GREGORY WOODS/ POETA Y ACADÉMICO
“La masculinidad es tan preciada, tan frágil, que se reduce a polvo”
Manuel Gare 20/05/2019
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Gregory Woods nació en 1953 en Egipto. Tras dejar el país a causa de la guerra del Sinaí y pasar los primeros años de su infancia en Ghana, llegó hasta Inglaterra, donde desarrollaría su carrera en torno al mundo de la literatura. A sus 66 años, Woods es autor de siete antologías de poemas y varios ensayos queer: entre ellos, Historia de la Literatura Gay (1998, traducido y publicado por Akal en 2001) y Homintern: How Gay Culture Liberated the Modern World (2016, de futura aparición en Dos Bigotes), ambos publicados originalmente por Yale University Press.
En Homintern, Woods hace un extenso recorrido histórico que atañe no solo al tratamiento cultural de la homosexualidad, sino al asedio intelectual que sufrieron quienes, durante el siglo XX, fueron partícipes de una revolución sexual que se extendería hacia todos los ámbitos de la sociedad. “El subtítulo del libro [Cómo la cultura gay liberó al mundo moderno] es una exageración, obviamente. Quiero decir, ¿realmente estamos liberados?”, dice Woods en la habitación de su hotel de Granada. El poeta y académico, profesor entre 1998 y 2013 –profesor emérito, desde 2014– de Estudios Gays y Lésbicos de la Universidad de Nottingham Trent, visita la capital andaluza para participar en la Feria del Libro como parte de la programación internacional promovida por Granada Ciudad de Literatura Unesco.
Hablar de Homintern, el término que empezó a utilizarse en los años 30 para señalar a una supuesta mafia gay equiparada al comunismo –Comintern– y al judaísmo, forma parte de la retórica utilizada entonces por Estados Unidos para estigmatizar a la comunidad homosexual, cuya liberación suponía una “invasión de la vida pública americana” en forma de perversión. “El tipo de subculturas bohemias y cosmopolitas que estaban aceptando a homosexuales, comunistas y judíos, fueron objeto de un control escéptico”, relata Woods en las páginas de Homintern. El mundo de la cultura estaba, por tanto, contaminado de homosexuales, los cuales ejercían su influencia para favorecer a más de los suyos. Se llegó a poner en duda la legitimidad de algunas redes culturales al estar “compuestas de hombres que eran homosexuales”, y se señalaba a quienes dedicaban sus obras a sus amantes. “Como si las personas heterosexuales nunca dedicaran sus libros a sus amantes o esposas”, escribe Woods.
Este falso relato por el que la comunidad homosexual tramaba una conspiración para expulsar a los heterosexuales del mundo de las artes, extensivo a otros países y décadas –a mediados de los 90 se hablaría de la Velvet Mafia, una agrupación de homosexuales influyentes a los mandos de Hollywood–, viene condicionado, según Woods, por el ámbito acogedor y tolerante que siempre ha representado la expresión artística: una vez dentro, la comunidad homosexual pudo hacer un uso del arte a un nivel tanto creativo como defensivo. “Que muchos homosexuales ejercieron una influencia cultural masiva en el siglo veinte es una obviedad”, se lee en Homintern. “Sin embargo, por cada uno de esos individuos es posible nombrar a unos diez (presuntos) heterosexuales en posiciones equivalentes de poder cultural”.
¿Han tratado algunos sectores del mundo de la cultura, desde el siglo XX hasta hoy, de deshumanizar al autor gay?
Aún ocurre. Esa idea de que el amor homosexual, especialmente entre dos hombres, no es amor sino una forma de lujuria degradante, de deseo animal y, como dices, deshumanizante; una patética imitación del amor heterosexual. Todavía puedes ver esa acusación en todas partes. Y lo que el arte ha tratado de decir es algo tan simple como que hay hombres que aman a otros hombres, mujeres que aman a otras mujeres, poniendo por delante el valor de la palabra amor por encima de las acusaciones de sodomía y demás. Acusaciones que, al mismo tiempo, encuentras en algunos de estos autores homosexuales. En Federico García Lorca, por ejemplo. Hay un poema que escribió en Nueva York, Oda a Walt Whitman, en el que utiliza bastantes insultos homófobos y no queda claro si está de acuerdo o en desacuerdo con ellos. Es ambiguo y utiliza palabras muy fuertes. Por ejemplo, usa la expresión “madres de lodo”, refiriéndose a “madres de mierda”, un insulto muy homófobo sobre sodomía. Y parece como si estuviera haciendo una distinción sobre su tipo de amor y esetipo de sexo. Esta batalla personal entre versiones positivas y negativas de amor del mismo sexo puede verse en algunos autores, como si dijeran, “mi tipo de homosexualidad es la buena, no soy como ellos”; otras veces es sobre feminidad en los hombres. Lorca tenía algunos problemas con esto.
Ejemplos como el de Evelyn Waugh, Roy Campbell o Dylan Thomas, a quienes cita para ejemplificar esa queja por la “feminización” de la cultura, empujan a pensar en los primeros vestigios de la llamada fragilidad masculina.
Lo cierto es que en las novelas de Evelyn Waugh los personajes que mejor representan la modernidad son los extravagantes afeminados de inspiración homosexual. Waugh tenía un problema con la homosexualidad, pero al mismo tiempo creaba estos interesantes personajes que, por lo general, representaban lo cómico. Están ahí y están haciendo algo nuevo, abriendo nuevos caminos a pesar de que el resto de personajes masculinos los desprecian. Existe miedo hacia ellos, y encuentras ese miedo en muchos autores, desde D. H. Lawrence a Lorca. Esto viene, en parte, del hecho de ser homosexual o bisexual y desear a hombres masculinos, lo que produce una paradoja, una contradicción, porque una vez un hombre responde a esa llamada sexual, deja de ser masculino. Y una vez se convierte en queer, deja de ser tan deseable como cuando era heterosexual. Esto es un serio problema entre algunos de estos autores y también entre muchos hombres gais que desean a hombres masculinos. En el caso de D. H. Lawrence, por ejemplo, su relación ideal, una vez dio por perdida la heterosexualidad, era una relación homosexual entre dos hombres heterosexuales; una imposibilidad, obviamente. Si lo reduces a esas dos categorías, homosexual y heterosexual, imagino que la masculinidad está mucho más valorada que la feminidad. No existe este problema cuando se trata de mujeres lesbianas; en este sentido, la masculinidad es tan preciada, tan frágil, que se reduce al polvo.
¿Cómo se combate, esa fragilidad masculina?
El travestismo o lo drag siempre han ridiculizado la hipermasculinidad de algunas estrellas de cine y la glorificación de ciertos tipos de feminidad
Una de las maneras en las que la cultura gay siempre ha tratado de hacer esto es ridiculizándola. El travestismo o lo drag siempre han ridiculizado la hipermasculinidad de algunas estrellas de cine y la glorificación de ciertos tipos de feminidad. Es todo parte de un proceso de desvirtuación de posiciones fijas. Y algo que de lo que no fui consciente en los inicios de mi carrera: que el humor camp es muy importante. El tipo de humor que emana de una actuación drag; hombres vestidos como mujeres en una extravagante exageración que se burla del sentimentalismo. La única figura española que ha hecho camp es Pedro Almodóvar, especialmente en sus primeras películas, con el uso de colores muy exagerados y caracterizaciones de mujeres muy poderosas. En muchas de esas películas ridiculizan los roles de género establecidos, como parte de un movimiento político muy fuerte capaz de romper con lo que conocemos de antemano sobre el género binario.
En cualquier caso, ¿puede la cultura “feminizarse”?
Hubo una subdivisión del movimiento gay en América en los 60 que, creo recordar, se llamó el “movimiento feminizador” y diría que es lo que está ocurriendo ahora con el movimiento trans, el cual está poniendo en cuestión los términos de nuestro debate entre los años 60 y los 90. Se está cuestionando el valor de la masculinidad sobre la feminidad, pero también la naturaleza fija de estas dos posiciones de género. Y esa es, quizá, la siguiente etapa: llegar a un punto en el que no solo se trate de una cuestión de masculinidad en las mujeres y feminidad en las hombres, sino de algo mucho más sofisticado que surgirá del debate. Es algo que puede verse en la polémica que se cierne sobre Estados Unidos en torno a si las personas trans deberían ir al baño de hombres o al de mujeres: esa importantísima distinción con esas pequeñas imágenes en la puerta de la persona con falda y la persona con pantalones. Se trata de preguntarnos cómo podemos romper con eso; aún no hemos llegado hasta ahí, y el miedo es parte del problema.
¿Le interesa la etiqueta de literatura o poesía gay?
Algunos autores no la aceptan, porque si te identificas como un autor gay eso te reduce a una categoría inferior que si, simplemente, eres un escritor. Pero hoy día es posible crear una carrera literaria desde el principio como un autor abiertamente gay. Un buen ejemplo sería el novelista estadounidense Edmund White, quien decidió, en los inicios de su carrera, que quería ser un gran escritor sin comprometerse con lo heteronormativo. Así que decidió dirigir sus libros hacia lectores homosexuales y escribir sobre personajes gais como nosotros, en lugar de como ellos. Todo el mundo podría leer sus obras si quería hacerlo, y así sucedió: cosechó una gran audiencia no homosexual y se estableció no como un novelista gay, sino como un gran novelista en general. Más allá de eso, la etiqueta no es más que una categoría útil para librerías y críticos literarios como yo. Una categoría que, por otra parte, solo es útil si sirve para promocionar el producto de forma positiva. Si no funciona, entonces no es un concepto útil.
En su libro habla sobre la subversión que suponía ser mujer lesbiana en la América de los 50, como una revelación contra la figura de la mujer protegida y domesticada por sus maridos. ¿Cree que la comunidad lésbica contribuyó al discurso feminista de nuestros días?
Entre finales de los 60 y principios de los 70 hubo algunas dificultades en cuanto a entendimiento entre las mujeres feministas heterosexuales y las mujeres feministas homosexuales, en tanto que parecía que no compartían el mismo objetivo. Pero sí, por supuesto. De algún modo, una mujer lesbiana es la representación simbólica de la meta del feminismo: el respeto absoluto por las mujeres sin la necesidad de ser comparadas con los hombres. Simbólicamente, la mujer lesbiana es una mujer que es valorada por sí misma, en lugar de ser valorada en relación a un hombre. Creo que, en general, el feminismo llegó a aceptar esa idea como un ejemplo representativo.
¿Sigue vigente esa idea de modernidad de la que habla en Homintern, de un mundo moderno al que aspirar como sociedad?
El concepto, tal y como habitualmente pensamos en ello, ha caducado. La modernidad es algo que sucedió a finales del siglo diecinueve y principios del veinte con la culminación del progreso industrial, los movimientos políticos de masas o la radicalidad en el arte; pero todo eso suena anticuado ahora. Entre los 70 y los 80 tomamos consciencia de la sofisticación de un mundo en el que la tecnología y nuestro sentido de la identidad se estaban desarrollando de maneras tan diversas que personas como Marcel Proust o García Lorca jamás habrían imaginado en la primera mitad del siglo veinte. Hay una cita en el primer capítulo que es mi favorita del libro, pronunciada por el novelista islandés Halldór Laxness, en la que dice que, en 1925, Reykjavik se había convertido, al fin, en una ciudad que recogía todos los componentes de la modernidad: “no solo una universidad y un cine, sino también el fútbol y la homosexualidad”.
Me encanta, porque además de esa relación que se establece entre educación y universidad, o cultura de masas y fútbol, hay algo que sucede en la redefinición de la sexualidad a finales del siglo diecinueve que lleva, de algún modo, hasta un ser humano moderno capaz de vivir su vida de formas que no encajan en el patrón habitual. Bien; Islandia descubre la homosexualidad. Ahora tienes heterosexualidad y homosexualidad. Quizá la gente empiece a hablar de bisexualidad, en el medio. Y empezamos a pensar en algo mucho más sofisticado. A través de las redes sociales, personas que antes no tenían voz, empiezan a expresar ese sentido de diferencia. Ya hay más de una, dos o tres posibilidades; hay más de dos géneros y es posible reflejar y replantear tu vida como quieras. O quizá no puedas elegir. Quizá te desarrolles de formas completamente nuevas que no encajan en esas categorías. La modernidad solo nos ofrecía ciertos tipos de soluciones, soluciones que no se adecuaban a la velocidad de los cambios que hemos experimentado en las últimas dos o tres décadas.
¿Ve una victoria en esa equiparación cultural de la homosexualidad con el fútbol?
Sí, creo que fue bueno en el sentido de que se visibilizó y fue posible decir que eras homosexual sin tener que suicidarte o cualquier otra cosa para evitar la cárcel. Fue muy importante para la homosexualidad convertirse en algo tan conocido como el fútbol; en algo que formaba parte de la conciencia general y de la manera en que la gente pensaba en las relaciones humanas, le gustara o no a todo el mundo. Quizá se convirtió solo en una pequeña parte del debate sobre las relaciones en torno al amor y la sexualidad, pero eso permitió llevarnos hasta los movimientos de liberación sexual que cambiaron el estatus legal de los hombres homosexuales e hicieron más visibles a las mujeres lesbianas, habitualmente ignoradas. El hecho de que una mujer pudiera vivir su sexualidad sin involucrar al hombre fue una invención importante [se ríe]: el descubrimiento de un tipo completamente nuevo de mujer que ya no necesitaba al hombre. Así que sí, creo que ese descubrimiento de la homosexualidad y la popularización de la idea, el hecho de que la palabra homosexual se hiciera tan famosa tan rápidamente, fue muy importante.
¿Cómo diría que contribuyó su popularización a la liberación sexual de la sociedad, en todo su espectro sexual?
Bueno, cabe decir que en la cultura americana y británica esos fueron algunos de los años más homófobos de la historia. Después de ese aumento en visibilidad de la homosexualidad en la primera mitad del siglo veinte, llegó la contención. En la segunda mitad de siglo se produce una fuerte reacción homófoba que sucede al mismo tiempo que la reacción contra la Unión Soviética, que tras la II Guerra Mundial convierte al comunismo en el gran enemigo de Occidente. Y la homofobia es parte de eso. Parte de esa reacción al homosexual como si se tratara de un espía en quien no puedes confiar, incapaz de guardar secretos y de ser leal a su país o su propia familia. Personas peligrosas, como los comunistas o los judíos. La homofobia nace de forma similar al antisemitismo.
Dicho esto, la liberación llega cuando es posible, entre los años 60 y 70, cuando la gente empieza a salir del armario en masa y convierte las sospechas sobre los homosexuales en algo imposible. La gente empezó a decir, “sí, soy homosexual, ¿tienes algún problema?”. Salir del armario pasa a ser una elección. Para algunas personas, una elección que acarrea un terrible sufrimiento. Pero para la mayoría de las personas no es un problema. Puedes salir del armario, sobrevivir y empezar una nueva vida. Una vez eso es reconocido por cientos de movimientos diferentes y llegan las marchas del Orgullo, se abre el camino a logros como el matrimonio igualitario. Fueron pasos importantes en el reconocimiento oficial no solo del amor del mismo sexo, sino del amor en general. Es un gran avance que el hecho de estar enamorado o, simplemente, sentir deseo, forme parte de la vida cotidiana. Pero no es un proceso que haya finalizado.
Hay un dicho, “libera tu mente y tu culo la seguirá”, que, de alguna manera, viene a resumir ese movimiento idealizado por el que si liberas el deseo, puedes liberar al ser humano. Por supuesto, existen todo tipo de problemas con eso; por ejemplo, que los hombres heterosexuales liberen su deseo no siempre beneficia a las mujeres. Pero supongo que es esa idea romántica la que me interesa. Esa idea por la que pensábamos que uno podía liberarse a través del sexo, siendo promiscuo y acostándose con muchas personas. Ahora la idea suena ridícula, y obviamente la epidemia del sida lo cambió todo de forma trágica. Pero creo que, a largo plazo, fue un ideal interesante que ha llevado a una liberación más general.
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Autor >
Manuel Gare
Escribano veinteañero.
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