Golpe a golpe
No faltan camareros, sobran explotadores
Cuando jóvenes trabajadoras y trabajadores se arriesgan a organizarse y dar pelea, las cosas pueden cambiar. Ya están cambiando
Josefina L. Martínez 2/06/2022
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Un empresario dice que en hostelería “se hace media jornada, 12 horas” y que eso ha sido así “toda la vida”. Si le responden, como lo hicieron miles de personas, que eso es explotación pura y dura, no falta un famosillo cantaor que nos recuerda que un contrato laboral es un “acuerdo consentido” entre partes, la libertad del mercado y toda la pelota. En vez de llamarlos explotadores, habría que agradecerles por esos trabajos de mierda. Puede parecer un rifirrafe más en redes sociales, pero hay cuestiones que merecen la atención. Desde hace unos días, uno de los debates sonados es que en España hay “escasez de camareros”. Así, tal cual. ¿Los camareros se han transformado en una rara especie en extinción? La realidad es que los empresarios hosteleros quieren seguir pagando miserias y robando tiempo de vida en jornadas agotadoras o flexibles. Durante la pandemia, las condiciones de precariedad se agravaron y se perdieron muchos puestos de trabajo en el sector. Se estima que los ERTE afectaron al 70% de las plantillas a partir de 2020 y se perdieron entre 300.000 y medio millón de puestos de trabajo. En cuanto pudieron, muchas trabajadoras y trabajadores huyeron hacia otros empleos en busca de condiciones menos precarias.
Pero atendamos al argumento liberal del “contrato igualitario entre partes”. Se trata de uno de los sentidos (más) comunes que reproduce este sistema capitalista. Ahora bien, cuando de una parte hay millones de personas que dependen de un salario para sobrevivir, y del otro lado hay capitalistas que se enriquecen a costa del trabajo ajeno, a eso no lo podemos llamar contrato libre. Marx develó en su momento la gran estafa de percibir como “voluntario” lo que es esclavitud asalariada. La igualdad formal encubre una profunda desigualdad real. Una desigualdad sustancial que se reproduce en toda la relación laboral. Dentro de los lugares de trabajo, los capitalistas ejercen su poder despótico. Allí, como en las puertas del infierno de Dante, hay que abandonar toda esperanza: los derechos escritos en papel se suspenden por arte de magia. Horarios flexibles sin poder conciliar la vida social y familiar, horas extras no pagadas, maltrato psicológico y humillaciones, acoso sexual a las trabajadoras por jefes y persecución por querer organizarse sindicalmente son también cosas “de toda la vida”.
Cansados de la mierda del jefe
Venimos siguiendo con entusiasmo y escribiendo en CTXT sobre esa guerra de “David contra Goliat” donde trabajadoras precarias enfrentan a milmillonarios como Jeff Bezos. Maryam Alaniz de Left Voice nos explicaba desde New York la profundidad de ese fenómeno en la juventud: “Estamos viendo una nueva generación, la generación U (por Union, sindicato en inglés) que está emergiendo de las ruinas del proyecto neoliberal. Es una generación muy precaria, multicultural, queer, que se politizó con la crisis económica y con el Black Lives Matter. También vieron que la clase obrera era esencial durante la pandemia. Amazon y Starbucks son las expresiones más potentes de esta ola de sindicalización, pero el movimiento es mucho más amplio”.
En su último libro, Breaking the impasse, el investigador norteamericano Kim Moody destaca esa intersección entre manifestaciones contra el racismo y luchas sindicales “desde abajo”. Los activistas que han sentido su fuerza colectiva en las calles vuelven a sus puestos de trabajo limpiando las oficinas de los ricos, asistiendo a los enfermos, apilando cajas en un supermercado o empaquetando en un almacén, pero ahora lo hacen con otra actitud. La protesta y la militancia son contagiosas. Moody sostiene que ese activismo cruzado está formando “nuevos líderes y activistas en el lugar de trabajo que no están dispuestos a seguir aceptando la mierda del jefe”.
Como respuesta al nuevo sindicalismo de base, empresas como Amazon y Starbucks despliegan todo tipo de ataques antisindicales. Tristan “Lion” Dutchin tiene 27 años, es hijo de una familia guyanesa y vive en Brooklyn. Durante meses, en medio de la pandemia, se dedicó a convencer a sus compañeros del almacén de Amazon en Staten Island, Nueva York, de que había que superar el miedo. Así se transformó en uno de los referentes de la organización del nuevo sindicato y tomó la palabra en actos públicos. Hace dos semanas lo despidieron y ahora está llevando adelante una campaña por la reinstalación. Tiene claro que es una represalia antisindical.
La gran prensa nacional no dedica ni unas pocas líneas a la organización desde abajo y a las persecuciones sindicales que se producen en España
Esta “renovada” militancia antisindical de los capitalistas no ocurre solo del otro lado del Océano Atlántico. Basta indagar un poco para que esta realidad aparezca con fuerza. Sin embargo, la gran prensa nacional no dedica ni unas pocas líneas a la organización desde abajo y a las persecuciones sindicales que se producen en España.
Houriya está embarazada, es inmigrante de origen marroquí y trabaja como camarera en una cadena de comida rápida. Desde hace un tiempo, junto con decenas de compañeras y compañeros se están organizando en una lista sindical por CGT en Vips, una de las marcas del grupo Alsea, donde también está Starbucks. Lo hace porque “las condiciones laborales son pésimas, con contratos de 12 horas semanales y las vacaciones no las respetan”. Los horarios nunca son iguales, conciliar la vida laboral y familiar es tarea imposible: “Te llaman de un día a otro para darte los horarios, lo suelen decir el domingo por la noche, así que nunca sabes si el lunes madrugas o cierras”. En otro local trabaja como camarera Katherine. Dice que después de la pandemia “las condiciones de trabajo cambiaron mucho” y que todos los empleados se sentían “sobreexplotados”. Pero “cuando intentamos hablar con los sindicatos para ver si podía haber alguna solución siempre nos ponían pegas o cualquier tontería. Entonces decidimos crear este nuevo sindicato para poder tener a alguien que en verdad hable por nosotros”.
Esteban nació en Ecuador, tiene 32 años y vive desde pequeño con su madre en Madrid. Es camarero en la misma tienda que Houriya. “En Vips, como en muchas de las empresas de hostelería, la inmensa mayoría de la plantilla somos jóvenes, inmigrantes y en su mayoría mujeres. Durante años hemos soportado los abusos de una patronal tremendamente autoritaria. Sin embargo, a raíz de la pandemia muchos trabajadores nos hemos dado cuenta del papel que jugamos y no tenemos por qué soportar más abusos y precariedad”, explica. Desde la sección sindical han publicado esta semana un comunicado denunciando “precariedad y persecución sindical” porque les han impedido presentar una lista para las elecciones del comité de empresa. “La lista que elaboramos para presentarnos denunciaba esta precariedad y por eso tomaron la decisión de bloquear a toda costa nuestra participación. La inmensa mayoría de los que organizamos la lista somos gente joven, en su mayoría racializada, que quiere un nuevo tipo de sindicalismo y no el que veníamos teniendo, que ha demostrado estar más al servicio de lo que quiere la empresa que lo que necesitamos los trabajadores”, asegura. Previamente a la publicación de esta columna, hemos intentado varias veces contactar a un responsable de la empresa para obtener su versión de los hechos, pero no hemos recibido ninguna respuesta.
La represión contra activistas sindicales es algo muy frecuente, pero de eso no se habla. “En el Estado español hay represión sindical. Hasta el punto de que hace unos días se ha creado una plataforma de represaliados y represaliadas sindicales”, comenta Carmen Arnaiz, secretaria de Acción Social de CGT Castilla La Mancha y Extremadura. “Esta situación se vive hace muchos años. Se han dado casos de compañeros que han avisado que se iban a presentar para el comité de empresa, después de llevar años trabajando, y les han despedido. Casi siempre nos parece que está ocurriendo con sindicatos alternativos. Hace unos días nos manifestamos frente al Congreso, porque una gran multinacional como Iveco en Valladolid está despidiendo a sindicalistas, despidiéndoles injustamente. Ha ocurrido en Marktel, ha ocurrido en Cádiz con trabajadoras y trabajadores que hicieron huelga, que hasta han ido a sus casas a detenerles”.
Esta ofensiva antisindical en los lugares de trabajo, como contamos hace poco en otra columna, está teniendo respuesta desde abajo. Decenas de casos de persecución sindical se vienen agrupando en una Plataforma de Represaliadxs Sindicales para coordinarse y plantar cara a los atropellos.
Kim Moody apunta en su libro que la pandemia, la crisis climática y la crisis económica han puesto al descubierto “muchas de las fallas del capitalismo, a la vez que han hecho que innumerables trabajadores tomen conciencia de su lugar central en la reproducción de la vida y los beneficios del patrón. Al mismo tiempo, ha puesto de manifiesto lo poco que les importa a los empresarios y a los políticos la situación cotidiana de la clase trabajadora. Esto ha llevado a algunos a la acción directa en circunstancias muy difíciles. Quizás sea prematuro decir: es nuestro turno. Pero el aumento de la autoactividad de la clase trabajadora es seguramente un signo de algo nuevo”. Cuando jóvenes trabajadoras y trabajadores se arriesgan a organizarse y dar pelea, las cosas pueden cambiar. O, mejor aún, es que las cosas ya están cambiando.
Un empresario dice que en hostelería “se hace media jornada, 12 horas” y que eso ha sido así “toda la vida”. Si le responden, como lo hicieron miles de personas, que eso es explotación pura y dura, no falta un famosillo cantaor que nos recuerda que un contrato laboral es un “acuerdo consentido” entre partes, la...
Autora >
Josefina L. Martínez
Periodista. Autora de 'No somos esclavas' (2021)
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