HACIA UN NUEVO CANON DEL CINE ESPAÑOL (2 DE 4)
¿Quién fue Ana Mariscal?
¿Es posible que una película como ‘Segundo López, aventurero urbano’ no fuese realizada por una buena persona?
Carlos Lara 25/03/2022
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Le ocurrió una vez a Ana Mariscal que, ya en el tren de Manacor a Petra, cayó en la cuenta de que se había dejado la gabardina en un bar de Porto Cristo. Cuando el tren se detuvo para dejar paso a uno que venía de Palma, le pidió a un señor que oportunamente se asomaba por la ventanilla del otro tren que si por favor le enviaría una gabardina que había olvidado en aquel sitio. Le indicó la dirección a grito pelado –en un remedo de lo que hoy sería “Twitter, haz tu magia”– y, al día siguiente, ya podía volver a ponerse la gabardina. “Esto es magnífico –recordaba Mariscal en 1984–. Buena gente, sí: buena gente…”.
Este pasaje, por desvelar un profundo humanismo, podría haber formado parte de cualquiera de las películas de Ana Mariscal (1923-1995). En El camino (1963), adaptación de Delibes, La Mica pilla a Daniel “El Mochuelo” y sus amigos robándole manzanas, pero les deja marchar con la fruta con la condición de que la próxima vez se la pidan a ella y no se conviertan en ladrones. En Segundo López, aventurero urbano (1953) Segundo encuentra a El Chirri, un chico al que creía su amigo, después de haberse fugado con su dinero. “¿Por qué no me dijiste que precisabas dinero? –le dice, a la vez que le devuelve el botín–. Guárdalo, te lo regalo para que no seas un ladrón”.
Mariscal nunca escondió su simpatía por el franquismo. Esto la convierte, para mí, en una persona dolorosamente contradictoria
Sin embargo, Mariscal nunca escondió su simpatía por el franquismo. Esto la convierte, para mí, en una persona dolorosamente contradictoria. Empezó a actuar a los 13 años animada por Lorca para su obra Así que pasen cinco años (1937). Cinco años más tarde alcanzó la fama al protagonizar Raza (película, por cierto, que valía un punto en el Bachillerato). Esta vez, quien la eligió para el papel fue Francisco Franco, que también escribió el argumento. Así, Ana Mariscal adquirió la etiqueta de “actriz del régimen” y se consagró como una de las mayores estrellas del país.
En un debate de Telemadrid por los veinte años de la muerte del dictador, Mariscal dijo sentirse “muy orgullosa” de haber protagonizado Raza. “Gracias a él –decía, refiriéndose a Franco– España se mantuvo libre y soberana”. No fue la única persona de aquel plató que defendió aspectos del régimen (sin ir más lejos, a su lado se sentaba Fernando Vizcaíno Casas) para indignación de la mismísima Pilar Jaraíz Franco, sobrina del dictador, que estaba entre el público.
No obstante, si digo que constituye una contradicción dolorosa es porque, como decía Josefina Molina (directora para quien fue referente y amiga), “sus actos –aquí, sus películas– contradecían la adscripción a la ideología imperante”. Mariscal no necesitaba a nadie que disintiera: ya lo hacía ella misma. En aquel debate de Telemadrid, también contaba que tenía un hermano comunista, otro falangista y un padre ateo; que muchos de sus amigos eran comunistas, y que no se había decidido nunca por una opción política concreta. Claro que, allá donde lo que está en juego es la vida, su indefinición ya es tomar partido. Pero, por otro lado, cuando uno bucea en los archivos encuentra multitud de declaraciones como “nunca he estado en ninguna torre de cristal, siempre me ha gustado hablar de tú a los seres humanos” o “para mí lo más importante es el ser humano, la vida del ser humano”.
En otra entrevista para el programa Cada mañana, tan solo cuatro años antes de su muerte, Ana Mariscal decía que no era feminista “en el sentido del movimiento, que me parece muy constructivo”, pero que sí había ejercido de feminista “en el sentido de practicar su propia libertad”. No era feminista, decía, pero en 1945 fue la primera mujer en España que interpretó el papel de Don Juan Tenorio. Un acto político donde quiso romper con los roles de género. No era feminista, decía, pero en el debate de Telemadrid –y siendo la única mujer participante– no consintió que ninguno de aquellos hombres prestigiosos la interrumpiera: “Si me quitan la palabra, me voy”. No era feminista, decía, pero en un imborrable momento de Segundo López, su obra maestra, aparece un director de cine. Ella quiso que así fuera: nunca un español había visto a un actor en el papel de director de cine que, en la vida real, estaba siendo dirigido por una mujer.
Segundo López, aventurero urbano (1953)
No sé cuál era la intención de Ana Mariscal cuando el 29 de marzo de 1952 empezó a dirigir Segundo López, aventurero urbano. Tampoco me importa: la película habla por sí sola. Para bien y para mal, un autor es responsable del contenido ideológico de su obra. Pero en el caso de Mariscal, en esa disonancia existente entre lo que decía y lo que hacía, la obra está muy cerca de su cara lorquiana y de Así que pasen cinco años (cuya última palabra es “amor”) y rechaza su lado franquista y lo que se contaba en Raza.
El humanismo de Segundo López está a la altura de las películas de Renoir, Becker, Ophüls o De Sica. La película, adaptación de Mariscal y Leocadio Mejías de la novela homónima del segundo, cuenta la historia de Segundo López: un cacereño de 47 años que va a probar suerte a Madrid con las 3.000 pesetas que ha heredado. En la capital conoce a El Chirri –un niño vagabundo que se hará su amigo– y a Marta, exactriz de revista a quien ya nadie hace caso desde que enfermó.
Quizá por su argumento mínimo, o por estar rodada íntegramente en escenarios naturales y con actores no profesionales, los pocos que se han acercado a comentarla coinciden en calificarla de neorrealista. Algunos destacan componentes picarescos o esperpénticos. Y nada de esto es falso. Pero si hay un género con el que entronca, por el espíritu con que se narran sucesos trágicos, ese es el realismo poético cultivado en Francia durante los años 30.
Son muchas las decisiones inéditas en el cine español que tomó Mariscal para imprimir su mirada humanista a la película, y todas son brillantes
Son muchas las decisiones inéditas en el cine español que tomó Mariscal para imprimir su mirada humanista a la película, y todas son brillantes. Señalaré solo algunas. Para empezar, el primer giro llega a la media hora. Demasiado tarde para una película de apenas 80 minutos, explicará cualquier manual de guion que consulten. En cualquier otra película el giro habría llegado en el minuto 13, cuando El Chirri roba el dinero de Segundo. Este quedaría empobrecido, abocado a la delincuencia y, al estilo de Surcos (1951, por poner el ejemplo de la película de la época con la que guarda más relación), se sucederían una serie de trágicos acontecimientos como castigo por haber abandonado el hogar rural.
Aquí, sin embargo, Segundo apenas tarda un par de minutos en encontrar a El Chirri. Lo que podría ser una desgracia le sirve a Mariscal para unir a esos dos seres, entender sus motivos, crear una relación de amistad sincera. A partir de aquí Segundo y El Chirri, cual Quijote y Sancho (Carlos F. Heredero advirtió con gran acierto las muchas semejanzas entre la obra de Cervantes y la película de Mariscal), iniciarán una serie de aventuras urbanas. Pero, a diferencia de las películas de callejeo neorrealistas, en Segundo López la cámara no persigue a los personajes, sino que son estos quienes constantemente vienen hacia ella: buscan el cambio. Se mueven hacia lo que está fuera de campo y lo hacen de frente, filmados con una dignidad invencible.
No hay malos; tampoco buenos. Hay personajes con los que nos identificamos y otros que funcionan como antagonistas porque se interponen entre los protagonistas y su felicidad. Francisca es limpiadora del bar donde Segundo se toma su coñac y se enamora de ella. Cuando le pide compromiso, ella le responde que lo oficialice regalándole una máquina de coser. Segundo se gasta la mitad de su fortuna en ella, pero al final resulta que ha sido víctima de una estafa diseñada por Francisca y su novio.
Obviamente, Francisca es antagonista y sus acciones nos molestan, pero por varios motivos no la odiamos. En primer lugar, porque Mariscal se ha encargado de tratar a su personaje con tanta dignidad como a cualquiera. Nos la muestra limpiando de rodillas, sin idealizarlo: de hecho, es uno de los porqués que explican su carácter, pues la sociedad le impone un estilo de vida que no le gusta. Después, y como consecuencia de lo anterior, nos parece perfectamente verosímil que el anillo de compromiso sea aquí una máquina de coser: se da por hecho que la mujer no se casa por amor, sino por seguridad económica. Cuando se descubre el timo nos duele ver decepcionado a Segundo, pero el cariño con que Mariscal ha tratado a Francisca nos hace entenderla: ella también merece un futuro mejor y una relación que se sostenga en el amor. Y, en fin, Segundo también hace cosas malas y aun así lo queremos.
La excepcional construcción feminista de los personajes de Francisca y Marta no ha sido señalada por los estudiosos españoles
La excepcional construcción feminista de los personajes de Francisca y Marta no ha sido señalada por los estudiosos españoles. Marta también aglutina otras tantas decisiones magistrales de guion y dirección. Para empezar, la sitúa en un espacio que la ahoga mediante diagonales y techos descendentes. Junto a ella, un pájaro enjaulado y un puñado de flores. “A los hombres les gusta ver caras alegres, pero poco a poco lo fui perdiendo todo. Para qué se quiere a una novia enferma”, explica Marta. Lo que la tiene así no es su enfermedad, sino la concepción social de la mujer. De hecho, demuestra en alguna salida con Segundo y El Chirri que no tendría por qué vivir postrada en una cama.
Marta es un personaje secundario, pero Mariscal demuestra conocer muy bien las retóricas que generan identificación en el cine. En una de las salidas mencionadas, Marta topa con el novio que la dejó al estar enferma (quizá el único personaje verdaderamente malo y que Mariscal trata sin simpatía alguna). La escala de los planos (cortos para ella, largos para él), el ángulo (contrapicado de Marta, desde atrás y más arriba para el exnovio) y su ordenación en el montaje (primero sus planos, y durante más tiempo) hacen que sintamos todo su dolor.
Si los personajes femeninos son filmados con un humanismo emocionante, no lo son menos los masculinos. La evolución de Segundo y El Chirri se explica en dos sutiles detalles de progresión. Uno es de guion: al principio los vemos liando tabaco, después fumando. Más tarde, en otra secuencia donde Mariscal los trata con una dignidad apabullante, están –ya arruinados– vendiendo tabaco por la calle y, tras un “nosotros también tenemos derecho a la vida” de Segundo, comienzan a fumar un par de pitillos. Finalmente, acaban fumando puros tras un golpe de suerte.
El detalle de dirección ya fue señalado por la historiadora Magda Rubí y tiene que ver con cómo Segundo y El Chirri se van integrando en la ciudad hasta formar parte de ella: los dos son encuadrados de forma que quedan en igualdad de altura con los edificios.
Entre tanto, Mariscal nos regala un sentido del humor que parecía ajeno a este tipo de películas: hay chistes desternillantes y secuencias, como la de las escaleras en el hotel donde persiguen a Francisca y su novio, que directamente podrían aparecer en cualquier screwball comedy de Gregory La Cava. Tras esta secuencia, por cierto, y el consiguiente descubrimiento del engaño, Mariscal no dedica más de un minuto a lo que otros directores, con gusto por el tremendismo, habrían aprovechado para virar la película hacia el miserabilismo desgraciado o la venganza. Segundo, en cambio, encuentra la redención en un instante musical con El Chirri y con Marta. Es decir, en el amor.
Repudiada por todos
La recepción de Segundo López, aventurero urbano fue mala. El régimen, con su Junta de Clasificación y Censura creada en 1951 donde la Iglesia establecía directamente la censura, puso mil y una trabas (“es un tiro en la barriga”, decía el informe). No es de extrañar: los escenarios reales mostraban las ruinas y disparos de la guerra y se daba una imagen fidedigna de la miseria y el malestar. Así, el 22 de septiembre de 1952 le otorgaron la tercera categoría (la última posible). Esto suponía que no le concedían ni subvención ni licencias de doblaje (la normativa proteccionista limitaba el estreno de películas extranjeras mediante estas licencias) y, en términos prácticos, le impedía llegar a los cines.
Lo cierto es que Ana Mariscal no gozó como creadora de ningún favor de las autoridades franquistas
Tras varios tijeretazos y un final adicional al gusto de la Iglesia y parecido al de Surcos, donde se suelta una moralina cristiana y Segundo regresa a su pueblo, la película ascendió a segunda categoría y pudo ser estrenada el 4 de febrero de 1953. Bajo el eslogan de “una película dirigida por una mujer que gustará a los hombres”, solo estuvo una semana en los cines Rex de Madrid. El 1 de mayo Mariscal emprendió una gira por toda España promocionando personalmente la película (sí, no lo ha inventado Santiago Segura).
Lo cierto es que Ana Mariscal no gozó como creadora de ningún favor de las autoridades franquistas. Ya antes de esto su novela Hombres (1943) había sido censurada y no se publicó hasta 1992. Pero el llevar la etiqueta de “actriz del régimen” provocó que posteriormente tampoco fuese reivindicada desde la izquierda. Como señala Nancy Berthier, al morir solo se habló de ella como “la actriz de Raza”. Ese mismo año 1995, la revista Nickel Odeon entrevistaba para su primer número a 100 personalidades del cine español, quienes eligieron 10 películas cada una y ninguna de Mariscal fue mencionada ni una sola vez.
Aun aceptando que Ana Mariscal fuese una directora franquista, Segundo López sería una de las mayores obras de la historia del cine español. Y, aunque también quisieran etiquetar Segundo López como película franquista, seguiría siendo una obra maestra (por más que es difícil sostener que es franquista: de ser así perdería su humanismo y, a la fuerza, sería otra película). Pero, aunque todo eso fuese cierto, todavía podría reivindicarse. ¿Acaso no es lo que ha hecho, muy inteligentemente, José Luis Castro de Paz?
En su Woman Make Film, el documentalista británico Mark Cousins apenas dedica un par de minutos a Ana Mariscal por El camino (en el capítulo 10 sección 23. Política). En los capítulos de la Historia del cine español (Cátedra) dedicados a los años 50, José Enrique Monterde tan solo la menciona para afirmar que los méritos de Segundo López “son limitados y adscribibles al neorrealismo ternurista”. Es difícil de explicar cómo un historiador del nivel de Monterde despachó de esta forma una película tan magnífica.
El 13 de noviembre de 2019 Mark Cousins, recién aterrizado en Madrid, fue hasta la Almudena a colocar flores y una fotografía en la lápida de Ana Mariscal. “Costó encontrarla”, cuenta el periodista Manu Piñón, que acompañaba a Cousins: Ana Mariscal está enterrada como Ana María Rodríguez-Arroyo, pues este era su verdadero nombre. Pero no solo costó por eso. Ana Mariscal vive su muerte completamente olvidada, sin detalle alguno que llame la atención al paseante de que ahí yace una gran artista.
Le ocurrió una vez a Ana Mariscal que, ya en el tren de Manacor a Petra, cayó en la cuenta de que se había dejado la gabardina en un bar de Porto Cristo. Cuando el tren se detuvo para dejar paso a uno que venía de Palma, le pidió a un señor que oportunamente se asomaba por la ventanilla del otro tren que si por...
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Carlos Lara
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