Tribuna
Carnés de periodista
Lo preocupante del asunto Iglesias es que los periodistas nos hayamos enredado en si es o no periodista mientras el presunto periodismo crítico fetén se pasea por Abu Dabi con el emérito huído y aparece en los audios de Florentino Pérez
Vanesa Jiménez 7/09/2021
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Empecé a convertirme en periodista hace casi 25 años, cuando pisé por primera vez la redacción de un diario, que fue la de El Mundo, y desde entonces arrastro un doble síndrome del impostor, por mujer y por oficio. En este cuarto de siglo no he conseguido convencerme de que mi profesión, en general, contribuya al bien común. De que es capaz de hacer el mal no tengo ninguna duda.
Hace algunos días, cuando diversos medios, entre ellos CTXT, comunicaron que el exvicepresidente Pablo Iglesias se incorporaba a sus equipos de colaboradores, surgió un debate en Twitter: ¿podrá ejercer el fundador de Podemos un periodismo crítico? Desde mi toalla pensé: ¿Y qué (coño) importa?
Soy directora adjunta de esta revista y si hay una firma que me preocupe poco es la de Iglesias. El expolítico será examinado por propios y ajenos como ningún autor de CTXT. Ya lo ha sido en su estreno, seguro que lo han visto, nunca antes nuestra cabecera se había mencionado tanto, y menos en los numerosísimos medios de la derecha. Les diré, por si queda alguna duda del escrutinio, que la tribuna del estreno ha sido citada hasta en el As.
Es incuestionable que la voz de Iglesias es formada, conocedora y solvente, y que suma en un debate que en este medio siempre será plural. También creo que sigue siendo un político cuando analiza la política, y que su debut en CTXT muestra el artículo que podíamos esperar, la continuación de su estrategia como ex candidato en las elecciones en las que arrasó Ayuso. Yo discrepo en el enfoque y en más cosas, pero me gustó leerlo en la revista. También leo a Felipe González –en mi cabeza alias gran coalición– en El País y aún no me ha dado un chungo. Si el director me lo permite, desde aquí le invito a colaborar en Contexto. Nuestras tarifas son bajas, ya le aviso.
Lo preocupante del asunto Iglesias es que los periodistas, tan dados en los últimos tiempos a repartir carnés de la cosa y a defender las esencias de un oficio que apenas sabemos ya definir, nos hayamos enredado en algo tan poco importante mientras el presunto periodismo crítico fetén –por cierto, ¿no es un pleonasmo? ¿puede el periodismo no ser crítico?– se pasea por Abu Dabi con el emérito huído, aparece en los audios de Florentino Pérez, se reúne con la fiscal general mientras Villarejo sale de prisión…
Hace ya tiempo que esto que defendemos como nuestro oficio y que llamamos periodismo se aleja mucho del ideal que conservamos en la cabeza y en las tripas. No hay dinero. Y, seguramente por eso, no hay libertad. Hace un par de años, Sebastiaan Faber entrevistó en CTXT al veterano corresponsal Seymour Hersh, que había publicado Reportero. Memorias del último gran periodista americano. Aquí una de sus respuestas:
“Las historias difíciles no lo son solo porque sean caras. En la Associated Press, en el New York Times y en el New Yorker, yo escribía historias que les complicaban la vida a los directores. En los tres, mi trabajo consistía básicamente en entrar a la redacción con una rata muerta llena de piojos, depositarla en el escritorio del director y decirle: Voy a escribir algo que el gobierno va a odiar. Me llamarán mentiroso. Tendrás que trabajar duro para comprobar todo lo que diga. Va a haber gastos, porque voy a tener que moverme mucho. Y aun así, puede que no funcione. Aunque te cueste cincuenta mil dólares en vuelos y hoteles, es posible que regrese con las manos vacías. Pero incluso si te consigo una historia que valga, habrá abogados que te griten y suscriptores que se den de baja”.
Lamentablemente, no queda casi ningún sitio con muchos miles de dólares, ni siquiera unos pocos, para buscar y contar una historia importante. Tampoco abundan los jefes valientes, o quizá haya demasiados jefes que nunca fueron periodistas, que solo han ejercido la connivencia con los poderes, y además con gusto. Cloacas siempre ha habido, no sé si tan grandes ni tan profundas como ahora. Pero esto ya ni siquiera va de contar la matanza de My Lai, ni de revelar las torturas de los soldados estadounidenses en Abu Ghraib. Esto, en nuestro país, empieza a ir de no hacer el mal. Y de defender lo básico: la democracia, los derechos, la libertad, la vida.
Cuando desde los medios de comunicación se ataca a las y los que menos tienen, a las y los débiles, a las y los no iguales; cuando desde esas tribunas privilegiadas no se defiende la mejor vida posible para todas y todos –aquí empiecen por la Sanidad pública universal y acaben con los derechos de las mujeres en todo el planeta, en medio hay casi un infinito por luchar– estamos haciendo el mal. Y eso no es periodismo.
En el oficio repetimos una y otra vez la frase del periodista y escritor polaco Ryszard Kapuscinski “las malas personas no pueden ser buenos periodistas” como una forma de protección. O de autoconvencimiento: somos periodistas, poseemos la virtud del bien. Pero aunque sea uno de nuestros mantras, es falso. Yo he conocido a algún que otro buen periodista con altísimas dosis de maldad en sus decisiones y en su pluma. No nos engañemos, para hacer bien el mal también se necesita talento.
A estas alturas ya no aspiro a que, de vez en cuando, alguna o algún colega ponga sobre la mesa de su director una rata piojosa muerta. Me conformo con verdades más sencillas. Pero, eso sí, no me resigno a que seamos herramientas de la desigualdad, el abuso, la injusticia, el miedo, el hambre, la enfermedad. La ultraderecha nos recuerda cada día que las vidas pueden ser peores, y que algunas vidas pueden ser mucho peores. Y mientras tanto, un grupo de medios, que no son pocos, se encarga de abonar la tierra para que germine el odio. Como nos apliquen lo de que un país vale lo que vale su prensa –lean a Albert Camus–, nos quitan los Next Generation. Sigamos hablando de Iglesias. Es más fácil.
Empecé a convertirme en periodista hace casi 25 años, cuando pisé por primera vez la redacción de un diario, que fue la de El Mundo, y desde entonces arrastro un doble síndrome del impostor, por mujer y por oficio. En este cuarto de siglo no he conseguido convencerme de que mi profesión, en general,...
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Vanesa Jiménez
Periodista desde hace casi 25 años, cinturón negro de Tan-Gue (arte marcial gaditano) y experta en bricolajes varios. Es directora adjunta de CTXT. Antes, en El Mundo, El País y lainformacion.com.
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