IN THE MIDDLE OF NOWHERE (I)
Frío y nubes bajas en verano
Un viaje a Canadá. Un estío sin calor. En el camino hacia la adultez, separarse de la idea del verano se parece a un desengaño amoroso que llega demasiado pronto
Manuel Gare Nueva Escocia (Canadá) , 31/07/2019
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Cinco horas de autobús, dos horas y media de vuelo de conexión, ocho horas de transatlántico y otra hora y media de nacional. Viajar te curará el alma, pero la espalda te la destroza. El caso: Canadá. La parte buena de Norteamérica. “¿En serio tenéis buena imagen de Canadá en España?”. Pues sí, pero a saber por qué. Quizá sea porque en verano no hace tanto calor como en la Península; lo del solecito pegándote en la nuca deja de tener gracia en cuanto pones un pie fuera de la playa.
Hablando de penínsulas: Nueva Escocia. Primero la colonizó Francia, a finales del siglo XV. En el XVII, llegaron los escoceses y le dieron nombre. A los europeos siempre nos ha gustado eso de descubrir cosas y ponerles nombres. En fin. Luego hubo unos cuantos tiras y aflojas entre Francia e Inglaterra. Al final, ganaron los fish and chips. Hoy por hoy, los descendientes de aquellos primeros asentamientos franceses siguen aquí: se llaman acadianos y hablan un dialecto del francés.
En Nueva Escocia nieva durante –casi– todo el año. Se supone que a partir de primavera la cosa se relaja, pero este último mayo volvió a nevar con fuerza. Por eso, cuando llegan los meses de verano, la gente de aquí vive una especie de nirvana. Es normal, apenas han visto el sol. Por desgracia para ellos, el concepto de verano en Nueva Escocia dista bastante del concepto de verano en otras partes del mundo.
Primer día de viaje: frío. Segundo día: lluvia. Tercer día: frío, lluvia y estufa. Los canadienses, caras largas. Los españoles que están de visita, radiantes de felicidad. Al cuarto día, niebla. Al quinto, de repente, calor insoportable. Aunque la temperatura apenas sobrepasa los treinta grados, la humedad es brutal. La bahía de Fundy, que registra –sin que te des cuenta– las mareas más altas de la Tierra, conecta la costa con el Atlántico. Allí, viendo el vaivén del agua que rellena cada recoveco de la bahía, el verano adquiere un matiz de extrañeza.
Por momentos, esa idea del verano en forma de meses de calor, piscina y largas siestas se desvanece. En el camino hacia la adultez, separarse de la idea del verano se parece a un desengaño amoroso que llega demasiado pronto. Uno toma consciencia de que su forma de vivir no es más que una colección de momentos que se repiten una y otra vez. Ya sea en busca de un hueco para la sombrilla en la playa, ya sea en busca de unos pocos rayos de sol con los que escapar del frío, seguimos los mismos pasos en busca de un paisaje diferente al de ayer. Y, entonces, vuelve a llover.
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La siguiente entrega de In the middle of nowhere se publicará el 7 de agosto.
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Autor >
Manuel Gare
Escribano veinteañero.
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