
Fresco 'El triunfo de Aquiles'.
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La Ilíada empieza yendo al turrón, con el verso más fascinante nunca escrito hasta entonces. O desde entonces. Ahí va: “Canta, oh diosa, la cólera del pélida Aquiles”. Su clímax, su razón, su sentido, se condensa, por tanto, en el canto XXII, momento en el que la cólera de Aquiles explota, y alcanza a Héctor, el gran héroe de Ilión, y lo mata. Ese canto es un festival coral. Tras una escaramuza, quedan solos, extra muralla, Aquiles y Héctor. Príamo, el padre de Héctor, grita desde las almenas a su hijo. Le ruega que entre en la muralla. Es el primero que ve venir a Aquiles. Lo compara con una estrella, pues su armadura brilla como un astro funesto. Hécuba, la madre de Héctor, también le ve. Y también grita a su hijo para que rehúya el combate. Lo hace de una forma conmovedora. Se desnuda el torso, su mano coge su propio seno, como si fuera a dar de mamar a un bebé que ya no existe, porque es adulto y está a punto de morir, y reclama a su hijo que devuelva a ese seno todo lo que el seno le dio, simplemente volviendo a él. Apolo intenta burlar a Aquiles. No lo consigue mucho tiempo. Aquiles y Héctor se ven, al fin, y se persiguen por la explanada que hay frente a Troya. Nunca se alcanzarán, pues Aquiles tiene rodillas divinas, y el mismísimo Apolo imprime fuerza en las de Héctor. En el Olimpo los dioses deciden en ese instante que Héctor, condenado desde su nacimiento a morir a manos de Aquiles, debe cumplir su destino ese preciso día. Atenea lo facilita. Se aparece a Héctor, metamorfoseada en uno de sus cien hermanos, y le convence de dejar de correr. Ambos hermanos se enfrentarán a Aquiles en fraternidad. Aquiles lanza su pica. Héctor la esquiva, y lanza la suya. Aquiles la rechaza con su escudo. Héctor pide a su hermano una nueva pica. Pero su hermano ya no existe. Héctor comprende que ha sido burlado por Atenea. Y que es el momento de su muerte. Se lanza contra Aquiles con la espada de bronce en la mano. Aquiles le clava su segunda pica en la garganta. No mucho, de manera que pueda responderle al diálogo que le propone. Aquiles habla a su nueva víctima desde la cólera. Héctor, más cerca de la muerte que de la vida, le explica a Aquiles, desde la serenidad, cómo será su propia muerte. Y fallece. Con todo el tiempo del mundo Aquiles desnuda a Héctor. Recupera su propia armadura, que Héctor saqueó del cadáver de Patroclo. Llegan los aqueos. Todos y cada uno de ellos clavan su lanza en el cuerpo de Héctor. “Jamás fue tan blando el cuerpo de Héctor”.
Cuando era pequeño y leí por primera vez La Ilíada comprendí, ya desde el primer verso, que era un texto religioso. Esa experiencia de lectura no la he tenido con otros textos antiguos, que aún conservan su experiencia religiosa, pero que precisan la fe, de la que carezco, para hacerla densa, supongo. El poder de La Ilíada es tan potente que aún nos llega su intención primigenia. Lo hace a través de su realismo impactante, de la calidad de sus imágenes y relaciones, de la absoluta humanidad –esa cosa incalculable, imposible– de los dioses y de los humanos. Pero también a través de un elemento inabarcable. La guerra. La guerra en La Ilíada es un país imaginario, otra realidad. Otro lenguaje. De hecho, cuando surge la guerra siempre surge un lenguaje, que acaba con otro posible lenguaje. Ese lenguaje ha vuelto a nacer. No es el de La Ilíada. No sirve para nada, salvo para sí mismo. Pero también es absorbente. Y lo va a envolver todo, porque es así desde mucho antes del siglo VIII a.C., cuando se recopiló a Homero.
Es un lenguaje de escasa calidad, sin imágenes ni relaciones caras, en el que sólo se humanizan los dioses, y no los humanos. Compite y gana a otros lenguajes expulsándolos. De hecho, desde que empezó explícitamente la guerra de Ucrania, ya se han cerrado varias páginas y cuentas, que informaban de la guerra desde otro lenguaje. Es solo el principio. Y un indicio: en la guerra hay lenguajes que sobran, y que son propios de traidores. Ya nos lo irán recordando de diversas maneras. Si en la preguerra los lenguajes de Rusia y de Occidente han sido parecidos –dramáticos, falsos, especulativos, teatrales–, en la guerra pueden seguir siendo iguales. Si el de Rusia es victimista y nacionalista, el de Occidente puede serlo también. Y ese será el que nos afecte.
No lo vemos, pero ya se han producido cambios. El lenguaje de la guerra es inapelable. Los nacionalismos no de Estado se verán afectados. Deberán regenerarse, buscar nuevos asideros, que no sean la creación de nuevas fronteras, o desaparecerán en la anécdota y el ridículo. Es momento de los nacionalismos de Estado. Pero no de todos. Los nacionalismos de las extremas derechas 2.0, relacionados con Rusia, serán penalizados de alguna manera. Puede ser un alivio. O no. Puede ser que el Estado asuma ese nacionalismo. U otros partidos. El constitucionalismo en España, de hecho, es un potingue tan amplio que puede asumir –es decir, volver a asumir– la beligerancia nacionalista más allá del decoro y como única política posible. Espulgando los matices putinistas. Ya pasó. Es más sencillo que pase en una guerra.
La guerra, en La Ilíada, es una metáfora del Destino, así, con mayúsculas. En el siglo XXI puede serla del nacionalismo, pues el nacionalismo es el pegamento más rápido cuando no hay nada más. Puedo ser el lenguaje de la guerra. El neoliberalismo es lo que uno quiera, pero también la destrucción de las sociedades, que precisan, por tanto, de un pegamento transparente e instantáneo. Y las sociedades europeas, rotas o en trance de romperse, tras la desaparición del Bienestar, necesitarán algún hobby, si pensamos en lo que puede venir. Encarecimiento de combustibles en modo a-su-bola. Esto es escasez de energía, de productos, de alimentos y de transportes. Decrecimiento no deseado ni planificado. Y, por lo tanto, con grandes desigualdades económicas y sociales. El precio del gas y del petróleo –ya bienes escasos, aunque nadie lo confiese; la guerra no es un lenguaje adecuado para hablar de bienes escasos– se ha puesto por las nubes en 24 horas. El inicio del fin del gas se prevé para esta década. Europa carece de él, y en el otro extremo, en Asia, se calcula que en 2028 ya estará en servicio el gasoducto que unirá Rusia con China, y que convertirá a China en el gran consumidor del gas ruso. La guerra es, así, un desperdicio de vidas, de energía, de posibilidades. Un lenguaje que impedirá hablar del fin de los combustibles, del cambio climático, de los cambios, a secas. Si en la Primera Guerra Mundial, la que puso a Europa en su lugar secundario, la enfermedad vino después de la guerra, en esta –que puede volver a poner a Europa en su punto real– ha llegado, además, antes.
Hola. El sentido de esta carta era advertirles del lenguaje hipnótico de la guerra. Hagan lo que puedan para no volverse majaras ante él, en su casa, o en el curro. Nosotros, desde CTXT, intentaremos explicarles, sin diosas ni dioses, la cólera de esta guerra. Y, si se puede –que siempre se puede–, con algún chiste, esa forma de enviar a paseo el lenguaje de los dioses.
Muchas gracias por seguirnos y por ayudarnos a explicar la cólera, esa cosa que, como en el siglo VIII a.C., transcurrirá en un lenguaje.
Querida comunidad de CTXT,
La Ilíada empieza yendo al turrón, con el verso más fascinante nunca escrito hasta entonces. O desde entonces. Ahí va: “Canta, oh diosa, la cólera del pélida Aquiles”. Su clímax, su razón, su sentido, se condensa, por tanto, en el canto XXII, momento en el que la cólera...
Autor >
Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo), de 'Caja de brujas', de la misma colección y de 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). Su último libro es 'Como los griegos' (Escritos contextatarios).
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