Elecciones en Alemania
La desteñida campaña de las medias rojas
Treinta años después de la caída del Muro, los democristianos alemanes apelan al anticomunismo para demonizar un eventual gobierno de izquierdas que incluya a Die Linke
Franco Delle Donne 16/09/2021
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– ¡Dios mío! ¡Qué escándalo!
La canciller Angela Merkel se dirige hacia su izquierda. Decide interrumpir su discurso para intentar acallar las quejas de las y los diputados que levantan el tono. Son los escaños del partido socialdemócrata (SPD), la izquierda (Linke) y los verdes (B’90/die Grünen). No se trata de una escena común. Al menos no cuando habla la canciller. Pero esta vez algo es diferente. Los gritos son una reacción. Merkel ha decidido convertir al Bundestag, el Parlamento Federal de Alemania, en un escenario más de la campaña electoral. Ha llamado a votar por Armin Laschet, el candidato de la Unión (CDU/CSU).
La imagen de Merkel se desdibuja un poco a causa de este discurso. Por un lado, porque no debería hacer campaña en el Bundestag, al menos no de esa manera, en medio de una alocución como jefa del Ejecutivo. Por otro, porque lo hace como reacción a una situación inédita en la historia de la República Federal Alemana: su partido ha caído por debajo del 20% en las encuestas. Parece un recurso de último momento. Un movimiento desesperado. Y el hecho de que la canciller haya evitado pronunciarse a favor de Laschet durante semanas profundiza aún más esa sensación de estar en fuera de juego: ¿Por qué no lo hizo antes?
Pero hay algo que evidencia aún más que la Unión no encuentra el rumbo y que la canciller también se ha contagiado de esa desorientación. La campaña de las “medias rojas”, rote Socken en alemán, se ha transformado en el mensaje principal de los democristianos. Se trata de apelar a una vieja fórmula del centroderecha alemán: el anticomunismo. Treinta años después de la caída del Muro, todavía se sigue utilizando ese marco. En este caso, para demonizar preventivamente un eventual gobierno de izquierdas en Alemania que incluya al partido Die Linke, la izquierda.
El objetivo es asustar al votante que ha migrado de la Unión hacia el SPD en las últimas semanas. Ese que ha visto en el socialdemócrata Olaf Scholz una opción razonable. Se dice que es el candidato que más se parece a la canciller, el más merkeliano de los tres con posibilidades de ganar. La CDU vive momentos de fuerte convulsión y cada encuesta que se publica sube la presión. Especialmente la interna. ¿Será la bandera del anticomunismo la decisión correcta? ¿Es lo que la sociedad alemana está buscando?
El partido que sabe gobernar
La campaña había comenzado de manera muy diferente para el partido de la canciller saliente. El conservador bávaro Markus Söder (CSU) quería imponer una tradición que tiene lugar cada 20 años en el centroderecha alemán: intentar ganar la elección federal con un candidato del sur, de la CSU. Los sondeos le beneficiaban y tenía mucha aceptación en las bases del partido hermano (CDU). Sin embargo, Armin Laschet, el gobernador del estado federado más grande de Alemania, Nordrhein-Westfalen, y jefe de la CDU, no tenía intenciones de respetar aquella tradición. La lucha terminó con un triunfo de este último gracias al apoyo de los peces gordos del partido. Las heridas políticas suelen perdurar y, ya en ese momento, se percibía que Laschet no tendría a toda la Unión tras de sí. Estaba obligado a ganarse ese apoyo. Y no sería fácil.
Mientras tanto el furor verde estaba en todo su esplendor. Ya se hablaba de la primera canciller verde, Annalena Baerbock, que parecía encarnar el espíritu del momento, en un clima que presagiaba que lo que necesitaba Alemania era un cambio. Un combo de errores no forzados y una campaña sucia financiada y fomentada por ciertos sectores empeñados en impedir un gobierno verde fueron erosionando poco a poco las oportunidades de Baerbock. Y el gran beneficiado fue Armin Laschet que, para julio de 2021, lideraba una Unión que volvía a alcanzar el techo psicológico del 30%. ¿Olaf Scholz? De él nadie se acordaba.
La Unión desplegó una estrategia de comunicación basada en su experiencia de gobierno. Ningún partido, según su visión, está mejor preparado que la CDU y la CSU para gobernar el país, para gestionarlo exitosamente, para dar por concluido el tiempo de pandemia de forma estable y organizada. Pero, al mismo tiempo, la CDU tenía otro mensaje que sonaba muy bien en los oídos de sus votantes de centro y centroderecha: para los democristianos Alemania no necesitaba medidas de cambio profundo para abordar los problemas más graves del país, al contrario, con algunos ajustes bastaba.
La estancada digitalización, la inacción ante la crisis climática o la creciente desigualdad se solucionarían sin mayores modificaciones. Todo iba a seguir igual para las y los alemanes. Nadie notaría que algo estaba cambiando. Parecía el mensaje perfecto. Y lo que era aún más importante: no era necesario subir los impuestos. Al contrario, habría vías para desgravar, especialmente para los más acaudalados.
Un plan clásico del centroderecha, pero ¿realista? ¿De dónde saldría el dinero de las inversiones para modernizar un país cuyos ministerios todavía se comunican por fax? Sin una subida de impuestos, ¿qué parte del gasto estatal se estaba planeando recortar?, ¿quién iba a terminar pagando el “cambio imperceptible”? Preguntas sin respuestas que pocos se hacían. Sólo importaba la estabilidad. Y la gestión de crisis. Y ha sido esta última la que rompió el momento de gracia de Armin Laschet, que comenzó a caer en los sondeos.
El candidato que no estuvo a la altura
Mediados de julio en Alemania. La lluvia no cesa y las inundaciones toman dimensiones de catástrofe. Los muertos superan el centenar. Una tragedia que se convertirá en un punto de inflexión para las ambiciones de Armin Laschet. Gran parte de las regiones afectadas corresponden a la región que el propio candidato democristiano gobierna. La desolación es total. Laschet promete ayudas inmediatas y sin necesidad de burocracia. Días después, cuando vuelva a visitar la zona, recibirá quejas por parte de los inundados: “¿Dónde están las ayudas prometidas?” El video se viraliza y agudiza aún más la crisis de campaña que sufre la Unión. En efecto, el hecho de que Laschet saliera riendo a carcajadas en la televisión nacional mientras el presidente federal pronunciaba un discurso recordando a las víctimas era indefendible.
Laschet, el candidato del centroderecha, la fuerza que se autoproclamaba la mejor gestora de crisis, había fracasado rotundamente. Ni siquiera su intento de relanzarse como líder de la nación durante la crisis en Afganistán funciona. De hecho, su sobreexposición le perjudica más que ayudarlo. La situación se transforma en una ventana de oportunidad para Olaf Scholz, el ministro de Finanzas que, en silencio, construye su imagen de político razonable, serio, respetuoso. La amenaza para la Unión cambiaba así de color. Ya no era verde, ahora era roja.
El retorno del anticomunismo
– “Son tres palabras: Yo no lo haré (Ich mache es nicht)... ah no, son cuatro”. Un error tonto de Laschet, que contó mal las palabras, y convirtió su ataque a Scholz en un gag televisivo del debate electoral. El candidato del centroderecha pretendía forzar al socialdemócrata a decir que él no formaría una coalición con Die Linke. Que garantizara que no habrá tripartito de izquierdas en Alemania. Scholz no puede hacerlo. De hecho, no le conviene. Su partido necesita que aquellos votantes de izquierda dividan su voto y apoyen a la socialdemocracia, ya que el sistema electoral alemán así lo permite. Cada ciudadano tiene dos votos, uno para el candidato del distrito, el otro para un partido. Se puede votar por dos fuerzas diferentes en la misma papeleta.
Pero la pregunta de Laschet oculta algo más. Una estrategia que va más allá de las negociaciones de coalición en sí, y que lo que busca es desprestigiar a Scholz. Quitarle su aura de candidato responsable, razonable, medido para transformarlo en un experimento de izquierdas. El objetivo es entonces imponer el debate del comunismo o anticomunismo. Y, así, despertar viejos resentimientos en la sociedad. En Alemania se la denomina campaña de las rote Socken, es decir, de las medias rojas.
Se trata de la última ofensiva en redes sociales de la CDU y de la CSU. Pero también en otros medios, especialmente los afines ideológicamente a la Unión. Figuras del ala de izquierda del SPD como Kevin Kühnert, Saskia Esken o Norbert Walter-Borjans son utilizados como una suerte de lastre ideológico en los discursos de la Unión. Acusan a Scholz de ser apenas una marioneta de las intenciones de sus compañeros de partido.
Y para Scholz no es fácil salir de esa encerrona. Esken y Walter-Borjans se convirtieron en jefes de su partido derrotando justamente a su actual candidato en 2020. Incluso llegaron a acusarlo públicamente de no ser un verdadero socialdemócrata. Luego la situación cambió y decidieron apelar a él para construir una opción más de centro. En cualquier caso, tanto la CDU como la CSU aprovechan estas viejas rencillas del SPD para argumentar que Scholz, en realidad, está presionado por el ala izquierda del partido. Según ellos, Scholz es una cortina de humo y detrás están los ideologizados líderes de la izquierda irresponsable y amiga de los poscomunistas.
La amenaza inexistente
El problema con la estrategia de la Unión, desesperada y sin rumbo concreto de campaña, es que no hay rote Socken por ninguna parte. La imagen de Scholz es producto de su acción como ministro de la propia Merkel y, a la vez, es el envés de sus competidores. Tanto Baerbock como Laschet mostraron mucho más sus debilidades que sus fortalezas. Por el contrario, Scholz sólo tuvo que llegar en el momento justo al lugar indicado, es decir, a seis semanas del día de la votación, cuando se puede comenzar a votar por correo. El candidato socialdemócrata percibió que era mucho más inteligente empeñarse en no mostrar sus debilidades en lugar de en destacar sus fortalezas. Era cuestión de esperar, de no cometer errores, de no hablar de más. Más merkeliano, imposible.
Y esa estrategia defensiva de Scholz termina por desarmar el impacto que pudieran tener los ataques de la CDU y la CSU. Si a ello le sumamos que el consenso general establece que Die Linke nunca formaría coalición a nivel federal con socialdemócratas y verdes por su posición respecto a la OTAN, la operación rote Socken de la Unión queda completamente neutralizada. Incluso si Scholz se niega a descartarla públicamente, como ha hecho hasta el día de hoy.
La herradura y los falsa teoría de los dos demonios
La estrategia de las rote Socken ha sido contraproducente. De hecho, ha reactivado otros aspectos de los debates ideológicos alemanes que la Unión hubiese preferido no activar. La aparición del partido ultraderechista Alternative für Deutschland (AfD) ha obligado a la Unión a proferir frase como: “Estamos contra el extremismo… de derecha y de izquierda”. Sin embargo, esa frase, que funcionaba muy bien hace algunas décadas, hoy es más compleja. ¿Es lo mismo Die Linke que AfD?
En alemán se lo conoce como la Hufeisentheorie, teoría de la herradura o de los dos demonios. Con ella se pretende construir la imagen de la equidistancia como un valor. Sin embargo, presupone la existencia de posiciones extremistas y antidemocráticas similares entre partidos a la derecha e izquierda del espectro político. En la Alemania actual, esas posiciones similares no existen. Die Linke cogobierna en varias regiones, incluso al oeste del país. A casi 15 años de su fundación, este partido de izquierdas se ha consolidado dentro el sistema de partidos de Alemania hasta el punto de que un líder de la CDU, el ministro-presidente de Schleswig-Holstein, Daniel Gunther ha expresado que no descarta una cooperación con Die Linke en algún momento.
Por el contrario, AfD es un partido de la familia de las derechas radicales europeas. Incluso dentro del partido, su facción más poderosa es el sector liderado por Björn Höcke, un importante dirigente de Thüringen aficionado a la provocación estratégica con frases como: “Alemania tiene que dar un giro de 180 grados en su política de la memoria”. Este partido, como toda derecha radical, apunta a la erosión progresiva de las instituciones y valores democráticos. Y aquí es donde la equidistancia se desvanece y el peligro real se puede percibir.
En sus filas la CDU cuenta con algunos actores muy cercanos a la forma de pensar de la ultraderecha. Candidatos como Hans-Georg Maaßen, ex jefe del servicio secreto, es un ejemplo. Laschet no pudo hacer lo que le exige a Scholz, distanciarse de un candidato que apela a posiciones propias de la derecha radical populista, que ha sido visto en eventos con la asistencia de neonazis, que ha hablado de controlar la ideología de los periodistas. Y ahí es donde la estrategia de las rote socken pierde credibilidad y, sobre todo, integridad.
Si la Unión no encuentra otro mensaje a corto plazo corre un serio riesgo de obtener algo más grave que el peor resultado de su historia: una crisis de identidad. Justo ahora, cuando llega el fin de la era Merkel.
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Franco Delle Donne es doctor en Comunicación por la Freie Universität Berlin. Director del proyecto Epidemia Ultra. Co-Host del podcast El Fin de la Era Merkel y productor del podcast narrativo Merkel. La canciller de las crisis.
– ¡Dios mío! ¡Qué escándalo!
La canciller Angela Merkel se dirige hacia su izquierda. Decide interrumpir su discurso para intentar acallar las quejas de las y los diputados que levantan el tono. Son los escaños del partido socialdemócrata (SPD), la izquierda (Linke) y los verdes...
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