Los periféricos –al menos los que no militamos en el PP– vemos ese cúmulo de despropósitos y giros de guion extremos de la batalla de Madrid como probablemente veían los espectadores del circo romano la lucha entre fieras, los combates entre gladiadores o el descuartizamiento de cristianos: absortos por el espectáculo que se desarrolla allí en la arena, sin más riesgo aparente que alguna que otra salpicadura de sangre. Y el griterío, en este caso mediático. Pero somos conscientes –al menos los periféricos del fondo a la izquierda según se sube– de que hay miradas, de gladiadores, de cristianos, e incluso de alguna fiera, que se dirigen en sentido contrario. ¿Qué pasa con Alberto Núñez Feijóo? ¿Esta vez se viene (es decir, se va)? O, por lo menos, ¿por qué apoya a Isabel Díaz Ayuso? 

No hay que ser montepiólogos o sancaetanólogos (la residencia oficial y la de trabajo de Feijóo) avanzados para que chirríe el apoyo del presidente gallego a la madrileña. Feijóo se presenta como el adalid del PP de centro-centro o centro-derecha, galleguista y liberal. Luce con orgullo no solo sus cuatro mayorías absolutas sino la representación exclusiva del conservadurismo en Galicia. Vox no pesca ni un triste jurel en sus caladeros y lo que tiene C’s en las corporaciones locales cabe en una lata de sardinas. ¿Cómo puede, entonces, escoger el bando de Ayuso, que no es que se apoye, sino que se repantinga en la extrema derecha, sus votos y sus obras? O dicho un poco a lo bruto: ¿Qué hace Feijóo entre esas damas de mesa petitoria como Esperanza Aguirre o Cayetana Álvarez de Toledo que se han adherido con vehemencia al anticasadismo?

Solo hay tres posibles razones. Una es que, en realidad, lo hayamos entendido mal, y cuando Feijóo dijo que le parecía que no procede contratar a ningún investigador privado para espiar a un compañero y que, si se hubiese hecho, pues que le parecería inaudito e imperdonable, estaba diciendo eso y nada más que eso. Es decir, se acoge al amplio paraguas del condicional. Si alguien ha cobrado comisiones, debería investigarse. Si hay corrupción, debería eliminarse. Vamos, que aquí se juega. 

Otra posibilidad es la conspiranoica. Que Núñez Feijóo haya respirado por la herida. Que a pesar de que es consciente de la fuerza de Génova en las pugnas territoriales (él llegó así a Galicia, impuesto desde Madrid) haya recordado las circunstancias que le impidieron optar como más que seguro caballo ganador a la sucesión de Mariano Rajoy al frente del partido. Que no fueron el invocado amor a Galicia sino dossieres reales o ficticios esgrimidos por una de aquellas otras candidatas que ya nadie recuerda. Y la tercera opción es que considera que, gane quien gane, será un candidato perdedor, por la derecha o por la izquierda, cuando toquen elecciones. Y entonces será el momento de aparecer cabalgando un caballo blanco.

De hecho, entrevistado el viernes 18 por Jiménez Losantos –desplazado, con patrocinio de la Xunta, a lo que el locutor denominó Sanjenjo– Feijóo lo negó todo. Sus aspiraciones y los condicionales, y fió la solución al buen rollo entre los contendientes, en una reunión cara a cara: “Se han de sentar solos y tienen que buscar la solución. El problema se ha creado en esos dos círculos y el resto del partido está atónito”. Como en First Dates, vamos.