El sexo del Islam
Úteros y democracia
Solo se podrá llevar a cabo un proyecto democrático si el sexo se ha liberado, solo si la voluntad logra reconquistar la naturaleza
Karima Ziali 25/01/2022
En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
El mundo musulmán está herido. Esto significa que nosotros los musulmanes sufrimos una amputación visceral e íntima. Es un corte profundo que nos obliga a cojear y a avanzar a paso intermitente, a veces hacia delante, otras hacia atrás. Pero esta lesión me hace pensar que más bien llevamos tiempo atorados. Cuál sea el origen de esta parálisis es lo que paradójicamente nos permitiría arrancar a andar o, por qué no, a volar hacia una democracia.
Alimento y sexo
El mundo musulmán adolece de sexo. De sexo sin amor, de caricias sin tacto. Y esta falta de auténtico sudor amniótico es lo que dificulta con creces que medre una democracia en los llamados países islámicos. Ni el salat (oración), ni el Ramadán son los pilares del Islam. Tampoco lo son el zakat (donación económica) ni la peregrinación anual a La Kaaba. La política sexual es el sostén de la doctrina islámica. Una política que consiste en reglamentar el cuerpo, en disponerlo bajo unos mecanismos determinados y que permiten construir el ser musulmán. Esta política queda fijada en la escritura confiriéndole el halo de sacralidad y legalidad necesaria para ser legítima ante la racionalidad humana. El eje de la pertenencia musulmana gira entorno al sexo, es decir, a través del sexo, texto (sagrado, fijo y legítimo) y carne (cuerpo, corrupto e ilegítimo) se encuentran para definir una forma de identidad.
El Islam ha dirigido toda su artillería textual, porque si uno logra dominar el cuerpo, logra el control sobre la vida y todo cuanto circula a partir de esta
Pero la centralidad del sexo no es un capricho o un argumento morboso para sacar a la palestra la pudibundez que pesa sobre el cuerpo. Foucault, con su análisis magistral sobre la sexualidad, sitúa el cuerpo en el centro de las relaciones de poder. En este campo –y no podría ser de otra forma más que en este, donde el placer y el dolor se implican mutuamente y constante–, el Islam ha dirigido toda su artillería textual, porque si uno logra dominar el cuerpo, logra el control sobre la vida y todo cuanto circula a partir de esta. Lo más original del Islam es la forma de expresar esta política sobre el cuerpo sexual. Es una regulación sobre el cuerpo que siente y padece, sobre la íntima emocionalidad individual y, sobre todo, una ley que se fundamenta en un cuerpo que se nutre, que digiere, que exuda.
De esta forma, la doctrina sobre el cuerpo se construye sobre un principio acerca del alimento que revierte sobre la reproducción sexual. Es decir, hablamos de una ley halal que estipula las prácticas permitidas, como las alimentarias en las cuales se define lo que es legítimo comer y beber. Paralelamente, la ley haram, enumera aquellas prácticas prohibidas, en este caso, de aquello que está censurado para la ingesta. Estas coordenadas halal-haram, de lo permitido y lo prohibido en la alimentación versan sobre la necesidad de acotar un cuerpo biológico concreto. Se trata de cimentar una identidad a través del cuerpo; espacio y frontera a la vez, lugar de unión y rechazo e incluso de guerra y paz.
La identidad del cuerpo
Alimentar un cuerpo biológico es alimentar también un cuerpo simbólico. El cuerpo que no come cerdo y que no toma vino (entre otras prácticas haram) es un espacio que crea distancia con unos cuerpos y atrae a otros en el sentido más sexual del término. Porque comer no se reduce al acto de nutrirse, sino que es el acto más elemental de la vida, su configuración desde una estructura doctrinal sagrada implica proyectar sobre la carne el sello religioso de todos los cuerpos futuros. Se trata de perpetuar una identidad desde la constitución celular primigenia.
Si esto es así, no cabe duda de que el cuerpo femenino estará mucho más sometido a este escrutinio. Ella, que es la que engendra, deberá mantener con mucho más celo este principio halal, pues es en el interior de su carne, en su útero, donde toma forma este cuerpo sexual musulmán. No resulta extraño que los matrimonios entre musulmanas y no musulmanes estén tácitamente prohibidos –algo que recogen todos los códigos de familia o estatutos personales de los países islámicos–, puesto que esta mixticidad rompería con la corporalidad legítima que se gesta dentro de la mujer. Nutrirse y reproducirse han sido la columna vertebral de la política sexual islámica y sobre ambas se ha erigido una forma de entender la identidad y la pertenencia en sus más amplias significaciones.
La intimidad de la democracia
Cuando pregunto a personas conocidas qué significa ser musulmán, enseguida afloran palabras cargadas de emocionalidad, sentimientos únicos y difíciles de explorar para quien las anuncia. El cuerpo doctrinal islámico ha tenido la originalidad de hacer ley lo que está en la tripa. Ha logrado legitimar una biología basada en el antiguo dogma de que la Ley es Naturaleza. El sentido de pertenencia está por debajo de la epidermis y alcanza hasta los órganos más arcaicos que nos han visto nacer como humanidad. El Islam, como doctrina, ha hurgado en esas interioridades y ha construido un relato desde las vísceras, desde un lugar singular e inaccesible pero vivo y emocional.
Mientras los úteros sigan cerrados sobre la biología de la Ley-Naturaleza islámica es cuanto menos imposible hablar de democracia efectiva
Sin embargo, algo vivo que siente tiene la nefasta ambivalencia de la voluntad. Al mismísimo Kant la voluntad le traía de cabeza, aunque también es cierto que solo cuando hablaba de esta dama imprevisible se convertía en un filósofo legible. La brutalidad de la voluntad difícilmente puede ser sometida a dominio y control, y es poco probable que acceda al gobierno halal-haram. La voluntad es el resquicio por el que la Ley ya no puede hacer nada ante la Naturaleza. Y por ahí explotan todas las vergüenzas ocultas, el sexo impostado y robado, los flujos desbordados que no pueden seguir obedeciendo al canal artificial.
A mi parecer esta es la herida que asola al mundo musulmán y que pervierte todo intento de proyecto democrático. Efectivamente, la democracia solo llega si el sexo se ha liberado, solo si la voluntad logra reconquistar la naturaleza. Pero mientras los úteros sigan cerrados sobre la biología de la Ley-Naturaleza islámica es cuanto menos imposible hablar de democracia efectiva. Sería interesante una reforma desde dentro, empezando por indagar en las entrañas del Islam.
El mundo musulmán está herido. Esto significa que nosotros los musulmanes sufrimos una amputación visceral e íntima. Es un corte profundo que nos obliga a cojear y a avanzar a paso intermitente, a veces hacia delante, otras hacia atrás. Pero esta lesión me hace pensar que más bien llevamos tiempo...
Autora >
Karima Ziali
Escritora, filósofa y antropóloga. Nacida en Marruecos y criada en Catalunya, se dedicó a la docencia hasta que decidió tomarse en serio como escritora e investigadora. Colabora con diferentes publicaciones y con una escuela feminista. Instalada en Granada desde hace unos meses, se dedica a la investigación sobre sexualidad e Islam.
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí