Populismo o izquierda
Podemos y sus confluencias deben priorizar la consolidación de un proyecto sólido a largo plazo frente a las tentaciones tacticistas vinculadas a los resultados electorales cercanos
Julia Miralles 3/04/2019
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Hace unas semanas los hechos de Madrid generaron un amplio debate en torno a Podemos. Más recientemente, si bien en relación a los medios ese tema puntual ha perdido protagonismo, el partido morado sigue ocupando espacios de discusión no demasiado positivos en relación a sus perspectivas electorales.
En el momento del detonante de los problemas internos vinculado a la Comunidad de Madrid, no de su esencia que necesariamente empezó mucho antes, las acusaciones de personalismo, de electoralismo, y las críticas a las disidencias internas –o al menos a su visualización pública– se encontraron en el centro del debate. Algo de razón habrá en cada análisis, pero seguramente también sería necesario –al menos internamente– hacer otro tipo de balances sobre el tratamiento que se ha dado a las corrientes o la consideración de la pluralidad como una amenaza al proyecto.
En todo caso es una obviedad que la situación que nos ocupa responde a múltiples causas. En este sentido puede ser interesante situar la mirada en la necesidad de una reflexión política de fondo que no se nos debe pasar por alto.
Desde el primer día unos levantaban el puño y otros optaban por el signo de la victoria. Quizás la observación parezca banal, pero sirve como punto de partida en tanto que apunta a la existencia de unos referentes y una estrategia radicalmente diferentes.
No se trata ni de justificar a nadie ni de flagelarse pensando qué quedó del tan esperado sorpasso. El recorrido ha sido corto y los cambios estructurales –es decir, los realmente relevantes– requieren tiempo. Aun así, en el breve lapso desde el 15-M y la vehiculización de sus reivindicaciones a través de Podemos y sus confluencias, se ha conseguido romper definitivamente el bipartidismo y hasta las peores predicciones electorales muestran un apoyo en el espacio a la izquierda del PSOE que no había existido hasta 2015.
Se puede modificar la simbología, y debe hacerse por responsabilidad si eso acerca a personas con las que se comparte ideología. Un diálogo efectivo implica concesiones y lo importante es que estas no sean de contenido: los cambios de imagen han sido un acierto que ha permitido llegar a los resultados comentados anteriormente. Sin embargo, esto no puede implicar difuminar el proyecto, olvidar cuáles son los objetivos y, ¿por qué no?, cuáles son los referentes presentes y pasados.
En este sentido, en los últimos tiempos el término populismo ha entrado en la agenda política, pero lo ha hecho con un significado ambiguo. El populismo, al menos desde las aportaciones de sus teóricos más reconocidos, Chantal Mouffe y Ernesto Laclau, no constituye tanto una ideología como una forma de interpelación de la sociedad. No es un elemento propio de nuestra cultura política, aunque esto no niega que podamos adoptarlo, ya que surge en países donde el liberalismo fue una imposición de la colonia y, por tanto, el clivaje fundamental deviene la separación entre pueblo y élite, aunque sin duda podríamos teorizarlo de forma menos tosca.
Nuestro esquema de pensamiento y análisis político asentado en la diferenciación entre izquierda y derecha encuentra sus orígenes en la Revolución Francesa y la evolución ideológica posterior de las diferentes posiciones que surgen respecto a la misma. En Latinoamérica esto es parte de ese liberalismo impuesto y la reivindicación de los derechos de las clases bajas se construye desde lo que podríamos llamar democracia popular frente a los abusos y desigualdades que generan la metrópolis y sus resabios.
Podemos y sus confluencias deben tener vocación de continuidad a través de la hegemonía sobre un amplio espacio social y electoral existente a la izquierda de la socialdemocracia –o de sus restos–. Por este motivo, más allá de situarse en coyunturas adversas con el necesario realismo, debe priorizarse la consolidación de un proyecto sólido a largo plazo frente a las tentaciones tacticistas vinculadas a los resultados electorales cercanos.
En ese contexto, la definición ideológica clara es una necesidad insoslayable y los costes organizativos que esta tenga deberán aceptarse y gestionarse con sosiego, pero también con la determinación que exige el compromiso ante la militancia y quienes han apoyado el proyecto. Al fin y al cabo, se trata de cumplir con la responsabilidad histórica de asegurar la existencia en España de una izquierda real, realista, con proyecto de transformación y voluntad de presencia institucional. Un partido decididamente de izquierdas que vaya más allá de reivindicar el descontento popular para traducirlo en un proyecto político a largo plazo.
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Julia Miralles es profesora asociada de Administración y Políticas Públicas en la UAB.
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