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Necesitamos redes sociales de titularidad pública

El paradigma sobre el que mucha gente trabaja todavía es que la vida ‘online’ no es del todo real. Sin embargo, la manera en la que encaremos este asunto afectará a nuestras democracias durante décadas

Adriana T. 23/09/2024

<p><em>Deposite su odio</em> /<strong> Malagón</strong></p>

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Cuando esta carta fue enviada a nuestros suscriptores el pasado sábado, yo ya avisaba de que no tenía una opinión firme sobre el tema. Les adelanto que sigo sin tenerla. Pero esta mañana tuve una epifanía que me gustaría compartir con ustedes porque no sé cómo he podido estar tan ciega hasta este momento. Verán: creo que el marco del debate no es si CTXT –o usted, suscriptor que nos lee– debemos irnos o no de Twitter, sino más bien si, como sociedad, vamos a seguir consintiendo que todas las redes sociales sean de titularidad privada y ajenas a nuestro control. El paradigma mental sobre el que mucha gente continúa pensando y actuando en 2024 es que existe una vida real, la vida offline, y una vida que no es real del todo, la online. Pasamos conectados a Internet todo el tiempo que no estamos durmiendo o haciendo senderismo por algún monte sin cobertura. Trabajamos online, nuestro ocio y entretenimiento son online, socializamos online, nos informamos online. Pero al parecer Internet no es la vida real, sino apenas un juguetito y, en consecuencia, ni nos lo tomamos tan en serio ni está sujeto a las mismas reglas. Y así es cómo hemos aceptado sin mayor cuestionamiento que las redes sociales, que son ahora mismo uno de los principales epicentros de debate, discusión y transformación políticas, pertenezcan a multimillonarios fascistas con agendas sombrías. Y la única alternativa ante semejante despropósito que alcanzamos a vislumbrar es aceptar este juego o largarnos, sin más. No molestar en ningún caso. 

No es novedoso que los medios de comunicación masivos sean propiedad de millonarios que los emplean para hacer propaganda y difusión de sus ideas –ideas por lo general totalmente contrarias a los intereses mayoritarios–. Pero sí lo es que los foros de debate públicos, allí donde ciudadanos particulares van a desahogarse, socializar, informarse e intercambiar opiniones con sus iguales, estén siendo también objeto de grotescas manipulaciones pensadas para alterar nuestra percepción de la realidad y nuestro estado de ánimo. 

Sigo pensando, como expresaba en mi carta original, que deberíamos quedarnos en Twitter hasta que la propia red nos eche de una patada en el culo. Una patada que exponga de una sola vez las miserias, no ya de esa red, sino las de un sistema entero manipulador y retorcido. Una patada que nos propine el impulso que necesitamos para empezar a reclamar un cambio de paradigma serio. No se trata solo de apostar por el uso de otras redes sociales descentralizadas (como Bluesky o Mastodon), sino de empezar a preguntarnos en manos de quién estamos dejando nuestra libertad de expresión, en lugar de simplemente enfadarnos y renunciar a ella. 

Les contaba en mi carta original que Twitter, cuando todavía era Twitter y no X, adolecía de problemas bien chungos. Las campañas de astroturfing, los nazis sin complejos, la publicidad encubierta o sin encubrir, los bots, el acoso organizado. Todo eso ya existía mucho mucho antes de que llegara Musk en abril de 2022. Me gusta recordar que el desquiciado magnate no había comprado aún la red cuando Donald Trump la usó, el 6 de enero de 2021, junto con Facebook, para promover su intentona golpista contra el Capitolio. Trump solo fue desterrado de ambos espacios virtuales cuando el daño ya estaba hecho y había muertos encima de la mesa. En las redes sociales nunca se ha jugado limpio. 

Si empezamos a entender y aceptar que no existen una vida online y una vida offline, que las redes sociales no son un juguetito y que todo lo que sucede en ellas tiene repercusiones directas y palpables en nosotros, en nuestra salud física y mental, en nuestro trabajo y entornos laborales, en nuestra cultura y sociedad, en nuestra legislación, en nuestra política y en nuestras democracias, lo único que se me ocurre es que hay que empezar a exigir una regulación seria de las redes, de las campañas de manipulación y de los mensajes de odio que se vierten en ellas. Y esa regulación no consiste en aplicar leyes retrógradas contra usuarios particulares que hacen chistes sobre Carrero Blanco, que es en esencia lo que se ha hecho hasta ahora, sino más bien en controlar la titularidad y propiedad de los lugares en los que tanto los medios de comunicación como los ciudadanos particulares estamos ejerciendo nuestra libertad de expresión. Quizá habría que empezar por decirle al señor Musk que, si quiere seguir teniendo presencia en el mercado español, tendrá que controlar el algoritmo manipulador de su red social y eliminar los discursos de odio cuya visibilidad –que no cantidad real, no nos dejemos engañar– parece haber crecido exponencialmente en los últimos tiempos. O, incluso, podemos ir más allá y plantearnos si no deberían existir redes sociales de titularidad pública, igual que existen una radio y una televisión públicas, sujetas a auditorías y controles externos.

Sigo pensando que tenemos que quedarnos en Twitter. Ser faro de luz, ser terremoto y no sismógrafo. Aprovechar el tiempo que nos queda ahí para construir comunidades alternativas. Buscarnos activamente la patada en el culo. Pero creo que el debate va mucho más allá de lo que decidan hacer usuarios particulares o incluso nuestra propia revista. Creo que la manera en la que decidamos encarar este asunto va a tener una afectación directa sobre nuestras democracias en las próximas décadas. Aceptemos de una vez que Internet es la vida real y actuemos en consecuencia. Los multimillonarios fascistas ya lo han hecho. 

Gracias siempre por leernos, ya sea aquí, en nuestras redes, en nuestra web o en su smartwatch. Aprovecho para meter la cuñita publicitaria: pueden encontrarnos en Telegram, Facebook, Mastodon, TikTok, Bluesky, WhatsApp y YouTube.

Un abrazo, 

Adriana T. 

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Adriana T.

Treintañera exmigrante. Vengo aquí a hablar de lo mío. Autora de ‘Niñering’ (Escritos Contextatarios, 2022).

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1 comentario(s)

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  1. antonio-gonzalez-alvarez

    Una proposición cortina de humo. Un periódico del gobierno tendria nula credibilidad y una red (en España en vez de X sería FF)controlada por Ayuso o Abascal no sería menos fascista. Espero que, a estas alturas, a nadie se le ocurra invocar la tutela judicial de Peinado o Llarena para tener una red más neutra. X es y seguirá siendo privada. Y así debe ser. Le voy a poner un ejemplo porque es muy sencillo. En la Fundación Francisco Franco hay una cafetería con un/una barista que quita el sentido, guapa, simpática y que te alegra el día, el café es de puta madre y los croissants no están mal. Si te tomas el café allí, en vez de en el bar de Paco, da igual que leas a Gramsci, estés suscrito a ctxt, la base, el salto y lleves una camiseta de Greenpeace y una bolsa del punto violeta. Eres un saco de mierda. Se entiende ahora?

    Hace 2 días

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