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Cuando abundan los partes de guerra y la jerga militar, viene muy bien poder hablar así, en primera persona. En unos días estaremos en la calle en un nuevo 8M. Nuestras manis estarán cruzadas por las huelgas de mujeres contra la brecha salarial, los derechos postergados de las trabajadoras esenciales, las migrantes y la lucha contra la LGTBIfobia de la extrema derecha. Pero también vamos a escuchar los tambores de guerra que llegan del Este. En la retina, imágenes de cientos de miles de refugiados, bombas y muertes. Por eso os quiero hablar de la necesidad de un feminismo internacionalista contra la guerra y lo que eso significa, al menos para mí.
En el verano estuve escribiendo aquí sobre “posmos” y “rojipardos”. Había mucha tela. Cierta izquierda rojiparda intenta ahora defender lo indefendible. Porque nada es más absurdo que presentar a Putin como un luchador “antifascista”, ocultando sus vínculos con la extrema derecha y que es un representante de los oligarcas rusos. O sus políticas represivas hacia los colectivos LGTBI y el movimiento de mujeres. Además, Putin invade Ucrania no celebrando a Lenin, sino contra la defensa que este hizo del derecho de autodeterminación, y bajo las banderas del zar y la gran autocracia rusa. Pero un pueblo que oprime a otro pueblo no puede ser libre, ya lo dijeron Engels y Marx en el siglo XIX.
Sin embargo, atención. Que la invasión rusa no nos confunda sobre quiénes son nuestros amigos y quiénes nuestros enemigos. Al menos yo estoy impactada al ver cómo en pocos días se ha desatado una verdadera furia militarista en Europa. ¿Sabíais que Alemania anunció un aumento histórico de su presupuesto militar? ¿Habéis escuchado a Borrell celebrando que Europa “despertó” y que “estamos en guerra”? He tenido discusiones con gente de izquierda que siempre ha estado contra la guerra, pero, que, en este caso, calibra las “ventajas” de enviar armas de la OTAN para ayudar a los ucranianos. El problema con esa lógica es que el paso siguiente es justificar una intervención militar directa de la OTAN en el terreno. ¿Por qué limitarse a enviar armas, si lanzar misiles desde Polonia sería más “efectivo”? Y eso, queridas amigas, nos lleva de forma directa a una conflagración mundial. En defensa de sus intereses, no lo olvidemos.
Hoy ningún Estado va a la guerra alardeando sobre extender su poderío imperial o ganar mercados frente a una potencia competidora. Se escudan en la “defensa de la democracia” y de “nuestros valores” contra algún dictador infame. Hasta los editorialistas de El País hablan de antifascismo. Por eso, desconfiar del relato oficial es la primera condición si queremos aproximarnos un poco a la verdad. ¿No os revuelve el estómago el cinismo de quienes hablan de luchar contra la ocupación de una potencia extranjera, pero son aliados estratégicos del Estado de Israel que ocupa Palestina? ¿No es la hipocresía más desenfrenada hablar de paz y democracia cuando las empresas armamentísticas se están dando un festín?
He vuelto a leer estos días algunos textos de Rosa Luxemburgo antes de la Primera Guerra Mundial. La valiente Rosa alertaba contra la locura universal de la carrera militarista, que llevaría como tobogán a la barbarie de 1914. Todos los Congresos socialistas desde Stuttgart (1907) a Basilea (1912) habían considerado un deber de los parlamentarios socialdemócratas oponerse con todos sus medios a la escalada guerrerista. ¡Guerra a la guerra! Y en caso de no poder evitarla, buscar los medios para transformarla en una guerra revolucionaria de clases. Sin embargo, en agosto de 1914, la socialdemocracia alemana votó por unanimidad los créditos de guerra. Se plegaban así al programa de su propio Estado imperialista y a que los trabajadores de un país murieran en su lucha contra otro territorio.
Rosa Luxemburgo, Clara Zetkin y Sylvia Pankhurst fueron algunas de las referentes más destacadas de un feminismo internacionalista contra la guerra. Al comienzo eran muy pocas, pero supieron nadar contra la corriente. En marzo de 1915, Zetkin organizó una Conferencia Internacional de Mujeres contra la Guerra con 29 delegadas de los países beligerantes. En septiembre de ese año, la izquierda socialista que se oponía a la guerra se reunió en la pequeña localidad suiza de Zimmerwald. Ahí se plantó el germen de la futura internacional.
Hoy como entonces toca nadar contra la corriente. Rechazar la reaccionaria invasión rusa, pero desde una posición independiente de la OTAN. Recordemos la consigna de Karl Liebknecht antes de la guerra: “¡Ni un centavo, ni un hombre para el militarismo!” ¿Por qué no damos pasos en construir esa izquierda de Zimmerwald que tuvo la valentía de apostar por la rebelión de los pueblos contra sus propios gobiernos? Nos dirán “utópicas” e ilusas. Lo utópico es pensar que armando hasta los dientes a la OTAN se puede obtener algún resultado progresivo. Más que utópico, es aterrador. ¿Cómo sigue la película?
Si el feminismo no es internacionalista y antimilitarista, no es mi feminismo. Si no apostamos por un feminismo de techos de cristal, mucho menos por uno vestido con botas imperiales. Mi feminismo está anclado en el sur global, junto a las mujeres trabajadoras, las migrantes, las más oprimidas. Será por eso que cuando quieren vendernos ese viejo cuento de armar a la OTAN en defensa de la “paz” no puedo más que reír con desprecio y apretar el puño.
Nos vemos en las calles, compañeras.
Cuando abundan los partes de guerra y la jerga militar, viene muy bien poder hablar así, en primera persona. En unos días estaremos en la calle en un nuevo 8M. Nuestras manis estarán cruzadas por las huelgas de mujeres contra la brecha salarial, los derechos postergados de las trabajadoras esenciales, las...
Autora >
Josefina L. Martínez
Periodista. Autora de 'No somos esclavas' (2021)
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