Laura Freixas / ESCRITORA
‘‘El amor es un soborno y un chantaje’’
Nerea Balinot 2/10/2019
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A Laura Freixas no le iba a pasar. Ella, feminista, con estudios universitarios y una prometedora carrera profesional, no acabaría convertida en ama de casa y ‘‘maruja de lujo’’, como su madre. No renunciaría a su trabajo por la familia: iba a ser escritora. No se descubriría, al cabo de los años, dependiendo económicamente de su marido. Sintiéndose ‘‘realquilada’’ en su propia vida. Encerrada en un chalé adosado con un único papel que cumplir: el de madre y esposa.
Pero le pasó. ‘‘Por razones mucho más sutiles y complejas de lo que pensamos’’, añade. De la necesidad de entenderlas surgió A mí no me iba a pasar (Ediciones B), una novela autobiográfica donde reflexiona sobre su propia vida con perspectiva de género. En ella revela las infinitas trampas del patriarcado para desmontar el mito neoliberal de la libre elección. ‘‘¿Por qué las mujeres hacemos tantas cosas que objetivamente resultan incomprensibles?’’, cuestiona. En su caso, dejar un trabajo con un buen sueldo y seguridad social o aceptar tener más hijos solo para hacer feliz a su marido. A esta y otras preguntas –¿cómo nos condiciona el amor? ¿es posible conciliar maternidad y trabajo? – responde en un libro que es, al mismo tiempo, denuncia y advertencia. Un testimonio de anhelos, renuncias y contradicciones que muestra lo hondo que atraviesa el patriarcado nuestras vidas.
¿Cómo nos seduce el patriarcado para que aceptemos sus normas?
Con la comodidad, la protección –del marido y de los padres–, el miedo a enfrentarte con las personas a las que quieres, la culpa respecto de tus hijos… Nos seduce con la tranquilidad que da hacer lo que se espera de ti. Con la aprobación y el aplauso. Existe todo un discurso social. Y el agravante es que quien lo expresa son las personas a las que queremos. No plegarse es un enfrentamiento constante. Emocionalmente, es muy duro.
Y ahí, ¿qué papel tiene el amor?
El amor es un soborno y un chantaje. Al menos, el amor concebido como aceptación de los roles de género. Yo caí de cuatro patas. Mi ideal de hombre era totalmente machista: luchador, fuerte, competitivo, protector… En el fondo, yo quería ser su mujercita adorada. Tampoco tenía otro modelo. Vivimos en una cultura que nos da a elegir entre la joven adorable y sumisa que es ensalzada –desde La Bella Durmiente y La Cenicienta hasta 50 sombras de Grey– o la mujer poderosa que es mala y odiosa, como Cruella De Vil. Para el patriarcado, una mujer con poder siempre es una desgraciada. Naturalmente, no queremos ser ella.
¿Qué otros factores influyen en la igualdad (o desigualdad) de pareja?
Es una mezcla de temas sentimentales –como este imaginario del amor romántico– y aspectos absolutamente materiales, como el hecho de que los hombres ganen más dinero. Tiene una lógica económica evidente que, si uno de los dos tiene que renunciar a su trabajo para cuidar, sea la mujer. Así, el hombre va ganando cada vez más. Es un círculo vicioso. En cambio, si se tiene un nivel de ingresos similar y no hay hijos ni propiedades en común, la igualdad es mucho más fácil.
En este libro, analizas la dificultad de conciliar tus identidades como escritora y madre. ¿En qué se reflejan esas contradicciones?
El discurso dominante, liberal y meritocrático afirma: ‘‘tú puedes, persigue tus sueños’’. Y, a la vez, la sociedad nos pide lo contrario: que demos prioridad a los afectos y los vínculos por encima de nuestro proyecto personal. Hay una contradicción social entre lo que se espera de nosotras como miembros de una sociedad capitalista y como mujeres dentro del patriarcado. Es una hipocresía inconsciente. Al final, lo que se recompensa es que dejes de trabajar y te ocupes de los niños.
Al principio intentas seguir el discurso liberal. Querías ser un yeti. ¿Qué implica esto?
Un yeti es una persona fría, competitiva, ambiciosa y racional. Es el ideal que la sociedad capitalista nos ofrece, en teoría, a hombres y mujeres. Pero luego te das cuenta de que no es verdad. El yeti hombre se sostiene porque tiene una mujercita, madre amantísima y esposa adorada que está ahí para, cuando él vuelve de la batalla, prepararle un caldito. Si la mujer es el yeti, no tiene a nadie.
Vivimos en una sociedad en la que el ejercicio de la maternidad es obligatorio y el ejercicio de la paternidad es optativo
Primero entiendes que, aunque quisieras, no puedes. El modelo se presenta como neutro y universal, pero realmente es masculino, desde un punto de vista histórico y social. Después, descubres que ni siquiera te gusta. En este libro intento reivindicar los valores tradicionalmente atribuidos a la feminidad, como el cuidado. Yo los despreciaba y me he dado cuenta de que son estupendos. El problema es que te llevan a la marginalidad, al desprecio social, a la impotencia económica y a todo lo que se desprende de ahí: si no tienes ingresos propios, estás vendida. No puedes decidir.
¿En qué momento descubres las consecuencias de tu dependencia económica?
Hay dos frases fundamentales en el libro: ‘‘No será con lo que tú ganas’’ y ‘‘prefiero pagar’’. La primera me la dice mi marido cuando estamos discutiendo sobre a qué colegio irá nuestra hija. Yo digo que no me gusta y que, además, es muy caro, que cómo lo vamos a pagar. Él me responde: ‘‘No será con lo que tú ganas’’. Ahí te das cuenta de que eres un cero a la izquierda. La otra es de mi amante, refiriéndose a la prostitución. Queda claro que quien paga manda.
Afirmas que prefieres ser padre a ser madre, ¿por qué?
Descubrí que para una mujer tener hijos implica inmediatamente hacerse cargo, casi al 100%, del cuidado, la responsabilidad y el trabajo doméstico. Hay un automatismo social: tú has gestado y parido, por lo tanto, tú tienes que cambiar los pañales, dar el biberón, preparar los potitos, ocuparte de las citas con el pediatra y organizar las fiestas infantiles. Yo quería tener hijos, pero no quería eso. Prefería ser como mi padre o mi marido, que llegaban a casa con los niños bañados y cenados. Cuando los veían los domingos estaban encantados, eran muy buenos padres.
Vivimos en una sociedad en la que el ejercicio de la maternidad para las madres es absolutamente obligatorio y el ejercicio de la paternidad para los padres es optativo. Si lo hacen, se lo van a celebrar, aplaudir y premiar; si no lo hacen, no pasa nada.
En el libro muestras cómo te rebelas contra tu madre. ¿Era una forma de rechazar el rol femenino y la opresión que conlleva?
Claro, yo me rebelo contra ella porque no quiero ser una mujer a la sombra de su marido, sin verdadera libertad… No quiero eso, lo desprecio y me da mucha rabia que sea mi modelo. Pero, al mismo tiempo, me doy cuenta de que no puedo seguir –y tampoco me gusta– el modelo yeti, el modelo de mi padre. Todavía no hemos imaginado, como sociedad, una alternativa a esta división de roles. Hay que inventarlos.
¿Cómo te sientes cuando tomas conciencia de en qué se ha convertido tu vida?
Angustiada, por el precio tan alto que tenía que pagar para romper con ello. Y muy estafada. No sabes por quién: por la sociedad, por el matrimonio, por ti misma… Sobre todo, por haberme creído el cuento de hadas del amor y por no haber defendido mis derechos. Yo ni si quiera sabía en qué régimen estábamos casados. Era como una especie de ignorancia voluntaria como prueba de amor. ¡Por favor! ¿Cómo me creí yo todo eso? Si, además, es como feudal: sumisión a cambio de protección.
¿Por qué eliges una autobiografía para contarlo?
Me parece el género más profundo y auténtico. Con la autobiografía se pueden decir cosas que no tienen el mismo efecto de ninguna otra manera. Necesitamos biografías para entender porque las leyes y las políticas no llegan ahí. Tiene que contarlo alguien que lo haya vivido. El patriarcado no se resuelve con una constitución, ni con la mejor batería de leyes, que son muy importantes.
Yo me he especializado en examinar el papel de la cultura en la perpetuación del patriarcado. No me daba cuenta, pero en mi relación estaba reproduciendo La Bella Durmiente, Madame Bovary, la Regenta, La leyenda de San Jorge y James Bond. Lo recibes a un nivel tan inconsciente… Necesitamos más modelos de mujeres ambiciosas, trabajadoras y seguras de sí mismas.
¿Qué significó el feminismo en tu historia?
Ha sido la salvación de mi vida. Me ha hecho entender lo que me pasaba para poder cambiarlo. Como dice Susan Faludi en Reacción: las mujeres vivimos como un problema psicológico individual lo que son problemas sociales y colectivos. El feminismo permite ver que lo mío es lo de todas.
¿Esta obra es una advertencia para otras mujeres?
Sí, y también para los hombres. Es una crítica a la masculinidad como sequedad emocional, incapacidad de empatía, dependencia –no reconocida, pero verdadera– de una mujer… Espero que haya hombres que no quieran reproducir esta división de roles porque creo que también les perjudica. Quienes tienen esa masculinidad desaprovechan la vida.
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Nerea Balinot
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