Símbolos
Un abrazo y a tu puta casa
La foto icónica del abrazo es una mentira inmensa. El protagonista, senegalés, recibe su abrazo, su foto, y es inmediatamente devuelto a Marruecos
Joaquín Urías 21/05/2021
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Al día siguiente de que miles de personas cruzaran a nado por la frontera del Tarajal, en Ceuta, una amiga periodista me envió una foto. Era del momento –destinado a ser icónico– en el que una trabajadora social de Cruz Roja abrazaba a un muchacho senegalés que no dejaba de llorar.
Esa misma tarde, cuando diversas imágenes de ese instante ya se estaban viralizando, me comentó que la chica se llamaba Luna y que iba a entrevistarla. Entonces se lo dije: “Esa muchacha se va a hacer famosa. Van a amarla y a machacarla en las redes. Se convertirá en un símbolo y la insultarán. Lo mejor que podría hacer es esconderse y no aparecer”. No soy pitoniso ni tengo ninguna capacidad especial de prever el futuro, pero era algo obvio para cualquiera que conozca mínimamente nuestras redes sociales.
En efecto, dos días después esa imagen era La Imagen de esta crisis. Contribuyó a ganar el relato de la tragedia humanitaria frente a quienes querían presentarlo como una invasión que amenazaba la soberanía española.
En estas situaciones, los primeros dos días de información fijan los términos de lo que ahora se llama el relato público. Se construye con aportaciones muy diversas: periodistas que buscan la noticia en directo a determinadas horas, creadores de opinión insistiendo en poner el foco en las víctimas de la crisis, editorialistas conservadores que se niegan a hacerle el juego a la ultraderecha,… Pero sin duda, las imágenes juegan un papel fundamental. Igual que en 2015 la imagen del niño Aylan en una playa turca ayudó a crear una opinión sensible al drama de la inmigración, en este caso han sido determinantes las fotografías de guardias civiles alzando a bebés en el agua, soldados cargando a adolescentes delgadísimos y la foto en cuestión, del senegalés desconsolado en el hombro de la cooperante.
La reacción de la ultraderecha mediática era de esperar. Al ver qué perdían lo que en principio se había presentado como una ocasión extraordinaria de vender su discurso xenófobo y militarista, y ganar votos e influencia se volvieron inmediatamente contra la cooperante. No iban a hacerlo contra el Ejército o la Guardia Civil.
Encabezó esa ofensiva machista y deleznable una tertuliana de extrema derecha a la que no citaremos por su nombre. Empezó con un tuit provocador en el que señalaba que se trataba de un ilegal y que abrazaba a la cooperante para aprovechar “la turgencia de sus senos”. Ante la repercusión de su boutade se creció. Lo siguiente fue hurgar en la vida de la chica y atacarla utilizando todo lo que pudiera aludir a su sexualidad. La apodó “la pechona” y reveló capturas de sus redes sociales: en algunas aparecía la cooperante bañándose en topless. En otras, aparecía en actitud cariñosa con un muchacho negro. Las capturas las presentó sacadas de contexto y acompañadas de alguna antigua broma en la que la muchacha, aún adolescente, había ironizado con los mitos sexuales sobre los chicos de color. Como colofón, publicó una foto pornográfica, falsamente sacada de una red social para buscar pareja, en la que aparecía una chica blanca, de espaldas, manteniendo relaciones sexuales con un negro. Con todo eso construyó una imagen sexualizada y moralista en la que presentaba a la cooperante como una libertina amante de los negros. Y, por supuesto, todo esto, lo adobó con comentarios extraordinariamente soeces. Consiguió el apoyo de muchos de sus seguidores fascistas que inmediatamente comenzaron a hablar de la trabajadora de Cruz Roja juzgándola y llamándola golfa, puta, fea y otros insultos parecidos.
Para cuando la insultada cerró el acceso a sus redes, tanto Twitter como Instagram, como otras plataformas estaban llenas de comentarios denigrantes sobre ella de los que la pobre no se va a poder librar en muchos años.
La finalidad de este ataque inmundo ha sido minar la credibilidad de la imagen icónica de la perspectiva progresista de esta crisis. Mientras más se difunden hashtags de apoyo a Luna que la ponen de ejemplo de lo mejor de España, más la machacan. Frente a los mensajes de ministras progresistas orgullosas de ese abrazo, la muy católica y reprimida extrema derecha española se agarra a su burda visión de las voluntarias como ninfómanas corruptas que ayudan a los inmigrantes para acostarse con ellos.
La joven cooperante es, sin duda, víctima de una batalla permanente por la significación simbólica de los acontecimientos de trascendencia política. Y en ese sentido, la pelea a favor o en contra de Luna tiene menos que ver con lo que realmente sucede en la frontera que con dos bandos políticos, que se miran el ombligo dando la espalda a la realidad.
Por desgracia, en mi vida he asistido personalmente a muchas llegadas de refugiados. A menudo en autobús, pero otras veces andando y, en muchos casos, por el mar. Cuando una persona exhausta y atemorizada, que lleva meses huyendo de la miseria o la guerra, acaba de jugarse la vida y llega a trompicones a su destino se abraza a lo primero que ve. Cualquiera que haya pasado una noche siquiera asistiendo a las llegadas de barcas cargadas de personas a las playas de Lesbos lo sabe. El protagonista de esos abrazos nunca es el voluntario (o militar, policía o trabajador internacional) que está en la orilla. El protagonista del abrazo es siempre la persona inmigrante. Es él o ella quien se ha jugado la vida; quien se sobrepone a una situación de vulnerabilidad extrema y culmina su camino. Su tragedia es emocionante y conmueve los sentimientos de humanidad que llevamos dentro. La cooperante sólo está ahí y se deja abrazar.
Miramos mal la foto del abrazo. Lo que nos emociona no puede ser la ternura del recibimiento de los españoles caritativos, sino la desesperación de quien acaba de jugarse la vida y necesita consuelo.
Y ese consuelo no se le da. La foto icónica del abrazo es una mentira inmensa. El protagonista, senegalés, recibe su abrazo, su foto, y es inmediatamente devuelto a Marruecos. Su odisea no le ha servido para nada. La imagen de los “buenos españoles progresistas” que reciben cariñosamente a los inmigrantes apenas es basura.
La mayor parte de los políticos, periodistas y opinadores orgullosos de esa foto están de acuerdo, al mismo tiempo, con que a ese muchacho lloroso que lleva miles de kilómetros, vejaciones y maltratos se lo devuelva a la fuerza al país del que acaba de escapar y donde volverá a ser maltratado. Muchos de nuestros referentes mediáticos progresistas carecen de la humanidad más básica. Quieren su foto para presumir de la superioridad moral de la izquierda. Pero al negro que lo echen. Como diría esa tertuliana de extrema derecha, a su puta casa.
No conozco a Luna. No me tiene que caer ni bien ni mal, porque no simboliza nada.
Me parte el corazón ese chico senegalés sin nombre, que recorre un continente andando. Que, desesperado, renuncia a su dignidad en cada frontera. Que se tira al mar sin saber nadar y al que la policía española acaba de devolver a hostias a Marruecos.
Vaya mierda de abrazo le hemos dado.
Al día siguiente de que miles de personas cruzaran a nado por la frontera del Tarajal, en Ceuta, una amiga periodista me envió una foto. Era del momento –destinado a ser icónico– en el que una trabajadora social de Cruz Roja abrazaba a un muchacho senegalés que no dejaba de llorar.
Esa misma tarde, cuando...
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Joaquín Urías
Es profesor de Derecho Constitucional. Exletrado del Tribunal Constitucional.
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