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Democracia

El nieto 133, Gernika, y la disputa por la memoria

En Argentina, las elecciones del domingo prometían el despegue de las derechas negacionistas del consenso antidictadura. Hoy, el panorama está abierto, y las Abuelas de Plaza de Mayo les han infligido una nueva derrota

Gerardo Pisarello 8/08/2023

<p>Miguel y Julio Santucho, hermano y padre del nieto restituido, junto a la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, Estela de Carlotto, en rueda de prensa. /<strong> Télam</strong></p>

Miguel y Julio Santucho, hermano y padre del nieto restituido, junto a la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, Estela de Carlotto, en rueda de prensa. / Télam

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Hace días recibí conmovido un mensaje de amigos argentinos: las Abuelas de Plaza de Mayo acababan de anunciar en una rueda de prensa la recuperación del nieto 133 apropiado por los militares tras el golpe de Estado de 1976. La noticia me sacudió. No solo por lo que la restitución de identidad a alguien privado tan siniestramente de ella implica. También porque el padre biológico, presente en el acto, era Julio Santucho, hermano menor del histórico dirigente guerrillero Mario Roberto Santucho, asesinado por el ejército y nacido, como yo, en el norte argentino.

Para agregar más fuerza a lo que estaba sucediendo, el destino quiso que la noticia me encontrara de viaje en el País Vasco. Es más, me enteré de lo ocurrido justo en el momento en que visitaba el Museo de la Paz de Gernika, ciudad criminalmente bombardeada hace 86 años por la Legión Cóndor alemana y por la Aviación Legionaria italiana en apoyo de Francisco Franco.

El contexto de este cruce de memorias no era uno cualquiera. Pocos días antes, el Partido Popular y Vox habían quedado por muy pocos escaños fuera del Gobierno español, después de haber pactado gobiernos regionales que, entre otras medidas, planteaban la derogación de leyes de memoria democrática. En Argentina, la restitución del hijo de Julio Santucho y de Cristina Navajas, secuestrada por policías de civil en 1976 y todavía hoy desaparecida, se producía en un contexto similar. El del auge de unas derechas radicalizadas que el próximo domingo 13 de agosto se presentan a unas elecciones Primarias, Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO) cuestionando el “Nunca Más” a los crímenes cometidos por la dictadura.

La tensión entre las políticas de memoria democráticas y el avance de unas derechas cada vez más radicalizadas no es un fenómeno nuevo ni aislado

Esta tensión entre las políticas de memoria democráticas, antifascistas y el avance de unas derechas cada vez más radicalizadas no es un fenómeno nuevo ni aislado. Es un fenómeno definitorio de la ola reaccionaria que recorre tanto Europa como América Latina. Con una explicación económica de fondo: la expansión de un capitalismo financiarizado, extractivista, que necesita formas cada vez más violentas para imponerse en medio de una emergencia social, energética y climática acuciante.

Que las propuestas neoliberales defendidas por las derechas radicalizadas tanto en el Norte como en el Sur globales necesitan, para abrirse paso, un vínculo estrecho con los grandes oligopolios económicos y con sectores significativos de la justicia y de las fuerzas armadas es evidente. Pero necesitan palancas ideológicas, mediáticas, que les den cobertura y que condicionen la percepción social de la realidad. De ahí la importancia que estas derechas otorgan a los medios de comunicación, a las redes sociales y, en general, a las llamadas “guerras culturales”. La razón es sencilla: saben que son una herramienta clave para neutralizar cualquier política de memoria democrática y para blanquear, llegado el caso, dictaduras que ya ensayaron lo que muchas de ellas plantean, como las de Franco o Videla.

Dos dictaduras similares y muy diferentes a la vez 

Más allá del significado personal que tuvo la azarosa coincidencia de mi paso por Gernika con la noticia de la recuperación del nieto 133, la comparación entre la situación española y la argentina arroja elementos de análisis interesantes.

Que las dictaduras nazi y fascista utilizaran su poder militar en defensa de la sublevación franquista en 1937 no era casual. Después de todo, compartían un odio feroz por cualquier proyecto que supusiera una mínima defensa de mayor democracia política y económica. La Segunda República española había planteado esa posibilidad. Eso bastó para que las fuerzas reaccionarias de la época, amparándose en el “anticomunismo” y en la defensa de la “civilización occidental y cristiana”, recurrieran al fascismo para derrocarla. No soportaron las moderadas reformas educativas, sociales, que la República puso en marcha. Y de manera señalada, no le perdonaron que cuestionara la idea autoritaria y excluyente de España defendida por la monarquía, ni que pusiera las bases para la construcción de una eventual República plurinacional.

Desde esta perspectiva, no sorprende que uno de los blancos preferidos de los golpistas, con apoyo de nazis y fascistas, fuera Gernika. Porque Gernika, precisamente, era el símbolo de las libertades vascas. La defensa de esas libertades llevó a cientos de miles de vascos, incluido el lehendakari José Antonio Aguirre, del Partido Nacionalista Vasco, a combatir en defensa de la República contra el fascismo. Esto explica la ferocidad con la que la población de Gernika fue bombardeada. Con ello, en realidad, se lanzaba un mensaje no solo a las izquierdas y a las fuerzas progresistas, sino a cualquiera que osara defender en el futuro una República en la que las libertades de los pueblos peninsulares fueran respetadas.

Para que ese mensaje calara a fondo, la dictadura de Franco se extendió por cuarenta años. La argentina de 1976 duró siete, pero vino precedida de décadas de represión. Los métodos brutales utilizados por Videla y sus sucesores no nacieron de la nada. Tenían antecedentes siniestros, como los bombardeos de Plaza de Mayo de 1955, los fusilamientos de militantes peronistas, y señaladamente, la represión del movimiento obrero, campesino y estudiantil que se movilizó contra el terrorismo de Estado en el contexto de un 1968 global que sacudió al mundo de base.

El norte argentino padeció y resistió uno de los primeros ensayos neoliberales dictatoriales del continente

La familia Santucho, como muchas otras del norte argentino, tuvo un protagonismo destacado en esta historia. Entre otras razones, porque el norte argentino padeció y resistió uno de los primeros ensayos neoliberales dictatoriales del continente, antes incluso del golpe de Pinochet en Chile. En 1966, en efecto, un oscuro general nacional-católico y admirador de Franco, Juan Carlos Onganía, se levantó contra el gobierno del radical Arturo Illia, escogido democráticamente, aunque con el peronismo todavía proscrito.

Anticipándose a los Chicago Boys chilenos, el ministro de Economía de Onganía, Adalbert Krieger Vasena, puso en marcha un violento programa de privatizaciones y recortes de derechos sociales y laborales. Este programa vino acompañado de la expulsión de profesores e investigadores de las universidades y de un drástico proceso de desindustrialización del norte argentino, que afectó señaladamente a provincias productoras de azúcar, como Tucumán.

La brutalidad de la dictadura fue tal que sectores significativos de la juventud, del movimiento obrero y campesino, e incluso de una parte del empresariado del norte, llegaron a la conclusión de que las élites de Buenos Aires no permitirían ningún proceso de desarrollo inclusivo o de democratización sustantiva a través de las urnas. Esto hizo que algunos de estos sectores decidieran acompañar la movilización sindical y popular contra la dictadura con la resistencia armada.

Por esos años, mi padre, Ángel Pisarello, se convirtió en abogado defensor de muchísimos jóvenes y trabajadores que se enfrentaron a una represión estatal y paraestatal de una ferocidad inusitada. Este compromiso acabó costándole la vida, al igual que a muchos de sus defendidos.

El caso de la familia Santucho ilustra paradigmáticamente la sevicia y la cobardía del terrorismo de Estado. Muchos de sus miembros fueron secuestrados, torturados y ejecutados. Sus propios hijos fueron utilizados como botín de guerra. Algunos, como el nieto que acaba de recuperar su identidad, fueron entregados por los militares a familias de represores que les hurtaron su identidad durante años.

La experiencia de bebés robados a familias represaliadas y entregados en adopciones ilegales también se produjo durante el franquismo. En los testimonios de sobrevivientes a los bombardeos de Gernika, de hecho, uno de los miedos más presentes entre quienes en aquella época no eran más que niños, era acabar en manos de las fuerzas golpistas.

A diferencia de lo que ha ocurrido en Argentina, el grado de impunidad de los crímenes del franquismo ha sido escandaloso. El hecho de que la dictadura durara cuarenta años, y de que Franco muriera en la cama, sigue pesando como una losa sobre las políticas de verdad, justicia y reparación exigidas por el movimiento memorialista. 

Mientras que Franco acabó sus días sin ser juzgado, Videla murió condenado por delitos de lesa humanidad

La suerte de la dictadura argentina fue otra. Su hundimiento vino precipitado por la derrota en una guerra –la de Malvinas– que puso al partido militar contra las cuerdas. Las huelgas masivas que sucedieron a aquel desastre bélico, así como el papel heroico de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo y de un movimiento de derechos humanos que nunca bajó los brazos, hicieron el resto. Mientras que Franco acabó sus días sin ser juzgado, Videla murió condenado por delitos de lesa humanidad y muchos torturadores y apropiadores de bebés en cautiverio fueron responsabilizados por sus crímenes.

La memoria democrática como antídoto contra el neofascismo

Son muchas, como puede verse, las historias cruzadas entre Argentina y España que ayudan a entender por qué la memoria democrática continúa siendo un antídoto contra el neofascismo. En términos culturales, desde luego, pero también a la hora de construir una alternativa al proyecto de destrucción de lo público y de concentración salvaje de poder económico que las derechas extremas de nuestro tiempo encarnan.

No es casual, de hecho, que quienes hoy se disputan la primacía entre las bolsonarizadas derechas argentinas tengan por aliados a un Feijóo y a un Abascal que, junto a sus devaneos con el franquismo, se definen por la defensa de un neoliberalismo furioso al servicio de una minoría privilegiada.

Los reaccionarios tienen sedes privilegiadas en las principales capitales de América Latina, en Madrid y en Miami. La alternativa a su proyecto de odio debe ser internacional

Esa internacional reaccionaria tiene hoy sedes privilegiadas en las principales capitales de América Latina, en Madrid y en Miami. Por eso, la alternativa a su proyecto de odio no puede sino ser, ella misma, internacional. En defensa de una memoria democrática plural, no sectaria, pero nítidamente antifascista. Y en defensa, también, de un nuevo orden económico y social capaz de horadar las bases especulativas, precarizadoras y predatorias que sostienen el crecimiento de la ultraderecha.

Desarmar al neofascismo que se expande ante nuestros ojos no es fácil. Sobre todo, si no se tienen mayorías políticas, ni jueces, ni medios de comunicación dispuestos a que ocurra. Pero en ese desafío sigue jugándose la supervivencia misma de la democracia.

Mi amigo Mario Santucho fue uno de esos hijos que escaparon milagrosamente a las garras de la dictadura. Hijo del militante guerrillero Mario Roberto Santucho y de Liliana Delfino, secuestrada por los militares y todavía hoy desaparecida, pudo salir a Cuba con su hermana, con apenas un año, gracias a una pareja amiga de sus padres. Un destino similar al de miles de niños de familias republicanas que, tras el avance de la sublevación franquista, sobrevivieron en países como Francia, la Unión Soviética o México.

En 2019, Mario, hoy editor de la Revista Crisis, publicó un libro impactante, Bombo el reaparecido (Seix Barral), en el que con gran honestidad y sentido de la complejidad analiza la experiencia militante de sus padres y de muchos de sus compañeros.

Entre otras cosas, Mario constata que nuestro presente dista mucho de aquel 68 global marcado por un sinnúmero de revueltas socializantes, anticolonialistas, antirracistas, feministas, que resonaron en Asia, África, Europa y América toda. A diferencia de lo que pasaba entonces, escribe Mario, “las armas han sido expulsadas de la política”. Pero no lo han hecho para desaparecer, sino para ponerse “exclusivamente al servicio de los negocios, de las policías y los militares, de los criminales”. Este cambio ha traído consigo una “irremontable asimetría de fuerzas en favor de los que mandan, quienes concentran un poder de fuego imbatible”.

En ese contexto, sostiene, parecería inevitable resignarnos a una realidad: que “no tenemos más ni mejor democracia”, que “no somos más civilizados y pacíficos”, que “el capitalismo hace rato que perdió cualquier apariencia de rostro humano” y que “el fascismo golpea otra vez a las puertas de una historia agotada”. Sin embargo, como él mismo apostilla, la última palabra no está dicha. Que una suerte de bolsonarismo global pueda o no abrirse paso sigue dependiendo en buena medida de lo que las mujeres y hombres de carne y hueso decidan hacer con su destino.

En las elecciones del pasado 23 de julio, en la otrora bombardeada Gernika, un voto nítidamente antifascista puso muy por delante del PP y de Vox al Partido Nacionalista Vasco (36,6%), a Bildu (36,5%), al Partido Socialista de Euskadi (14%) y a Sumar (6,9%). Algo similar ocurrió en el resto de Euskadi y en otros territorios con una fuerte identidad nacional propia, como Catalunya, que fueron decisivos para frenar el avance de las derechas neofranquistas.

En Argentina, las elecciones del próximo 13 de agosto prometían ser un gran momento de despegue de las derechas negacionistas del consenso antidictadura. Hoy, el panorama está abierto, y de momento la terquedad de las Abuelas de Plaza de Mayo les ha infligido una nueva derrota, recuperando a un nieto que sus apropiadores hubieran querido perdido para siempre.

Evidentemente, esto no basta para construir una alternativa a un sistema económico que erosiona la democracia, que engendra violencia, y que parece reforzarse con cada crisis. No obstante, la fuerza de la memoria que se expresa en el voto antifascista del pueblo de Gernika o en la recuperación del nieto 133 argentino, es un indicio de una rebeldía que no se apaga y que recomienza a pesar de todo.

El reto ahora, como plantea Mario Santucho en su libro, es que estos gestos rebeldes permitan un salto adelante. Que contribuyan a alumbrar, a uno y otro lado del océano, nuevas rebeliones capaces de trastocar las actuales relaciones de poder, dignificando la vida de los más vulnerables y salvando a la humanidad de un nuevo tiempo de barbarie.

Hace días recibí conmovido un mensaje de amigos argentinos: las Abuelas de Plaza de Mayo acababan de anunciar en una rueda de prensa la recuperación del nieto 133 apropiado por los militares tras el golpe de Estado de 1976. La noticia me sacudió. No solo por lo que la restitución de identidad a alguien privado...

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Autor >

Gerardo Pisarello

Diputado por Comuns. Profesor de Derecho Constitucional de la UB.

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1 comentario(s)

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  1. lianaehegui

    Muy buen artículo y ejercicio de memoria para quien, como yo siendo adolescente, vio matar a un hombre la noche del golpe en Mar del Plata, a través de una persiana entreabierta. Luego supe que era un sindicalista de la pesca. Me gusta mucho como escribes y como piensas por eso sigo sin entender el movimiento que habéis propiciado. Venderse por un puñado de ferreras no parece la forma más eficiente de lograr los cambios iniciados en este país después del 15m. Este plegamiento a los poderes fácticos con llamado al silencio para no incomodarlos, como idea central, en contraposición y atacando a quienes con enorme valentía acometieron la impugnación, es una claudicación en toda regla. Duele.

    Hace 1 año 2 meses

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