DESAFÍO POST-CORONAVIRUS
Japón contra sí mismo
La crisis de la covid-19 ha sacado a relucir las heridas del país, anclado en un conservadurismo social y económico hoy lastrado por los efectos colaterales de la pandemia
Manuel Gare 25/05/2020
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El paradigma japonés en tiempos de covid-19 es, al mismo tiempo, idéntico y diametralmente opuesto al del resto del mundo. Por una parte, podría decirse que la crítica hacia Shinzo Abe, primer ministro nipón, es análoga a la del resto de mandatarios del globo: mal y tarde. En el caso de Japón, la baza de los Juegos Olímpicos complicó el proceso; ya no se trataba solo de reaccionar ante la expansión del virus, sino de que la imagen del país quedara ilesa. Por el camino, falta de tests a la ciudadanía, decisiones polémicas –Abe mandó clausurar los colegios a finales de febrero, en lo que se percibió como un intento de salvaguardar los Juegos– y una caída en picado de la popularidad del presidente del Partido Liberal Democrático (PLD).
Todos los países han tenido, de alguna forma, sus propios Juegos: la inacción política a cuenta de las particularidades económicas y el clamor de la opinión pública de cada territorio ha retrasado una respuesta global y uniforme al virus. Las singularidades niponas, sin embargo, han abierto un cisma en el seno de su sociedad que poco tiene que ver con los números de la pandemia: con unos índices de mortalidad que apenas han aumentado en los primeros meses de coronavirus y un aparente estancamiento de las cifras tras el crecimiento de casos en abril –de 500 casos a finales de marzo a superar los 4.000 al llegar a mayo–, Japón permanece como uno de los países que menos está sufriendo los estragos de la enfermedad. ¿Cuál es, entonces, el problema?
Japón es un país devoto de una cultura laboral extrema, en la que hacer horas extras es la norma y donde el respeto hacia los mandos superiores y la empresa está por encima de todo
“Los Juegos Olímpicos no fueron el único factor que impidió una respuesta más rápida del gobierno de Abe”, explica Masaru Kohno, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de Waseda y autor del libro Japan's Postwar Party Politics (Princeton University Press). Según Kohno, la visita oficial del presidente Xi Jinping programada para abril, fue “un factor igual de importante” por la creciente importancia del turismo en Japón, del que China es su principal consumidor –era, además, la primera visita oficial de un mandatario chino al país desde 2008–. “La dependencia de la economía japonesa hacia los turistas chinos es notable. Japón esperaba una gran cantidad de visitantes provenientes del país durante el Año Nuevo Chino, lo que llevó a ignorar o minimizar la gravedad de la enfermedad en sus inicios”, apunta.
Japón lleva años celebrando el auge de su industria turística. Una década atrás, la cifra de turistas extranjeros apenas llegaba a los 10 millones. En 2019, alcanzó un pico de 31,9 millones de turistas que el gobierno nipón esperaba convertir en 40 millones durante 2020. Los Juegos Olímpicos eran una oportunidad de oro para revalidarse internacionalmente como destino turístico: decenas de nuevos hoteles habían abierto en Tokio y ciudades cercanas como Yokohama. “La dependencia hacia los visitantes a corto plazo y el gasto derivado de estos se debe, fundamentalmente, al decrecimiento de la población”, subraya Kohno.
Entre otras cosas, la crisis del coronavirus en Japón ha sacado a relucir una cuestión estructural. “El descenso de la población significa la disminución del consumo interno y, por tanto, una merma para la economía. El Gobierno del PLD ha fallado estrepitosamente a la hora de atajar el mayor problema al que se enfrenta Japón a nivel nacional”, añade. En opinión del académico, se trata de un obstáculo inherente al partido de gobierno, que lleva prácticamente desde 1955 en el poder –a excepción del período entre 1993 y 1994, y de 2009 a 2012–, y que se ha negado a “promover políticas capaces de cambiar la tendencia” mientras se muestra “extremadamente reacio a aceptar inmigrantes”, en la que parece ser la única salida al problema de la baja natalidad en Japón.
El trabajo como salvoconducto: “hay padres que se sienten intrusos en casa”
Ryoko trabaja en la industria de la música japonesa como responsable de negocios internacionales. Su empresa, una de las principales del sector, se adaptó rápidamente al teletrabajo, pero no todo el mundo ha tenido la misma suerte: “Cualquiera diría que Tokio es una ciudad de altas tecnologías, pero solo lo es en un pequeño porcentaje: muchas empresas continúan siendo analógicas”, dice. Pequeños comercios que ya no pueden pagar el alquiler, estudiantes universitarios que siguen trabajando a tiempo parcial porque, “a pesar de que las universidades están cerradas, tienen que seguir pagando las tasas”... Aunque el primer ministro japonés pidió a principios de abril que todo el mundo se quedara en casa para evitar un aumento del número de contagios, el país no estableció mecanismos para impedir a sus ciudadanos salir de su domicilio ni obligó a las empresas a parar su actividad económica.
Con una generación de jóvenes poco interesada en la faceta nacionalista y sí en la búsqueda de una mayor libertad individual, todas las miradas están puestas en la constitución, que el PLD ya intentó reformar
Sin un marco legal capaz de amparar a los trabajadores, muchos se han visto arrastrados a ir a trabajar ante el predominio de “una mentalidad antigua, especialmente visible en jefes de la generación baby boomer” que se ha erigido en contra del teletrabajo. Japón es un país devoto de una cultura laboral extrema, en la que hacer horas extras es el pan de cada día y donde el respeto hacia los mandos superiores y la empresa está por encima de todo: para muchos empleados, lo normal es pasar el día en la oficina, desde por la mañana hasta la noche. Presas de su propio hábito, se convierten en auténticos adictos al trabajo que prefieren quedarse en la oficina a estar en casa. Así, la otra cara de la moneda –la de quienes se dan de bruces con el teletrabajo– es que “hay padres que se sienten intrusos en casa, con mujeres e hijos que no están acostumbrados a verlos”, señala Ryoko. “Puede sonar desagradable, pero es algo bastante típico en familias japonesas en las que la madre no trabaja”, añade.
Pero no todo son malas noticias. Según Rochelle Kopp, consultora en cultura empresarial afincada en Japón, la crisis del coronavirus también está jugando un papel clave en la aceleración de un proceso en el que el país lleva décadas anquilosado. “La pandemia ha ofrecido a muchos trabajadores japoneses una toma de contacto con el teletrabajo por primera vez en sus vidas”, dice. Aunque algunos de ellos, como se apuntaba más arriba, se encuentran ante una tesitura extraña y “echan de menos el aspecto social de la oficina”, también muchos “están descubriendo que les gusta”.
“Adiós a esos largos desplazamientos en trenes repletos de gente, más capacidad de concentración para trabajar y más tiempo en familia. Lo que muchas empresas eran tan reacias a llevar a cabo, lo que tantos gerentes eran incapaces de imaginar, ha tenido que hacerse a toda velocidad para permitir el trabajo en remoto y convertirse en una realidad”, explica Kopp. Involucrada durante años en procesos de conversión laboral en el país asiático y habitual de The Japan Times –donde recientemente ha escrito sobre la barrera cultural que se cierne sobre empleados no nipones que se encuentran trabajando en Japón durante la pandemia–, apunta a que, a raíz de esto, “algunos japoneses están empezando a pensar que les podría gustar seguir trabajando así”. “Es cierto que son solo un pequeño número de empresas, pero no deja de ser una tendencia interesante a la que habrá que seguirle la pista”, opina Kopp, que aunque se muestra optimista es muy consciente de que algunas empresas niponas “no cambiarán nunca”.
La Constitución nipona y el fantasma de la guerra
Los pilares de la sociedad japonesa han saltado por los aires y, con ellos, el idilio de un país cuya imagen internacional está principalmente sustentada en la exportación de su tecnología y la devoción global por su cultura pop. El partido de gobierno, desgastado y ridiculizado a cuenta de los torpes movimientos de Shinzo Abe, que fue motivo de burla en redes sociales por enviar mascarillas de tela –según las críticas, de dudosa calidad– a todas las casas del país. Su cultura laboral, puesta en duda por quienes la perpetúan. La idea tradicional de familia, ante un espejo incómodo que no deja de ser, también, un reflejo de una sociedad sexista. Por si fuera poco, la pandemia ha puesto contra la pared un modelo económico débil que señala la paradoja de un país volcado con el turismo extranjero pero a todas luces racista en su día a día.
Desde su creación en 1947, la Constitución japonesa no se ha modificado. Es un documento pacifista de posguerra que, entre otras cosas, impide a Japón tener un ejército
La dinámica está directamente relacionada con un conservadurismo del que las políticas del Partido Liberal Democrático –aupadas por sus votantes– vienen siendo las máximas responsables. Ahora, con una generación de jóvenes japoneses poco interesada en la faceta nacionalista del país y sí en la búsqueda de una libertad individual cada vez mayor, todas las miradas están puestas en la Constitución nipona, que el PLD ha intentado reformar en varias ocasiones. Es esa Constitución la que responde a una de las preguntas que más se han hecho desde Occidente: por qué Japón, a pesar de haber declarado el estado de emergencia –ya levantado en todo el país–, no pudo obligar a sus ciudadanos y empresas a quedarse en casa y detener su actividad.
Para el profesor Kohno es importante distinguir, en lo relativo a este tema, entre legislación y disposiciones constitucionales. “La ley actual en Japón, adaptada rápidamente para el propósito específico de esta pandemia, no tiene ningún mecanismo de aplicación. Esta ausencia podría haberse compensado si la Constitución japonesa incluyera algún tipo de disposición sobre emergencias nacionales, bajo la cual se otorgaría al gobierno, constitucionalmente (no legislativamente), una autoridad especial de manera temporal para imponer restricciones a los derechos y la libertad de las personas”, explica.
Como en España –donde la aprobación del estado de alarma debe contar con la aprobación mayoritaria del Congreso–, la Constitución dispondría de mecanismos para asegurarse de que “cualquier potencial dictador no pudiera abusar de su poder fácilmente, aprovechándose de la emergencia nacional”. La razón por la que Japón no cuenta en su Constitución con mecanismos para dar respuesta a una situación de emergencia “es simple”, dice el académico: “La Constitución japonesa fue redactada por las fuerzas de ocupación americanas justo después de la Segunda Guerra Mundial, quienes temían que el militarismo japonés reviviera”. Los americanos pensaron que “la redacción de dicha cláusula [una que permitiera concentrar el poder en caso de emergencia nacional] podría ser aprovechada por las élites conservadoras”.
Desde su creación en 1947, la Constitución japonesa no se ha modificado. Es un documento pacifista de posguerra que, entre otras cosas, impide a Japón tener un ejército –el país tan solo cuenta con fuerzas de autodefensa– gracias a su artículo nueve; un artículo que Shinzo Abe lleva intentando revisar desde que llegó al poder. En las últimas semanas, el PLD ha vuelto a sacar a la palestra la reforma de la carta magna, aludiendo a la necesidad de dotar al gobierno de más poder en situaciones como la actual. “La ciudadanía japonesa es muy sensible a la posibilidad de que el poder legislativo adopte medidas que impongan restricciones a sus derechos y libertades. Siendo conscientes de esto, incluso el gobierno de Abe, que a menudo es criticado por su tendencia a abusar del poder, no podría haber sacado adelante un proyecto de ley que hubiera obligado a que las personas se quedaran en casa”, concluye Kohno.
Japón tiene por delante una tarea titánica. Con la celebración de los Juegos Olímpicos de Tokio en 2021 pendiendo de un hilo y su industria turística herida de gravedad, el país se enfrenta no solo a un desafío económico, sino a su mayor revolución social desde la Segunda Guerra Mundial. Si logrará conciliar sus diferentes identidades y dar un paso hacia delante o si, por el contrario, quedará relegado al ostracismo, aún está por ver.
El paradigma japonés en tiempos de covid-19 es, al mismo tiempo, idéntico y diametralmente opuesto al del resto del mundo. Por una parte, podría decirse que la crítica hacia Shinzo Abe, primer ministro nipón, es análoga a la del resto de mandatarios del globo: mal y tarde. En el caso de Japón, la baza de los...
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Manuel Gare
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