Primero como tragedia, después como fascismo
La advertencia del ecologista Garrett Hardin sobre los peligros de la superpoblación alimenta el discurso de la derecha nativista
Alex Amend (THE BAFFLER) 30/10/2019
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Esta pasada primavera, la revista trimestral de la extrema derecha nativista, The Social Contract, dedicó un número al legado del difunto Garrett Hardin, el polémico ecologista y escritor conocido por su ensayo La tragedia de los [bienes] comunes, que Science publicó en 1968. Junto a reimpresiones de una antigua entrevista con Hardin y nuevas valoraciones de personalidades como el exgobernador de Colorado, Richard D. Lamm, figuraba el contenido habitual de la revista, con artículos titulados “La loca violencia de los extranjeros ilegales” y “’Periodista’ de Fronteras Abiertas ataca a Warren Buffett”.
The Social Contract ha ocupado un lugar marginal dentro del movimiento conservador a lo largo de toda su historia. La revista, que edita un racista que también es miembro de un grupo segregacionista sin porvenir alguno, arremete desde hace tiempo contra los “invasores”, la delincuencia de los inmigrantes y el multiculturalismo. Aunque publican a intelectuales influyentes con inclinaciones paleoconservadoras, también han publicado burdas invectivas en un tono amenazante advirtiendo del eclipse de la civilización occidental a manos de una creciente ola de color. Por eso resulta significativo lo rápido que algunas de las ideas que se articulan en The Social Contract, o que han sido desarrolladas en políticas y reciben el apoyo de grupos antiinmigración de su órbita cercana, se escuchen ahora en las más altas esferas del Gobierno de EE.UU. al amparo del Ejecutivo de Trump. Sin embargo, en este increíble logro de la derecha nativista está ausente uno de los frentes de la lucha antiinmigración que encarnaba Hardin: la conservación del medio ambiente.
El negacionismo climático sigue estando profundamente arraigado entre la derecha estadounidense, aunque los glaciares estén empezando a retroceder
Durante décadas, Hardin fue un titán del movimiento nativista y un cercano colaborador de John Tanton, un ferviente conservacionista y fundador de una red de instituciones antiinmigrantes radicales, entre las cuales está The Social Contract, que reimprimió La tragedia de los comunes en su número inaugural. Fue en una carta a Hardin que Tanton escribió, de forma un tanto infame: “He llegado a la conclusión de que para que perdure la sociedad y la cultura europeo-estadounidenses es necesaria una mayoría europeo-estadounidense y una que sea clara en ese sentido”. Tanton y el editor de The Social Contract fueron los fundadores de The Garrett Hardin Society, un archivo online de los escritos y entrevistas de Hardin. Lo que Hardin aportó al movimiento nativista fue su pedigrí de ecologista famoso, que utilizó para promover una lógica neomaltusiana que defendía posturas antiinmigratorias. El fantasma del crecimiento demográfico sin control en los países desarrollados, que fomentan los ingenuos programas alimentarios de la ONU, estaba conduciendo al planeta a la ruina, sostenía Hardin. Y permitir que los inmigrantes pobres entraran en los países ricos creaba las condiciones para que aumentara aún más el crecimiento demográfico e hiciera que se sobrepasara la “capacidad de carga” de los países. Este argumento “verde” contra la inmigración fue tremendamente seductor entre el movimiento medioambiental dominante de la década de 1970, la era de “La explosión demográfica”, y solo se prescindió de él a finales de las décadas de 1990 y 2000, para gran amargura de los nativistas que pensaban que tenían una causa común.
La reciente celebración de Hardin en The Social Contract llega en un momento sombrío. El 15 de marzo, un supremacista blanco de Christchurch, Nueva Zelanda, asesinó a 51 fieles en una mezquita. En un extenso manifiesto, el asesino se identificaba como “ecofascista” y su objetivo era “demostrarle a los invasores que nuestras tierras nunca serán sus tierras”. Menos de seis meses después, otro hombre que aunaba en su manifiesto rencores contra la degradación medioambiental y la población inmigrante entró con una escopeta en un supermercado Walmart en El Paso, Texas, y mató a 22 personas, muchas de las cuales eran latinas. “Los invasores”, escribió el asesino, “tienen la tasa de natalidad más alta de todas las etnias de Estados Unidos”.
El negacionismo climático sigue estando profundamente arraigado entre la derecha estadounidense, aunque los glaciares estén empezando a retroceder. Algunas encuestas recientes muestran una creciente inquietud por la crisis climática en todo el espectro político, principalmente entre los jóvenes. A medida que empeora la crisis, muy probablemente el negacionismo se extinga y se abra la posibilidad de que se creen nuevas configuraciones políticas como respuesta a la pregunta de qué se puede hacer al respecto. Esto ya está sucediendo en muchos países europeos, donde los jóvenes activistas de los partidos de extrema derecha (los que tendrán que vivir con los efectos cada vez más graves del cambio climático) están haciendo campaña para frenar el monopolio de los partidos verdes sobre el asunto con la estrategia de vincularlo a sus llamamientos contra la inmigración.
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Cincuenta años después de que se escribiera, La tragedia de Hardin (la parábola de un prado compartido que se ve inexorablemente desbordado por el interés personal de cada uno de los pastores) sigue siendo citado, enseñado e incluido en antologías. Según el Open Syllabus Project, fue uno de los ensayos más utilizados en los planes de estudios universitarios en los últimos diez años. También se puede encontrar en YouTube, donde TED-Ed y Khan Academy cuentan con vídeos animados de corta duración sobre el tema para el estudiante curioso. La primera vez que me topé con el artículo fue durante mi último año de instituto en una institución pública alternativa que se centraba en ciencias medioambientales. Hardin, junto con los escritos de Paul Ehrlich, se utilizaron durante una unidad de invierno que estaba dedicada a comprender los efectos de la población humana en el medio ambiente. Hasta hoy, sigo sintiendo el impulso moral de no tener más de dos hijos; y cuando reflexiono sobre cómo llegué a esa conclusión, se entremezcla con recuerdos de la puerta del instituto y su cafetería.
Sin lugar a dudas, estudiar el impacto que tiene la población humana en el medio ambiente no es intrínsecamente racista, pero sigue siendo importante responder por qué uno de los artículos más difundidos sobre el tema proviene de un pensador tan comprometido con el racismo. Además, el estatus del ensayo como sabiduría popular sugiere que la lógica medioambiental que caracteriza la obra de Hardin podría hacerse de nuevo un lugar en la política dominante con facilidad.
Hardin abrazó creencias eugenistas desde el principio, mucho antes de que La tragedia de los comunes alcanzara su glorificado estatus. A comienzos de su carrera profesional, cuatro años después del final de la II Guerra Mundial, publicó un libro de texto universitario: Biology: Its Human Implications [La biología: sus consecuencias humanas]. En su mayor parte, se ocupaba de los fundamentos de la biología, pero en el capítulo final, titulado “El hombre: evolución en el futuro”, Hardin proporcionaba a los universitarios una completa argumentación sobre la eugenesia positiva y negativa, y argumentaba a favor de ambas para prevenir un futuro disgénico:
“En todos los casos, los estudios indican que si continúan nuestras actuales organizaciones sociales, se seguirá observando una tendencia descendente, lenta pero continua, de la inteligencia media… Se ha observado una oposición a la esterilización de los deficientes mentales por diferentes motivos. Uno de los motivos principales ha sido la sensación de que interfiere de algún modo con los “derechos” del individuo. A la hora de discutir sobre este punto, hay que hacer hincapié en primer lugar en que la esterilización altera a un individuo en un único aspecto: impide que tenga hijos”.
Este compromiso ideológico iba a durar toda una vida. Décadas después, el libro que publicó Hardin en 1993, Living Within Limits [Vivir dentro de unos límites], agradecía al fundador proeugenesia el Pioneer Fund. Asimismo, Hardin colaboró con la académica racista Virginia Abernethy, quien más tarde se describió como una separatista étnica y fue la candidata a la vicepresidencia de un oscuro partido político nacionalista blanco en 2012. Siete años antes de morir, invitaron a Hardin a una conferencia sobre eugenesia junto con varios destacados científicos racistas más, entre los que estaban J. Philippe Rushton, Arthur Jensen y Richard Lynn, y el grupo fundó una organización llamada la Sociedad para al Avance de la Educación Genética. Según informó otro orgulloso eugenista que asistió al encuentro: “La organización nació muerta porque el recientemente elegido presidente se dio cuenta al poco tiempo de que si se involucraba con la eugenesia, su obra antiinmigración se vería afectada”. Ese presidente era John Tanton.
El principio sostiene que en un entorno de recursos finitos, dos poblaciones diferentes que estén luchando por los mismos recursos no pueden coexistir de manera estable; una triunfará sobre la otra
Sin embargo, más insidioso aún que sus muchos contactos privados con el movimiento eugenésico fue el éxito que tuvo Hardin a la hora de popularizar conceptos biológicos al servicio de los argumentos eugénicos. En 1960 escribió sobre el principio de exclusión competitiva en la revista Science, un ensayo que más tarde se incluyó en su colección Stalking The Wild Taboo [Acechando el tabú salvaje]. El principio sostiene que en un entorno de recursos finitos, dos poblaciones diferentes que estén luchando por los mismos recursos no pueden coexistir de manera estable; una triunfará sobre la otra. Al igual que sucede en los comunes, estas ideas abstractas, pero que parecen de sentido común, se presentan como si fueran leyes inamovibles de la naturaleza. (En ese ensayo, Hardin argumenta que el principio de exclusión competitiva no estaba “sujeto a demostraciones para corroborar o desmentir su validez a través de datos, en el sentido habitual de los mismos”).
Treinta años después, es fácil ver por qué el concepto era tan importante para él. En efecto, Harding daba a entender que el principio de exclusión competitiva aplicado a países como el Reino Unido o Estados Unidos sugería que la inmigración descontrolada podría resultar en un genocidio (supuestamente blanco):
“Si dos culturas compiten por el mismo trozo de terreno (entorno), y una de las poblaciones aumenta más rápido que la otra, entonces año a año la población que se reproduce más rápido superará cada vez más en número a la más lenta. Si, ‘los demás factores mantenidos idénticos’, ser numeroso tiene ventajas; entonces, con el tiempo, la población que se reproduce más despacio será desplazada por la rápida. Esto es un genocidio pasivo. Puede que no se asesine nunca a nadie, pero los genes de un grupo sustituirán a los genes del otro. Eso es genocidio”.
Igualmente revelador es cómo los que comparten las creencias políticas de Hardin han expresado sus ideas. Un escritor de la publicación nacionalista blanca Occidental Observer citó a Hardin el año pasado cuando escribió que “las raíces del principio político del apartheid se encuentran en la biología y la ecología”. “La lógica del apartheid está implícita en el principio de exclusión competitiva”, prosiguió, para defender el régimen del apartheid sudafricano, que constituye uno de los más importantes casos prácticos del pensamiento supremacista blanco moderno sobre el control político blanco.
El ensayo de 1974 de Hardin, Lifeboat Ethics [Ética salvavidas] sigue siendo influyente entre la extrema derecha. En un antología que recopiló Hardin y que tituló Managing the Commons [Gestionando los comunes], una nota a pie de página del ensayo, que se publicó con el título Living on a Lifeboat [Viviendo en un bote salvavidas], se quejaba de que el título original era simplemente Lifeboat Ethics [Ética salvavidas] y que un redactor de Psychology Today había añadido el “incendiario” subtítulo de “El argumento en contra de ayudar a los pobres”. Sin embargo, Hardin se mostró coherente en cuanto a centrarse en la amenaza que representaban los que viven en la miseria y los guardianes del legado de Hardin han subrayado la importancia de esta amenaza. Su metáfora (que el planeta finito es un salvavidas con una capacidad de carga limitada que necesita que se tomen decisiones difíciles sobre los pobres que están en el agua) ha encontrado su expresión directa en la crisis migratoria europea, que ve cómo embarcaciones de refugiados siguen cruzando el Mediterráneo en busca de asilo, y muchos se ahogan en el intento.
Harding daba a entender que el principio de exclusión competitiva aplicado a países como el Reino Unido o Estados Unidos sugería que la inmigración descontrolada podría resultar en un genocidio
En medio de todo esto, un escritor supremacista blanco citó el ensayo en un artículo de VDare, y escribió que “Las recetas de Hardin para evitar la catástrofe maltusiana (que incluían eugenesia, finalizar con las prestaciones sociales y la ayuda exterior, y dejar que las hambrunas siguieran su curso) eran demasiado fuertes para la mayoría de las personas”. Otro artículo que recurría a Hardin para hablar de frenar la “invasión de refugiados”, y que fue escrito por un nativista canadiense, fue republicado en la página web neonazi The Daily Stormer, en la que ahora figura una cuenta atrás demográfica. En una ocasión, el ecofascista finlandés Pentti Linkola refinó el argumento de la metáfora de Hardin al escribir: “¿Qué se puede hacer cuando un barco con 100 personas vuelca de repente y solo hay un único bote salvavidas? Cuando el bote está lleno, los que odian la vida intentarán que suba más gente y se hundirán todos. Los que aman y respetan la vida cogerán el hacha del barco y cortarán las manos extra que se aferran a los lados”.
Donde más se abraza el legado de Hardin en la actualidad, aunque la referencia no sea explícita, es en la frontera. En una carta de 1997 escrita a la ACLU para denunciar a la organización de derechos civiles por defender la definición de ciudadanía de la decimocuarta enmienda, Hardin escribió sobre “hacer frente a diario a hordas de mexicanas en avanzado estado de gestación que cruzan la frontera en el último minuto y tienen sus hijos en hospitales estadounidenses, a expensas de los estadounidenses”, y anticipó la creciente importancia del tema del “niño ancla” de los nativistas en casi una década, y la masacre de El Paso en dos.
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A finales del año pasado, un escritor británico de la página web nacionalista blanca Counter-Currents escribió una reseña de un libro titulada “Ambientalismo y nacionalismo blanco: un destino compartido”, y sostenía que:
“[…] los medioambientalistas y los ‘nacionalistas blancos’ […] son claros y convincentes a la hora de entender uno de los principales problemas del mundo, pero incompetentes y poco convincentes a la hora de ofrecer métodos para afrontar los retos que describen, porque cada uno es tuerto de un ojo. Los medioambientalistas son alérgicos […] a cualquier cosa que huela a diferenciación racial (“racismo”), mientras que aquellos que se preocupan por el racismo adoptan una pose por lo general poco sincera (sin sustancia o seriedad) sobre el tema del medio ambiente. […] La degradación medioambiental y la explosión demográfica constituyen las dos caras del mismo desafío y catástrofe. Ya es hora de unir los puntos”.
Viendo a Tucker Carlson cualquier noche, o al propio presidente de EE.UU., resulta evidente lo mucho que las ideas nacionalistas se han infiltrado en la cultura popular. Por eso es fundamental que la izquierda y los medioambientalistas no se pongan demasiado cómodos con su dominio actual sobre el tema de luchar contra la crisis climática. Escritores como Betsy Hartmann han escrito con perspicacia sobre cómo la preocupación alarmista por los potenciales inmigrantes climáticos podría en última instancia hacerle el juego a los movimientos etnonacionalistas y a la seguridad nacional del Estado. Los nacionalistas blancos estadounidenses han comenzado a difundir propaganda con el eslogan “plantar árboles, salvar los mares, deportar refugiados”.
Y el reciente tropiezo del senador Bernie Sanders en el programa Climate Town Hall de la CNN ante una pregunta sobre población y derechos abortivos (que formuló un miembro del público que denominó el tema “tóxico para los políticos, pero […] imprescindible hacerle frente”) pone de relieve que los liberales que defienden que “la ciencia es real” no son los únicos que son propensos al “sentido común” engañoso y hardinesco sobre el tema de la población. Las industrias con altos índices de emisiones de carbono, y no la población pobre, son los principales culpables de la crisis climática. Independientemente del cambio climático, todas las mujeres deberían tener acceso a servicios anticonceptivos y abortos en condiciones seguras.
Donde más se abraza el legado de Hardin en la actualidad, aunque la referencia no sea explícita, es en la frontera
Merece la pena destacar que la única crítica que recibió Sanders por aceptar la premisa de que el planeta se enfrenta a un problema de sobrepoblación provino de la derecha antiabortista, un bloque que hace tiempo reconoció la verdadera naturaleza de la red de Hardin y Tanton. Pero al imaginar un futuro en el que la crisis climática ha transformado de manera fundamental la configuración política de siempre, es posible observar cómo los conservadores antiabortistas de línea dura podrían estar dispuestos a hacer concesiones, como ya lo han hecho con los grupos vinculados a Tanton; al fin y al cabo, incluso ahora no dan mucha guerra en general sobre la separación familiar en la frontera o la detención y deportación de las solicitantes de asilo embarazadas. Como sugirió hace poco el fanático antiabortista y diputado nacionalista blanco Steve King, está bien que la gente beba agua de la taza del wáter en los centros de detención; es decir, si son los hijos de otra persona.
Un estudio publicado este verano encuestó a los profesores de sostenibilidad para determinar cómo de popular seguía siendo La tragedia en los estudios universitarios, y cómo exactamente se estaba enseñando. Los autores descubrieron que, extrañamente, un tercio de los encuestados sigue considerando que Hardin representa el “pensamiento principal” sobre la gobernanza de los bienes comunes, a pesar de décadas de intervención académica e investigaciones empíricas. Pero un porcentaje más alto enseñaba el artículo por la misma razón que Hardin tenía cuando lo escribió: destacar la necesidad de una “intervención externa” para evitar una tragedia de los bienes comunes.
Los gobiernos y los individuos tienen que actuar y hacerlo urgentemente para prevenir las peores previsiones de nuestra madura crisis climática. No se puede hacer sin una “intervención externa” en el sistema capitalista que nos ha traído hasta este punto límite. Hardin no estaba equivocado a la hora de insistir en los límites del crecimiento económico, aunque sus medidas preferidas son harina de otro costal: son autoritarias y son etnonacionalistas. El “tabú” que Hardin “acechaba” cuando discutía sobre población y medio ambiente está comenzando a abrirse camino de nuevo en las consideraciones de escritores y activistas. Y es con el legado de Hardin con el que tienen que lidiar. Por eso deberían ir con cuidado.
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Este artículo se publicó originalmente en inglés en The Baffler.
Alex Amend es escritor y antiguo investigador de la derecha radical. En la actualidad, trabaja para el Sierra Club como responsable de comunicaciones.
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