Si yo fuera Pablo...
En puridad, los votantes de izquierda queremos un gobierno a la portuguesa. Pero, ¿le conviene a Iglesias? ¿Le conviene a Unidas Podemos?
Rosa Pereda 4/05/2019
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Guardo mis análisis para mi casa y mis amigos. En general. Pero me han entrado unas ganas enormes de entrar al lío, y aquí estamos.
Si yo fuera Pablo –Iglesias, claro– seguiría en lo mío. Lo ideal para este país sería un gobierno de izquierda, a la portuguesa. De hecho, las presiones del Ibex 35 y de los bancos van hacia una coalición con la derecha. Claro. A derechizar. Pablo –Iglesias, por supuesto– dice que quiere cogobernar, formar parte de un gobierno de izquierdas liderado por el PSOE en el que Unidas Podemos tendría un par de ministerios a cambio de la gobernabilidad. Así de entrada la investidura y los presupuestos.
Pablo –Iglesias– es, probablemente, la cabeza mejor amueblada que ha pisado el Parlamento desde que lo pisó. Y en retrospectiva. Es un animal político con un nivel y una formación poco usual en el hemiciclo. Levanta de nivel los debates en los que participa, aunque el de nuestros parlamentarios sea bastante bajito, y sepa Dios lo que va a pasar en el nuevo, con el lenguaje de Jiménez Losantos en la cámara. Pero a Pablo –Iglesias– le sale la visión política por los ojos pero también por las palabras. Está fundado teóricamente, y deja entrar la pasión en ajustadas dosis. Y más que a los debates televisivos me refiero a los de las Cortes mismas. No puedo creer que un hombre así no tenga meridiano en el mapa en el que se tiene que mover estos días, estos meses, esta legislatura.
La sombra de un pacto PSOE-Cs creo que se puede dar por finiquitada, y conste que me puede comer la boca un chon, que se dice en mi tierra. Aunque muchos socialistas lo quisieran –hay una socialdemocracia de derechas, que también está, mal que bien, en el PSOE– y aunque a Sánchez le vaya a tocar gobernar con el Ibex 35, como a cualquier gobernante, es un pacto imposible más que nada porque sería el suicidio de los naranjas. Y son demasiado jóvenes.
El trabajo de Rivera y los suyos, me parece –y le parecerá a Pablo, supongo– es a medio plazo. Son una fuerza ascendente, y tienen un tiempo para hacerse con la derecha, o mejor, con el centro derecha que dicen ellos. El PP está dando sus últimos coletazos, va a entrar en quiebra, va a tener que viajar a Reduzca (también lo hizo el PSOE en su momento, pero no es igual un partido que un lobby de negocios) y va a ser muy duro. Tendrían que remontar, para remontar, todo el peso de la corrupción absolutamente inaudita, y del mal gobierno para la mayoría, y, en una legislatura entera, sin un chavo y con los poderes tan reducidos, a poco empujón que se les dé, caerán como manzanitas maduras. El cínico cambio postelectoral de lenguaje, decir digo donde antes diego, denunciar ahora a una ultraderecha que les hizo la agenda y les marcó los tiempos y los temas, no creo que les vaya a ayudar mucho: están desconcertando a su electorado. Así que yo creo que, con Casado en caída libre, Rivera se va a dedicar a dar esos empujoncitos, además de los mandobles e impedimentos legislativos en las Cortes y en el gobierno socialista, para mantener las distancias y fijar su programa. Que en la campaña última lo han dejado un poco desastrado, que de aquí en más no puede haber sólo Cataluña. Pero no va a apoyar al PSOE en la investidura ni en nada. Ahora, después de tantos guiños y gestos a la ultraderecha, tienen que hacerse con el espacio de la derecha. Naturalmente, a costa del PP. Que se cae y se lo han hecho a mano. Ya lo han dicho los votantes. Y tienen cuatro años. Y un mes.
En puridad, los votantes de izquierda queremos un gobierno de izquierdas. A la portuguesa. Y es posible, y podrían dar los números. Pero... ¿le conviene a Pablo, le conviene a Unidas Podemos?
Si yo fuera Pablo me lo pensaba. A la vista del descenso electoral que ha sufrido Podemos, si entra en un gobierno con el PSOE corre serio peligro de ser fagocitado por él. Sencillamente. El compromiso que lleva consigo un consejo de ministros, y la ineludible necesidad de ejercer la ciencia de lo posible, es decir, la rebaja en los planteamientos que implica desgraciadamente el choque de intereses, o sea, la realidad, es un berenjenal bastante poco agradable. Porque tendrán que hacer concesiones que rebajarán ineluctablemente su capacidad crítica. Lo siento pero es así: cuando están los nuestros gobernando, aparte de que lo hacen mejor, sí, lo hacen mejor, o más de acuerdo con lo que creemos necesario, nuestro nivel de “comprensión” sube, y el de crítica baja. El caso Varoufakis, con el que estoy enormemente de acuerdo, es un poco una clase particular. Y Grecia no da un ruido, lo cual me imagino que no está ni tan mal.
Yo sé que los votantes de Podemos, y diría más, muchos votantes recuperados por el PSOE, tienen sus esperanzas en Pablo. En ese tirón hacia la izquierda que habrá de modificar y dirigir políticas de izquierda. En lo concreto, es decir, en el gobierno. Y entiendo también las ganas de hacer esas políticas personalmente y en persona. Eso dice mucho en favor de Pablo, el que se quiera manchar las manos en la práctica del poder. Que siempre pringa. Y que, aunque sea su objetivo –un gobierno de Unidas Podemos, salido de las urnas con mayoría suficiente– no creo que ahora sea lo primordial para él. Ni para Podemos. En esta legislatura. Y con sus resultados electorales.
Durante los últimos diez meses, y con todas las dificultades parlamentarias y presupuestarias que conocemos, y que no se van a repetir, Podemos ha empujado un buen paquete de iniciativas políticas de izquierda que la ciudadanía va a notar en los próximos meses. Otras van a salir de la parálisis de la mesa del Congreso ya en recambio. Algunas ni siquiera han podido ser discutidas en sede parlamentaria. Pero lo serán. Y hay un vasto programa de cosas por hacer, en muchas de las cuales coinciden con los proyectos del PSOE, o pueden ser asumidas por este renovado partido socialista que se escora a la izquierda, como en sus buenos tiempos.
Pablo Iglesias está en la política española, en las políticas de gobierno, sí o sí. Aunque no tenga ministros en el gabinete.
Si yo fuera Pedro, le llamaba. Sin duda. Las palabras también son importantes, y aunque Pedro Sánchez siempre ha mantenido su voluntad de hacer un gobierno monocolor, es un clamor bastante bien fundado el que pide uno a la portuguesa. Que, a estas alturas, no daría miedo real a nadie. Pero, si yo fuera Pablo Iglesias, me lo pensaba. No vaya a ser pan para hoy y hambre para mañana.
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Rosa Pereda
Es escritora, feminista y roja. Ha desempeñado muchos oficios, siempre con la cultura, y ha publicado una novela y un manojo de libros más. Pero lo que se siente de verdad es periodista.
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