Imperios combatientes
El ‘Stay Behind’, la guerrilla europea de la OTAN
Dos fiscales, un sueco y un luxemburgués, desempolvan viejos asuntos del terrorismo atlantista
Rafael Poch 4/09/2019
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Robert Harkavy y Patrik Baab, autores de un interesante libro sobre tres acciones de varios servicios secretos , creen que el asesinato del primer ministro sueco, Olof Palme, sucedido hace 33 años, podría aclararse. En una entrevista con NachDenkSeiten, Baab explica que por primera vez el fiscal general de Suecia, un veterano cercano a la jubilación de nombre Krister Petersson, está decidido a investigar en serio el asunto.
Palme fue asesinado la noche del 28 de febrero de 1986 a la salida del cine en Estocolmo. Un hombre se situó detrás de Palme y su mujer, disparó un único tiro letal al primer ministro y desapareció tranquilamente. La hipótesis oficial del asesino solitario queda relativizada por cierto movimiento de personas con walkie talkies en los alrededores, así como por el hecho de que la decisión de los Palme de ir al cine fue casi improvisada y solo podía ser conocida por quienes hubieran pinchado su teléfono. Según Baab, el fiscal general Petersson cree en algo más realista: en la acción de un profesional con formación militar y con implicación de los servicios secretos locales. ¿En Suecia?
Se suele tener una idea de Suecia algo desdibujada. Al lado de figuras como Palme y de su tradición de socialdemocracia incisiva, el país presenta los mismos aspectos oscuros que cualquier otro país europeo. No era miembro de la OTAN, pero disponía de su propio contingente de la red Stay Behind. Parece que Petersson ha investigado en las tres direcciones, más complementarias que excluyentes, que rodean a este caso. Primero, el asunto Irán-Contra mediante el que Ronald Reagan toreaba al Congreso entregando considerables cantidades de armas a Irán a través de países terceros, entre ellos Suecia. Palme se opuso a ese asunto. Segundo, el 28 de febrero de 1986 faltaban tres semanas para una visita de Palme a Moscú en la que iba a negociar con Mijail Gorbachov una zona desnuclearizada en Europa central y una Escandinavia neutral. El exlíder soviético siempre ha considerado que “no hay duda de que fue un asesinato político, porque amenazaba intereses muy poderosos partidarios de mantener el estado de cosas”. La neutralidad escandinava era considerada un peligro por la estrategia de la OTAN. Y tercero, Palme era un acérrimo adversario del régimen racista sudafricano, su país era el primer donante del Congreso Nacional Africano (ANC) de Nelson Mandela. Los documentos del régimen dejan bien claro que era considerado un enemigo. Los tres aspectos, juntos o por separado, hacen plausible un atentado atlantista. Y parece que el fiscal Peterssen investiga las tres líneas. Es su último trabajo y parece dispuesto a ir hasta el final, dice Baab, coautor del mencionado libro.
Mientras tanto, en Luxemburgo…
Y otra noticia en el mismo frente del terrorismo noratlántico (no esperen referencias en la prensa convencional que nunca ha mencionado este sensacional asunto): la fiscalía de Luxemburgo ha anunciado este verano que presenta cargos contra nueve personas, seis policías y tres investigadores en el asunto conocido como Bommeleeër.
Entre el 23 de enero de 1984 y el 25 de marzo de 1986, en Luxemburgo se cometieron 20 atentados con bomba sin víctimas y siete robos de explosivos y material electrónico para detonarlos. Algo nunca visto en este pequeño país, paraíso fiscal y oasis europeo en paz social y no violencia política. Bombas sin motivo aparente ni reivindicación; contra postes de telecomunicaciones, el radar del aeropuerto, la piscina olímpica de Kirchberg el barrio de las instituciones europeas, con motivo de una cumbre europea, en los despachos de jueces y sedes policiales, en una planta de gas, contra el palacio de justicia… Atentados profesionalmente realizados, desvergonzados por su audacia. Aquella inusitada ola duró dos años y tres meses. Y dio lugar a un proceso sin precedentes, el proceso del siglo, el proceso Bommeleeër, literalmente “colocador de bombas”. Los cargos contra nueve sospechosos son una señal –no una certeza– de que este proceso, aparcado desde hace cuatro años, podría retomarse. El nexo con Peterssen es que también aquí se adivina la sombra de la OTAN y su Stay Behind.
Los GAL de la OTAN
En los años ochenta el plan militar soviético en Europa en caso de tercera guerra mundial era claro y conocido: plantar en 36 horas sus divisiones blindadas en Pas de Calais, la región francesa a orillas del estrecho que separa el canal de la Mancha del mar del Norte. En 1990, en una rara visita periodística a la división acorazada Taman, estacionada en la aldea de Kalininets, en los alrededores de Moscú, hasta su comandante, el general Valeri Marchenkov, no ocultaba aquel guión de Blitzkrieg escrito en la posguerra: arrollador avance hacia el oeste de las divisiones blindadas estacionadas en Alemania del Este, Polonia y Europa central y ocupación del grueso de la Europa occidental. (Al escuchar la chulería de aquel general yo pensaba en otro escenario: llega la orden de Moscú de atacar, en las bases de Polonia los tanquistas se suben en sus blindados, pero los tanques no se ponen en marcha porque están secos: esa semana los oficiales han vendido la gasolina en el mercado negro a los comerciantes polacos…)
La OTAN, cuyos efectivos convencionales eran en Europa numéricamente inferiores a los del Pacto de Varsovia, también asumía aquel escenario inicial del adversario. Desde los años setenta preveía una respuesta nuclear táctica fundamentalmente en Alemania, la Air-Land Battle, pero desde mucho antes desarrolló otro recurso, el llamado “Stay Behind”: una red secreta de guerrilla organizada para el sabotaje –con sus células, cuadros y depósitos de armas– y presta a ser activada en una Europa occidental ocupada por los soviéticos en cuanto se declarase la guerra.
La historia del Stay Behind, una estructura clandestina dentro de la OTAN, ha sido reconocida hasta por el gobierno alemán, que dice haber disuelto la suya, compuesta por un centenar de hombres, al concluir la guerra fría en 1991. En los años sesenta, setenta y ochenta aquella red fue utilizada políticamente, surtiéndose de elementos de la extrema derecha europea pilotados por los servicios secretos americanos con la colaboración de sus homólogos europeos. En el marco de la llamada “estrategia de la tensión”, sus propósitos eran diversos: crear o infiltrar grupos armados de extrema izquierda diseñados para desacreditar movimientos sociales, realización de atentados para desestabilizar gobiernos y propiciar reacciones, presiones preventivas, ante cambios considerados amenazantes…
Fue en Italia donde se llegó más lejos en el conocimiento de la red local del Stay Behind, conocida como Gladio. Reconocida por el primer ministro Giulio Andreotti en agosto de 1990, la investigación del Senado italiano sobre la red concluyó en junio de 2000 que “aquellas masacres, bombas y acciones militares (491 muertos y 1181 heridos en 18 años) fueron organizadas, o promovidas, o apoyadas, por hombres que se hallaban en el seno de las instituciones del Estado italiano y, como se ha descubierto más recientemente, por hombres vinculados a las estructuras de la inteligencia de Estados Unidos”.
En Bélgica se relaciona al Stay Behind con la insólita e inexplicada ola de atentados registrada en el país entre 1983 y 1985 conocida como las masacres de Brabante (28 muertos y 40 heridos). Los atentados fueron parcialmente atribuidos a un grupo fantasma, las Células Comunistas Combatientes (CCC), compuesto por activistas de extrema derecha. Sus armas y explosivos procedían de un robo efectuado en una acción clandestina de entrenamiento de las fuerzas especiales norteamericanas en la localidad belga de Vielsalm, el 13 de mayo de 1984, en la que un gendarme belga resultó gravemente herido. El proceso por estos hechos lleva años empantanado en Bélgica.
Un activista de extrema derecha y exmercenario belga en Katanga (ex Congo belga), llamado Dislaire, confesó haber sido contratado por los americanos para transportar al comando en la acción de Vielsalm. Dislaire afirmó también que colaboró en la comisión de atentados en Luxemburgo. Ese es un cabo, entre otros, que vincula la trama del Stay Behind con la serie de Luxemburgo.
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Rafael Poch
Rafael Poch-de-Feliu (Barcelona) fue corresponsal de La Vanguardia en Moscú, Pekín y Berlín. Autor de varios libros; sobre el fin de la URSS, sobre la Rusia de Putin, sobre China, y un ensayo colectivo sobre la Alemania de la eurocrisis.
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