IMPERIOS COMBATIENTES
En el alumbramiento del mundo multipolar
Damos por supuesto que el mundo que nos espera, y que se está gestando, será multipolar. Pero lo que se vislumbra como inexorable en general, presenta un montón de matices y problemas cuando se observa en concreto
Rafael Poch 26/11/2019
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I- Desde el fin de la guerra fría y de su mundo bipolar, la relación entre el Occidente hegemónico y ese conglomerado de potencias emergentes que denominamos BRICS es la principal tensión geopolítica del mundo actual.
Esa tensión se deriva de una situación en la que Occidente quiere mantener su dominio en solitario, o con el mínimo de concesiones posible a los nuevos actores, sometiéndolos si fuera posible a su vasallaje, mientras que los emergentes reclaman su lugar y la reforma de las instituciones de gobierno global para afirmar un control plural.
Así, se da por supuesto que el mundo que nos espera, y que se está gestando ante nuestros ojos, será multipolar, es decir con diversos centros de poder con mayor o menor nivel de tensión, equilibrio y consenso entre ellos. Pero lo que se vislumbra como inexorable en general, presenta un montón de matices y problemas cuando se observa en concreto. Eso concierne tanto al “declive” de Estados Unidos como al “ascenso” de los aspirantes a ser factor de un nuevo orden/desorden mundial. Por eso me gusta definir el momento presente de nuestro mundo como el de “los dolores del parto del mundo multipolar”.
El peso de la economía de Estados Unidos en el PIB mundial, que era del 45% al término de la Segunda Guerra Mundial y de alrededor del 25% en los años setenta, es hoy del 17%
Empecemos por caracterizar el “declive americano” como algo objetivo y al mismo tiempo relativo. Objetivo porque, por ejemplo, el peso de la economía de Estados Unidos en el PIB mundial, que era del 45% al término de la Segunda Guerra Mundial y de alrededor del 25% en los años setenta, es hoy del 17%. Al mismo tiempo, China, el principal emergente, que antes de la revolución maoísta tenía una población con niveles de subsistencia inferiores a los de la India colonial o el África subsahariana, con una esperanza media de vida de 36 a 40 años y un 80% de analfabetismo, tiene hoy un PIB que es el 18% del mundial (aunque el PIB per cápita de los chinos sea siete veces más bajo que el de los estadounidenses). O sea, que hay una tendencia clarísima de ascenso y descenso.
Pero es a la vez relativo porque esa evolución no ha impedido que Estados Unidos haya fortalecido su liderazgo en las finanzas, la innovación tecnológica (la revolución digital es “made in USA”) y en influencia cultural.
Como dice Régis Debray, antes había “una civilización europea” y una “cultura americana” en Estados Unidos que formaba parte de ella. Hoy hay una civilización americanay diversas culturas europeas que forman parte de ella. Incluso en Francia, la nación europea más celosa de su identidad, el avance de la americanización social está siendo arrollador. En los últimos veinte o cuarenta años, Europa y el mundo se han “americanizado” de una forma tan dinámica como considerable.
Conforme el peso del PIB de Estados Unidos en la economía mundial disminuía, ha ido aumentando la presencia del inglés (y un idioma contiene una determinada estructura de pensamiento), de la manera de hacer mercantil y de negocio americana, con su mentalidad y su lógica, por no hablar de la industria del entretenimiento o de la religiosidad de las iglesias cristianas norteamericanas.
Mientras vemos como, pese a su enormidad, la preponderancia política y militar de Estados Unidos (que supone cerca del 40% del gasto militar mundial, más que la suma de los ocho siguientes, cinco de los cuales son sus aliados, y mantiene 800 bases militares en más de 40 países) no alcanza para ser incontestada y dibuja un mundo más bien multipolar, en lo cultural, ideológico y económico, lo que se dibuja se parece a un cuadro más bien monopolar: las reglas del juego y las instituciones internacionales que regulan la economía global, así como los modelos culturales son “americanos”, son propiedad de los hegemónicos. En términos de usar la economía como instrumento de coerción y poder político en las relaciones internacionales, su control es firme.
Además, si examinamos esa economía mundial desde el punto de vista social, vemos que hay un vínculo de interés bastante estrecho, de clase podríamos decir, entre los más ricos de Estados Unidos y los de Rusia, China, India, Brasil, etc. Ese internacionalismo de los super ricos está estructuralmente dominado por Estados Unidos.
Veamos ahora los emergentes, también para relativizarlos.
II- ¿Quiénes son esos candidatos llamados a ocupar los espacios del relativo declive de Estados Unidos? Se trata de países y conglomerados como: América Latina (con Brasil en primer lugar), India, África del Sur, Rusia, la Unión Europea y naturalmente China.
Hace unos años, América Latina emitía fuertes impulsos autonomistas, con Brasil como uno de los más respetados y activos miembros de los BRICS. Pero Lula y sus epígonos fueron sustituidos por Bolsonaro, un típico gobernante alineado con Washington, en un episodio con conexiones en Estados Unidos que se parece más a un golpe de Estado que a un proceso electoral en el que el candidato más popular y mejor situado para vencer fue encarcelado con acusaciones y métodos manifiestamente abusivos. Argentina, Ecuador, por no hablar de Venezuela, han conocido procesos parecidos. El caso de Bolivia sugiere todo un replanteamiento del clásico golpe de Estado.
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India y África del Sur apenas tienen un papel autónomo en el mundo. India está enfrascada en su peligroso conflicto con Pakistán (peligroso porque Pakistán se parece mucho a un Estado fallido y ambos contendientes son potencia nuclear). En la esfera mundial, la cuestión es si India, que compra armas a Rusia y tiene disputas y recelos con China, se dejará implicar en una alianza regional liderada por Estados Unidos contra China.
La estructura económica rusa sigue girando alrededor de la exportación de materias primas y que el papel de gasolinero de China casa mal con la viva ambición de soberanía y autonomía mundial del Estado ruso
Rusia se ha recuperado solo en parte de la degradación de la época de Yeltsin, pues si, por un lado, ha restablecido un orden interno fundamental, que ha detenido la degradación de la vida social, ha colocado en su lugar a los magnates que querían privatizar su Estado y sintonizan con esa “internacional de los super ricos”, y se ha hecho respetar militarmente en su entorno inmediato rodeado por la OTAN, pagando un doloroso precio de sanciones, por el otro ha hecho todo eso manteniendo y perfeccionando el sistema político fundado por Yeltsin. Y eso es una construcción arcaica de tipo autocrático, disfuncional con respecto a la modernidad y que contiene muchas fragilidades y contradicciones en su sistema político y económico, con elecciones sin apenas alternativa que generan protestas internas y sanciones económicas de Occidente que perjudican a su élite social. La estabilidad futura del régimen ruso es un gran tema. Y en ese contexto su enérgico comportamiento exterior está plagado de riesgos. Todo eso sin contar con que la estructura económica rusa sigue girando alrededor de la exportación de materias primas y que el papel de gasolinero de China casa mal con la viva ambición de soberanía y autonomía mundial del Estado ruso.
La Unión Europea es, más que nunca, una orquesta desafinada en dinámica desintegradora. En mi opinión, como resultado del liderazgo nacionalista-exportador alemán. Hasta ahora se ha demostrado incapaz de cualquier posición exterior autónoma y ha sido comparsa del hegemonismo de Estados Unidos actuando como el ayudante del Sheriff. En ese contexto, hablar de un papel europeo autónomo en el mundo parece ciencia-ficción. Sin embargo la ambición está en el discurso. Sobre el papel, la nueva presidenta de la Comisión, la alemana Ursula von der Leyen, quiere posicionar a la UE como, “poder mundial autónomo entre Estados Unidos y China”. Macron dice que “podemos ser o aliados intrascendentes de uno u otro, o decidirnos a desempeñar nuestro propio papel”. Pero estos llamamientos gallitos contrastan con la demostrada práctica de impotencia y seguidismo exterior, en Siria, ante el frustrado acuerdo con Irán –pisoteado por Trump, con su humillante amenaza de sanciones que ha hecho retirarse a las empresas europeas–, ante las revelaciones de espionaje generalizado por parte de la NSA, o ante la retirada americana del acuerdo (INF) sobre limitación de armas nucleares tácticas en Europa que tanto perjudica al continente. Y, además, si en Francia y en Alemania hay gestos y proyectos hacia la autonomía internacional, en el flanco oriental de la UE toda una serie de Estados, que logran influencia explotando el fantasma del peligro ruso, se sienten muy confortables como vasallos de Washington y se resistirán a todo cambio…
Así que, con este cuadro general, ¿quiénes son los aspirantes a ser polos de la multipolaridad que damos como cosa segura?
Desde luego, queda China. Ese país es el único candidato que presenta condiciones para consolidar su potencia, pero con ese cuadro general de averiados aspirantes lo que se vislumbra más que una multipolaridad, ¿no parece anunciar más bien una nueva bipolaridad de China con Estados Unidos, o de Euroatlántida y Eurasia?
Una vez problematizado este asunto, volvamos a los conceptos monopolar/multipolar: ¿qué significan exactamente?
III- La alternativa monopolar/multipolar es a la gobernanza del mundo algo parecido a lo que el régimen de partido único o el sistema de pluralismo político representa para un Estado. El primero supone la primacía del dictado de uno, el poder de la fuerza y la imposición, lo que comúnmente denominamos dictadura. Lo segundo, supone instituciones internacionales de consenso y parlamento, refrendo, equilibrios, controles, diplomacia y multilateralismo que redundan en un sistema que calificamos como democrático.
La paradoja es que los partidarios del régimen de partido único, del diktat, en la gobernanza del mundo, del unilateralismo y de la utilización de la fuerza militar, son los Estados que se proclaman democráticos y plurales de puertas adentro, mientras que entre los BRICS hay algunos que son definidos como “dictaduras”, bien por ser literalmente sistemas de partido único (China), bien porque sus tradiciones autocráticas no han sido capaces de ir más allá de una “democracia de imitación” (Rusia). Y pese a eso son mucho más prudentes, previsibles y pacíficos en su proyección internacional
Más aún: los partidarios del hegemonismo y del intento monopolar, con Estados Unidos en cabeza, fueron en su día, tras la Segunda Guerra Mundial, los promotores/fundadores de ese rudimento de Parlamento de la Humanidad que es el sistema ONU que hoy tienden a marginar y eludir.
Los motivos de esta aparente contradicción tienen que ver con la tradición colonial e imperialista de las grandes naciones democráticas, en las que el pluralismo, el voto y el parlamentarismo de puertas adentro siempre fue compatible con el racismo y la más cruda coerción antihumanista y explotadora de puertas afuera en las colonias. Cada gran nación colonial occidental tiene aquí su particular historia, pero en todas ellas esa violencia dominadora (se le denominaba “civilizadora”) dejó su impronta y contribuye a compatibilizar democracia interna con dictadura exterior.
Para acabar hablemos del problema EE.UU.
IV- En la tensión geopolítica entre hegemónicos y emergentes que hemos comenzado caracterizando como la principal del mundo actual, la industria mediática occidental suele presentar a China como el gran factor de incertidumbres, pero si analizamos el asunto en serio veremos que los problemas vienen más bien por Estados Unidos.
Por su peso y protagonismo en el mundo de hoy, el caso de Estados Unidos es particularmente relevante en esa serie que tiende a la dictadura exterior.
La “nación democrática” y “faro del mundo moderno” por excelencia habría sido muy diferente sin la mala escuela de más de un siglo de imperialismo, que tomó el relevo a la conquista del propio país con la eliminación de su población autóctona y a la expansión territorial hacia el sur a expensas de México.
En Estados Unidos, el recuerdo de los 500.000 muertos de la guerra civil de mediados del XIX queda lejano y ha sido borrado de la memoria
La liberalidad en masacrar poblaciones –en el siglo XIX usando fusiles contra lanzas, hoy con drones, misiles y bombas guiadas por satélite– refleja algo más que la clásica insensibilidad hacia las vidas de los otros, típica del colonialismo y el imperialismo. En el caso de Estados Unidos e Inglaterra, actúa también la mentalidad de países que nunca fueron derrotados y ocupados por una potencia extranjera. O sea, no es solo el desacomodo y disgusto de quien es dominante y se siente venir a menos, sino también algo biográfico.
En Estados Unidos, el recuerdo de los 500.000 muertos de la guerra civil de mediados del XIX queda lejano y ha sido borrado de la memoria. A ello hay que sumarle otro aspecto crucial de esa “biografía nacional”: el desequilibrio de fuerzas en el propio continente americano.
A diferencia de Europa, donde las grandes potencias rivales estaban igualadas lo que impedía guerras sin riesgos, en el Nuevo Mundo la preponderancia de Estados Unidos siempre ha sido aplastante. En la biografía de Estados Unidos la guerra es siempre una guerra sin riesgo ni sufrimiento contra adversarios débiles y lejanos.
Esa experiencia hay que cotejarla con la gran potencia sin tradición expansiva que China ha sido históricamente, con su Gran Muralla, símbolo de toda una actitud, y con la vivencia de su viacrucis sufrido desde principios del XIX hasta mediados del XX a manos de las potencias imperialistas. Hay que cotejarla con la experiencia de esa gran civilización colonizada que ha sido India o con la memoria biográfica, viva y reciente, de los 27 millones de muertos, al ser agredida en la II Guerra Mundial, de Rusia. En cualquier caso, esa especificidad biográfica de Estados Unidos, unida al desagradable desasosiego de su relativo declive, complica sobremanera el actual tránsito desde la catastrófica hegemonía en solitario hacia el mundo multipolar con varios centros de poder en equilibrio y coloca en el centro del problema la cuestión de la reformabilidad de la actitud exterior de Estados Unidos.
Ese país, que no ha conocido derrota ni invasión, parece muy mal dotado para cambiar de conducta internacional y reformar su militarizada economía, sus instituciones y su gigantesco aparato de propaganda y entretenimiento patológicamente obsesionado con la violencia. Muy mal dotado para contribuir a un sistema que garantice el desarrollo pacífico de la humanidad cuando los intereses de sus principales potencias no coincidan. Mal dotado, en suma, para contribuir a un sistema internacional menos injusto y más inclusivo.
¿Sabrá adecuarse al nuevo cuadro mundial que se dibuja con la potente emergencia de países como China y otros sin provocar una nueva gran guerra? ¿Será capaz de regresar a la diplomacia y a la práctica de los acuerdos este país que los está rompiendo todos y que está acostumbrado a imponer su voluntad por medios militares, sin pagar precio alguno en riesgos y sufrimientos?
No lo sabemos. Pero de eso depende que el mundo avance hacia una nueva multipolaridad que no se base en el puro equilibrio de fuerzas, como era el caso en el siglo XIX y parte del XX, sino que tenga un carácter integrador y unificador. Un sistema que avance hacia esa relativa democratización en sus relaciones internacionales y hacia el relativo igualitarismo que necesitamos para afrontar los retos del siglo. Me refiero, claro, a las tres grandes cuestiones: cambio global, proliferación de los recursos de destrucción masiva e incremento de la desigualdad social y territorial.
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(*) Este texto sigue las notas de la conferencia impartida el 5 de noviembre en el Instituto Universitario General Gutiérrez Mellado de Madrid.
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Autor >
Rafael Poch
Rafael Poch-de-Feliu (Barcelona) fue corresponsal de La Vanguardia en Moscú, Pekín y Berlín. Autor de varios libros; sobre el fin de la URSS, sobre la Rusia de Putin, sobre China, y un ensayo colectivo sobre la Alemania de la eurocrisis.
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