Cantar patrás
Sombras y luciérnagas en el tragaluz democrático
La exposición, comisariada por Germán Labrador, repasa las políticas de vida y muerte en el Estado español en el periodo 1868-1976, así como las formas de resistirlas
Aurora Fernández Polanco 23/05/2023
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Por homenajear un poco los hitos republicanos, fui caminando desde la Ciudad Universitaria hasta los altos del hipódromo, hoy Nuevos Ministerios. Tenía mucho interés en ver por fin una exposición organizada por la Secretaría de Estado de Memoria Democrática en las salas de la Arquería, “El tragaluz democrático. Políticas de vida y muerte en el Estado español (1868-1976)”. Atravesada la “Avenida de la memoria”, no me libré en todo Ríos Rosas de una especie de TOC en relación a la escolta tripera y libidinal que me procuraba Díaz Ayuso. Los carteles electorales de “Ganas” se me antojaban como metáfora del apetito desordenado sobre el que ha basado su idea de libertad. Un “lo quiero todo ya” que ha trabajado Anselm Jappe en La sociedad antófaga. Capitalismo, desmesura y autodestrucción (Pepitas de Calabaza, 2019). Es lugar común entre el facherío: “Soy libre, hago lo que me da la gana, es decir, sigo el propio gusto sin atender a nada más”. Ganas de fresas todo el año y muerte para Doñana. Por ejemplo. Vaya por delante la rumiación con la que, tras este paseo, me enfrentaba al “Tragaluz democrático”.
El complejo de los Nuevos Ministerios es, ya de por sí, bisagra que tensiona la II República y el primer franquismo. Otra luz hubiera irradiado el ladrillo pensado por Secundino Zuazo para un proyecto finalizado por el régimen en duro granito. El pobre arquitecto diseñador del conjunto, así como de los enlaces ferroviarios de la Castellana, liberal convencido, ha sido acusado hace poco, por cierta prensa canalla, de haberle colado a Franco una hoz y un martillo en las cubiertas ministeriales. Su obsesión era más la de afianzar la extensión de Madrid y generar una trama urbana, plazas y espacios públicos cuyo modelo fuera similar al propuesto en la famosa Casa de las Flores, bien conocida por albergar las arboledas perdidas de Rafael Alberti, María Teresa León y sus amigos. Al entrar en el actual complejo ministerial, de paso a la exposición, verán que están acondicionado unas praderas muy agradables, invisibles desde los carriles de la Castellana y recuperables sin duda en el Madrid achicharrante del asfalto cayetano. Últimamente he podido comprobar que varios museos españoles tienen sus jardines abiertos al público. No está mal, con la que se nos viene encima, que se nos facilite un lugarcito a la sombra.
Al llegar a la exposición comisariada por Germán Labrador, con impecable diseño expositivo de María Fraile, nos espera en bucle el emocionante leitmotiv elegido: una de las obras mayores del dramaturgo Buero Vallejo, El Tragaluz (1967), en su versión del glorioso “Estudio 1” de TVE. Pieza de teatro en la que los habitantes de un país remoto en el siglo XXV se dedican a explorar la historia. “Es un experimento”, se oye al principio, “la historia que hemos logrado rescatar del pasado, nos da, explícita ya en aquel tiempo, la pregunta”. Un criterio expositivo que pivote sobre esta joya, tiene ya ganado no solo mi entusiasmo, sino asegurada también la metáfora de la propuesta. Desafortunadamente, otra rumiación me acompañaba por toda la sala. La razón, un maledicente artículo del que, para no caer en los discursos del odio, no pienso dar noticia –ni de su autor (un él), ni del medio. Toda actitud de execración es, por definición, no crítica. Máxime cuando las cosas se dirimen casi en términos de una ofensa personal.
La propuesta de Labrador no tenía nada que ver con las perversas acusaciones de propaganda y partidismo
La propuesta de Labrador no tenía nada que ver con las perversas acusaciones de propaganda y partidismo. ¿Qué relación tiene con todo ello los distintos apartados en que se ha dividido una muestra que da cuenta de las políticas de vida y muerte en el Estado español? ¿Es de verdad tendenciosa la pregunta “Fascismo o democracia 1936-1939”? ¿Lo es “Larga noche de piedra 1939-1979”? ¿O “Ciudadanía y estados de excepción 1868-1936”? ¿Es propagandista colocar la emocionante escultura de la maternidad orangutana de Mateo Hernández rodeada de propuestas higienistas, de pura raza aria en los momentos álgidos de los fascismos? ¿Qué significa la palabra parcial sino la denuncia de todo aquello que se aparte de lo más objetivo con lo que nos hemos dotado en los últimos cien años, es decir, los Derechos Humanos? Por ello, la primera parte de la exposición da cuenta de las bases de las libertades democráticas actuales a partir de la revolución de 1868: “La abolición de la pena de muerte, el final de la esclavitud, las reclamaciones por los derechos de las mujeres, el laicismo, la libertad religiosa, etc.” Y, lo más importante, algo que no suele aparecer en los libros de texto: del dominio patriarcal y la estructura colonial del Estado, las rutas extractivas que unen la metrópolis con las colonias y su correspondiente violencia implícita.
La exposición es desde luego “una experimentación”, como la que anuncian los presentadores de la obra de Buero Vallejo, para quienes “la historia es oscura y singular, pues hace siglos que comprendimos de nuevo la importancia infinita del caso singular”. Es exactamente lo que pretende la muestra, tomarse muy en serio el caso singular: cuadros, litografías, facsímiles de prensa, cartas, objetos, trajes dan cuenta de luchas ciudadanas, utopías educativas, técnicas necropolíticas, masacres y trabajos forzosos; con sus alternativas de resistencia. Látigo y garrote vil conviven con Ronda de nenos(1943) de Castelao. Sombras y luciérnagas. Casos singulares que, más allá de Madrid, provienen de museos y colecciones de Ourense, de Valencia, de Bilbao, de Granada, de Zaragoza, de Pontevedra o Vilanova i la Geltrù. A través de todos estos materiales concretos, nos preguntamos humildemente si “es posible reconstruir algunas zonas de vida en común”.
El primer día fui sola y el montaje me pareció magnífico. Volví. La mediación del evento es impecable, pero es que además el propio curador no sé cuántas sesiones ha hecho ya. Porque la exposición rezuma seriedad académica. German Labrador, catedrático de la Universidad de Princeton y actual jefe de programas públicos del MNCARS, sale entregado a escena y recupera su verbo de profesor las veces por semana que se le requiera. Esto es también un ejercicio de generosidad poco habitual que impregna todo el proyecto de partida. Les animo a incorporarse.
Por rescatar uno de los últimos y más cercanos casos singulares. La exposición nos despide (y nos recibe) con una gran pancarta original que remite a la lucha de la familia compuesta por los escritores Pilar Enciso y Lauro Olmo, resistentes a la excavadora en el barrio de Pozas, en 1972. El Corte Inglés de Princesa salió ganando, pero la lucha contra los desahucios tiene un escalón genealógico que en esta exposición funciona a modo de luciérnaga. Si alguien que haya llegado al final de la columna recoge el testigo, me ofrezco: hay que recuperar a Pilar Enciso, cofundadora en 1953 con Lauro Olmo del Teatro Popular Infantil, experiencia pionera de la recepción política del teatro para niños en la España de los años 1950 y 1960.
Por homenajear un poco los hitos republicanos, fui caminando desde la Ciudad Universitaria hasta los altos del hipódromo, hoy Nuevos Ministerios. Tenía mucho interés en ver por fin una exposición organizada por la Secretaría de Estado de Memoria Democrática en las salas de la Arquería, “El tragaluz democrático....
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Aurora Fernández Polanco
Es catedrática de Arte Contemporáneo en la UCM y editora de la revista académica Re-visiones.
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