DIARIO ITINERANTE
Boric en La Moneda
El nuevo presidente de Chile tendrá que hacer frente a una derecha agresiva con la Convención Constitucional y a Estados Unidos, en pugna como nunca con China, el socio principal del país
Andy Robinson Santiago de Chile , 13/03/2022
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Tras su toma de posesión, el nuevo presidente chileno, Gabriel Boric, se acercó con la nueva ministra del interior, Izkia Siches, al Palacio de La Moneda, donde pronunciaría su primer discurso. Viajaba en un viejo Ford Galaxy descapotable, el coche oficial de Salvador Allende. Según la prensa chilena, fue un intento de alegrar el evento y contrarrestar la simbología pesada de la enorme bandera chilena –27 por 18 metros– que ondea en la Plaza de la Constitución. Pero las imágenes de Boric de pie, saludando al público desde un coche estadounidense identificado con aquellas décadas esquizofrénicas de la Guerra Fría, no podían sino traer malos recuerdos en Santiago de Chile.
Al final de su discurso, Boric hizo un conmovedor homenaje a Allende. “Como pronosticara hace casi 50 años Salvador Allende, estamos de nuevo, compatriotas, abriendo las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, el hombre y la mujer libre, para construir una sociedad mejor”. “¡Boric, amigo, el pueblo está contigo!”, respondió la multitud que ondeaba las banderas multicolores de los mapuche. “Por donde hablamos hoy, ayer entraban cohetes y eso nunca más se puede volver a repetir en nuestra historia”, recordó el nuevo presidente de 36 años.
En el Museo Histórico Nacional, en la Plaza de Armas, a la vuelta de la esquina de La Moneda, se pueden ver las gafas rotas de Allende, que libró su última batalla la noche del 11 de septiembre de 1973, mientras los misiles y las bombas caían sobre la icónica sede gubernamental. Antes de morir, se había asomado por uno de los balcones de La Moneda desde los que hablaba Boric para disparar la ametralladora kalashnikov que le había regalado Fidel Castro. Fue el reconocimiento trágico de que el camino pacífico al socialismo elegido por Allende –“una revolución de empanadas y vino tinto”, bromeaba– no había sido posible.
En una sala del museo que reconstruye el día del golpe de Pinochet, una portada de La Vanguardia, fechada el 12 de septiembre de 1973, resume lo ocurrido con sorprendente ecuanimidad. “Amarga ironía para Salvador Allende, ( …) el primer marxista llegado al poder por la vía democrática en América. Porque han sido precisamente los fusiles y la insurrección armada los que han derribado a quien pretendía llevar a Chile al socialismo”.
Casi medio siglo después, la simbología del Palacio de La Moneda en la estela de las protestas de los años 2019 y 2020 es otra. Para entenderla, conviene leer La revuelta, de Laura Landaeta y Victor Herrero, un repaso de los meses en los que millones de chilenos se lanzaron a la calle en protesta contra lo que aún quedaba (aún queda) del pinochetismo en la constitución de 1980 y en el modelo de capitalismo privatizado, desregulado, monopolizado y corrupto del Chile actual.
“Jueves, 24 de octubre del 2019, Plaza de la Constitución, 20.30 horas: unos 5.000 manifestantes esparcidos en varias cuadras a la redonda presionaban para llegar a la sede del Gobierno (…). No había manera de pedir refuerzos policiales”. “Vamos a tener que entregar La Moneda, no más”, dijo el militar Jaime González. “¿Pero cómo? No puede hacer eso”, respondió su superior. “¿Y qué quieres que haga? Solo queda una opción a estas alturas y no me presto para eso”.
“El comandante en jefe, el general Ricardo Martínez, argumentaba que había que salvaguardar a toda costa el edificio. La Moneda en llamas, incendiada por una turba de manifestantes, era algo impensado (…). Nunca en la historia republicana del país había ocurrido algo así, exceptuando, claro, el bombardeo a ese mismo edificio perpetrado por los propios militares del 11 de septiembre de 1973”.
“En cuestión de minutos, se elaboró un improvisado plan de contingencia. En el caso de que los carabineros fueran sobrepasados, un grupo de comandos de élite del Ejército llegaría en helicópteros y descendería en torno a La Moneda para aguantar el perímetro como en una escena de película de acción. Actuarían para dispersar a quienes se atrevieran a seguir adelante. Era necesario no para salvarle el pellejo al presidente Sebastián Piñera, sino para evitar otro simbolismo dramático con La Moneda como protagonista (…). Para evitar esa imagen, se estaba dispuesto a desplegar por primera vez desde 1973 a efectivos militares activos en torno al Palacio, pero ahora no para sacar a un presidente sino para resguardar la integridad del edificio”.
La Moneda se salvaría del gran estallido social del 2019. Pero durante tres meses habría manifestaciones multitudinarias, caceroladas y batallas campales contra la policía en los alrededores, en La Alameda y la Plaza de Italia, más abajo. Dos años y medio después, hay otros símbolos en el centro de Santiago: fachadas abigarradas de arte callejero reivindicativo; grafitis garabateados sobre estatuas descabezadas. “Chile: donde nació el neoliberalismo y donde morirá”. “Hay tantas cosas que hay que cambiar que no sé qué huevada pedir aquí”. No es el muralismo de Roberto Matta, el artista pop de la revolución de Allende. Pero destaca en un mundo del street art obediente, tan fácilmente asimilado por las marcas y las inmobiliarias.
En la noche del jueves, la víspera de la toma de posesión, en La Alameda, una chica caminaba delante de grafitis que recordaban la brutal actuación policial en la que 460 jóvenes sufrieron lesiones oculares, víctimas de disparos a quemarropa de balas de gas lacrimógeno. Era guapa, con el pelo teñido de rubio y una chaqueta de cuero. Llevaba un parche de color rosa donde antes estaba su ojo derecho. “Las últimas protestas han dado símbolos como Gustavo Gatica, que perdió dos ojos; pero los líderes vienen de protestas anteriores como Gabriel”, explicó Gonzalo Winter, diputado por el partido de Boric, Convergencia Social, integrante del Frente Amplio.
Es un simbolismo que a la derecha le encanta demonizar. Cuando la nueva ministra del Interior anunció tras acceder al cargo la retirada de las denuncias contra 139 manifestantes del 2019, que llevan dos años en la cárcel sin ser juzgados, la reacción de los partidos conservadores fue inmediata. “Es impunidad para los guerrilleros urbanos”, dijo un diputado del partido de José Antonio Kast, el candidato ultraconservador al que Boric derrotó en las elecciones. Así será el futuro para Boric, con la mitad del Congreso en manos de la derecha.
Sectores conservadores han librado una campaña agresiva contra la agenda de cambio en la Convención Constitucional, cuyos representantes trabajan a contrarreloj en el viejo edificio neoclásico del Congreso a la vuelta de la esquina de La Moneda. Deben plasmar las reivindicaciones de las protestas –anti extractivistas, asamblearias, de rebelión por el clima– en un documento que será sometido a votación antes del final de este año.
Pero las presiones para diluir la nueva constitución ya son fuertes. En las cafeterías del opulento distrito de Vitacura, se citaba el viernes con gran satisfacción un editorial del Financial Times que calificó de “payasos” a los representantes más utópicos de la Convención.
Las presiones serán aún más intensas desde los centros del “mundo libre” en esta nueva guerra fría. Boric no se siente muy hipotecado por simpatías con la vieja izquierda anti yanqui. Ha condenado la invasión rusa a Ucrania y ha calificado los gobiernos de Venezuela y Nicaragua como dictaduras. Su nueva ministra de Asuntos Exteriores, Antonia Arreola, es exintegrante del gobierno de Ricardo Lagos, de la concertación centrista, un ejecutivo más que aceptable para EE.UU. “Boric es un socialdemócrata y el grueso de la gente cercana al gobierno que entiende de política internacional sale de la concertación”, dijo Sergio Bitar, el veterano de gobiernos socialistas de la transición.
Pero ya no será tan fácil mantener la histórica relación con Washington a la vez que se van estrechando los contactos económicos con China, primer socio comercial, destino del 50% de las exportaciones de cobre chileno y un inversor clave en los proyectos de desarrollo verde que Boric pretende poner en marcha. Antes de reunirse en Santiago con el nuevo presidente de Chile, Brian Nichols, el secretario adjunto de América Latina de la Administración Biden, advirtió: “Estamos preocupados por la presencia china en todo el hemisferio (…). Creemos que EE.UU. es el socio económico y político más conveniente para Chile”. No es lo mismo que aquello que dijo Nixon, en 1971, sobre que hacía falta “make the economy scream” (hacer gritar a la economía) para disciplinar a Allende. Pero, en Santiago, todo consejo del amigo americano debe tomarse muy en serio.
Tras su toma de posesión, el nuevo presidente chileno, Gabriel Boric, se acercó con la nueva ministra del interior, Izkia Siches, al Palacio de La Moneda, donde pronunciaría su primer discurso. Viajaba en un viejo Ford Galaxy descapotable, el coche oficial de Salvador Allende. Según la prensa chilena,...
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Andy Robinson
Es corresponsal volante de ‘La Vanguardia’ y colaborador de Ctxt desde su fundación. Además, pertenece al Consejo Editorial de este medio. Su último libro es ‘Oro, petróleo y aguacates: Las nuevas venas abiertas de América Latina’ (Arpa 2020)
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