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Queridas lectoras:
De niño, yo tenía las ideas claras. Si me preguntaban qué quería ser cuando fuera mayor, siempre contestaba lo mismo: “¡Granjero!”. Muchacho urbano que era, nacido y criado en Ámsterdam, me encantaban las vacas, los tractores, las vistas infinitas del campo holandés. Ya me veía ordeñando a mis animales y fabricando queso, feliz. No me dejaba distraer por el hecho de que nada en mi vida apuntara hacia lo rural. La verdad era que, desde la primaria, tiraba más bien hacia las letras: mi primera revista la monté con mis amigos del cole a los 10 años y así he seguido. Pero yo, cabezón, mantuve mi sueño y cuando terminé la secundaria, estaba decidido a probar la vida campesina. Me pasé un año trabajando en tres granjas, en Francia, en Holanda, ordeñando vacas, cabras y ovejas y, sí, fabricando queso.
Fue un año de aprendizajes. Aprendí que hay pocos trabajos más duros que el de los granjeros lecheros: no hay descanso –pero nunca– y no hay día que pase en que no surja un problema imprevisto: una pata rota, una ubre infectada, un parto complicado. Aprendí que las cabras son traviesas y caprichosas; las ovejas, más bien tontas; y las vacas no exactamente tontas, pero sí muy apegadas a su rutina. Si esta se trastoca, se mosquean y –por ejemplo– se ponen a mear justo cuando estás a punto de ordeñarlas. Y aprendí que, aunque hay pocas cosas más bonitas que una granja bien llevada, no era una vida para mí. No tuve otro remedio que aceptar que nací para leer y escribir. Eso sí, algunas de mis piezas de esos años, en las revistas que mis amigos y yo seguíamos haciendo, las dediqué a la crisis agrícola europea.
Se pueden imaginar, por tanto, que estas semanas he seguido con especial interés el debate –es un decir– sobre las macrogranjas en España. ¡Qué espectáculo ver a políticos neoliberales, falsos diplomados en Derecho, convertirse de un día para otro en granjeros falsos! Inolvidable, la imagen de un líder de partido atendiendo a la prensa ante de un rebaño de ovejas. (Un premio para la que le interrumpió con un berreo justo cuando se ufanaba de las estreches que pasaban sus antepasados campesinos. Puede que las ovejas sean más tontas que las cabras, pero se ve que incluso para ellas hay límites.)
Si las macrogranjas son la perversión de la agricultura, los poderosos aparatos mediáticos que ayudaron a tergiversar las palabras de Alberto Garzón son la perversión del periodismo. En ambos casos el problema no es solo que subviertan o traicionen la vocación que pretenden representar. El problema es que amenazan con destruirla, con todas las consecuencias negativas para el medio ambiente, la salud pública y la salud de esta joven democracia.
CTXT, en cambio –este medio que todas y todos ustedes apoyan con tanta generosidad– es una pequeña granja familiar, artesana, fiel a la vocación periodística y sus principios, que resiste milagrosamente en un entorno cada vez más hostil. Las compañeras que la llevan son más bien pocas, pero ¡cuánto curran! Así como las y los granjeros con los que trabajé de adolescente, no descansan –pero nunca– y no hay día que pase en que no les surja un problema imprevisto: una demanda judicial, una caída de la web, algún parto complicado. Algunos de sus autores son traviesos y caprichosos; otros, no exactamente tontos, pero sí muy apegados a su rutina. Y por mal que nos portemos justo cuando están a punto de ordeñarnos, a todos nos tratan con cariño.
Para mí –guiri hispanista, campesino fracasado y eterno aprendiz de periodista– es un honor vivir como un animal más en el precioso establo de CTXT. Sé que soy un poco raro (todos los hispanistas lo somos) y que toleran mis caprichos –como cuando me da por escribir de fútbol como hincha del Ajax y culé– con más paciencia de la debida. De ahí también mi agradecimiento: a las granjeras, a mis compañeras y compañeros de cuadra (¡cuánto aprendo de ellos!) y, sobre todo, a ustedes, fieles lectoras y suscriptoras, por hacer posible no solo que sobreviva, sino que pueda prosperar el periodismo de verdad, indispensable para la salud de esta joven democracia.
Sebastiaan Faber
Queridas lectoras:
De niño, yo tenía las ideas claras. Si me preguntaban qué quería ser cuando fuera mayor, siempre contestaba lo mismo: “¡Granjero!”. Muchacho urbano que era, nacido y criado en Ámsterdam, me encantaban las vacas, los tractores, las vistas infinitas del campo...
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Sebastiaan Faber
Profesor de Estudios Hispánicos en Oberlin College. Es autor de numerosos libros, el último de ellos 'Exhuming Franco: Spain's second transition'
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