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TRIBUNA

Emergencia climática: ¿Qué activismo para la nueva década?

La lucha contra el calentamiento global ha entrado en una nueva fase en la que la presión y la movilización social serán claves para alcanzar los objetivos medioambientales para la nueva década

Alfons Pérez / Samuel Martín-Sosa 9/01/2020

<p>Cambio climático</p>

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Malagón

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2019 ha sido sin duda el año del despertar de la emergencia climática. El diagnóstico ambiental se ha recrudecido: al informe especial 1,5ºC del IPCC (publicado en octubre de 2018) le siguió en mayo pasado otro informe científico del IPBES sobre la dramática situación de la biodiversidad a nivel mundial, que nos alertaba del riesgo de desaparición de un millón de especies en las próximas décadas.

Los últimos años han sido clave para aumentar la sensibilidad y el enfado social respecto a problemas ambientales acuciantes. Por un lado, la grave situación de la contaminación por plásticos o las imágenes de la Amazonía en llamas por el avance del agronegocio ejemplifican la voracidad de nuestro sistema económico. Por otro lado, los cambios de patrones meteorológicos, las olas de calor y los incendios del Ártico y Australia  ya se relacionan con el calentamiento global sin necesidad de que se explique la conexión. 

Toda esta información ha comenzado de forma incipiente a ser parte de la conversación social, más allá de los grupitos de frikis y expertos. En los parques, en los bares o en los centros de trabajo ya se habla algo de cambio climático. Las conversaciones son una de las formas en que ha comenzado a cristalizar. Pero también ha existido un reflejo en la movilización social en las calles.

Qué debates y estrategias para 2020

La reciente Cumbre Social por el Clima –un espacio de contestación social paralelo a la cumbre oficial, organizado desde la sociedad civil– ha sido un espacio magmático de visibilización de luchas y alternativas, al uso tradicional de los foros sociales, del cual hemos salido reconfortados frente al amargo sabor de la COP25.

La reciente Cumbre Social por el Clima –un espacio de contestación social paralelo a la cumbre oficial– ha sido un espacio magmático de visibilización de luchas y alternativas

El valor de estos espacios es innegable. Pero cuando el mensaje que se repite como un martillo pilón en nuestras conciencias es que “tenemos apenas una década para actuar”, cabe preguntarse si un foro social es el tipo de respuesta que necesitamos en esta nueva era de la emergencia climática. ¿Está este tipo de contestación social a la altura del reto?  ¿Es ahí donde debemos poner las fuerzas? No tenemos una respuesta. Son preguntas abiertas sobre las que deberíamos debatir en los próximos meses.

Más allá de esto, necesitamos reflexionar sobre si estamos tejiendo las redes necesarias para afrontar la emergencia climática. Sobre cómo nos relacionamos con los movimientos juveniles y otros movimientos emergentes, etc. Sobre qué estrategias debemos poner en el centro. Lanzamos, a modo de propuesta de sistematización, algunas propuestas de claves para fortalecer la lucha climática en la década venidera:

Fuerza en la calle

Como en el resto del mundo, las movilizaciones climáticas en 2019 han sido numerosas en el Estado español, donde la presencia en las calles ha ido in crescendo a lo largo del año. Que algo intangible como el clima, hasta hace nada enmarcado culturalmente en el plano de lo lejano y futurible, movilice socialmente a las masas era ciertamente impensable hace apenas un par de años. Es un momento único que necesitamos aprovechar. Debemos tener claro que la oportunidad de cambios políticos de calado pasa por aumentar esta presión en las calles, idealmente hasta lograr un desborde.

Ya se observan reacciones políticas: han empezado a brotar como setas las declaraciones de emergencia climática, en diversas escalas  de gobernanza, desde la local a la estatal. Aunque estas declaraciones estén de momento vacías de contenido, es todo un síntoma del termómetro social el hecho de que muchos gobiernos hayan empezado a peinarse porque quieren salir en la foto.

Pero los números están lejos de ser suficientes. Necesitamos apostar por una estrategia de mayor intensidad, que vaya más allá de manifestarse el fin de semana de turno. Las personas expertas en teoría del cambio social manejan porcentajes sobre la cantidad de población movilizada necesaria para derramar el vaso. Al margen de cuál sea ese número es evidente que aún no estamos ahí. Debemos concitar a cada vez un mayor número de personas y ganar hegemonías. Esto permitirá legitimar la confrontación a los ojos de nuevas mayorías y hacerla crecer en un círculo virtuoso.

Escalado en las tácticas

Además de una presencia más continua, necesitamos otras tácticas para los nuevos tiempos de emergencia. Necesitamos apostar por la desobediencia como herramienta de transformación ecosocial, y hacerlo con una fuerte red de apoyo que respalde a las personas que, en sus acciones, se considere que han infringido la ley. Necesitamos imaginar nuevas formas de desobedecer, rompiendo esquemas, señalando a los culpables, sin dejar de buscar la empatía social. Ser capaces de interpelar a mucha gente para que participe en acciones directas  no violentas conseguirá una proceso vivencial único de la protesta que constituye un sustrato irrepetible para nuevas acciones, para perder el miedo y lograr una capacitación de cada vez más amplias capas sociales.

Tejer mayores alianzas, ampliar la red

También podemos concordar que el momento de proponer alternativas ya está, de algún modo, superado. Muchas de ellas las hemos visto en la Cumbre Social. Propuestas en torno a la agricultura campesina, el transporte público, la transición justa, la producción renovable descentralizada y basada en el autoconsumo, etc. todo ello atravesado de justicia social, democracia, respeto a los derechos humanos…. Estas propuestas llevan ahí años, y no han cambiado mucho. 

La rebelión climática tiene que ser capaz de interpelar a todas las luchas, que sientan que la justicia climática es también su paraguas

En este momento histórico parece mucho más importante tejer alianzas de una forma mucho más estrecha y conectar estas alternativas en un discursos sistémico común. Con el sindicalismo, con los movimientos por una vivienda digna, con el antifascismo, con el mundo rural, con los movimientos por la justicia social, con las personas racializadas…. Un primer paso es hacer una escucha activa de sus demandas y tenerlas bien presentes en los momentos de acción y movilización. También se pueden compartir agendas y buscar hitos de confluencia donde amplificar el mensaje colectivo. La rebelión climática tiene que ser capaz de interpelar a todas esas luchas, que sientan que la justicia climática es también su paraguas. Y ser capaz de comunicar que el mismo sistema que precariza la vida humana está arruinando las posibilidades de nuestra existencia en el planeta. 

Las jóvenes, la punta de lanza del movimiento

Nos encontramos ante un movimiento generacional, transclase, lo que lo convierte en algo único. Y además es la primera generación que se rebela con argumentos netamente ecologistas porque quieren tener un futuro. Perpetuar su mensaje y su reclamo a las nuevas generaciones es tarea de todas, no solamente de las jóvenes. De ahí que sea necesario el apoyo de colectivos y organizaciones de cierta trayectoria a Fridays for Future pero siendo conscientes de la intervención y manteniendo escrupulosamente la autonomía de las jóvenes. 

Engarzar la lucha sistémica en lo territorial y cotidiano

Es necesario aterrizar el discurso sistémico planetario en el territorio, en lo tangible, en lo cotidiano, en lo rural. Ganar conciencia de cómo afecta el discurso climático a determinadas realidades cotidianas (mundo rural, situaciones de marginalidad social, clases populares,...) y avanzar en el debate de cómo encajarlo. Las luchas de defensa del territorio contra grandes proyectos desarrollistas también tienen mucho de climático y se pueden sentir reconocidas en el marco de la justicia climática. Por último, aunque parece que las ciudades y los movimientos urbanos lideren el movimiento, es el mundo rural el que lucha y más padece los efectos del cambio climático en su día a día y su voz debe estar presente para consolidar el gran reto y oportunidad de de construir una gran alianza social frente a la emergencia climática.

Trabajar desde la interseccionalidad

El movimiento feminista que nos enseñó que las huelgas no son patrimonio de la economía productiva, inspirando así las huelgas climáticas del 27-S, nos invita a construir miradas complejas que renocozcan las diferencias y privilegios de género, etnia, clase, orientación sexual, edad, capacidad, etc... 

De la misma manera, los pueblos indígenas y originarios, muy presentes en la Cumbre Social por el Clima, constituyen el ejemplo vivo de sociedades no capitalistas donde el respeto y el cuidado de la naturaleza siguen articulando su visión del mundo, a pesar de los más de 500 años de colonización. 

Por tanto, construir un verdadero futuro de justicia social y climática pasa por recoger esta multiplicidad de sensibilidades en nuestras propuestas.

Construir un verdadero futuro de justicia social y climática pasa por recoger esta multiplicidad de sensibilidades en nuestras propuestas

Salud emocional y conciencia colectiva para afrontar la emergencia

Al tiempo que necesitamos prepararnos fortaleciendo nuestro músculo social, necesitamos prepararnos psicológicamente a nivel personal y colectivo para los tiempos que vienen. Fenómenos como la “ecoansiedad” son cada vez más habituales y necesitamos estrategias para lidiar con los sentimientos de impotencia, ira, rabia, miedo, angustia, dolor… que la crisis socioecológica nos genera. Debemos superar la dicotomía del triunfo/fracaso para poder seguir construyendo colectivamente también en tiempos adversos. 

De la misma manera, necesitamos entendernos más y mejor. Planteamos futuros donde lo compartido, lo colectivo y lo cooperativo esté mucho más presente. Esta mayor interacción requiere de una mayor consciencia que disciplinas como la comunicación no violenta, el trabajo de procesos o la psicología Gestalt llevan tiempo trabajando. Sus herramientas para enfrentar los conflictos que pueden surgir de nuestras propuestas son también imprescindibles para esta nueva década.

¿Qué espacio para la transformación ecosocial?

La Cumbre del Clima de Madrid ha constituido una auténtica “prueba de estrés” para los movimientos sociales del Estado, a los que la decisión del cambio de sede pilló con el pie absolutamente cambiado.

El grupo motor que asumió con decisión el mandato no escrito de organizar un espacio de contestación social a la COP25 fue 2020 Rebelión por el Clima. No hubo una pugna por ver quién organizaba: ese era el espacio natural que todo el mundo asumió como lógico. Estaba ya ahí, y era lo suficientemente representativo, aunque luego muchos otros colectivos de fuera de este espacio se sumaran. Este hecho, que podría pasar fácilmente desapercibido, es una excelente noticia que debe recalcarse.

Si los números son importantes para provocar el cambio social, tanto o más importante es también el programa político con que hacerlo, así como la existencia de una red bien conectada y articulada. Y 2020 Rebelión por el Clima puede aportar de forma importante a estas dos necesidades. Por decirlo de forma condensada: 2020 Rebelión por el Clima tiene vocación de convertirse en el espacio natural de la rebelión climática en el Estado español y Portugal. 

No se trata de organizar una nueva campaña por la emergencia climática: se trata de unir fuerzas, dar coherencia sistémica a lo que ya hacemos reconociéndonos mutuamente y visibilizarnos de forma coordinada aumentando la temperatura en las calles, pisando con cada vez más fuerza el terreno de la desobediencia civil. 2020 Rebelión por el Clima es simplemente una plataforma de acción conjunta que aporta un programa (la justicia climática, el cambio sistémico y la desobediencia civil como paraguas de acción) y una red (organizaciones ecologistas, feministas, movimientos de activismo climático, movimiento antimilitarista, sindicatos, organizaciones de desarrollo,…) con una clara vocación de ampliarse.

¿Somos capaces de imaginar todas estas luchas juntas, en la calle, bajo un mismo paraguas? ¿Nos atrevemos a imaginar qué tsunami político provocarían?

El ecologismo de esta nueva década debe tener la capacidad de afrontar todos los retos, construir nuevas hegemonías y proyectarse con imaginarios ilusionantes que, pese a la gravedad de la situación, permitan sacar lo mejor de cada una de nosotras.

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Alfons Pérez es investigador en el Observatori del Deute en la Globalització.

Samuel Martín-Sosa es responsable de Internacional de Ecologistas en Acción.

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