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Rember Yahuarcani es artista plástico indígena de la Amazonía peruana, pero que camina hacia la universalidad rápidamente. Autodidacta, forjado en el arte de pintar por su padre, también pintor, su obra es no sólo extrañamente bella, sino que no tiene referencias visibles en el arte occidental. Dice Rember que: “Los indígenas llegamos, con nuestro arte, para repensar muchas cosas, y dar un giro hacia nuevas conceptualizaciones.” Y lo afirma con argumentos francamente convincentes. Su talento le ha llevado a aunar la originalidad de colores y formas de su tradición indígena con la técnica y materiales que encontró en la sociedad occidental. Lo que vemos no es onírico, sino la colorida realidad de la ancestral historia de su pueblo. El resultado es de una belleza sorprendente.
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La Amazonía es mucho más que el pulmón del planeta –en realidad, cada vez menos, desafortunadamente–, mucho más que la tierra de codicia que se representan los aventureros en busca de madera, oro, animales exóticos, petróleo a veces, o para desbrozar y cultivar al tiempo que la destruyen. Lo que de hecho sigue sucediendo hoy, desde que, a fines del siglo XIX, los hijos criollos y mestizos de los conquistadores, ya en sus repúblicas nuevas, empezaron a interesarse por el bosque. Decidieron que aquello estaba vacío, o acaso poblado por algunos salvajes, y de la misma forma que sus ancestros, fusil y cruz en cada mano, fueron a conquistarla.
Pero antes que aquello, es sobre todo la historia de la suma de seres vivos que durante siglos y siglos se adaptaron a su entorno, se dispersaron para cuidar una tierra que solo muy protegida, poco poblada y con cuidado, podía seguir siendo lo que era.
Esos primeros habitantes de la Amazonía –como todos los pueblos originarios– desarrollaron tecnología, ciencia, arte y más respuestas que les ayudaban a entender el mundo en el que vivían. Múltiples naciones como la vasta geografía y las necesidades de supervivencia requerían, se fueron forjando allí, en esas vastedades. Y la teología plural y fantástica del bosque, que permite asumirlo a quienes lo habitan, fue tan variada como las naciones con sus tantas lenguas. Teología a veces tan compleja como la filosofía de cualquier academia.
Uitoto
Una de ellas fue la nación uitoto, que puebla zonas del Perú y Colombia actuales, donde el murui-muinani, su lengua, con esfuerzo, aún sobrevive.
Por esos lugares, en la región Loreto del Perú, en la provincia de Mariscal Castilla, está Pebas, un distrito de poco más de doce mil habitantes que vive volcado al río Amazonas. Allí, entre la maleza y el río, casi como un milagro, un pintor de la historia de su pueblo, tantas veces trágica sobre todo en tiempos del extractivismo cauchero a fines del siglo XIX e inicios del siglo XX, cuando miles de indígenas murieron esclavizados, torturados o directamente asesinados en las actividades de extracción del caucho, crio a su hijo para que, como todo padre quiere, fuera mejor que él mismo.
Un notable Santiago Yahuarcani le dio a su hijo todo lo que sabía, y el niño bebió de aquello y de lo que le transmitía su abuela, guardiana de la tradición ancestral, con la sabiduría del clan Aymenu, el Clan de la Garza Blanca, al que pertenece.
De esa suma de razones que solo da la vida, surgió Rember Yahuarcani. Y un día, cuando tenía solo 17 años, su padre decidió que en lugar de ir él a una exhibición a la que había sido invitado en la capital, iría su hijo. Así llegó Rember a Lima. No quería ir, pero asumió el reto. Y Lima lo quiso. “Nunca le he pedido nada a Lima, será por eso que siento que no le debo nada. Pero la gente que conozco ha hecho que la llegue a considerar como parte mía”, dice.
Y, en efecto, tras tantos años luego de aquella primera vez, ya se siente cómodo en su taller de la histórica plaza San Martín, epicentro de tantas concentraciones sociales y de todo tipo, donde ha sido testigo de muchos eventos marcantes que no lo dejan indiferente. Rember Yahuarcani hace su pintura que brota inicialmente de los mitos y la tradición ancestral de su pueblo, mientras el ruido y los avatares de esa plaza San Martín le rebota en los oídos y respira su aire enrarecido.
Quizá aquello le permite ese equilibrio entre esas imágenes donde, con trazo finísimo, representa los mitos e historias de la tradición uitoto con el óleo y el lienzo citadinos, que han reemplazado a los colorantes naturales y la yanchama –corteza de árbol que ofrece un material delicado como la tela– de sus trazos iniciales.
No tenemos un espacio en el mercado del arte, no tenemos un espacio en la academia, no tenemos un espacio en la historia del arte
El arte indígena
El ruido de las obras de mejora en el taller tapó algunos ratos la grabación en la que conversábamos. Los varios cuadros dispersos, acabados o a medio trabajar, regados por todos lados, me distrajeron con sus formas y colores y secretos, a veces, durante el diálogo. Es igual, hay una línea de pensamiento en Rember que pinta en el lienzo y reflexiona en la vida, además, con mucha agudeza.
Ya no es el jovencito que, con la picardía propia de la edad, hace años me vendió a precio de amigo –un regalo en términos reales– un cuadro que todavía conservo. Ahora es un hombre de 38 años, mucho más reflexivo y maduro, que ha pisado salones de exhibición en todos los continentes, aunque se mantiene firme en el mismo compromiso con su pueblo y sus orígenes, y con los pueblos indígenas en general. Y una idea clara acerca del rol que, en la crisis mundial, les cabe a los pueblos indígenas como esperanza, como propuesta de vía alternativa.
En Europa, hay una visión romántica sobre las sociedades ancestrales
Le digo que trato de encontrar y no veo parentesco alguno ni antecedentes occidentales en su obra. Y que tampoco veo por dónde. “El arte indígena contemporáneo es un punto de partida, un lugar donde anclarse, a lo que vendría a ser un arte más auténtico, más propio. Hemos tenido hasta ahora arte con muchas influencias extranjeras, pero no hemos tenido arte nacido en nuestro territorio. No tenemos un espacio en el mercado del arte, no tenemos un espacio en la academia, no tenemos un espacio en la historia del arte. El arte indígena contemporáneo busca llenar estos espacios. Y, sin que sea contradictorio, inevitablemente bebemos también de la tradición occidental y eso aporta para que cada artista indígena tenga una propuesta propia, íntima, como cualquier otro artista de cualquier lugar”.
“Y ¿de dónde brota esa novedad?”, insisto. “Nace de los mitos y las historias. Pero más allá de eso, es sobre todo la representación de nosotros mismos, pero en una época primaria. En mi obra es el génesis uitoto, es la representación de lo que fuimos en el principio. De allí nacen estas imágenes, de allí nacen estos paisajes, estos personajes. En el momento en que yo escucho el mito, regreso al origen, pero al tiempo de pintarlo es como una prolongación del mito. El mito sufre una transformación y yo intento visualizar eso”.
Lo que Rember plantea es rebobinar, volver a los inicios, nada menos. Me pregunto si es consciente de la radicalidad de lo que plantea. Muy delicadamente, pero con claridad, el deslinde con la tradición occidental es tajante, al resumir el aprecio por su obra expuesta en tantos lugares del mundo: “En Europa, hay una visión digamos, romántica, indigenista sobre las sociedades ancestrales, todo el mundo conoce el Amazonas, tiene esa referencia y hay un imaginario, equivocado o no equivocado. Pero si es Pekín, hay una visión más salvaje, diría yo, salvaje y exótica del territorio amazónico. En general, más allá de Europa hay una apertura más horizontal a todo lo que venga del Amazonas, y se pierden de vista esos estereotipos sobre si hacen o no hacen arte, o si están en la capacidad de poder dialogar o poder administrar su territorio. El mismo hecho de ignorar lo que es el espacio amazónico hace que la relación sea mucho más horizontal, más humana, menos prejuiciosa”. Sin embargo, siente la necesidad de aclarar: “Pero mi arte no es solo amazónico, hoy lo amazónico tiene de todo: hay blancos, afros, orientales, indígenas andinos, indígenas ribereños, mestizos. Por eso, yo más bien intento ir un poquito más allá para tener ese punto de anclaje, ese punto de inicio que es el arte indígena”.
La pintura, el arte pictórico, es la disciplina en la que mejor se ha expresado el indígena
Arte para repensar paradigmas
La reflexión de Rember es tan fina, colorida y brillante como las imágenes de sus cuadros que reposan, generalmente, sobre un fondo negro: “He dicho siempre que la pintura, el arte pictórico, es la disciplina en la que mejor se ha expresado el indígena. Más allá de mí mismo, el indígena tiene las capacidades y la posibilidad de crear un arte. El arte indígena contemporáneo no necesita de un sustento antropológico. El arte indígena se vale por sí mismo. Y en estos tiempos, tras más de diez años de tener artistas indígenas en el mercado, vemos que se trata de un arte más sofisticado, más conceptualizado, y con más técnica. Y sí, es un nuevo punto de partida”.
Le digo que hay algunos que prefieren no tomar en cuenta al arte indígena. Reflexiona, replica: “Como siempre, hay gente obtusa que se resiste a mirar una obra que es evidente que va a tener mucha influencia en el arte. Ocurre aquí, y en todos lados. Pero hay una corriente muy importante de arte indígena contemporáneo, es una tendencia en el mundo. En la última Bienal de Venecia había salones de arte indígena, seleccionados por el curador principal. En la Bienal de Sao Paulo, ahora mismo, hay varios artistas indígenas brasileños. El Centro Pompidou ha comprado obras de artistas indígenas. Este año y el próximo, en París precisamente, habrá varias muestras de arte indígena de América Latina. Y el año próximo hay varias cosas así programadas. Hablemos también del arte indígena africano, que está muy bien posicionado, hay artistas vivos muy difundidos. Esa es la tendencia, al arte indígena contemporáneo”.
El arte indígena llega para darle una nueva conceptualización a lo contemporáneo, para expandir la contemporaneidad
Tras una pausa, agrega: “Pero además esto llega en un momento crucial para el planeta, y llega para repensar paradigmas, para reflexionar sobre el arte mismo, para romper esquemas eurocéntricos, romper con estéticas que nos han gobernado durante mucho tiempo, no solo a los artistas sino también a los museos y a las galerías de arte, a los coleccionistas, a todos. Los indígenas llegamos, con nuestro arte, para repensar muchas, muchas cosas, y dar un giro hacia nuevas conceptualizaciones”. “¿Qué nuevas conceptualizaciones?”, repregunto. Lo tiene claro: “Por ejemplo, el concepto de lo contemporáneo. ¿Por qué muchas personas quedan fuera de lo que se llama contemporáneo? ¿Por qué al indígena lo colocan fuera de lo contemporáneo? Pero lo real es que el arte indígena llega para darle una nueva conceptualización a lo contemporáneo, para expandir la contemporaneidad”.
Muchas cosas. Amazonía, cambio climático, repensar la contemporaneidad sumando otros espacios. Pero también rebeldía que no calla ni en los grandes medios que le dejan hablar. Y allí, nuevamente, vuelta a los orígenes, pero en lo más inmediato y concreto.
El indígena necesita de esos territorios que tienen que ser autónomos
El compromiso político
Rember pasó el tiempo de la pandemia de la covid en su comunidad de Pebas. Allí estuvo, al lado de los suyos, en medio del bosque, esperando que no llegara el virus. Sí llegó, pero algo de razón tuvo, porque llegó menos. Aunque había algo más que un virus: “La estancia en Pebas durante la pandemia alimentó en mí, más que la técnica o las imágenes, el discurso. Porque nos encontramos los indígenas en una situación totalmente desprotegida. Alimentó el discurso porque hizo evidente que el indígena necesita de esos territorios que tienen que ser autónomos. En una posible próxima pandemia, por ejemplo, el indígena como está tan abandonado por el Estado –en todos los países, no solo en Sudamérica– encuentra su supervivencia en el bosque: allí está su medicina, allí está su comida, allí está todo. La pandemia lo que ha hecho es alimentar y, al mismo tiempo, demostrar que lo que veníamos diciendo antes en los discursos, llamémoslos políticos, sobre reivindicación del territorio es totalmente cierto”.
Antes, en un artículo publicado a raíz de grandes incendios forestales en la Amazonía, había escrito: “La Amazonía arde, y frente a nuestros ojos acontece un genocidio ambiental. En veinte mil años los indígenas no hemos visto una catástrofe de tal magnitud, que de hecho quedará grabada en nuestro ADN, como la cicatriz de un arma que lleva el sello del mundo civilizado. Las pérdidas para nosotros son invaluables; a este genocidio ambiental hay que sumarle un genocidio cultural. Cada animal, ave, árbol, río, montaña, quebrada, etc., tiene un vínculo con nuestra memoria y por lo tanto con nuestro ADN, porque los indígenas también tenemos ADN. La gran tragedia de estos días se ha trasladado a nuestros genes y se puede sentir en cada célula de nuestro cuerpo, con una tristeza e impotencia indescriptibles”.
Rember siente cada trazo de lo que pinta como reivindicación de lo propio, en aquello que puede resultar onírico para algunos, en realidad está el mito, la historia real de su nación. En la búsqueda de los orígenes está la necesidad de exorcizar todo lo sufrido desde que la civilización y su Historia terminaron por atraparlos: “Esa tristeza e impotencia son evidentes en el llanto de miles de mujeres indígenas que ven arrasadas y destruidas sus casas, sus chacras y sus vidas. Vidas que están al margen de las decisiones políticas. Espacios que no caben en el imaginario del hombre civilizado. Filosofía que no tiene lugar en los más renombrados círculos académicos. Conocimiento que no forma parte del currículo oficial del educando”. Pero concede, realista: “Indígenas y no indígenas debemos, hoy más que nunca, estar unidos para salvaguardar el futuro de nuestra existencia. Es ahora o nunca. Por un futuro compartido y más humano”.
El indígena como está tan abandonado por el Estado –en todos los países, no solo en Sudamérica– encuentra su supervivencia en el bosque
“¿Finalmente todo es política?”, le pregunto. “Hay cosas innegociables. Como, por ejemplo, la justicia social. No se puede negociar con la corrupción. ¡No se puede negociar la vida! Considero que al haber pasado los uitotos por una transición en un proceso social tan complicado como los sucesos durante la explotación del caucho, deberíamos tener estas cosas muy claras. Cosas como la defensa de la vida, del territorio. Y si nosotros de verdad creemos en la democracia, con todas las imperfecciones que tiene, sigue siendo el camino más factible para una convivencia más sana”.
El Perú ha tenido momentos muy dramáticos últimamente, le digo. No duda. “Creo que cada artista indígena tiene que ser un actor político definitivamente, su obra tiene que ser un acto político, y cuando suceden hechos tan funestos como el asesinato de pobladores, el asesinato de ciudadanos, si nosotros creemos realmente en esa democracia, deberíamos protestar frente a hechos como estos”.
Interrogantes
Seis de la tarde, Rember recibe llamadas con frecuencia. Lo esperan. Ya al salir, sin apuro, casi como excusándose por la pregunta, me dice que se la hace a mucha gente. Es un tema local, pero que lo inquieta: “David, ¿hay terrorismo en el Perú? Porque yo viajo mucho y no veo nada de eso”. Le respondo lo que pienso: que no. Y que esa idea es manipulación política. No me responde nada, asiente y agradece la respuesta.
Una sonrisa, un abrazo. Un hasta luego.
Rember Yahuarcani es artista plástico indígena de la Amazonía peruana, pero que camina hacia la universalidad rápidamente. Autodidacta, forjado en el arte de pintar por su padre, también pintor, su obra es no sólo extrañamente bella, sino que no tiene referencias visibles en el arte occidental. Dice Rember que:...
Autor >
David Roca Basadre
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