Imaginación Radical
Las plazas
La ocupación masiva de plazas, parques y calles a partir del año 2011 provocó el nacimiento de un nuevo tipo de organización colectiva con acción local y conexión global que puso la vida de las personas en el centro
Bernardo Gutiérrez 29/05/2021

La Acampada Sol de Madrid, el 20 de mayo de 2011.
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El día que el dictador Hosni Mubarak renunció, los participantes de la acampada Tahrir en El Cairo comenzaron a limpiar la plaza. Un estudiante afirmaba que después de limpiar Tahrir veía un futuro prometedor. Las imágenes de limpieza de las acampadas del ciclo de protestas que arrancó en 2011 fueron recurrentes. Barrer, fregar el suelo o recoger basura eran actos colectivos. Reforzaban el sentimiento de pertenencia al lugar y a la comunidad que lo habitaba. “La plaza, mi casa”, lucía un cartel en la Acampada del Sol de Madrid, bañando de intimidad aquel espacio. La investigación The aesthethic of protest, centrada en el proceso de ocupación del parque Gezi de Estambul en 2013, recoge una imagen viral que contraponía las labores de limpieza de los acampados y la basura dejada por los asistentes a un mitin del presidente Erdogan. Tras analizar 250.000 tuits, The aesthethic of protest se deparó con una sorpresa: las imágenes de la vida diaria de la acampada del parque Gezi eran las más frecuentes. Los medios ponían el foco en los enfrentamientos con la policía, pero las fotografías captadas por los acampados recogían actividades como comer, dormir, limpiar, leer, hacer ejercicio o cultivar un huerto. Las actividades cotidianas de la acampada desplegaban un sentido ético compartido y nuevas formas de estar en el espacio público. Ensalzaron el placer de los vínculos sociales. Presentaron un prototipo de vida social basada en el horizontalismo, la cooperación y la inclusividad. El día a día de las ocupaciones devino la política prefigurativa del futuro.
Ocupar un espacio público, desvisualizando, refuerza la auto representación y muestra-posibilita otras formas de hacer y de vivir
Mientras los medios buscaban a los líderes y exigían las demandas políticas del movimiento de las plazas, los acampados alimentaban, a su ritmo, una maraña de relaciones. Tras el desalojo de las acampadas, su tejido social y sus formas de hacer reinventaron la vida de los barrios. En Madrid y Estambul, por ejemplo, hubo cientos de asambleas barriales durante mucho tiempo. Cuando el establishment daba por muerto a Occupy Wall Street, la red creada durante la ocupación del Zucotti Park de Nueva York renació como Occupy Sandy y coordinó una exuberante red de solidaridad tras el huracán Sandy. Transitando del “toma la calle” al “toma los barrios”, el 15M desplegó su mundo colectivo, con otro tempo, en otros términos. A finales de 2012, en una de las asambleas del 15M madrileño, una participante renunciaba a ser vanguardia del movimiento. La vanguardia, decía, es “épica, barricada, primetime, tiempo único, unilateralización”. Por eso reivindicaba la retaguardia, lo cotidiano, empezando a visibilizar el paradigma de los cuidados: “Retaguardia es el nuevo AMPA que estamos creando en la escuelita (...) Retaguardia es cada una de las prácticas que contribuyen a alimentar, recrear, revivir el clima de la revuelta”.
Formas de vida, no discursos
Autor: Gabriel Rosa
A pesar de sus diferencias, las infraestructuras efímeras construidas en las plazas y parques ocupados del mundo manifestaban una sorprendente semejanza. Las imágenes aéreas de las lonas de la plaza Tahrir, los manuales de How to camp del 15M español o las píldoras visuales del Occupy Architecture del parque Gezi eran códigos abiertos y adaptables para levantar una acampada. En la puerta del Sol de Madrid había biblioteca, huerto, cocina. En la plaça Catalunya de Barcelona se habilitó un espacio para dormir en sacos. En el parque Zuccotti de Nueva York surgieron puestos médicos o almacenes de ropa. El parque Gezi de Estambul tenía comedores e incluso un decorado para bodas. Durante la ocupación del parque Augusta de São Paulo, al inicio de 2015, se veían zonas de reciclaje, construcciones de bambú o piscinas plegables. Mundos propios. Tiempos alterados. Espacios reinventados. Nuevos roles. La normalidad boca abajo. Los objetos adoptaron funciones diferentes. En Estambul, los cascos de construcción y las gafas de natación servían para protegerse de la policía. En Brasil, los carteles eran elaborados con cajas de pizza. En las acampadas se plantaban semillas en botellas de plástico. Todo –cables, carpas, extintores, lonas, señales de tráfico– tenía un nuevo uso. La realidad desordenada de las plazas, con sus espacios y tiempos propios, propiciaron, como viene insistiendo Jacques Rancière, la alteración de las jerarquías dadas. Un nuevo reparto de lo sensible: otra posibilidad de relaciones e imaginarios que no se construyen con una imaginación separada del mundo físico, sino con una imaginación radical cocinada con prácticas colectivas.
Nicholas Mirzoeff argumenta que la oleada de acampadas del ciclo 2011 provocó una desvisualización. La gente, ocupando el espacio urbano, desvisualiza las lógicas y estructuras del mundo previo que les oprime. Mirzoeff afirma que “desvisualizar significa deshacer los procesos de clasificación, separación y estetización formados bajo cierto tipo de colonialismo”. Ocupar un espacio público, desvisualizando, refuerza la auto representación y muestra-posibilita otras formas de hacer y de vivir. En España, las ocupaciones del 15M desvisualizaron la realidad configurada por la constitución de 1978. Todo al desnudo: el bipartidismo, una monarquía vetusta, políticas públicas que incentivan el consumo. La desvisualización del “régimen del 78” provocó, a su vez, el regreso de tradiciones reivindicativas, de lenguajes reprimidos, de prácticas minoritarias. Todo diluido y reinventado en un nuevo magma de acción y enunciación política. Con rituales radicalmente inclusivos. Sin líderes. Con un nuevo sistema red compuesto por muchas y diversas formas de organización social. “No nos mires, únete”, se gritaba en las plazas españolas.
Las asambleas que oxigenaron las acampadas y muchos barrios durante años no eran únicamente mecanismos de deliberación y escucha política. La coreografía de la asamblea generaba un nuevo espacio de encuentro y creación. Las asambleas en el espacio público constituían un ejercicio de ocupación rítmica de la calle que situaba los cuerpos en primer plano político. La performatividad de la asamblea creaba un nuevo sujeto colectivo compuesto por cuerpos precarios. La técnica del micrófono humano de Occupy Wall Street de Nueva York, que consiste en que las personas repiten en voz alta el discurso de quien habla, supuso una auténtica performance low-tech, un ensamblaje estético de discursos y afectos. ¿Cómo no prestar atención a la palabra del otro si atraviesa nuestro cuerpo? Coreografías, performances, alianza de cuerpos. Democracia encarnada. Aunque se desmantele una acampada, sus rituales pueden sobrevivir de múltiples maneras. Durante años. Pueden reaparecer inesperadamente. En cada sublevación, como apunta Marcelo Expósito, se producen acontecimientos donde el movimiento en su conjunto sabe y recuerda más que la suma de los sujetos que lo componen. Cuando los cuerpos se reagrupen, recordarán. E imaginarán nuevos caminos, junto a nuevos cuerpos.
A la velocidad de la risa
El lenguaje de signos de las asambleas del 15M español se consolidó en pocos días. Y con ligeros cambios, se expandió por el mundo. Las protestas de Israel del verano de 2011 adoptaron el gesto de las manos girando, que significa “pasa palabra”. Botswana abrazó el mismo gesto durante la gran huelga de 2011. En septiembre de 2011, nace en Nueva York el manual Occupy movements hand signals. La gestualidad verbal y corporal de las plazas devino lenguaje compartido, atmósfera afectiva, simbología cómplice. Configuró un lenguaje visual, corporal y adaptable que Ariella Azoulay denomina sintaxis cívica. Con emocionalidad y empatía, la sintaxis cívica de las plazas se expandió por el mundo “a la velocidad de la risa”, como afirmaba una participante de #YoSoy312, la versión mexicana de la insurrección de las plazas.
La expansión de la forma de hacer o decir del movimiento de las plazas no habría ocurrido sin una esfera digital global y unas dinámicas en red que desbordaron las formas de organización social previas. La investigadora Giomar Rovira argumenta en Activismo en red cómo las revueltas de las plazas consolidaron la multitud conectada, que define como un espacio de performance y de prefiguración: “Multitudes no marcadas por categorías sociales sino por un ejercicio de ciudadanía performativa, puesta en escena, toma de la ciudad, ciudadanía no concedida por el estado, sino apropiada y desprivatizada, situada y local”. La multitud conectada tejió un universo de prácticas e imaginarios sin la necesidad de colectivos históricos. Las acampadas situadas y locales reverberaron en la esfera de comunicación de otros países, sincronizándose en cierta unidad de acción. El lema toma la calle del 2011 español renació en las protestas de Perú de 2013. Cuando nadie lo esperaba, el formato acampada se expandió por todo Colombia para luchar por la paz, tras el resultado del plebiscito de 2016. Tuits que escalan. Pintadas trasnacionales. Lemas virales que nombran nuevos movimientos. Que renombran a las masas. We are the 99%. Somos la gente común. Lo queremos todo (aunque estemos más dispersos que unidos). Fuck you, Troika. Nuestra barricada es la calle global.
Por una vida des mercantilizada
Cuando en junio de 2013 estallaron las revueltas del Movimento Passe Livre (MPL) en Brasil, el norte global buscó el formato acampada para interpretarlas. Se ocuparon algunos ayuntamientos y parlamentos regionales. Surgieron acampadas frente a la casa de algunos gobernadores. Pero las protestas tenían personalidad propia. Se paraban autopistas para jugar pachangas de fútbol. Ríos de gente vaciaban de vehículos las calles. Se tocaba música en todos los rincones. Las protestas empezaron contra el aumento de la tarifa del transporte urbano, con el lema por uma vida sem catracas (por una vida sin torniquetes). El formato catracaço, el salto colectivo de torniquetes, se convirtió en el símbolo de aquellas protestas. Y la catraca se re significó como metáfora de todas las opresiones del capitalismo. Lema y ritual desbordaron el ámbito del transporte. Los manifestantes diseminaron torniquetes por las ciudades. Proliferaban festivales callejeros pula catraca (“salta torniquete”) y blocos de carnaval que invitaban a volar sobre los frustrantes torniquetes. Revertir el giro perverso del torniquete creaba un caleidoscopio de nuevas posibilidades de vida y liberaba a las ciudades de sus amarras.
La insurrección global no demandaba orden, como proclaman algunos líderes de la nueva izquierda. Anhelaba desordenar la vida individualista del neoliberalismo
La insurrección chilena de 2019 comenzó también con saltos de torniquetes en el metro de Santiago, “evasiones”, en protesta por el aumento de 30 pesos del billete. Las evasiones masivas, organizadas vía WhatsApp, liberaron la opresión de décadas de vida neoliberal. El lema “no son 30 pesos, son 30 años”, en palabras de la investigadora Nelly Richard, empezó como un juego de saltos desobedientes y acabó como venganza contra la mercantilización extrema de la vida. Y después llegaron cacerolazos. Brotaron asambleas. Protestas masivas. Se renombró la plaza Italia de Santiago como plaza Dignidad. Y el terremoto continúa. “No volveremos a la normalidad porque la normalidad era el problema”, lucía una proyección en el Santiago pandémico.
En 2015 también hubo sorpresa: una nueva oleada social, influenciada por el legado de Gezi en Estambul, ocupó varios parques brasileños, apelando tanto a los espacios naturales a proteger como a las comunidades que los habitaban. De los parques rebeldes de Brasil surgieron nuevas y heterodoxas alianzas sociales alrededor de los bienes comunes. Y una senda cosmopolítica para reactivar la magia, retomar la tierra y deshacer el hechizo del capitalismo. No hacían falta plazas para dialogar con el ciclo global del 2011. El espíritu de la época también atravesaba Brasil. Lenguajes y formas de auto organizarse similares. Y el deseo de otra vida colectiva, con las personas en el centro. El filósofo Peter Pál Pelbart describía la insurgencia de Brasil como algo “más de movimiento que de partido; de flujo, más que de disciplina; de impulso, más que de finalidades”. Los catracaços visibilizan lo que Suely Rolnik denomina cuerpos vibrátiles, cuyos sentidos funcionan en relación a otros. Los territorios se construyen en base a las señales de la presencia viva del otro en nuestros cuerpos vibrátiles. La “vida sin torniquetes”, para ser discurso político efectivo, primero tiene que ser resonancia sensorial y vibración de las fuerzas del mundo en nuestra piel.
Frente a la pulsión de vida y la emoción con las que la extrema derecha surfea sobre el caos, la invocación al orden de la izquierda es el verdadero anti 15M
Se ha escrito mucho sobre el carácter destituyente del 15M. Sobre el carácter constituyente de las protestas chilenas. Se ha incidido en la construcción discursiva y las hegemonías políticas post plazas. Se suele obviar algo central: la revuelta contra el estilo de vida capitalista. No eran (solo) plazas. No era (solo) la democracia. Era el capitalismo. Se cuestiona la democracia cuando no garantiza las condiciones materiales de la mayoría. Cuando no nos permite tener una vida colectiva plena. Releamos los lemas iniciales de las revueltas, por favor. “No somos mercancía en manos de políticos y banqueros (Democracia Real Ya)”. No somos mercancía. Mercancía. “Lo queremos todo. Lo queremos ahora (Juventud Sin Futuro)”. “Por una vida sin torniquetes” (Movimento Passe Livre). “Si no ardemos juntos, ¿quién iluminará esta oscuridad?” (#YoSoy132). La revuelta de las plazas supuso una re-invención de la cotidianidad a partir de estrategias de construcción de mundo y de la resistencia esperanzada que conlleva el establecimiento de un lugar. Y desplegó una imaginación radical no basada en pensamiento, sino en prácticas colectivas que deshacían el entramado comercial de la vida. De las plazas ocupadas emanaba una forma de habitar la ciudad: destellos de una vida desmercantilizada, imágenes-promesa de una vida sin torniquetes monetarios.
La insurrección global de las plazas no demandaba orden, como proclaman algunos líderes de la nueva izquierda española. Anhelaba desordenar la vida individualista del neoliberalismo. No, señores politólogos: el botellón masivo que ocurrió tras el confinamiento pandémico en las principales ciudades de España no era el “anti 15M”. Algo irresponsable, cierto, pero, ¿aquella borrachera colectiva no buscaba también retomar el vínculo de los cuerpos y la magia de estar juntos? Frente a la pulsión de vida y la emoción con las que la extrema derecha surfea sobre el caos, la invocación al orden de la izquierda es el verdadero anti 15M. Para espantar la nube tóxica post pandémica necesitamos insubordinaciones afectivas, la erótica de la piel-con-piel, desobediencias masivas, hacer con otros para tejer valores otros. Nuevas coreografías sociales, como aquellas ya distantes asambleas de las plazas que, según Judith Butler, eran la “representación performativa de la democracia radical que solo puede articular una buena vida en el sentido de una vida habitable”.
El día que el dictador Hosni Mubarak renunció, los participantes de la acampada Tahrir en El Cairo comenzaron a limpiar la plaza. Un estudiante afirmaba que después de limpiar Tahrir veía
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Bernardo Gutiérrez
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