la idea de que el mercado era el gran sistema de información. El aparato de producción recibía información del consumo a través del mercado, y a partir de él todo el sistema financiero. En el siglo XXI no es tanto el mercado como las mentes de los ciudadanos que dejan muchos más datos que los de la compra en cada una de sus acciones en el marco de la economía digital.
La importancia que tienen Google, Facebook, Amazon y empresas similares es que acceden a datos de los ciudadanos que pueden ser tratados para crear categorías que estarían prohibidas a los estados democráticos por sus leyes de privacidad: datos de perfiles ideológicos, religiosos, hábitos de consumo, datos sanitarios, prácticas sexuales o afectivas, etc. Lo pueden hacer no solo porque los usuarios lo permiten, sino porque una gran parte del sistema mundial económico depende cada vez más de estas plataformas. La prensa, las empresas de bienes de consumo, las empresas de comunicación audiovisual y muchos otros sectores dependen tanto de las plataformas que podría afirmarse que ya trabajan para ellas. Sin su ayuda no alcanzarían la visibilidad necesaria para competir en el mercado. Dada esta nueva situación, pedirle a Facebook o a Google que no usen nuestros datos es como pedirle al capitalismo que sea bueno y no nos explote. No es una cuestión de voluntad. Dejando a un lado el que la ley española de privacidad de datos es un coladero, la cuestión es que la explotación de los datos se ha convertido ya en una de las principales fuentes de explotación. Y no se podrá combatir si no es con enormes alianzas mundiales y con un complejo aparato de medidas mucho más profundas que el simple acto de aceptar o no cookies.
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Este artículo se publica gracias al patrocinio del Banco Sabadell, que no interviene en la elección de los contenidos.
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