crónica punk
Siniestro Total: contracultura para el pueblo
Hay vida en el grupo vigués, vida desbordante de sentido. Después de un concierto-catarsis, y de cuatro décadas de historia triunfal, los músicos saludan agradecidos, como una ‘troupe’ de comediantes satisfechos
Pedro Calvo 17/05/2022
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Los inoxidables se mantienen en pie. Y pasan la ITV. Fantástica despedida de Siniestro Total en el WiZink Center. Gran maná neuronal para la entusiasta nación de birra y camiseta con el lema Ante todo mucha calma. 40 Años sin pisar la Audiencia Nacional es un título suficientemente insolente para esta insólita celebración del hasta luego, Lucas. Todo un reto –Siniestro son de retos y retales– para cualquiera medianamente sensible y sincero ante una sociedad culpable y cada vez más caníbal. Si te dedicas a hacer música, el peligro de esas cuatro décadas expuesto es cuatrillizo. Esencialmente enérgicas, ofuscadas y bienhumoradas, las canciones de Siniestro van directas al pericardio del disfrute. Hay bastante peña –este fraile mismo– que siente así, piensa así y pretende vivir con todo eso en la cabeza y en el cuerpo. Los dos llenazos en el WiZink dieron fe de que la sinapsis colectiva se mantiene activa y estable. Un no parar del hedonismo, de las cervicales al coxis. Miles de cabezas barrenando la pelota en modo:
“Nosotros somos seres racionales
De los que toman las raciones en los bares
Y no nos digas que no está bien
Que ya sabemos cuáles son nuestros males
Vamos al Kwai y al Berberecho
Y al Palentino y a lo hecho pecho
¿Que quiénes somos? ¿De dónde venimos?
¿Adónde vamos si se acaba el vino?
Somos Siniestro Total…”
Aunque resulte difícil de creer y fácil de comprobar, Siniestro Total ha sido detonante de una forma de contracultura enfrentada al muermo patrio. Cuarenta años durmiendo en tantas garitas con el tono y la pegada intactos. Una contracultura autoportante en clave de rock, con el mítico desparpajo de Siniestro. El oído atento a lo que pasa en la calle. El primer disco ¿Cuándo se come aquí? (1982) pone en el frontal esa reivindicación que da perfecta cuenta de la ideología política del grupo vigués. Y no son pocas las cabezas que, según zumban los temas, se van haciendo la misma pregunta, encontrando la misma respuesta: “Esto hoy lo prohibirían”. Para despejar dudas, en esta quimérica despedida, los jichos de Siniestro sacan un letrero gigante al final con la rúbrica: “Lo sentimos mucho, no volverá a ocurrir". Saludos, Abu Dabi.
El improperio festero se mantiene en dos horas largas de descarga. Atruenan en plan titiritera matanza de Texas: Todos lo ahorcados mueren empalmados, La tetas de mi novia tienen cáncer de mama, Opera tu fimosis, Mata hippies en la Cíes, España se droga, Cuánta puta y yo qué viejo, Ayatolah, no me toques la pirola, Hoy voy a asesinarte, Bailaré sobre tu tumba… Son viñetas de cómic de barrio con bocadillo de consignas útiles a lo largo y ancho de catorce álbumes de estudio. Los estudiosos de la España que bebe y canta los escudriñarán a fondo para entender la enorme distancia que hay entre el poder y la calle, entre las élites y la plebe. Dejo constancia de que en 1983 me creó muy serios problemas pinchar en Radio El País el tema Me pica un huevo. Todavía me escuece.
En 1982 asistí a mi primer concierto de Siniestro Total, un concierto accidentado y forjador de leyenda en las páginas de sucesos. Lo disfruté hasta que tuve que salir por piernas del brazo de José Manuel Costa, juramentado defensor de Siniestro Total, y una de las mejores cabezas de mi generación y del periodismo español con fundamento. Fue en el municipio de Hortaleza. La cosa punk borboteaba en la marmita. Y como este país es muy dado a importar modas a lo tontiloco, gente había que acudía a los conciertos, luchaba por alcanzar la primera fila y allí, en esa posición privilegiada, escupía a sus artistas preferidos con pasión metropolitana. Ni ese “a ver esas palmas” ni leches: lapos a mansalva. Las tribus urbanas estaban de moda, pasadas de moda pero a la última a la hora de fundamentar gresca: que si los rockers la montaban con los mods, que si crestas en erección contra tupés en crecimiento, que si los broncas de otro barrio la liaban con los broncas locales de seguridad, que si a ver si le doy al cantante o le endiño al batería... Los periódicos salivaban oliendo riñas juveniles. El rock era sinónimo de altercado porque daba buenos titulares. Todo eso pasó como pasan las edades. En una de aquellas, por las mismas fechas del 82 pero en otro lugar, a Germán Coppini, primer cantante de Siniestro Total, le dieron con una botella en la rodilla y se la jodieron para los restos. Coppini dejó el grupo al poco para formar Golpes Bajos. El llorado Germán Coppini falleció en 2013, y no pudo estar en el WiZinc Center la otra noche.
Otros miembros del grupo vigués han tenido más suerte. Para este testimonial bye-bye del doble sarao madrileño, junto al capo Julián Hernández y los conseglieris Javier Soto, Jorge Beltrán y Oscar G. Avendaño, estuvieron en la batalla los expatriados Miguel Costas, Alberto Torrado y Segundo Grandío. Se respiraba poderío y se sudaba rock a toda pastilla marca de la casa. Canciones miniaturistas. Historietas de un rulo vital que es mutación farruca de aquel ¡Viva el Rollo! de los fallecidos años setenta. Todo tiene su arqueología. Estratos anteriores como Petula Clark, Kinks, Lynyrd Skynyrd, Dead Kennedys, Revillos, Ramones o ACDC, han apuntalado las homéricas revisiones de Hoy voy a asesinarte (The Life and Soul of the Party), Emilio Cao (David Watts), Miña Terra Gallega (Sweet Home Alabama), Luna sobre Marín (Moon Over Marin), Opera tu fimosis (Do the mutilation), Rock en Samil (Rockaway Beach) y Somos Sinestro Total (Highway To Hell). El círculo de pildorazos se cierra con el Vamos muy bien de Obús. Con el tiempo, y montando a pelo, el blues ha ido comiendo terreno. El punto está en mantenerse en pie encajados en este baile de salmonetes. Momentos pogo, incluido el pogo para sexagenarios.
Después de un concierto-catarsis y de cuatro décadas de historia triunfal, el grupo saluda agradecido como una troupe de comediantes satisfechos, bien comidos, bien bebidos, bien puestos y dispuestos. Los músicos hacen reverencias. Y mientras se inclinan ante un respetable que es de su misma pasta, los altavoces retumban: “Hey, que les corten los huevos, hey…” El buen humor por encima del mal rollo: ese es el sentido de la vida. Hay vida en Siniestro Total, vida desbordante de sentido. Y aunque algunos nos vamos oxidando porque la vida es así, los principios activos de Siniestro Total permanecen ilesos. Una forma muy pura de hacerle un corte de mangas al paso del tiempo. ¿Esto es el final? ¡Qué sabe nadie! ¡No empuje, señora! El Apocalipsis es material comestible. ¡Muito obrigado, trons! Menos mal que nos queda Portugal.
Los inoxidables se mantienen en pie. Y pasan la ITV. Fantástica despedida de Siniestro Total en el WiZink Center. Gran maná neuronal para la entusiasta nación de birra y camiseta con el lema Ante todo mucha calma. 40 Años sin pisar la Audiencia Nacional es un título suficientemente insolente...
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Pedro Calvo
Periodista chusquero. Nací en Cuatro Caminos (Madrid), en 1954. Vengo de los felices tiempos del estajanovismo plumilla. Me dio por escribir de músicas y de la tele. Tengo el humor ahí. Una manía. En RNE me dejan ponerme fino delante del micro.
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