ÁNGEL VIÑAS / HISTORIADOR
“Los papeles han demostrado que Franco fue un asesino, un mangante y un traidor”
Guillermo Martínez 1/04/2024
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No hace falta más que una pajarita en la portada para presentar La forja de un historiador (Crítica, 2024), el último libro de Ángel Viñas (Madrid, 1941). En él, el investigador repasa su periplo personal y profesional desde los inicios. Cuenta que ayudó a dar misa a un tío un par de veranos, asistió al recital de Raimon en la Ciudad Universitaria de Madrid en 1968, Serrano Suñer le rogó que no lo atacara durante una emisión del programa La Clave y sintió una emoción inusitada al poder analizar los documentos de Negrín.
Conocido por alumbrar nuevas tesis que desacreditan los mitos inculcados por el franquismo sobre la izquierda, Viñas no se olvida de su misión como alto diplomático español, su paso por el FMI y todas las vicisitudes que pasó tras iniciar sus investigaciones en torno a la República, la Guerra Civil y la dictadura.
Hemos podido charlar con el historiador sobre la desclasificación de documentos, el revisionismo histórico e incluso el oro de Moscú. También abordamos cuestiones personales como su militancia política o el orgullo por la historia de nuestro país.
Publica este libro a los 83 años, una especie de memorias. Ha trabajado como economista, alto funcionario, diplomático e historiador. ¿De qué se siente más orgulloso al echar la vista atrás?
Fui alto funcionario internacional durante veinte años de mi vida en los que hice muchas cosas de las que me siento, creo que legítimamente, orgulloso. Otras dos décadas las pasé como historiador, de las que también me siento orgulloso. ¿De qué me enorgullezco más? Pues de las dos cosas, no puedo decantarme por una u otra.
Aquel chaval madrileño de clase media baja que comenzó husmeando en archivos en 1971 ha terminado siendo uno de los historiadores más respetados y laureados de España. En su publicación dice que “la España de hoy no ha llegado a reconciliarse del todo con su pasado”. ¿Qué hace falta para que eso llegue a ocurrir?
En España hacen falta dos cosas. Primero, abrir los archivos. No se pueden desmontar los mitos del pasado sin tener acceso a los archivos ni a los repositorios donde se guardan las huellas del pasado. Yo me he cansado de decírselo a quien corresponde y no me han hecho caso; es como predicar en el desierto. En algún momento, se desclasificará todo.
No se pueden desmontar los mitos del pasado sin tener acceso a los archivos
En segundo lugar, hace falta renovar la enseñanza, desde Primaria hasta la universitaria, para incluir todas las concepciones sobre la historia de España que hemos revisado los historiadores. Para mí es inconcebible que en un país avanzado como este todavía tengan cabida interpretaciones falsas o distorsionadas. Sin ir más lejos, debería ser evidente que el general Franco fue un asesino, un mangante y un traidor, porque los papeles lo han demostrado.
¿Dónde ubica el inicio de esta eclosión de falsedades y distorsión de la realidad?
Desde la llegada al poder de Donald Trump ha habido una difusión atroz de mentiras y barbaridades sobre el pasado de nuestras sociedades. En España, durante muchos años la derecha ha estado callada, porque la derecha tiene mucho que callar, al igual que la izquierda, pero aquí la dictadura tuvo cuarenta años para decir lo que quiso de los presuntos desmanes de la izquierda, y eso se lo cree mucha gente todavía hoy. Es decir, los españoles de hoy en día siguen creyendo mentiras sobre la izquierda difundidas durante el franquismo.
Comenta que, a finales de la década de los sesenta, descartó la opción comunista y también la democracia cristiana. Por aquel entonces, leía Cuadernos para el diálogo y Triunfo. ¿Alguna vez ha militado en alguna organización política?
Cuando volví a España a mediados de los sesenta, algunos compañeros de universidad me dijeron que me fuera con ellos al Partido Comunista de España (PCE). Les dije que no. Yo conocía la República Democrática Alemana, y aunque la Stasi no me siguió y me pude mover con libertad las numerosas veces que la visité, les dije que no me sentía atraído por el PC.
No milité en ningún partido hasta el 14 de abril de 1983, cuando fui a trabajar al Ministerio de Asuntos Exteriores como asesor del entonces ministro Fernando Morán. Pensé que tenía que descubrir mis cartas si le iba a aconsejar en un momento crucial, porque estaba pendiente el tema de la OTAN. Nunca me dijeron qué tenía que escribir o pensar.
En el terreno de la investigación histórica, repite como un mantra lo que llama evidencia primaria relevante de época (EPRE) como uno de los principales puntales en todas sus indagaciones. Resulta llamativo que recalque algo que debería ser común en todos los analistas del pasado.
[Ríe]. Pues no, no es tan común. Los temas sobre los que yo he trabajado requieren visitar muchos archivos en diferentes idiomas y en diversos países. Yo he trabajado en más de 40 archivos de ocho países en cinco idiomas distintos, y todo me lo he pagado en gran medida con mis propios fondos.
Comprendo que no es algo al alcance de todo el mundo, pero en lugar de comprarme una casa en la playa, he invertido esos fondos en hacer lo que me gusta. Ya está, es así de simple. Solo he tenido ayudas oficiales en dos ocasiones, y así las he reconocido abiertamente.
En un momento dado, afirma que el honor de la República siempre estribó en haber combatido hasta la extenuación los avances del fascismo en Europa. ¿Por qué cree que España sí opuso resistencia a lo que después sería la dictadura más larga del continente?
Porque los españoles de la época eran así, porque no bajaron las armas. Incluso cuando muchos de ellos sabían que sin ayuda extranjera perderían, como dijo Manuel Azaña en septiembre de 1936, decidieron luchar. Nuestros antepasados eran así.
En España se ha derramado mucha sangre en busca de la democratización de la política
¿Eso le hace sentir orgulloso?
No es una cosa de la que sentirse orgulloso como tal. En España se ha derramado mucha sangre en busca de la democratización de la política y la mejora de las condiciones sociales en las que vivía la mayor parte de la gente. Ha sucedido lo mismo en otros países, pero aquí tuvimos menos suerte.
¿Qué ha cambiado en su terreno desde que empezó a estudiar la historia de España?
En 1975, la historia de España la escribían historiadores extranjeros o desde el extranjero. Nada que objetar ante eso, nosotros todavía vivíamos con una censura casi de guerra. ¿Cómo diablos íbamos a poder escribir nuestra propia historia? Ahora, la mejor historia, bien o mal, se hace desde España, que es lo normal.
La Transición, que hoy se critica mucho, y yo también critico en cierta medida, nos dejó sobre todo ciertos puntos como la libertad de expresión o cátedra que se encontraban a años luz de lo vivido durante el franquismo. Hemos importado nuevas formas de ver el pasado y las hemos aplicado a nuestra propia historia. Por eso hemos podido hacer cosas que hasta entonces no eran posibles.
Aprovecha la monografía para retomar algunos de sus grandes hitos como historiador. Uno de ellos es la investigación sobre el “robo” del oro de España que, supuestamente, llegó a Moscú durante la Guerra Civil. Asegura que alguien del Ministerio de Exteriores franquista se llevó toda la documentación que pudo al respecto, y que sospecha de tres o cuatro personas. ¿Quiénes son?
No quiero decir los nombres porque son solo sospechas, yo no tengo la documentación para acreditarlo. Son un círculo muy reducido. Alguno de ellos robaría los papeles, no sé por qué, quizá para salvar la patria o el honor de la dictadura, o impedir que otros investigadores avanzaran en descubrir la verdad, o incluso que yo mismo avanzara.
Llegué a denunciar a uno con nombre y apellidos, el ministro de Hacienda del Plan de Estabilización y luego gobernador del Banco de España, Mariano Navarro Rubio. Conseguí que un subsecretario del mismo Ministerio le escribiera preguntándole por la cuestión. Jamás he recibido respuesta de este señor y yo no sé si él robó esa documentación, eso lo tendrá que decir otro historiador.
Lo que sí puedo decir es que, si conocimiento es poder, conocer lo que pasó indudablemente es una cosa que debió atraer la atención de algunos altos funcionarios, incluso ministros, que sabían bien del tema.
Que los rusos robaron las reservas del oro del Banco de España durante la guerra es algo que sigue pensando mucha gente.
Eso es tan falso que hasta el propio régimen lo sabía desde 1956, pero se callaron. Además, nadie habla del oro de Francia, porque el 25% de las reservas españolas fueron a parar al país vecino. Es cierto que todavía hay algún descerebrado hablando del oro de Moscú. ¿Qué puede hacer un historiador? Escribir las cosas como fueron, pero si eso el sistema educativo no lo recoge, ahí te salen los tíos de Vox que reclaman todavía el mayor expolio de la historia de la Humanidad o como lo llamen ellos. Yo tampoco puedo influir sobre Vox. Son unos sinvergüenzas históricamente hablando y nada más.
Como sabe, la Ley de Secretos Oficiales franquista de 1968 sigue vigente en España. ¿Qué intereses puede haber en ello?
No tengo ni idea de qué intereses se esconden detrás de eso, y he reflexionado sobre la cuestión. Cuando estuve en el Ministerio de Asuntos Exteriores, conseguí que se abrieran los archivos a la investigación con un plazo de cadencia de 25 años. De golpe y porrazo podíamos ver los documentos hasta 1958. Se han publicado libros y tesis doctorales en base a esa documentación y no ha pasado absolutamente nada. No sé por qué ahora no se podría hacer lo mismo.
¿Usted abriría los archivos sin excepción?
Es curioso, porque en España los archivos están muy mal dotados de personal, y eso que son la memoria de un pueblo, de una nación, de un país. Aquí hay trabas a la hora de investigar que no te encuentras en otros países. La historia no mata, quien mata son los hombres y, a veces, abducidos en base a una mala historia.
Aquí hay trabas a la hora de investigar que no te encuentras en otros países
Si yo formara parte del Gobierno, abriría los archivos hasta el 75 sin problemas, quitando dos o tres temas que lo dejaría a un examen algo más pormenorizado por parte de la Administración. No hay que temer el pasado franquista.
¿Qué temas dejaría todavía sin desclasificar?
Esto prefiero no decirlo. Quien conoce los archivos más o menos los podrá identificar fácilmente, pero no me siento autorizado para decirlo.
¿Y desclasificar los archivos hasta 1981?
Sí, se podría hacer una excepción por el golpe de Estado, porque es un tema acotado. ¿Qué se podría descubrir? Que el rey entonces estuviera más o menos implicado… ¡Pero si Juan Carlos está completamente desacreditado ya ante la opinión pública!
¿Qué opinión le merece el revisionismo histórico que se está estableciendo en algunos sectores de la sociedad?
Para empezar, hay un revisionismo de periodistas de medio pelo, y luego hay un revisionismo profesional de los historiadores. Qué quieres que te diga… Yo he escrito libros que todavía nadie ha podido echar por tierra. El revisionismo forma parte de la profesión, pero ahora nos adentramos en un revisionismo que solo se ocupa de desmontar a los gobiernos republicanos de izquierdas. En ese sentido, tan solo es la prolongación del combate ideológico que atraviesa España desde los últimos 40 años. Es parte del combate que libra la derecha contra la izquierda, solo que con otras armas.
Terminemos con algo más personal. ¿Qué ha sentido a lo largo de todas estas décadas dedicadas a desentrañar los entresijos del pasado oscuro más reciente de España? ¿Está trabajando en alguna nueva investigación?
Me he sentido, a veces, muy cansado y dubitativo, pero no pierdo las ganas. Yo suelo escribir dos libros a la vez, y ahora estoy enfrascado junto con un amigo en uno sobre un tema muy importante. Tratamos de documentar adecuadamente una interpretación que se hace de las incipientes victorias de Franco a lo largo de la segunda mitad de 1936. Es algo que nadie ha dicho hasta ahora, y que puede cambiar radicalmente lo que se sabía hasta el momento.
Hace unos días, me llegaron 1.500 papeles todavía sin examinar desde el Archivo General de la Administración, en Alcalá de Henares. Vivo en Bruselas y a nadie se le ha ocurrido examinarlos, pero a mí sí. A partir de aquí, solo queda aplicar el método inductivo primero y la crítica después. Si te basas en el método deductivo, en lo que otros han escrito o tus propias ideas preconcebidas, no haces una historia documentable. Además, la crítica es necesaria porque no todo lo que aparece en los papeles responde a la realidad. Hay mentiras que se filtran y afirmaciones que esconden intereses detrás.
No hace falta más que una pajarita en la portada para presentar La forja de un historiador (Crítica, 2024), el último libro de Ángel Viñas (Madrid, 1941). En él, el investigador repasa su periplo personal y profesional desde los inicios. Cuenta que ayudó a dar misa a un tío un par de veranos, asistió al...
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