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El Atlético de Madrid ha dicho adiós a la Champions League, después de empatar en su estadio frente al Bayer Leverkusen en un partido extraño, emocionante y por momentos desquiciado, que se ha resuelto de la manera más cruel posible. Y podríamos agarrarnos a ese hecho puntual para lamernos las heridas, errar un penalti con el tiempo ya cumplido para volver a fallar los dos remates posteriores, pero hacerlo no dejaría de ser un ejercicio de prestidigitación. La realidad es mucho más certera. Basta levantar la vista para observar que el equipo rojiblanco no ha dado la talla en ningún momento de la competición. Es decir, es muy probable que haya acabado en el lugar que realmente merecía.
Hay tantas cosas que no funcionan en este Atlético de Madrid, que me parecería injusto quedarme con una sola de ellas para justificar este contratiempo con aspecto de tragedia que acabamos de vivir. Es más, diría que no soy capaz de encontrar una sola cosa que ahora mismo funcione medianamente bien alrededor del club. Ni la directiva, ni las cuentas, ni la comunicación, ni la dirección técnica, ni la dirección deportiva, ni los jugadores, ni seguramente los aficionados. Me parecería mucho más sensato abordar el problema desde un enfoque holístico, que es como lo define la filosofía, pero eso sería complejo, largo, complicaría encontrar una cabeza de turco y además no serviría como morralla para vender un producto. Me temo que, como siempre, acabaremos hablando de Simeone.
Duele decirlo, pero este Atleti huele a decadencia. Y francamente, empiezo a no ver tan mal la llegada de ese tsunami que con tanta ansiedad espera una gran parte de la afición colchonera y todos los enemigos del conjunto rojiblanco. Curiosa coincidencia esta, por cierto. Digo que no lo veo tan mal, porque viendo al equipo en este estado de inanición tan frustrante, empiezo a cansarme de tener que seguir recordando lo que nunca se debería olvidar (y se olvida). Me apetece mucho ver quién sujetará un cetro tambaleante cuando vivamos en el día después. Me apetece ver cuántos y quiénes estarán allí cuando empiece a hacer frío. Tengo verdadera curiosidad, en serio. Por mucho que tenga la sensación de que no tardaremos demasiado en echar de menos noches tan aciagas como la de hoy. En este Atlético de Madrid, Simeone ha sido (y es) bastante más que un entrenador de fútbol. Sólo el cinismo o la intoxicación extrema de “rabiosa actualidad” pueden hacer que alguien no vea algo que es tan evidente. Es decir, por desgracia, la cuestión no es exclusivamente deportiva. El argentino ha tapado tantas carencias institucionales, físicas y espirituales, que ahora que parece haber perdido la magia y que el equipo tiene la consistencia de la ceniza de un cigarro que se consume, quizá haya llegado el momento de que cada palo aguante su vela.
El equipo no saltó mal al campo y que los primeros minutos mostraron un conjunto alegre y convencido de lo que tenía que hacer
Por hablar algo de fútbol, digamos que el partido ha sido una montaña rusa de emociones, de caos y de despropósitos. No entendí muy bien esa vuelta a la defensa de cinco, pero es que este año entiendo muy poco de lo que propone el entrenador rojiblanco. Aun así, creo que el equipo no saltó mal al campo y que los primeros minutos mostraron un conjunto alegre y convencido de lo que tenía que hacer. El problema es que tiene la personalidad de una cortina y la fragilidad de un vidrio a la intemperie. Griezmann perdió un balón en la banda izquierda y los jugadores alemanes aceptaron amablemente la invitación para intercambiarse el esférico dentro del área con la atenta mirada de Hermoso y Giménez como único impedimento. Y claro, Diaby hizo gol. No habíamos llegado todavía al minuto 10.
A partir de ahí, y durante el resto de la primera parte, asistimos a un continuo despropósito por parte de un equipo, el colchonero, que una vez más tuvo la consistencia de un flan. Errores de todos los tipos, incapacidad para crear juego, pérdidas de concentración y, por supuesto, falta de gol. Esta vez en los pies de Correa, que tiró al muñeco delante de la portería. El equipo siguió empujando a pesar de todo, cosa que le honra. En la única jugada en que fueron capaces de triangular un balón con rapidez cerca del área, apareció un disparo de Carrasco desde la frontal que acabó dentro de la portería rival.
El gol, lejos de tranquilizar a los de Simeone, les llevó al mismo estado de nerviosismo y fragilidad que antes. Aparecieron nuevos errores inexplicables y, en uno de ellos, un pase horizontal a la frontal del área (mal) que recogió Correa, poniéndose a regatear en zona crítica (peor), llegó el robó del conjunto alemán que, otra vez, acabó en gol. Hudson-Odoi metió el balón en la portería con la misma facilidad con la que la directiva del Atleti ha cobrado ya un abono de Champions que hoy vale mucho menos. Genios.
El 1-2 suponía un nuevo jarro de agua fría que llevaba el partido al descanso, pero la segunda parte fue otra cosa. Una bastante mejor, gracias sobre todo a la presencia de un renacido De Paul, que poniendo algo de sangre y una pizca de criterio con el balón consiguió cambiar al equipo. Los madrileños monopolizaron el balón, lo distribuyeron con acierto y consiguieron empatar relativamente rápido, gracias precisamente a un disparo desde la frontal del argentino.
Quedaba tiempo de sobra y el Atleti tuvo ocasiones suficientes para haberse puesto por encima en el marcador. Lamentablemente, Griezmann no tenía su día y más allá del francés el equipo es un páramo en lo que respecta a eso de hacer gol. Morata es un mal delantero, pero eso ya lo sabíamos cuando los publicistas nos dijeron en verano que era el nuevo Falcao. Cunha no sé todavía lo que es, la verdad, pero no parece que vaya a marcar la diferencia en lo que respecta a meter goles. Correa había vuelto al banquillo junto a João, que además de seguir mohíno, tampoco recuerdo la última vez que celebró un tanto suyo (o de cualquier otro). El ambiente en la grada era bueno, el equipo empujaba, Oblak paraba los contraataques de los alemanes… pero nada. El gol no llegaba.
Y no llegó. El árbitro pitó el final y nos despedimos de nuestro vecino de grada con la amargura de lo que acababa de pasar. Con la chaqueta ya puesta y encarando el pasillo, vimos sin embargo que los jugadores se quedaban en el césped y que el árbitro parecía estar recibiendo instrucciones desde la sala VAR. Mira que si…
Y sí, pitaron penalti por mano (que sinceramente, no sé si fue) cuando el tiempo ya había concluido. A partir de ahí asistimos al esperpéntico desenlace de una tragicómica película de terror. Carrasco lanzó la pena máxima como nunca hay que lanzarla en una situación así, el portero paró el balón, el rechace lo remató Saúl al larguero y el segundo rechace lo enganchó Reinildo, con tan mala suerte que cuando el balón entraba ya en la portería dio en los pies de Carrasco para marcharse fuera. Ni la literatura es capaz de construir un final más apocalíptico.
Lo dicho, al Atlético de Madrid, y a todos los que vivimos por ahí cerca, se nos adelantó unos días la noche de Halloween. Una noche que tiene pinta de que nos costará olvidar.
El Atlético de Madrid ha dicho adiós a la Champions League, después de empatar en su estadio frente al Bayer Leverkusen en un partido extraño, emocionante y por momentos desquiciado, que se ha resuelto de la manera más cruel posible. Y podríamos agarrarnos a ese hecho puntual para lamernos las heridas, errar un...
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