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Andreas Malm / Investigador experto en crisis climática

“La ciencia que cuestiona nuestras economías capitalistas se niega rotundamente”

Antonio Pineda 7/12/2020

<p>Andreas Malm, en una imagen promocional.</p>

Andreas Malm, en una imagen promocional.

Errata Naturae

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Uno de los méritos del sueco Andreas Malm es haber abordado en su libro El murciélago y el capital. Coronavirus, cambio climático y guerra social (Errata Naturae, 2020) una de las preguntas más estimulantes de la pandemia: si pudimos parar el mundo por la emergencia sanitaria, ¿por qué no hacerlo ante una emergencia climática? La cuestión no vincula al azar pandemia y crisis ecológica, sino mediante un nexo común: la avidez del mercado. Un mercado global al que se le concede todo y que solo funciona mediante la lógica del máximo beneficio.

La batalla por el sentido la lidera hoy la lógica mercantilista que todo lo impregna. No existe ética ni razón ecológica en si deberíamos o no comercializar con tal especie salvaje, o si tal selva tropical hace tiempo que debería haberse convertido en una plantación de soja. Las únicas incógnitas parecen ser: uno, ¿es legal?, y dos, ¿cuál será el margen de ganancia? El pangolín es un buen ejemplo de esta obsesión por convertir cualquier cosa en mercancía. En los años noventa, un kilo de este animal se pagaba en el mercado chino a 14 dólares; en 2016, a unos 600 dólares el kilo, e incluso 1.000 dólares en algunos restaurantes. Hoy es el mamífero más traficado del mundo y uno de los cabezas de cartel de este festival pandémico. Y cuando hablamos del tráfico de pangolines no hablamos de la rareza o el vicio de unos pocos asiáticos, sino de los lujosos caprichos de millonarios de todo el mundo; Alemania, por ejemplo, ha sido señalada como uno de los puntos de tránsito claves en su comercio. Un mercado sin coto es una amenaza para todos, incluido el mercado mismo. O en palabras de Malm: “La acumulación descontrolada de capital es lo que zarandea con tanta violencia el árbol en el que viven los murciélagos y los otros animales. Y lo que cae es una lluvia de virus”.

¿Y qué hay del papel del Estado? ¿Por qué Occidente decidió intervenir durante la pandemia, atando en corto a la vaca sagrada capitalista, pero sigue ignorando lo que traerá el cambio climático? Malm lo resume así: “La eliminación del CO2 no encaja de manera natural con el marco del Estado-nación. La guerra contra la covid-19 podía concebirse como una guerra clásica, valiéndose de toda la parafernalia del orgullo nacional –una nación que se protege, como en otros momentos de peligro de la historia; un pueblo que se cobija en el bastión del Estado–, mientras que una guerra contra el CO2 tendería a salirse de ese marco. Sería una guerra en beneficio de los nuestros y también de los demás. Ante todo, sería una guerra para salvar a los pobres”. 

El libro de Malm es un estimulante ensayo que hilvana el porqué de una premisa a priori simple: que un capitalismo sin límites destruye un sostén natural sin el que ni hay mercado ni hay mucho más; lo que sí hay, y habrá cada vez con más frecuencia, son pandemias como esta. 

Critica cuánto esfuerzo ha puesto todo el planeta en controlar la pandemia y, sin embargo, qué poco hacemos por solucionar la crisis climática. ¿Por qué las razones sanitarias son suficientes para hacer que el mundo se detenga pero no lo es el cambio climático?

No estoy seguro de tener la respuesta completa a por qué los gobiernos están dispuestos a ir tan lejos para romper con la vida cotidiana, la libertad de la propiedad privada y los mercados con el fin de frenar la expansión de esta enfermedad. Es extraordinario cómo los gobiernos, incluso ahora en la segunda oleada, están forzando el cierre de tiendas, interviniendo profundamente en los negocios privados. Pero los gobiernos que no se muestran competentes en el manejo de la pandemia corren el riesgo de pagarlo en las elecciones. A Donald Trump, su incompetencia a la hora de lidiar con la pandemia, le ha costado la presidencia. Un gobierno es consciente de que si no se muestra competente y efectivo a la hora de limitar la enfermedad, le castigaremos en las próximas elecciones. Pero esto tiene que ver con el hecho de que esta pandemia ha golpeado al hemisferio norte y lo hizo desde muy temprano, mientras que los mayores afectados del cambio climático todavía son las poblaciones más pobres del hemisferio sur. 

Esta pandemia se antoja más urgente a los gobiernos del hemisferio norte porque ha golpeado a sus ciudadanos de manera directa pese a su condición de clases dominantes

Hay una larga lista de políticos, incluidos políticos de extrema derecha, que se han contagiado de covid-19. Boris Johnson, Jair Bolsonaro, Donald Trump. Toda esta gente enfermó de covid-19, pero ninguno de ellos ha sufrido personalmente las consecuencias del calentamiento global. Quizá esta pandemia se antoja más urgente a los gobiernos del hemisferio norte porque ha golpeado a sus ciudadanos de manera directa pese a su condición de clases dominantes. Sin embargo, los mismos gobiernos han hecho tan poco por controlar los desencadenantes de la pandemia como por atajar las causas del calentamiento global.

Uno podría pensar que, después de un año tan desastroso para la economía y la salud global, deberíamos tener a los gobiernos reunidos preguntándose cómo asegurarse de que esto no vuelve a ocurrir jamás, y si se estuvieran haciendo esa pregunta se habrían dado cuenta rápido de que, para empezar, deberían hacer algo contra la deforestación, pero no lo han hecho. Este año la deforestación se ha disparado en zonas clave de los trópicos. El gobierno indonesio, por ejemplo, decidió recientemente abrir sus selvas a lo que en esencia es explotación sin límites. Lo mismo en Brasil, Bolivia o Argentina, y cualquiera que sepa algo sobre los agentes desencadenantes de una pandemia sabe que la deforestación debe frenarse y revertirse si no queremos que esta situación vuelva a repetirse. Las causas del calentamiento global son las mismas que provocan las pandemias.

Ha mencionado la propiedad privada. ¿Cómo afecta a este respecto?

En múltiples formas, pero un aspecto crucial es que sigamos transformando animales salvajes en propiedad privada. En Dinamarca existe una enorme industria peletera que provee a los consumidores más ricos. Para ello hacinan a millones de visones en pequeñas jaulas, y el coronavirus se coló en ellas, mutando al entrar en contacto con esta población de visones, de manera que tenemos una nueva cepa de este mismo coronavirus y existe el enorme riesgo de que pueda ser resistente a las vacunas en desarrollo. 

El problema fundamental es que permitimos que existan negocios que hacen de estos millones de visones una propiedad privada más, los sacrifican y los transforman en pieles que venden como capricho a las clases altas. En Suecia, tenemos una industria de visones similar a la danesa y la izquierda está pidiendo que sea abolida. El derecho a la propiedad privada en la forma de cuerpos animales debe detenerse, lo que supone atajar el comercio de vida animal salvaje. Tendemos a pensar que el coronavirus lo ha originado la excéntrica cultura china, pero ese mismo problema existe en todas partes, en países como Dinamarca, Suecia o Estados Unidos, donde las empresas capturan animales salvajes y los encierran en jaulas minúsculas, creando las condiciones exactas que los patógenos necesitan para evolucionar y rápidamente mutar.

Lo mismo ocurre con la deforestación, provocada principalmente por empresarios que convierten los bosques en propiedad privada, cortan los árboles y luego transforman las tierras en plantaciones o zonas de pastoreo. Esa libertad para hacer lo que te plazca con la naturaleza con un fin económico tiene que limitarse si no queremos que esto siga ocurriendo.

¿Puede existir algo como el eco-capitalismo o capitalismo verde?

Eso es una gran pregunta. Habría que preguntarse: ¿puede el capitalismo existir sin combustibles fósiles? Históricamente lo ha hecho. El capitalismo precede históricamente a la combustión a gran escala de combustibles fósiles, por lo que no es imposible desde un punto de vista lógico tener un capitalismo que use otras formas de energía. Pero si lo ves desde la perspectiva climática, es evidente que si quieres acabar con la combustión de energías fósiles necesitas sacar del negocio a una parte concreta del sistema capitalista o a una fracción de la clase capitalista: las empresas que se benefician del uso de combustibles fósiles. Empresas como Exxon Mobil, Total, BP, Saudi Aramco, todas ellas tienen que dejar de existir como empresas productoras de petróleo, gas y carbón. Eso está clarísimo, es el ABC de la ciencia climática. Cualquier solución que busque remediar la cuestión climática debe eliminar esta parte concreta del modelo capitalista. Esto ya es  un desafío enorme y podría llevarse a cabo mediante su nacionalización;  el Estado debería tomar el control sobre ellas y obligarlas a detener su producción para convertirlas en entidades que se dediquen a otras tareas. Hacer esto supondría abrir una gran brecha en el capitalismo tal y como lo conocemos hoy, y gracias a esa brecha quizá consigas empezar a virar hacia un sistema político-económico diferente. 

Permitimos que existan negocios que hacen de millones de visones una propiedad privada más, los sacrifican y transforman en pieles como capricho para las clases altas

No podemos saber con certeza qué ocurriría entonces, nunca hemos tomado parte en una transición como esta y no sabemos qué hay al otro lado. No sabemos qué ocurriría, si es que llega a ocurrir, pero quizás fuera algo que dejara atrás el capitalismo o que trajera una versión ecológica del capitalismo con nuevos límites, o incluso quizás una versión más autoritaria. Es muy difícil predecir qué pasaría exactamente, pero lo que sí sabemos es que cualquier solución al problema climático pasa por eliminar por completo la industria de los combustibles fósiles. 

¿Se necesita de una crisis como esta para mantener alejado lo peor del sistema capitalista?

Cuando el capitalismo parece funcionar bien, como por ejemplo en los años noventa o los cincuenta en Europa, no hay razones para cuestionarlo. Pero cuando ocurre una crisis como esta, la gente se da cuenta de que el sistema no funciona y que tenemos que contenerlo, e incluso quizás superarlo. Pero el problema es que hoy no parece que mucha gente sea capaz de establecer una conexión entre el virus y el capitalismo. La enfermedad sigue siendo percibida como un evento aleatorio, algo que ha ocurrido sin más, como un relámpago o la caída de un meteorito. Apenas hay discusión sobre cómo el capitalismo produce pandemias a pesar de que haya una considerable base científica al respecto. 

El subtítulo de la edición en castellano de su libro reza “coronavirus, cambio climático y guerra social”. ¿Por qué recurrir al uso de esta terminología belicista?

Cuando escribí esto en abril los políticos hablaban mucho de estar en guerra. Macron en Francia, por ejemplo, usaba y sigue usando esta terminología bélica: estamos en guerra contra el virus y tenemos que pensarnos como actores de un conflicto bélico. Muchos otros políticos de todo el mundo han usado esa misma retórica. Pero si queremos salir de este desastre, necesitamos redirigir esas energías hacia los causantes del problema que son los mismos responsables del calentamiento global, del deterioro del planeta y del aumento de enfermedades infecciosas. Así que si vamos a hablar de guerra, aun siendo una guerra completamente metafórica, es mejor que la luchemos contra los procesos de la sociedad que nos llevan al desastre. La guerra debería librarse contra las empresas que talan el Amazonas y otros bosques tropicales en el sudeste asiático. La guerra debería librarse contra las grandes compañías que siguen extrayendo combustibles fósiles.

¿Es su libro un aviso o el testimonio del desastre para los lectores del futuro?

Si las cosas continúan como ahora, la gente del futuro tendrá sus propios desastres de los que preocuparse. No necesitarán leer sobre lo que pasó en 2020. Este libro es mi modesto intento de zarandear a la gente y decirles “mirad, si creéis que es una mierda vivir encerrado o si están llorando la pérdida de alguien querido que acaba de morir de covid-19, o si vosotros mismos habéis enfermado, quizá os gustaría saber qué lo ha causado y cómo podría evitarse.

Juguemos a ser Nostradamus. ¿Cuándo y cómo será el próximo desastre global?

(Ríe) Es una suposición, y tampoco es una suposición muy cualificada, pero cada equis tiempo vamos a seguir teniendo eventos climáticos extremos de algún tipo. Puede ser un huracán en el Caribe, una inundación masiva en algún país, la continua sequía en China. No necesitas ser Nostradamus para prever esto. Sin embargo, prevenir una catástrofe más seria que tenga su origen en el sistema climático, como las pandemias, es mucho más difícil. Los científicos que trabajan en ese campo han estado diciendo durante mucho tiempo que venía una gran pandemia, pero no podían decir que vendría exactamente de China y que sería exactamente como esta. Lo que sí siguen diciendo es que si el mercado continúa como de costumbre, si continuamos tratando así a la naturaleza salvaje, tendremos nuevas pandemias. Si llegarán dentro de tres o cinco años, o si este nuevo brote detectado en visones en Dinamarca se convertirá en una nueva pandemia, nadie lo sabe. 

Hemos visto muchas teorías de conspiración relacionadas con el coronavirus. Hay quien dice que ya no confiamos en la ciencia, pero creo que la ciencia nunca nos bastó como herramienta interpretativa. ¿Ha cambiado algo realmente desde entonces hasta ahora? 

Apenas hay discusión sobre cómo el capitalismo produce pandemias a pesar de que haya una considerable base científica al respecto

Algunos aspectos de la ciencia sí influyen a la hora de hacer política. Ejemplo de ello es cómo se nos ha obligado a reducir la actividad. La mayoría de políticos (aunque no todos) parecen dispuestos a escuchar este tipo de recomendaciones científicas a la hora de hacer política. Merkel, el gobierno español, incluso Boris Johnson al final, Joe Biden ahora, están preparados para escuchar a esos científicos. Pero la ciencia que explica por qué aparecen estas pandemias o la ciencia que sustenta el cambio climático no tiene la misma influencia en los políticos. Los políticos no están preparados para aceptar esa ciencia porque pone en duda la forma en que funcionan nuestras economías y sus poderosos intereses materiales. La ciencia que cuestiona o amenaza se descarta o se niega rotundamente. Muchos de nuestros gobiernos aceptan la explicación científica del cambio climático, pero ignoran las recomendaciones de estos mismos científicos. 

¿A qué se refiere cuando habla de ecoleninismo?

La Primera Guerra Mundial, causada por las clases dominantes, sumergió a Europa y luego al resto del mundo en una inútil matanza de millones de personas. Lenin y sus camaradas habrían dicho que nuestra tarea es convertir este desastre, esta crisis, en una crisis revolucionaria en la que nos deshagamos de las clases que nos condenan a la catástrofe, y eso es en realidad lo que hicieron Lenin y los bolcheviques. Se puede tener mucho en contra de ellos, pero derrocaron el gobierno de la burguesía en Rusia y sacaron a Rusia de la Primera Guerra Mundial, terminando con aquella catástrofe tal y como habían prometido. Hoy nos enfrentamos en ciertos aspectos a una situación similar. Una catástrofe, pero un tipo de catástrofe diferente: una crisis ecológica y, más concretamente, una crisis climática. Y esta crisis es alimentada por las clases dominantes y por lo que llamamos la industria de los combustibles fósiles. Nuestra tarea hoy es la misma que la que enfrentaron Lenin y sus camaradas, es decir, convertir esta catástrofe en una crisis para sus responsables.

En lugar de sufrir un desastre tras otro, con todas las muertes y el sufrimiento que conllevan, tenemos que utilizar estos momentos límite contra aquellas personas y aquellos procesos que mantienen esta catástrofe en marcha. Esa es la idea básica del ecoleninismo. Pero esto es sólo una analogía, un paralelismo que no pretende ser literal. Obviamente, no hay una superposición exacta entre esta situación y aquella, pero sí hay algunas similitudes, y necesitamos actuar extremadamente rápido. Lenin era un revolucionario de temperamento impaciente, inquieto, y tanto en 1917 como en 1918, argumentó que necesitaban con gran urgencia tomar el poder y firmar un acuerdo de paz con Alemania. Ese tipo de actitud es la que necesitamos tener ahora. Tenemos que darnos cuenta de que seguir posponiendo la acción será fatal. Y además, Lenin, a diferencia de los anarquistas, se dio cuenta de que en un momento de emergencia no podemos dejar de lado al Estado por completo. Necesitamos del poder del Estado para salir de la emergencia. Nada de esto significa que tenemos que apoyar todo lo que Lenin hizo. Es sólo una forma de pensar estratégicamente cómo lidiar con la emergencia actual.

Entonces, ¿cuál debe ser el papel del Estado en este proceso de cambio? ¿Es posible una revolución basada en un Estado que tan solo ponga límites a las acciones de algunos?

Si hablamos de revolución, no puede ser únicamente una cuestión de Estado. Y si hablamos de una transición hacia una economía que no utilice combustibles fósiles y que no destruya lo que queda de la naturaleza, sino que trate de restaurarla, tampoco puede tratarse de una cuestión de un solo Estado. En primer lugar, obviamente los Estados no comenzarán a caminar en esta dirección por sí solos. Deben ser empujados en esa dirección por fuerzas externas al Estado, fuerzas populares. Tomemos la iniciativa y exijamos que los Estados actúen y hagan lo necesario. Hay que involucrar a todo tipo de actores de la sociedad civil en la transición, pero es difícil imaginar una transición sin que el Estado desempeñe un papel central. Si, por ejemplo, quieres reducir las emisiones en algo así como un siete o diez por ciento al año, en países como España, Suecia, Alemania, EE.UU. o China es extremadamente difícil imaginar a alguien que no sean los Estados supervisando este proceso. No quiero decir con esto que todo en esta transición sea tarea del Estado, pero sí tendría que jugar un papel protagonista.

Supongamos que amanece un día como presidente del Gobierno de España. ¿Cuál sería su primera tarea?

(Ríe) Espero no tener que encontrarme nunca en esa tesitura. Tendría que pedir segundas opiniones, consultar a las otras fuerzas políticas y a la población, pero lo primero que habría que hacer, que debería haberse hecho hace mucho tiempo en España o en cualquier otro país, es detener toda expansión de infraestructura basada en combustibles fósiles y luego también empezar a desmantelarla. Recomendaría un plan nacional para liberar a la economía española de los combustibles fósiles dentro de 10 o 15 años. Cuotas planificadas de reducción de emisiones año tras año y penalizaciones para las empresas que no las cumpliesen. Dado que todavía no sabemos cómo hacer funcionar los aviones sin combustibles fósiles, habría que prohibir los vuelos nacionales y empezar a sustituirlos por una red de tráfico ferroviario extensa. Eso es algo que podría hacerse fácilmente en países como España o Suecia. También prohibir el uso de gasolina y de vehículos privados, lo cual no significa electrificar todo el parque automovilístico, sino transformar gran parte del transporte basado en automóviles en otros medios de transporte como autobuses, suburbanos, montar en bicicleta, caminar. 

La lista de medidas que deberían implementarse es muy larga y las acciones son de sobra conocidas. Incluso en lo que respecta a esta pandemia –o al problema de las pandemias en general– lo primero que un Estado debe hacer es tratar de investigar qué cadenas de suministro de su economía están conectadas con la deforestación en los trópicos para ejercer un control directo de esas cadenas de suministro y asegurarse de que no causen más deforestación, incentivando en su lugar la reforestación de esas zonas. ,Y por supuesto, un control estatal sobre las importaciones que originan deforestación en los trópicos así como medidas para combatir radicalmente el comercio de animales salvajes. Estas son las demandas más básicas. 

¿Y qué le diría a quienes piensan que estas medidas dañarían nuestra economía?

Los defensores del Green New Deal han demostrado que estas medidas no tendrían que ser perjudiciales para el conjunto de la economía. Serían únicamente muy perjudiciales para ciertos sectores de la economía. Por ejemplo, la industria de los combustibles fósiles, que debe ser abolida en su totalidad. Obviamente este sector saldría perjudicado, pero estas medidas deberían complementarse con la expansión de otros sectores de la economía, como por ejemplo las energías renovables, el transporte público o incluso las nuevas tecnologías que permiten extraer dióxido de carbono de la atmósfera. No se trata necesariamente de reducir a la mitad la economía para conseguir salir de los combustibles fósiles. Al menos durante una etapa inicial de transición se necesita hacer que otros sectores de la economía crezcan. El Green New Deal habla de garantizar a los trabajadores del sector de los combustibles fósiles una transición suave hacia trabajos seguros, buenos y permanentes en otros sectores de la economía. Y creo que es una muy buena idea tener ese tipo de garantías.

¿Qué es más peligroso para el cambio climático: nuestra dieta o nuestro nacionalismo?

Funcionan en escalas diferentes. La dieta, si piensas en carne y lácteos, o la producción de alimentos en general, es una causa directa de las emisiones de metano, CO2 y gases de efecto invernadero. El nacionalismo no causa ninguna emisión directamente, pero indirectamente sostiene el status quo y el mercado tal y como ha existido hasta ahora. Es difícil comparar los dos. Tal vez se podría decir que el nacionalismo es peor porque la política nacionalista probablemente nunca inducirá cambios en nuestras economías ni inspirará reducciones radicales de emisiones. Políticamente me considero antinacionalista y creo que cualquier progreso en el clima debe venir precedido por una derrota del nacionalismo como fuerza política, manteniéndolo alejado del poder. También estoy a favor de alejarnos de la carne y los productos lácteos, pero sin embargo sí que es posible avanzar en cuestiones climáticas a pesar de que la gente siga comiendo huevos, pollo y otras formas de carne. Así que sí, tal vez el nacionalismo es lo más importante a derrotar. 

Uno de los méritos del sueco Andreas Malm es haber abordado en su libro El murciélago y el capital. Coronavirus, cambio climático y guerra social (Errata Naturae, 2020) una de las preguntas más estimulantes de la pandemia: si pudimos parar el mundo por la emergencia sanitaria, ¿por qué no hacerlo ante...

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Autor >

Antonio Pineda

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