Reproducción social
Neoliberalismo, familia y democracia
Si las leyes, y las infraestructuras que esas leyes necesitan, protegen de la violencia, el abuso y el acoso, habrá menos miedo y más libertad para fortalecer lo comunitario
Belén Gopegui 8/03/2023
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Gracias por el esfuerzo organizativo. Por perseverar en una de las raíces más hondas del feminismo, la construcción colectiva. El feminismo demuestra que el pensamiento puede construirse en común desde la interacción entre la teoría y la práctica, y que, cuando eso ocurre, lo cambia todo. Gracias por permitirme compartir este espacio con personas a las que admiro y con quienes habéis venido, tal vez porque sentís-pensáis y pensáis-sentís que toca seguir haciéndonos preguntas y buscando respuestas.
Dónde estamos
Se describen estos tiempos como difíciles. De acuerdo, pero no lo llamemos crisis económica, porque crisis no es un nombre adecuado para lo que debería ser considerado un mal hacer continuo de los distintos grupos dominantes. El hecho es que este mal hacer, como se ha visto, se convierte en un pretexto para privatizar el gasto y cargarlo supuestamente sobre las familias, lo que aún sigue significando: sobre las mujeres, sobre quienes no tienen familia, y sobre toda suerte de colectivos oprimidos.
Pero es que, además, el mal hacer ha adquirido un efecto geométrico en una situación de declive de la energía y de la biodiversidad, y de calentamiento global, que, a su vez, trae desastres físicos y declive de la productividad.
El economista Fred Hirsch dijo: “Si todo el mundo se pone de puntillas, nadie ve mejor”. Por eso, sugería, el resultado preferido tal vez sólo puede obtenerse por la acción colectiva acordada: todos convenimos en no ponernos de puntillas. Aunque la idea es buena, conviene tener presente que no todas las personas están sentadas en la misma posición ni tienen la misma altura, ni, en otro orden de cosas, la misma voluntad de respetar el acuerdo alcanzado.
Por último, mientras el capitalismo es catastrofista, pues obtiene réditos de las catástrofes, nosotras no lo somos. Cuestión distinta es que nos preparemos para afrontar las que vengan y para impedir que quienes las han creado vuelvan a ponerse al mando.
Factores que la apariencia de la familia a veces no deja ver
Como saben, una de las claves del feminismo nació de su capacidad para mostrar que donde parecía que no había una relación de poder, sí la había.
Según la clásica definición de Samuelson: “Como la sangre es más espesa que el agua”, la familia sería el lugar donde reina el altruismo y donde cada miembro cuenta la utilidad de los demás miembros como si fuera suya. Tal visión ha sido absolutamente cuestionada a través, entre otros, del concepto del altruismo obligatorio. No creo necesario extenderme en todo lo que esa visión tapa. En la violencia que oculta.
Sí me parece importante recordar que para que una familia deje de ser patriarcal hace falta algo más que el voluntarismo de sus miembros tomados de uno en uno. Como señala la socióloga australiana Melinda Cooper: la cultura no solo es “un conjunto de significados compartidos” sino “también un medio para conservar y reproducir las estructuras de poder, exclusión y desigualdad”. Por no hablar de la economía y la política, según en manos de quién estén.
Cooper estudia con detalle en su libro el comportamiento de neoliberales y neoconservadores estadounidenses en los últimos cincuenta años y comprueba que están unidos en su defensa de la familia, aunque sus discursos no siempre lo hagan explícito. La familia neoliberal, al privatizar el riesgo y el gasto deficitario, fue usada por ambos como arma contra las visiones de quienes lucharon por ampliar las coberturas de la seguridad social. Pero también, al mismo tiempo, como forma de oponerse a los nuevos modelos de parentesco propuestos por feministas y defensores de los derechos de las diferentes orientaciones sexuales e identidades. Cooper niega así que se pueda separar la regulación de la sexualidad del instrumento legal de apropiación de la riqueza que adopta la forma de genealogía familiar.
Termino este apartado con una observación que me parece clave a la hora de plantear horizontes posibles.
La familia es un instrumento de sujeción, de división y de control
Al hilo de un capítulo de Los Simpson, James Chappel recuerda que hubo un momento en el que Homer tuvo la oportunidad de un empleo alegre en la bolera local, en lugar de su actual empleo en la central nuclear. En una cruel ironía, fue su alegría en el trabajo lo que contribuyó al embarazo de su pareja. Responsable de una criatura que no podía permitirse, regresa a la central. Homer lo resume así: “Hazlo por ella”. Y nosotras preguntamos: ¿“ella” es su pareja, la criatura, la familia, quizá los sujetos favorecidos por la economía neoliberal?
Continúa Chappel: “Como individuos atomizados, podríamos preferir una vida de libertad. Pero tenemos hijes y facturas que pagar. (…) Incluso los progresistas de Brooklyn con principios presionan para mantener escuelas desiguales y segregadas cuando sus propios hijos están en juego. Los comprendo”, dice. “Desde que tuve un hijo, me he mudado a una zona escolar ‘mejor’ y he empezado a ahorrar obedientemente para la universidad, todo con la esperanza de mantener una posición de privilegio, no para mí, sino para su futuro. Puede que sea una debilidad moral, pero la comparten millones de personas. Y una debilidad moral compartida por millones no es realmente una debilidad, sino una política”.
En otras palabras: la familia es un instrumento de sujeción, de división y de control. No es la única, pero sí es una forma de organización social mayoritaria. Y necesitamos preguntarnos qué elementos se pueden aportar para que no lo sea, o lo sea menos.
Su texto habla desde la clase media, aunque el placer de ver crecer a los descendientes suele considerarse un factor sencillo, transversal. Claro que todo factor sucede en un contexto. En el nuestro, ver crecer a los descendientes supone, demasiado a menudo, verles abrirse camino –cuando se lo abren, cuando no caen– desbrozando un terreno en el que el machete ha de ser descargado sobre otras personas, las que se van quedando fuera. Entonces ese placer ya no es tan sencillo.
Líneas de trabajo para allanar caminos hacia formas de vida diferentes
Retoco y subrayo la frase de Chappel: una debilidad ética compartida por millones de personas no es realmente una debilidad, sino que exige una política. Dicho en otros términos: no nos importa saber ahora si cuando una familia está dispuesta a darlo todo por sus descendientes lo hace por amor, por narcisismo, o por una mezcla de ambos. Ni nos importan los motivos morales por los que las familias suelen comportarse como individuos individualistas hacia el exterior. Nos importan los motivos sociales.
La unidad familiar ha estado hecha, y todavía lo está, de violencia patriarcal explícita e implícita
También nos importa matizar que esa unidad familiar ha estado hecha, y todavía lo está, de violencia patriarcal explícita e implícita. Y que si no fuera por el feminismo no habría apenas formas de combatir esa violencia.
Nunca he confiado demasiado en la educación como palanca principal de cambio. No hay educación posible que no vaya acompañada de acciones, de hechos. Porque la educación no es solo lo que se aprende en un lugar, es también el lugar, son las necesidades, son las normas tácitas y realmente aplicadas de cada mundo. Y porque, me temo, educación y cultura son instrumentos que funcionan mejor a la hora reproducir y conservar, que a la hora de transformar. Para que algo se transforme mediante la cultura y la educación, la transformación tiene que haber empezado antes. La película En los márgenes es una buena muestra de cómo, entonces, sí.
Afirma Almudena Hernando que el orden neoliberal está basado en un individualismo que niega lo imprescindible de lo comunitario y lo colectivo, de los cuidados y los vínculos. Genera, por tanto, un concepto de ‘lo público’ que se dedica, más que a cuidar lo común, “a resolver y a facilitar las vidas privadas”.
Dentro de esta idea de “vidas privadas”, me parece, se encuentra a menudo la familia. Coincido con Hernando en que el cultivo de lo relacional no puede ser una cuestión de segunda, compartimentada y atribuida al ámbito doméstico; lo comunitario, señala, es la vía para experimentar seguridad y crear las condiciones básicas de supervivencia de la propia sociedad. Resulta pues, necesario, hacer que lo comunitario pase al orden de lo político.
A partir de aquí nos toca pensar cómo. Creo que no basta con el “darse cuenta” y procurar cada cual alimentar un poco menos la fantasía de la individualidad. Convertir una cuestión relacional en una política requiere, estimo, infraestructuras. Tomo esta palabra en su sentido amplio, no en el del mero soporte físico, sino en el de lugares puestos a funcionar que requieren, por tanto, leyes, personas, constancia.
El motivo social principal que hace que las familias se comporten como individuos competidores tiene que ver con el miedo. El mismo miedo por el que a menudo una trabajadora no se enfrenta a la mano que le da de comer. Y se produce el efecto que contó Brecht en Madre coraje: la guerra que te da de comer mata a tus hijos, la guerra que te da de comer, te mata.
El neoliberalismo ha conseguido que uno más uno sea igual a uno. Un salario modesto más otro salario modesto es ahora un solo salario que a duras penas permite mantener un núcleo familiar. Y el miedo continúa. Aquella independencia económica por la que se luchó no era, y lo sabíamos, independencia completa; no puede serlo nunca, pero menos aún en una sociedad desigual y atravesada por distintas violencias. No obstante, al menos debería haber proporcionado fuerza; sin embargo, ha traído escasez, cuidados privatizados, cadenas globales de cuidados y más miedo. (Un paréntesis para recordar que las cadenas globales de cuidados no son, como suele decirse, mujeres explotando a otras mujeres, son cadenas de hombres y mujeres explotando a otras mujeres.)
¿Consiste entonces la infraestructura en acabar con la brecha salarial? No solo, no es bastante ni de lejos. Consiste en sostener e incrementar todos los instrumentos que puedan permitir luchar sin miedo, o con menos miedo.
No propongo la renta básica monetaria universal, pues comparto la idea de a cada cual según sus necesidades. Hablo de intervenir en la lucha cotidiana contra el llamado sesgo de la mercancía: ante una carencia, el sector privado ofrece un servicio comercializado y el individuo lo toma, y necesita más dinero para pagarlo, y tiene más miedo en su trabajo porque necesita más dinero, y tiene menos tiempo y energía para luchar por o participar en lo comunitario, sea un polideportivo, un complejo de viviendas sociales o vacacionales, o unas infraestructuras públicas para el cuidado y la dependencia que hagan de la labor de cuidar algo compartido, más luminoso y aireado.
Sé que es una tarea ingente. Por eso opongo al sesgo de la mercancía el sesgo de las infraestructuras comunes: si hay una buena educación pública la familia tendrá menos miedo por sus descendientes y tendrá más voluntad y más fuerza para participar en lo colectivo. Siempre que, en paralelo, disminuya la desigualdad y se evite tener que complementar lo público con recursos privados que convierten la educación en un bien posicional: algo que, más que instruir, da números extra en el sorteo del ganarse mejor la vida. Si las leyes, y las infraestructuras que esas leyes necesitan, protegen de la violencia, el abuso y el acoso, habrá menos miedo y más libertad para fortalecer lo comunitario. Si la familia es cada vez menos normativa y todo tipo de personas y de vínculos tienen un apoyo a la hora de encontrar casa, educación, sanidad, trabajo o sustento y espacios para caminar entre árboles, entonces, contribuir al común no habrá de ser un acto de fortaleza moral, sino algo ligado a la vida y a las necesidades compartidas.
Lo comunitario y lo público no son conjuros, necesitan atención y tiempo
Es difícil, lo comunitario y lo público no son conjuros, necesitan atención y tiempo, pero lo que propone el capitalismo es mucho más difícil. Propone la falta de lógica, el mandato horrendo de construir con una mano lo que vas a destruir con la otra: consume menos porque estás acabando con el medio que eres y que hace posible la vida, pero consume más porque si no lo haces habrá menos puestos de trabajo y la economía se hundirá.
Se nos acusa de privar de negocio al capitalismo cuando se instala un comedor público o una plataforma digital distribuida, cuando se sustituye el principio del “yo me lo he ganado” por el “yo soy porque somos”, cuando se elimina una patente o se pide la creación de una industria farmacéutica pública. Y se olvida que la privación procede de quienes se apropian de lo común.
He hablado de neoliberalismo y de familia. No he hablado de democracia porque la democracia es algo que, a mi entender, no hemos alcanzado, porque no puede darse democracia con miedo. Y aunque somos valientes, y aunque hace mucho que aprendimos que, a veces, “el río no es imposible de navegar, sino navegable arriesgando la vida”, queremos vivir allí donde las personas heroicas no sean necesarias.
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Intervención en la mesa Neoliberalismo, familia y democracia, el 25 de febrero, durante el Encuentro Internacional Feminista organizado por el Ministerio de Igualdad.
Belén Gopegui es escritora. Sus últimos libros son Ella pisó la Luna, ellas pisaron la Luna (2019) Existiríamos el mar (2021) y el ensayo El murumullo (2023).
Gracias por el esfuerzo organizativo. Por perseverar en una de las raíces más hondas del feminismo, la construcción colectiva. El feminismo demuestra que el pensamiento puede construirse en común desde la interacción entre la teoría y la práctica, y que, cuando eso ocurre, lo cambia todo. Gracias por permitirme...
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Belén Gopegui
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