NOTAS DE LECTURA (II)
Adoración, honestidad brutal, susto
Tres apuntes sobre los narradores judeoamericanos, Poe y el prestigio que en España tiene la sinceridad
Gonzalo Torné 18/09/2019
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Adorar y competir. Con frecuencia se acusa a los narradores judeoamericanos de mostrarse despiadados con las mujeres o, para ser más preciso, con los personajes femeninos que aparecen en sus novelas. Pienso en Bellow y en Roth, aunque la lista debería incluir a Ozick, que es escritora, pero con frecuencia aventaja en el campo de la representación “negativa” de lo femenino a sus predecesores. Detengámonos en Herzog. Las mujeres del libro se muestran como vampiras psíquicas, depredadoras del patrimonio y veleidosas sentimentales. Comparemos esta “visión” de lo femenino (aunque la novela también contiene la presencia luminosa de Ramona, el único personaje que no se dedica a tensar los nervios del resto, y a desgastar los suyos en el proceso) con la de otro novelista, Gesualdo Bufalino, de quién la crítica llegó a decir que era un “adorador y un defensor de la mujer”. Lo que encuentro en Argos el ciego (su cúspide en materia de adoración) es una mirada masculina proyectada sobre unas chicas recluidas en la inacción, privadas de margen de maniobra, sin otro horizonte vital que esperar las decisiones que los varones acuerden sobre su futuro. El narrador de Bufalino adora a las mujeres, de acuerdo, pero el amplio muestrario de –animales, flores, joyas, muebles, golosinas, adminículos decorativos...– con el que aborda la carnosidad –y algunas hebras de carácter– de María Venera no contempla ninguna de las funciones superiores del intelecto y la voluntad humana. Desagradables como son (a ojos de un Herzog que habla desde un indisimulado estado de excitación y resquemor), las mujeres de Bellow son activas, decididas, compiten con los varones. Que con frecuencia su comportamiento sea tramposo, esquinado o cruel se debe probablemente a que prosperan en el escenario de la depredación humana conocido como ciudad contemporánea.
Honestidad brutal. A veces parece como si cada comunidad literaria disfrutase o padeciera de un “tropo de prestigio”. En Francia la asquerosidad (física y ética), en Inglaterra el egoísmo (y la crueldad entre clases), en España la honestidad brutal... Estos tropos no solo dominan cuantitativamente la literatura de sus respectivas áreas, sino que actúan como acondicionadores del juicio, que al reconocer ante su presencia la literatura “tal y como es” se relaja y tiende a mostrarse más benevolente. El prestigio deriva aquí de la frecuencia, de la costumbre, del roce acrítico. De manera que quien en España arranca una novela prometiendo que va a ser muy sincero y decir verdades como puños (aunque luego descubra la sopa de ajo, aderezada de cursilería) bota su barca en aguas plácidas y con el viento a su favor.
Estragos del tiempo. El tiempo, que se complace en modificar los libros sin alterar una sola coma, parece divertirse ensañándose con las narraciones de Edgar Allan Poe. No arriesgo demasiado al señalar que el propósito supremo de Poe como escritor fue asustarnos: escenas de encierro y claustrofobia, perros que enloquecen y atacan a sus amos, bondage salvaje con ataduras que detienen la circulación de la sangre, pájaros devorando ojos humanos, osos gigantescos, hambre y sed extrema, y “el horror exquisito” del canibalismo. Todo sin salir de del Gordon Pym. Si Poe falla en su propósito y apenas suscita en el lector una leve repugnancia con todo este desfile de gore insustancial es porque ya hemos visto estas escenas centenares de veces en las pantallas (¡y con sustos musicales!). Los sustos de Poe sufren de un desgaste retrospectivo. El tiempo tampoco ha sido amable con sus esfuerzos por trufar el libro de términos marineros, es de suponer que confiaba en un lector al corriente de la anatomía del barco, un lector que apenas existe. Melville y Conrad también se enfrentan a este problema pero lo subsanan al atribuirle ciertas cualidades “morales” a las distintas partes del mapa, asociándolos a personajes reconocibles o a actividades recurrentes (la conversación, la conspiración, el miedo). Menos hábil, Poe se limita a ofrecernos un sistema de referencias del que hemos perdido el código, un juego de coordenadas borrosas, por el que avanzamos con fastidio y a tientas.
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Gonzalo Torné
Es escritor. Ha publicado las novelas "Hilos de sangre" (2010); "Divorcio en el aire" (2013); "Años felices" (2017) y "El corazón de la fiesta" (2020).
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