El fútbol femenino galo amenaza con destronar al alemán
La liga francesa se convierte en la competición mejor pagada del mundo
María Cappa 21/08/2019
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Alemania y Francia han sido las protagonistas del fútbol femenino casi desde sus inicios. Ambos países registran partidos desde antes de la II Guerra Mundial e iniciaron su competición nacional en 1974. En cuanto a sus selecciones absolutas, la alemana ha ganado dos mundiales, un oro olímpico y ocho títulos europeos, mientras que la gala no ha pasado del cuarto puesto en ninguna de las competiciones internacionales en las que ha participado.
La historia es algo diferente en categorías inferiores. La sub-19 alemana, con tres mundiales, sigue por delante de Francia, cuya mejor clasificación fue un segundo puesto en 2016. En la Eurocopa el dominio germano empieza, sin embargo, a tambalearse. Alemania ha obtenido cinco títulos europeos –el último, en 2011–, pero este año Francia ha ganado su quinta final, precisamente, frente a las germanas. Un empate que confirma tanto la paulatina escalada gala como el progresivo declive germano en la última década.
Publicité, égalité, efficacité
“No sabría decir por qué empecé a jugar al fútbol. Me pasaba el día en la calle con mis amigos y me gustaba, eso es todo”. Carla Polito no había cumplido aún los seis años cuando ingresó en el U.S. St Maurice de Loos-En-Gohelle (Pas de Calais), el pueblo donde nació. En ese club, donde permaneció diez años, jugaba sin más aspiraciones que divertirse. Hoy, con 19 años, es la capitana de la selección ganadora de la Eurocopa sub-19 y desde la temporada pasada juega en primera división con el Lille OSC. Como la francesa es la competición femenina mejor pagada del mundo, podría pensarse que Polito tiene prácticamente asegurado su futuro profesional, pero los datos son engañosos.
El salario de las futbolistas ronda los 40.000 euros al año, pero un informe elaborado por Sporting Intelligence en 2017 señala que esa cifra es una media obtenida gracias al Olympique de Lyon y al PSG. Entre los dos clubes suman el 60% de la inversión económica de la primera división femenina y sus salarios, que ascienden a 162.000 y 127.000 euros anuales respectivamente, distorsionan una realidad en la que la mayoría de las futbolistas apenas llega a los mil euros brutos mensuales. A pesar de ello, el entrenador de la selección sub-19 femenina, Gilles Eyquem, defiende que hay que ser optimistas: “Gracias al último mundial, vamos a tener más patrocinadores y clubes como el Bordeaux o el Montpellier han empezado a invertir más dinero en el fútbol femenino. El salario de las futbolistas va a crecer significativamente y pronto todas podrán vivir de ello”.
La inestabilidad de los clubes contrasta con la realidad de los equipos nacionales. Polito, que ha formado parte de la selección francesa desde la categoría sub-16, dice estar “orgullosa del avance que supuso fichar por el Lille” y que se lo debe “al trabajo en la academia”. Se refiere a una de las doce escuelas creadas a partir de 1988 y repartidas por todo el país para jóvenes promesas con el objetivo de que puedan compaginar su desarrollo deportivo, estudios e integración profesional. Gracias a un acuerdo alcanzado con el Ministerio de Educación, el horario escolar y de exámenes se establece según los entrenamientos y las fechas de competición. Para fomentar la práctica del fútbol tanto femenino como masculino, el Estado ha promovido en muchos de los barrios más pobres del país la formación de clubes financiados con fondos públicos, que es a donde acuden los ojeadores de estas academias para reclutar a sus futuros estudiantes. Esta promoción estatal ha contribuido a que sea entre los y las adolescentes donde más ha crecido la afición al fútbol.
Otra de las claves del cambio fue el Mundial de 2011, celebrado en Alemania. A pesar de caer en semifinales ante Estados Unidos, el buen desempeño de las francesas, sumado a la atención mediática generada, dieron el impulso definitivo al fútbol femenino. Desde entonces, los partidos del equipo nacional tienen entre 12.000 y 15.000 espectadores y los encuentros ligueros, unos 2.500 o 3.000 cada jornada. Además, cinco millones de telespectadores siguieron el anuncio de quiénes serían las seleccionadas para el reciente Mundial de Francia. La noticia fue también portada del histórico periódico deportivo L’Equipe. La cadena estatal TF1 aumentó dos veces en una semana el precio de los anuncios para los partidos de Francia y ganó nueve millones de euros netos cuando la selección llegó a dieciseisavos de final. Una tendencia que, para Eqyuem, no ha hecho más que empezar: “Desde que Alemania, que es pionera, empezó a trabajar en el fútbol femenino ha florecido en países como España, Inglaterra, Países Bajos y por supuesto en Francia, donde todavía hay un enorme margen de crecimiento”.
Las pioneras pierden fuelle
Ganar la Eurocopa sub-19 no solo podía haber servido para reafirmar el dominio alemán, sino también para que su entrenadora, Maren Meinert, se despidiera de los banquillos de la mejor manera. “Era mi partido 200, que es un buen número para retirarse –cuenta–. No ganamos, pero decir adiós en la final de un europeo no está tan mal”. Un adiós agridulce que no implica que abandone el deporte que la ha acompañado toda su vida. “Mi plan es seguir vinculada al fútbol, pero en un rol más relacionado con la parte organizativa o de gestión. He estado haciéndolo lo mejor que he podido durante 14 años y siento que ha sido suficiente”, afirma convencida.
Como futbolista de la absoluta, Meinert ganó tres Eurocopas, una medalla de bronce en los Juegos Olímpicos del 2000 y el Mundial de 2003. Según explica, el fútbol femenino alemán ha mejorado mucho desde que ella jugaba. “Ahora se entrena cinco o seis veces por semana mientras que en mi época lo hacíamos dos o tres. Éramos menos porque, como no había suficientes equipos, jugábamos en la calle por diversión, pero ahora hay un sistema de clubes y desde muy joven puedes formar parte de un equipo organizado. Respecto al juego, ahora hay que ser más fuerte y se ha mejorado mucho en la velocidad –detalla–. Hace años, para estar en la selección, tenías que ser muy buena técnicamente; hoy, además, tienes que ser buena atleta”.
El mismo 2011 que supuso un punto de inflexión positivo para el fútbol femenino francés fue el comienzo de la lenta caída que experimenta el alemán. Ni los medios ni los aficionados parecen haberles perdonado que perdieran un mundial en el que ellas eran las locales y menos después de haber ganado los dos anteriores. A pesar de ello, Meinert insiste en que “la federación ha mantenido y mejorado su inversión y su atención. Se ocupa de los equipos nacionales femeninos igual que de los masculinos; los ayuda a desarrollarse y les proporciona todas las infraestructuras y el equipo humano que necesitan”.
La capitana de la selección germana sub-19, Sophia Kleinherne, explica que, aunque comenzó a jugar al fútbol a los 11 años, “hasta los 14 no pude hacerlo en equipos exclusivamente de mujeres, en las categorías juveniles de la Bundesliga”. Si bien su objetivo es vivir del fútbol, “no quiero dejar de estudiar una carrera universitaria porque nunca sabes lo que puede pasar, pero mi foco principal está puesto en mi carrera como futbolista profesional”. ¿Es posible hacerlo en Alemania? “Sí –responde sin dudarlo–, pero no todas lo hacen porque hay mucha diferencia de salario entre los equipos pequeños y los grandes”. A pesar de esta afirmación, la realidad es que, en términos salariales, la alemana es la competición más equilibrada de Europa. Según Sporting Intelligence, los equipos más poderosos económicamente de la competición, el Wolfsburgo y el Bayern, pagan 100.000 y 85.000 euros anuales respectivamente. Los salarios de los equipos que les siguen en títulos y medios, como el Frankfurt –donde desde hace dos años milita Kleinherne–, ascienden a 50.000 euros y los de mitad de tabla hacia abajo se mueven entre los 1.200 y los 3.000 euros al mes.
La parte negativa es que el presupuesto de los equipos femeninos ronda los dos millones de euros, mientras que en otros países europeos esta cifra se está incrementando considerablemente (el Chelsea invierte siete y el Barcelona, ocho), lo que le resta atractivo a la competición. La falta de atención mediática y la ausencia de referentes para las niñas –bien porque se han retirado, bien porque se van a jugar a otros países– se ha traducido en un paulatino desinterés de la afición. En los últimos cinco años, los encuentros de la selección han perdido el 50% de los espectadores y los partidos de liga no han logrado superar las 1.000 personas.
A medio plazo, el objetivo de Kleinherne es ser convocada para la absoluta. “Claro que ganar la Eurocopa habría sido muy importante para lograrlo, pero mientras siga jugando a un buen nivel siempre voy a tener posibilidades”, dice confiada la que fue nombrada mejor jugadora de su equipo en el Europeo. “También tengo otros objetivos deportivos –prosigue–. Quiero ganar títulos con el Frankfurt y, por supuesto, un mundial con mi selección. Y también me gustaría que este nuevo empujón que el Mundial de Francia le ha dado al fútbol femenino se consolide no solo en mi país, sino a nivel internacional”.
Alemania y Francia han sido las protagonistas del fútbol femenino casi desde sus inicios. Ambos países registran partidos desde antes de la II Guerra Mundial e iniciaron su competición nacional en 1974. En cuanto a sus selecciones absolutas, la alemana ha ganado dos mundiales, un oro olímpico y ocho títulos...
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