La izquierda dividida
Paz, guerra, resistencia: buscar el diálogo, rechazar el sectarismo
El director de Micromega trata de animar al debate a quienes le acusan de promover la guerra nuclear por apoyar el envío de armas a Ucrania
Paolo Flores d’Arcais 20/04/2022
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Hace ya muchos años que el ciudadano de izquierdas, o lo que es lo mismo, el que quiere más justicia y libertad, ya no está representado en el Parlamento. Izquierda quiere decir, tanto en la oposición como en el gobierno, luchar y conseguir más igualdad cada día y, al mismo tiempo, ampliar las libertades civiles individuales (y no tener una vocación por la prepotencia y el beneficio, debería sobreentenderse). Partidos que se correspondan o se aproximen a estos valores hace muchos, muchos, muchos años que no existen. El Partido Democrático es un partido de centro, que lógicamente alberga militantes y electores de izquierda, pero que por desgracia no tienen ninguna influencia en las decisiones de unos políticos y de unos aparatos dirigentes que, desde hace ya bastante, son estructuralmente partitocráticos.
Sin embargo, la izquierda de lucha y de ideas seguía existiendo –incluso ampliamente– en la sociedad civil, aunque de manera algo difusa y dispersa. Precisamente esta izquierda, nuestra izquierda, ha entrado rápidamente en crisis con la guerra que ha desencadenado la invasión de Putin en Ucrania. Personas que llevaban treinta años encontrándose en plazas y manifestaciones contra Berlusconi y sus “leyes vergüenza”, contra la prepotencia de la patronal y su liberalismo salvaje o contra la sordera frente a las amenazas para la propia fisiología de Gaia, están hoy divididas por polémicas y disensiones de una virulencia rara, creciente, que amenaza con echar raíces y poner en peligro cualquier futuro, no solo de luchas comunes (por la justicia, los derechos de los trabajadores, el Estado del bienestar, la información, la ecología, etc.), sino también de debate y discusión. Esta obstinación por enrocarse en sectarismos debe evitarse a cualquier precio.
Solo hay una manera de esperar que cuando acabe esta guerra no queden en la izquierda solo los escombros: la claridad de las posturas junto a la plena disponibilidad para discutirlas
Pero esta contingencia no se evita solo silenciando los motivos de división, con unas diplomacias y autocensuras que, al ocultar las opiniones reales tras lo que se calla, los eufemismos y los desmentidos, el único efecto que provocan, quizá inconscientemente, es envenenar las relaciones con resentimiento y sospecha.
Solo hay una manera de esperar que cuando acabe esta guerra (porque antes o después terminará, aunque los presagios sobre su fin hacen que nuestras divergencias sean dramáticas, desgarradoras y angustiosas) no queden en la izquierda solo los escombros de las rupturas actuales, sino un horizonte de relaciones, que aunque conflictivas, no contengan la animosidad de los anatemas: la claridad explícita de las propias posturas junto a la plena disponibilidad para discutirlas.
En MicroMega hemos intentado hacerlo desde el principio de la “operación militar especial” de Putin, y seguiremos haciéndolo. El número de comentarios y textos online en total desacuerdo con la línea editorial de la revista y un servidor son numerosísimos, y en ciertos momentos mayoritarios. El primer debate emitido por internet ha tenido como protagonistas a Luciana Castellina y Tomaso Montanari, que consideran que mis posturas son la máxima expresión del belicismo irresponsable (...)
¿Pero cómo pueden conservarse las relaciones si el primer paso es truncarlas? Yo opino todo lo contrario, que hace falta reforzarlas, con la máxima claridad y con debate.
Máxima claridad. El papa Francisco considera minus habens (poco capaces) a quienes quieren dar armas a la resistencia ucraniana para que se defiendan de la monstruosa agresión imperialista; ¿es por tanto lícito considerar idiota a Bergoglio por su pacifismo que desarma a la resistencia o no? Porque la regla de oro, que recoge el Evangelio, pero que es mucho más antigua, obliga a “no hacer a otros lo que no quieres que te hagan a ti”.
¿Puede existir una acusación más grave y cruel que la de propiciar, con las propias decisiones, la eliminación de la especie homo sapiens de la faz de la tierra por medio de una guerra atómica? Pues esta es la acusación que hacen todos los partidarios del pacifismo a quienes pedimos que se envíen más armas y más eficientes a la resistencia ucraniana. La acusación de propiciar la guerra atómica, o lo que es lo mismo, la extinción de todo el género humano, es manifiestamente mucho más dura que la acusación de propiciar un genocidio, puesto que se trata de todos los genocidios en un único y definitivo golpe. Por lo tanto, esta acusación es infinitamente más violenta que cualquier tono “ofensivo” que se pueda utilizar al discutir con un pacifista. Así que no solo acepto el debate con todo aquel que me acuse de propiciar la destrucción del género humano, sino que lo solicito, para poder escuchar con qué argumentos podrá defenderse y poder por mi parte responder con otros argumentos. Aceptaremos el debate incluso en aquellos casos en los que estemos convencidos de que se trate de falsedades en lo que a los hechos se refiere, porque daremos por descontada la buena fe.
¿Por qué, por lo tanto, el que defiende que se pueda proferir la mayor de las acusaciones, la mayor de las ofensas, la de provocar la eliminación del género humano, que es incomparable a cualquier otra ofensa que se le pueda infligir al pacifismo, piensa de hecho que es incluso necesario evitar el debate, porque mi postura empobrecería moralmente su anatema y supondría la ruptura de cualquier relación? Me parece incongruente, aunque sea un poco, y mi primer impulso sería pedir a esos amigos que lo argumenten, aunque les estaría pidiendo una contradicción pragmática, que rechazarían, puesto que ya han decidido no participar en el diálogo.
Espero que se lo piensen de nuevo. Igual que algún amigo que se considere a sí mismo dividido entre argumentaciones opuestas: precisamente son las razones de la duda las que pueden enriquecer y mejorar el debate.
MicroMega no puede hacer más que eso. Si ni siquiera esto es suficiente, eso quiere decir que la semilla de la cerrazón sectaria, que tiene en la izquierda una historia centenaria, es más tenaz que el más tenaz intento de diálogo.
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Paolo Flores d’Arcais es el director de MicroMega.
Hace ya muchos años que el ciudadano de izquierdas, o lo que es lo mismo, el que quiere más justicia y libertad, ya no está representado en el Parlamento. Izquierda quiere decir, tanto en la oposición como en el gobierno, luchar y conseguir más igualdad cada día y, al mismo tiempo, ampliar las libertades civiles...
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