FEMINISMOS
No podemos (ni queremos) ser esposas tradicionales I
Pese a las posiciones folclóricas de las tradwives, la clase media no puede sostener su nivel de vida con un único salario
Nuria Alabao 22/09/2024
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Recientemente llegó a España la discusión sobre las tradwives –esposas tradicionales– a cuenta de una influencer de voz dulce, Roro, que cocina para su novio elaboradas preparaciones. Aunque, para ser justas, tampoco alaba en sus discursos la posición de ama de casa. Igual cocina unas croquetas, se maquilla o cose un vestido, que monta un ordenador, hace dominadas en un gimnasio o estudia. Pero más allá de la polémica concreta, en España no ha prendido realmente el movimiento tradwife. Distinto es el ámbito anglosajón, donde ha surgido como fenómeno cultural –fundamentalmente en internet–, aunque es difícil evaluar su impacto.
Las mujeres que integran este movimiento hacen apología de la forma de vida de las amas de casa de clase media estadounidenses de los años cincuenta y sesenta: la dedicación a las tareas domésticas y los niños con la sonrisa siempre a punto, un atuendo impecable y, por supuesto, la subordinación a sus maridos. Ese era el imaginario imperante cuando Betty Friedan escribió La mística de la feminidad, un bestseller de la época donde describió “el malestar que no tiene nombre”: la insatisfacción generalizada y opresiva que muchas de esas mujeres sentían a pesar de vivir en buenas condiciones materiales –la falta de sentido, el vacío, el aburrimiento, la expulsión del ámbito público, la sensación de que podían ser desechadas en cualquier momento y no les quedaría nada, o que los niños crecerían y perderían su razón de ser…–.
Hay organizaciones internacionales ultraconservadoras que defienden la maternidad y la dedicación exclusiva a la familia
Hoy, al calor de las nuevas oleadas neoconservadoras, quienes reivindican esa posición dicen “haber sido engañadas por el feminismo”, que “el trabajo asalariado no les proporciona felicidad” o que les parece imposible tener que compaginarlo con las tareas domésticas –la famosa doble jornada–. Algunas de estas influencers con miles de seguidoras, entre fotos de sus hijos, casas y looks perfectos, dan consejos sobre cómo cocinar pasteles, vestir de forma más femenina o por qué es mejor ser sumisa a tu marido. Algunas de ellas, además, se han asociado de una u otra manera al fundamentalismo cristiano, las opciones de derecha radical e incluso al supremacismo blanco. Recordemos que estas posiciones no son solo sostenidas por influencers en las redes sociales, sino que hay organizaciones internacionales ultraconservadoras como la Women of the World, impulsada por la organización española Profesionales por la Ética –en la órbita de Hazte Oír–, que defienden la maternidad y la dedicación exclusiva a la familia de forma parecida, y en términos no tan alejados de algunos feminismos esencialistas.
Algunas analistas han señalado el atractivo que tienen estas ideas para las mujeres más jóvenes, que buscan huir de un mundo que se muestra tan complejo como incomprensible: la aparente seguridad y el orden que ofrecen las normas supuestamente tradicionales –la tradición siempre es inventada–; una vida más simple con unas normas claras que les digan cómo organizarse, mientras se dejan arrastrar por imágenes idealizadas de la domesticidad, la feminidad y la maternidad. Mucho rosa y pastel para ocultar un mundo que muchas veces se presenta oscuro y duro como el mármol.
Este fenómeno también se atribuye a un reflejo de las tensiones del mundo laboral, una huida tanto de la precariedad como de los aires competitivos de trabajo excesivo que imperan en muchos ambientes profesionales, y de lo que hay que dejarse por el camino para poder “triunfar”. El feminismo –liberal pero también marxista– impulsó la entrada de las mujeres al mercado laboral porque consideró el trabajo como liberador. (Tan solo una parte del feminismo más anticapitalista puso esto en entredicho.) Y es cierto que el trabajo proporciona estatus e independencia económica –esta última imprescindible para salir de la subordinación matrimonial o familiar–. Sin embargo, en muchas ocasiones, sobre todo en los trabajos más difíciles, implica sustituir un patrón –el marido– por otro –el jefe o jefa–. “Las mujeres tienen que elegir entre dos alienaciones: la de ama de casa o la del trabajo en la fábrica”, dijo Simone de Beauvoir. Pensemos por ejemplo en las trabajadoras domésticas que limpian tanto sus casas –gratis– como las de otras, por salarios que, en el caso de tener hijos, no les van a permitir contratar servicios de cuidados. El feminismo liberal ha provocado además una serie de expectativas sobre el “éxito” profesional, basadas en una imagen de supermujer que puede con todo –el girlboss feminism–, que muchas mujeres jóvenes encuentran difíciles de cumplir, lo que las lleva a buscar refugio en modelos más simples de feminidad. Por supuesto, ocultando todos los malestares que hoy día sí tienen nombre.
Por más que se desee ser una esposa tradicional, la realidad es que la actual configuración social no lo permite
¿Quién vive con un solo salario en España?
Pero la sociedad no está hecha solo de cultura, también hay un trasfondo material que, si se analiza, revela la imposibilidad de la vuelta a un mundo de amas de casa supuestamente felices. Ese mundo es una quimera, una posición estética, y no puede convertirse en una realidad social importante porque, por más que se desee ser una esposa tradicional, la realidad es que la actual configuración social no lo permite. ¿Qué porcentaje de la población puede vivir con un solo salario en España? Evidentemente hay familias a las que no les queda más remedio que hacerlo así, son las más pobres, pero desde luego no son las que están representadas en los vídeos de las influencers y sus enormes casas, sus modelitos brillantes y su nivel de consumo.
El estilo de vida que proyectan no refleja la realidad económica de la mayoría de las familias españolas. Para una gran parte de la población, pagar una hipoteca o el alquiler –que en muchas ciudades supera los 1.000 euros mensuales–, cubrir los costes de vida (alimentos, transporte, energía) y financiar la educación y actividades de los hijos es imposible con un solo salario medio –unos 26.000 euros brutos anuales–. Según el INE, las parejas con un hijo gastan en total una media de 36.700 euros anuales, mientras que aquellas con dos alcanzan los 42.000 euros. Tener muchos hijos solo parece estar al alcance de unos pocos. Al menos si se pretende un estilo de vida de clase media. ¿Cuánto cuesta hoy proporcionar una carrera universitaria a los hijos?
De hecho, el desembolso que produce la crianza de los niños no para de crecer en la clase media. Estas familias invierten en colegios concertados o privados, clases extracurriculares y otras formas de “capital cultural”, ya que existe una fuerte presión por asegurar que los hijos mantengan o mejoren su estatus social. Todo ello incluso con más insistencia que las familias más adineradas, que pueden traspasar directamente el capital y los contactos.
La realidad es que solo un pequeño porcentaje de la población puede vivir con un único salario y mantener cierto nivel de vida. En España estaríamos hablando quizás de un 10 o un 15% de los trabajadores que ganan al menos 40.000 euros brutos anuales; para el resto de familias, dos salarios es tanto una necesidad del día a día como lo que les puede proporcionar cierta seguridad ante los vaivenes de la economía y el mundo laboral. Pertenecer a la clase media de forma subjetiva también está basado en esas seguridades.
Pero existe otra polaridad aquí a la que hay que atender: la realidad es que una buena parte de las amas de casa en España son de clase trabajadora, cuyas vidas están muy alejadas de las imágenes que proyectan las tradwives. En el siguiente artículo hablaremos de ellas.
Recientemente llegó a España la discusión sobre las tradwives –esposas tradicionales– a cuenta de una influencer de voz dulce, Roro, que cocina para su novio elaboradas preparaciones. Aunque, para ser justas, tampoco alaba...
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Nuria Alabao
Es periodista y doctora en Antropología Social. Investigadora especializada en el tratamiento de las cuestiones de género en las nuevas extremas derechas.
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