Gramática Rojiparda
La unidad del cero a la izquierda
Las derechas no ganan por estar unidas, sino por ser derechas. Cualquier historia de las derechas en España mostrará que las luchas por la hegemonía, las tensiones, las escisiones y el aventurerismo son tan habituales en esta orilla como en la otra
Xandru Fernández 20/03/2021
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Se anuncia estos días en Madrid el episodio IV de La Unidad de la Izquierda: “Una nueva esperanza”. No sabemos cómo responderá el público, pero la crítica está dividida. Por un lado, el pack Ayuso-Vox ha recibido con alborozo a Pablo Iglesias como candidato de Unidas Podemos. Al fin un ogro al que perseguir por charcas y pantanos, con estacas y cruces, aleluya. Hay quien piensa, por otro lado, que este paso no significará gran cosa para las expectativas electorales de la izquierda si no va acompañado del desistimiento de Más Madrid y la consiguiente aceptación de una candidatura única a la izquierda del río Gabilondo.
Y hay, naturalmente, más posturas que estas dos, tanto a la derecha como a la izquierda, pero estas son las que más agua han movido por debajo de los puentes e incluso por encima. La primera tiene su propio y nutrido club de fans, dispuesto a corear hasta la ronquera los ingeniosos lemas que ha fabricado el equipo de Ayuso. Si bien está por ver que el miedo al comunismo movilice a la derecha de manera extraordinaria, puesto que en Madrid la derecha ya se moviliza mucho en convocatoria ordinaria, lo que no parece probable es que el votante conservador, desmoralizado ante tan pavoroso enemigo, se quede en casa. Así las cosas, la derecha en cualquiera de sus envases lo tiene bastante fácil para pasar la reválida, con Iglesias o sin Iglesias, pero digamos que con Iglesias ni siquiera irá nerviosa al examen.
Si bien está por ver que el miedo al comunismo movilice a la derecha de manera extraordinaria, no parece probable que el votante conservador se quede en casa
Más estridente es el lamento por la unidad de la izquierda, todo un clásico en los últimos tiempos, si bien no queda claro por qué antes de la irrupción de Podemos en la escena política no arrasaba Izquierda Unida, al menos en Madrid y dondequiera que no tuviera un rival soberanista, nacionalista o independentista (táchese lo que no se entienda) disputándole el monocultivo de la izquierda verdadera. La unidad de la izquierda empezó a ser un ansia y un clamor desde que Podemos cruzó el Rubicón y a Izquierda Unida se le soltaron los puntos. De nada sirvió que el primer Podemos enarbolara el discurso de la gente frente a la casta, esforzándose (con uñas pero sin sacar los dientes) por zafarse de la dupla izquierda/derecha: era evidente que aquello muy de derechas no era, y por tanto ¿no podíamos ir juntos? ¿No podíamos querernos un poco? ¿No era posible arreglarlo? Pues lo fue, y hubo Pacto de los Botellines, y dio igual que los resultados electorales de Unidas Podemos fueran un chasco: la culpa no era de la unidad de la izquierda sino de los cenizos a los que se había purgado o expulsado o cansado y que, indisciplinados y vendidos a la oligarquía del capital, no habían querido aplaudir con entusiasmo la nueva marca electoral de la izquierda más a la izquierda de todo.
¿Por qué a la izquierda le importa tanto la unidad? Aparentemente, se hace eco de consignas más poderosas que el sentido común, como “la unión hace la fuerza”, que quedan bien en fábulas y en campeonatos de tiro de cuerda. Pero en el fondo está comprando una palabra mágica, “unidad”, de contornos metafísicos inaceptables cuando se concede que la realidad es plural y diversa. También la izquierda, si queremos llamar así al conjunto de votantes potenciales de los distintos proyectos emancipadores (y si aceptamos que existen esos proyectos emancipadores, lo que no tendría por qué ser el caso): una mezcla heterogénea de sensibilidades, intereses, percepciones, ideologías, creencias, tradiciones y aspiraciones que se ha ido sedimentando a lo largo de años, décadas e incluso siglos. Algo que todo proyecto emancipador debería reconocer salvo que solo quiera emancipar espectros, unicornios u obreros de camisa azul mahón. ¿Qué pueden tener en común a) un ex votante del PSOE de sesenta años que, desencantado del felipismo, del zapaterismo y del rubalcabismo (me lo acabo de inventar), saludara exultante el nacimiento de Podemos y b) un comunista ortodoxo de esa misma edad que fue incapaz de votar a Llamazares cuando Llamazares era lo más parecido a un diputado comunista que había no solo en el Congreso sino en el imaginario colectivo español? ¿Cómo conciliar a una joven militante feminista de barrio obrero con un sindicalista de mediana edad, moral conservadora y hondas convicciones antifascistas? ¿Caben en la unidad de la izquierda el defensor de los lobos y el de los pastores? ¿Hay un discurso único que inflame las pasiones contrapuestas de quien ve en el gobierno de coalición un freno a las políticas neoliberales y quien lo percibe como un sedante para los movimientos sociales?
Contrariamente a lo que se dice en ocasiones como esta, las derechas no ganan por estar unidas, sino por ser derechas. Cualquier historia de las derechas en España mostrará que las luchas por la hegemonía, las tensiones, las escisiones y el aventurerismo son tan habituales en esta orilla de la lucha de clases como en la otra. De hecho, una gran cantidad de gobiernos de derechas ahora mismo, tanto autonómicos como municipales, se apoya en pactos más complejos y múltiples que los que puedan unir a las izquierdas en esos mismos escenarios. Las veces que los conservadores optaron por la fórmula mágica del partido único, fue a condición de cepillar y lijar las aristas más controvertidas de su identidad, lo que tendría que hacer a la izquierda plantearse que, en efecto, la unidad tan ansiada solo podría lograrse, ahora mismo, en el seno del PSOE.
No es que la izquierda no vaya unida, es que no se ve que sea izquierda, y tal vez haya dejado de hacer política
Si la izquierda a la izquierda del PSOE no logra permanecer unida quizá sea porque, justamente, lo único que sus componentes tienen en común es esa hostilidad hacia el partido alfa (completamente justificada, a mi juicio, pero ese es otro asunto). En todo lo demás se percibe la misma indefinición que en el PSOE, solo que, mientras el votante socialista tiene un surtido de experiencias por las que guiarse, los demás tienen que conformarse con tibias declaraciones de principios que, en la práctica, se traducen en debilidad, ambigüedad e incompetencia. Cuando se disipe el humo de las bengalas con que hemos saludado el salto de Pablo Iglesias a la arena política madrileña, podremos quizá preguntarnos qué bagaje de conquistas sociales trae consigo, cuántas leyes Mordaza consiguió derogar en este año y pico en la vicepresidencia el gobierno, cuántas reformas laborales revirtió, cuántos blindajes de la sanidad pública propició, cuántas políticas de vivienda verdaderamente progresistas impulsó, cuántas transiciones ecológicas culminó o, al menos, inauguró. Puede que eso explique por qué en las encuestas el supuesto empuje de Pablo Iglesias se desinfla. No es que la izquierda no vaya unida, es que no se ve que sea izquierda, y tal vez haya dejado de hacer política.
No se me confundan: en la izquierda madrileña, igual que en la andaluza o en la asturiana, hay miles de votantes, simpatizantes, militantes y activistas que tienen en Podemos y en Pablo Iglesias su referente electoral. Son gente que se ha dejado, en ocasiones, la vida en la protesta, en proyectos solidarios, en resistir al avance del turbocapitalismo en barrios y polígonos industriales, en escuelas y talleres y hospitales, y se merecen que su voz se oiga y nos lo merecemos todos porque es la voz de una experiencia indispensable para construir un futuro digno de vivirse. Pero también nos merecemos que a esas voces se unan otras, no menos valiosas, que no se sienten interpeladas por el discurso de Podemos, que desconfían de él igual que desconfían del PSOE y que hablan su propio idioma no menos progresista. Que luego se encuentren todos al final de la meta es una cosa, pero que tengan que salir todos montados en el mismo Seat Panda es otra muy diferente y muy poco atractiva.
Por lo demás, siempre nos quedarán los amantes de Stalin y la bandera rojigualda, los fusaristas empeñados en la cruzada contra el globalismo fucsia y posmoderno, los antifeministas emboscados tras sus abstrusas disquisiciones sobre geopolítica y George Soros: con ellos sí que se puede construir una unidad, la del uno consigo mismo, la del cero a la izquierda.
Se anuncia estos días en Madrid el episodio IV de La Unidad de la Izquierda: “Una nueva esperanza”. No sabemos cómo responderá el público, pero la crítica está dividida. Por un lado, el pack Ayuso-Vox ha recibido con alborozo a Pablo Iglesias como candidato de Unidas Podemos. Al fin un ogro al que...
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Xandru Fernández
Es profesor y escritor.
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