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Cuando a las tres derechas les salen las cuentas, primero brindan con un copazo de Soberano y después gobiernan. No importa que las reuniones para lograr el acuerdo se hagan de pie o haciendo el pino puente para cumplir así la promesa de no sentarse con la extrema derecha. No importa que la entrada al gobierno se escenifique con los tres cogidos de la mano y por la puerta principal entre granos de arroz o de uno en uno, escondidos en maleteros de coche. No importa que al pacto se le llame pacto, acuerdo de gobierno o Bartolomé. Cuando a las tres derechas les salen las cuentas, las tres derechas gobiernan. Lo contrario sería estúpido teniendo en cuenta que un gobierno es poder y que la derecha sabe lo importante que es el poder para dibujar la sociedad que quiere. Cuando a las izquierdas les salen las cuentas, primero llaman al afilador y luego comienza la pelea a navaja. La última reyerta está siendo espectacular por inesperada. Tras unas elecciones planteadas como el partido del siglo entre la izquierda y la derecha, ni los más pesimistas –esos que, cuando les preguntas por la botella, no la ven medio vacía, sino a punto de estallar y saltarte un ojo– podían imaginar algo así. Capaces son de cagarla, bromeaba brindando un amigo mío aquella noche de abril, mientras Pedro y Pablo, los Picapactos, celebraban la victoria de la izquierda sobre el trifachito. Tengo que llamar a mi amigo a ver cómo anda.
El PSOE, que planteó la campaña electoral como una batalla contra la derecha, se niega a dar entrada en el Gobierno al partido de izquierdas del que necesita sus casi cuatro millones de votos para gobernar
El sistema numérico llegó a España de mano del mundo árabe y el PSOE parece empeñado en despreciarlo, quién sabe si intentando pescar voto de Vox. ¿Que 123 diputados es menos que 176? ¿Y qué? ¿Quiénes son los árabes para llevarle la contraria a los españoles, que eligieron a Sánchez presidente? El desprecio a la calculadora como moda socialista ha pegado tan fuerte como hace décadas pegó la chaqueta de pana. Pocas horas después de cerrarse las urnas, sin los números necesarios y sin una sola reunión negociadora aún entre PSOE y Podemos, la número dos del Gobierno en funciones, Carmen Calvo, anunciaba la intención de su partido de gobernar en solitario. Todo lo que ha pasado desde entonces hasta hoy, cuando Pedro Sánchez ha dado por rotas las negociaciones, es puro rellenar tinta en periódicos por el qué dirán. La postura no se ha movido un centímetro.
El PSOE, que planteó la campaña electoral como una batalla contra la derecha, se niega a dar entrada en el Gobierno al partido de izquierdas del que necesita sus casi cuatro millones de votos para gobernar. El argumento es la desconfianza. Con Podemos nos unen políticas sociales, pero nos separan políticas de Estado, viene a decir Sánchez dándole la razón a PP, C’s y Vox: lo único que importa aquí es Cataluña y ese espantapájaros llamado unidad de España. Mientras hacemos como que nos lo creemos, mientras nos convencemos de que se trata de eso y no de que poderes económicos le harían la vida imposible al PSOE si le diese cuotas de poder político a Podemos, juguemos a imaginar el futuro que dibuja Sánchez. Un futuro en el que Podemos no tiene posibilidad, nunca, de entrar en el Gobierno.
Con Podemos y sus casi cuatro millones de votantes fuera de la ecuación, ¿cómo piensa Sánchez ganar las próximas elecciones si se repitiesen? ¿Cómo piensa el PSOE, en general, volver a ganar unas elecciones? Hay tres opciones. La primera sería poner por escrito en el BOE que los votos a Podemos pasan a ser propiedad del PSOE en el mismo momento en el que la urna se cierra, medida que no sé yo si en Bruselas se entendería bien. La segunda opción sería aceptar las matemáticas por fin y entender que España, con los votantes de Podemos eliminados de la ecuación, pertenece a la derecha. No en las próximas elecciones, sino en todas las que vengan. Es cuestión de números, esa cosa que el PSOE se niega a ver. Sumen los votos del trifachito por un lado y del PSOE por otro. En estas últimas elecciones en las que fue a votar socialista hasta el peroné de Franco por miedo a la nueva ultraderecha, la suma de PP, C’s y VOX consiguió casi cuatro millones de votos más que el PSOE. En esta opción número dos, el PSOE se convierte en el futuro en una especie de observatorio: observa a la derecha gobernar década tras década mientras saca informes que alertan sobre las políticas de derechas. La tercera opción es la que manejan en el PSOE. Mientras le rezas al dios del IBEX para que PP o C’s se peguen un tiro en el pie absteniéndose, esperar que el votante de Podemos se extinga a base de desesperarlo, de que entienda que su voto no sirve. En este supuesto número tres, el votante de Podemos abrazaría al PSOE como mal menor. Sería una estrategia brillante si no diera un poco de risa. Es complicado imaginar a un ciudadano cuyo voto ha sido descendido a segunda división apoyando a quien lo descendió de categoría.
Respetando el sistema numérico que nos enseñaron los árabes, por mucho que a PSOE le moleste lo de numérico y a Abascal lo de árabe, la única opción realista es la segunda. Sin Podemos, España es y será de derechas. Cosa que tampoco es un drama. Según Pedro Sánchez, lo de Cataluña y la unidad de España estará en buenas manos. En manos de confianza.
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Gerardo Tecé
Soy Gerardo Tecé. Modelo y actriz. Escribo cosas en sitios desde que tengo uso de Internet. Ahora en CTXT, observando eso que llaman actualidad e intentando dibujarle un contexto. Es autor de 'España, óleo sobre lienzo'(Escritos Contextatarios).
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