TRIBUNA
¿Hasta cuándo soportaremos a la tecnocracia demoscópica?
El principal fin del PSOE y del resto de partidos parece ser el arrinconamiento del contrario, la eliminación de rivales de manera calculada
11/07/2019
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El economista austríaco Joseph Schumpeter asemejaba hace ya casi cien años la democracia parlamentaria a la economía de mercado. Los partidos políticos que competían por el favor de las masas lo hacían con promesas, con acciones y con medidas capaces de activar determinados valores, actitudes y creencias de los electores, en realidad, consumidores de la producción simbólica de estas empresas del voto. La competencia partidista producía una serie de anuncios de productos ideológicamente diferenciados. Era el menos malo de los mundos posibles, puesto que, para Schumpeter, la gente, la masa, no sabía en realidad qué quería y, en caso de saberlo, sería incapaz de coordinarse para lograrlo.
Puro pesimismo democrático que llega hasta nuestros días, por muchas pantallas de las que dispongamos para comunicarnos e informarnos. El presidente en funciones, Pedro Sánchez, no parece especialmente motivado para lograr inmediatamente una investidura que permita reforzar a la sociedad española, equilibrar mejor los costes de la crisis y, además, abrir un necesario debate sobre los desafíos de la automatización, del cambio climático, del desempleo estructural y de la guerra comercial de la que tanto se está hablando.
Nada de eso parece posible cuando el principal fin del PSOE y del resto de los partidos parece ser el arrinconamiento del contrario, la eliminación de rivales de manera calculada. Las negociaciones parecen decisivamente influidas por una camada de brujos, una tecnocracia de las encuestas que aparenta ser el nuevo signo de la democracia española, deshilachada en partidos contradictorios que se solapan e insultan en su continua confusión política.
Tecnócratas de la demoscopia sobrevolando las decisiones del gabinete del presidente. Industriales de la encuesta que, además de registrar mensualmente todas las tendencias electorales, contribuyen a crear unas pocas más y, con ello, a condicionar las decisiones de los otros partidos, en una suerte de extorsión estadística: si no pactas conmigo, perderás la mitad de tus diputados, de tus puestos de trabajo, de tu poder temporal.
El tablero de ajedrez demoscópico podrá ser consecuencia del ingenio (micro) político, pero representa asimismo una amenaza global: nuestros principales dirigentes, independientemente de su tendencia ideológica –vaya a saber por qué estudio aconsejada– llevan ya más de un año mirando al suelo, repitiendo cálculos y sin ser conscientes de lo que pasa por arriba.
La política, la que se escribe con mayúsculas y la que es necesaria para hacer frente a esos grupos de poder que, sin presentarse a las elecciones, se organizan eficientemente para esquilmar la riqueza pública en beneficio privado, sigue dormida. Sus responsables, camino del algoritmo que determine la decisión óptima, ya no guardan vínculo alguno con la realidad de la gente que les ha dado esta oportunidad: la inseguridad de los que pueden perder el trabajo en cualquier momento, de quienes reclaman pensiones dignas, de quienes llevan años sin trabajar, de las mujeres agraviadas con menos salario y prestigio, de los que, por cabreo, van a terminar por votar a un partido que nos llevará a las cavernas más profundas…
La repetición de las elecciones llevaría a la entronización del tricornio diestro, de un tripartito que se sincronizaría con las autonomías y con las instituciones de la troika, deseosas de un socio oligárquico nacional que termine la revolución siempre pendiente. Sánchez, que tanto ha tenido que sufrir los poderes no democráticos, los que no pasan de moda, tiene ahora la vista nublada por esos brujos que ayer fueron medios y ahora son meros fines. No estaría mal que, de una vez por todas, demostrara esa resistencia que tan de moda puso el año pasado y que adoptara otra decisión valiente, por mucha incertidumbre que le genere. Y que Unidas Podemos, que ya en 2016 erró por ansias y por hacer de la estrategia otra táctica a corto plazo, estuviera a la altura de una nueva negociación que nos diera un Ejecutivo fuerte y prometedor. Hasta las encuestas, que carecen de sentimientos, sonreirían aliviadas.
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Andrés Villena ha publicado Las redes de poder en España. Élites e intereses contra la democracia (Roca Editorial).
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