MARX Y MENOS / DIÁLOGOS PARAMARXISTAS
Desclasamiento y estética
Conversación ficticia entre el filósofo alemán y su negativo amigo sobre la novela ‘El capitalista simbólico’ de Valentín Roma y el arte
Constantino Bértolo 15/03/2022
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—Hola Menos ¿qué estás leyendo?
—Pues una novela bien curiosa y de título bien marxista: El capitalista simbólico, de un tal Valentín Roma.
—¿Qué es lo que tiene de curiosa?
—Es rara. Pertenece a esa familia de novelas que tratan más o menos directamente del desclasamiento, esa constelación de narraciones que se remonta al Lazarillo y tiene su foco en El rojo y el negro de Stendhal, pero, al contrario de la mayoría de ellas, aquí el protagonista, un exfubolista hijo de obreros que se introduce en el mundo del arte y la literatura, se cuestiona ya no el ascenso social sino el valor de ese código, la estética, que se acaba asumiendo.
—¿El famoso tema del impostor?
—No, no, en ningún caso se siente un impostor, sabe bien el esfuerzo personal y el gasto en voluntad que le ha costado llegar hasta ahí. No es una de esas novelas tan frecuentes hoy donde la impostura no deja de funcionar al modo de un pecado venial con el que se disimula el fuerte sentimiento de éxito y autosatisfacción narcisista.
—¿Se arrepiente de haber llegado?
—No exactamente. Lo que siente es una especie de vergüenza estética. Nos va contando su proceso de integración en el campo del arte y la literatura: cómo ha ido aprendiendo los buenos modales y las formas necesarias para sentarse a la mesa del Arte, con mayúsculas. Una de las mujeres con las que se relaciona a lo largo de ese proceso de aprendizaje se lo dice claramente: “Desde que te conozco has estado quejándote y a la vez vanagloriándote de ser el hijo de un obrero y de una ama de casa. Ahora te toca sentarte a comer en un banquete con tus consecuencias. Espero que tu discurso no vaya dirigido a loar ni a parodiar la cubertería”. Lo que pone en duda son los materiales con que está construida esa mesa; la Estética, en definitiva.
—El malestar de la cultura que diría Freud.
—Creo que no se trata de algo tan abstracto como eso. El héroe se resiste a aceptar el código que le ha permitido desclasarse pero que al mismo tiempo le ha concedido identidad social. Su vida gira alrededor del arte pero se siente desorbitado, excéntrico, extrañado, extranjero de sí mismo. Como si la “honradez social” que su clase de origen le concedió y todavía conserva en parte le impidiera disfrutar de su nueva posición.
—Bueno, en todo caso pronto la nueva honradez social que su desclasamiento le va a proporcionar le quitará esos escrúpulos. No deja de ser un caso más de alienación. El éxito como única utopía posible es algo muy de hoy.
—Pudiera ser Marx, pudiera ser, pero es llamativa esa resistencia en el caso del héroe/antihéroe de esta novela. En la mayoría de los casos que conozco el desclasado o la desclasada se entregan eufóricos, aunque rentabilizando su origen de clase, a los distinguidos placeres, vanidades y reconocimientos que el éxito les concede y si miran hacia atrás lo hace con una mirada o una escritura llena de cursilería sentimental. Lo normal es que se comporten como nuevos ricos, encantados de pregonar ahora su nueva y alta sensibilidad.
—Eso, Menos, es casi inevitable en una sociedad atravesada por la lucha de clases. A veces se confunde el objetivo de ese combate con las ganas de ocupar y disfrutar de los placeres de la clase que te oprime, como si derrotar a la burguesía no fuera destruirla sino ocupar su sitio.
—Pero, en ese caso, mejor sería hablar de bastardos y no de desclasados. El bastardo busca ser reconocido, tener apellido, ser mejor hijo que los hijos legítimos, tener más sensibilidad estética que los privilegiados.
—En el mundo del arte, el exhibicionismo es casi obligatorio.
—Sí, sin duda su mercado tiene sus propias características pero eso mismo sucede en todos los campos; lo significativo de ese mercado donde los artistas se ofrecen reside en que la moneda más usada es el prestigio.
—Es que el prestigio es distinción, y la distinción proviene de la escasez. Del yo soy y vosotros no sois. De ahí lo del capital simbólico de Bourdieu al que nos remite el título de esa novela.
—No sé Marx, no sé. Siempre me ha parecido algo engañosa esa expresión tan celebrada del maestro francés. Detrás de lo simbólico se oculta lo monetario: becas, residencias, mejores adelantos, conferencias bien pagadas, colaboraciones en prensa. El capital es capital, es decir generación de plusvalía y en lo del capital simbólico podemos ver sin duda beneficios, pero la única plusvalía posible sería la autoexplotación.
—¡Autoexplotados del mundo! ¡Uníos!
—Vaya, Marx, hoy eres tú el que se pone irónico.
—Como dijo tu amigo: no perdamos nunca el sentido del rencor.
—En eso estamos, porque los escritores que gracias a la literatura se han desclasado no conservan ni un ápice de rencor. Al fin y al cabo el desclasamiento es un acto de dominio, una manifestación del poder de la burguesía y su cultura.
—Es que muchas veces habría que hablar de servidumbre, como el trabajador que sube a capataz.
—Aquí un escritor publica un libro y ya se cree alguien por encima de las clases. Claro que (y perdona, Marx, que te lo recuerde) en alguno de tus escritos vienes a señalar que el arte tiene autonomía respecto al modo de producción material de su época y otras veces pareces encuadrar lo artístico dentro de lo que llamas la forma positiva de lo superfluo, como si lo que el escritor escribe estuviera por encima de las condiciones materiales de producción en las que ese escribir tiene lugar.
—¡Huy, huy! ¡Ya estamos otra vez con esa patata caliente! De nuevo es necesario considerar el contexto. Algo así vine a decir al hablar del arte griego pero, por favor, autonomía no es independencia. Las relaciones entre la producción material y la producción intelectual no son nada simples y es necesario entender esto para comprender la refinada producción intelectual de una formación social dada. Procuremos no reducir el desarrollo humano solo a la economía ya que la relación entre la base económica y la superestructura de la sociedad es dialéctica.
—Pero algunos artistas, escritores y escritoras parecen tomarse la dialéctica como patente de corso. Entran y asumen, por ejemplo, ese turbio juego de los premios literarios sin ningún reparo ético o político porque la mucha pasta que reciben, al parecer y “dialécticamente”, les otorga tiempo propio y les hace libres. Justificaciones nunca les faltan.
—Ay. Menos, no me acuses a mí de colaborador ante lo que no deja de ser algo deshonesto. Aceptar ese juego no deja de ser una decisión que los escritores o escritores deben tomar cuando se les presentan esa posibilidad o tentación. Y cada decisión te construye al igual que todo movimiento te delata. Y ahí no hay dialéctica que valga.
—Me alegra oírte decir eso, Marx, porque no dejo de ver cómo muchos desclasados se suman a la corrupta catadura moral de los “clasados” con tal de ver sus aspiraciones “simbólicas” cumplidas, olvidando todo lo que el proceso de desclasamiento tiene de domesticación y sujeción.
—Es que el mito tan burgués del “yo me hice a mí mismo sin necesidad de nadie” forma parte de las mitologías de nuestro tiempo. El escritor o la escritora deben naturalmente ganar dinero para poder vivir y escribir, pero qué se entiende por vivir: ¿piso de un millón de euros?, ¿apartamento en New York?, ¿colegio privado para los hijos?, ¿abono para la ópera?
—Exacto, y eso exactamente es lo que hace la novela de Valentín Roma diferente. El protagonista es consciente de que el verdadero miedo sobre el que el desclasado se construye y levanta consiste en que le vuelvan a oler los pies. Ante ese temor social la desclasada o desclasado arquetípicos no dejan de echarse estéticas y obras de arte por encima. Da pena ver cómo se empeñan en contarnos todo lo que disfrutan cuando visitan el Prado, van a la ópera o disfrutan paseándose por el interior del Metropolitan Museum de Nueva York. Ese miedo en el fondo a no estar a la altura estética de los amos. El desclasamiento estético.
—Hola Menos ¿qué estás leyendo?
—Pues una novela bien curiosa y de título bien marxista: El capitalista simbólico, de un tal Valentín Roma.
—¿Qué es lo que tiene de curiosa?
—Es rara. Pertenece a esa familia de novelas que tratan más o menos directamente del desclasamiento, esa...
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Constantino Bértolo
(Navia de Suarna, 1946) ha sido editor de Debate y de Caballo de Troya y ha ejercido como crítico y agitador cultural en diferentes medios. Es autor, entre otros libros, de 'La cena de los notables' (Periférica) y de '¿Quiénes somos? 55 libros de literatura del siglo XX' (Periférica). Ha publicado sendas antologías de Karl Marx ('Llamando a las puertas de la revolución', Debolsillo) y de Lenin ('El revolucionario que sabía demasiado', Catarata). Es militante del Partido Comunista de España.
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