Crónicas partisanas
BHL
Tan solo los iniciados en el lenguaje nostálgico y decadente de la Gran Marcha han reparado en la presencia de Bernard-Henri Lévy en Ucrania
Xandru Fernández 20/03/2022
En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
BHL estuvo en Odessa. Pintó en una barricada el lema “liberté, egalité, fraternité” y luego lo contó en televisión. Se hizo unas fotos paseando por las calles de la ciudad, rodeado de soldados o cosa parecida. En los últimos años es bastante habitual el avistamiento fotográfico del viejo-nuevo filósofo francés en las guerras de nuestro entorno: estuvo en Siria, en Libia, en Afganistán. Estuvo, cuando aún no era ni viejo ni nuevo sino solamente joven, en Bangladesh, en 1971, respondiendo (o eso dijo años más tarde) al llamamiento de André Malraux en apoyo a los independentistas bengalíes. Por entonces era periodista, o cosa parecida, y su nombre aún era Bernard-Henri Lévy, no había quedado reducido a esas siglas que recuerdan tanto a una petrolera o a una cadena de supermercados.
No hay que llorar por el filósofo derramado: BHL ya era bastante insípido antes de perder las vocales. Pero su presencia en las guerras fronterizas del siglo XXI, lejos de ser un cliché sin más sustancia que el apuntalamiento de su magro prestigio, aún guarda el calor de los viejos símbolos del siglo XX al que BHL pertenece por generación y enajenación. Su fama dimana del ecosistema metafórico de la intelectualidad francesa de izquierdas, a pesar de que, como muchos de sus compañeros, su función en ese ecosistema haya sido la de alentar precisamente la desconfianza hacia las izquierdas. Escribió una novela, El diablo en la cabeza, que en los años ochenta compartía admiradores y detractores con La insoportable levedad del ser, de Milan Kundera. Aun salvando todas las demás distancias, que son muchas y abismales, la gran diferencia en favor de Kundera es que este, en su novela, prevé y explica también a BHL, mientras que este último no acierta ni siquiera a imaginar de qué demonios habla Kundera.
Uno de los personajes de La insoportable levedad del ser es Franz, un profesor universitario intensamente atravesado por el deber de comprometerse con su tiempo y con la humanidad. Un intelectual de izquierdas, carne de cliché. Según Kundera, el cliché que le es esencial a la izquierda es el de la Gran Marcha, “el camino hacia la fraternidad, la igualdad, la justicia y la felicidad”. Eso implica comprometerse con todas las causas que, de un modo u otro, contribuyan a ese avance. Y eso hace que personajes como BHL, aun con todas sus ansiedades y sus resentimientos contra las izquierdas, no dejen de ser, en el fondo, izquierdistas depurados, en los que solo queda el gesto, la pauta, la pose heredada de quien pretende seguir avanzando, aunque ya no tenga muy claro hacia dónde ni por qué.
La Gran Marcha, para Franz, acaba en una frontera. Se suma a un grupo de médicos e intelectuales que se desplaza a la frontera entre Tailandia y Camboya. Quieren desafiar al gobierno camboyano, denunciar sus políticas inhumanas, provocar una reacción ante las cámaras que dé la vuelta al mundo. La respuesta es el silencio. Ni siquiera les disparan. Se vuelven, avergonzados, a sus casas: “Franz tuvo de pronto la impresión de que la Gran Marcha había llegado a su fin. Alrededor de Europa se cierran las fronteras del silencio y el espacio por el que transcurre la Gran Marcha no es más que un pequeño podio en medio del planeta. Las masas que antes se apretujaban alrededor del podio hace tiempo ya que se han vuelto de espaldas, y la Gran Marcha continúa a solas y sin espectadores”.
Sin espectadores: tan solo los iniciados en el lenguaje nostálgico y decadente de la Gran Marcha han reparado en la presencia de BHL en Ucrania. Aun son, o somos, muchos, pero son, somos, residuos de otro tiempo. Activistas abajofirmantes: no importa cuál sea la causa, su receta, la nuestra, es siempre tomar postura. Elegir cómo pasar a la posteridad. Y no habrá posteridad, seguramente, porque, en lugar de asumir como propia la crisis de ese gran cliché legitimador, los fanáticos de la Gran Marcha han optado por encastillarse en lo simbólico. Me parece bien: siempre fueron carne de fotógrafo. Peores son sus epígonos, los que aplauden, quizá sin saberlo, la insoportable solemnidad del intelectual cortesano: los políticos presuntamente inspirados que expulsan de la Gran Marcha a las multitudes silenciosas. Acaba de hacerlo Sánchez con el pueblo saharaui. No veremos fotografías de BHL en Tinduf, pero no habría ninguna diferencia.
BHL estuvo en Odessa. Pintó en una barricada el lema “liberté, egalité, fraternité” y luego lo contó en televisión. Se hizo unas fotos paseando por las calles de la ciudad, rodeado de soldados o cosa parecida. En los últimos años es bastante habitual el avistamiento fotográfico del viejo-nuevo filósofo francés en...
Autor >
Xandru Fernández
Es profesor y escritor.
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí