En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
Ya me disculparán que venga yo a hablar de un tema como el “descubrimiento de América”, tan espinoso y casi tabú, en vista del poco predicamento de un necesario revulsivo como Esas Yndias equivocadas y malditas (1994) de Rafael Sánchez Ferlosio, tan difícil de encontrar durante años, que por fin se incluyó en la edición de los Ensayos completos (Debate, 2016) del autor, aunque dudo que se haya leído más desde entonces, a juzgar por lo que una oye, lee y ve cuando el tema sale a colación. De hecho, hace dos años, Antonio Espino, historiador y catedrático de Historia Moderna en la Universidad Autónoma de Barcelona, señalaba que “buena parte de la información que tiene el público general procede de la época franquista, donde se insistió muchísimo en unas características, todas positivas, de lo que se llamó en su momento ‘la conquista de América’: la llegada de la civilización, de la libertad, una nueva lengua, el cristianismo… Se intentó vender como una acción loable que nos diferenciaba de otros imperialismos. Esa imagen fue calando muy fuerte, y a diferencia de otros conceptos que se quisieron imponer sobre la historia de España, como la Reconquista, que ya han sido bastante superados por la historiografía, la cuestión de América ha quedado anquilosada”. Parece darle la razón un reciente documental, España, la primera globalización (2021), que “pone el foco en defender y divulgar hechos ciertos de nuestra compleja y emocionante historia […] desmontando la leyenda negra […] sobre el período histórico iniciado en el reinado de los Reyes Católicos y el descubrimiento de América”, según se lee en el resumen que ofrece la plataforma donde puede verse el documental de marras. El propio Espino da la clave para entender la circulación de un documental como ése: “El problema es que como nunca te han explicado lo que realmente ocurrió y las pocas referencias que tienes llegan a través de la propaganda política de los antiguos enemigos de la Monarquía Hispánica […] muchos aseguran que todo lo que está relacionado con la leyenda negra es propaganda […] Pero una parte de esas informaciones es veraz: está en los escritos de los cronistas. Es más, en los de los propios protagonistas”. Y también parece darle la razón, si me permiten, la airada reacción de muchos ciudadanos españoles de a pie ante la carta del presidente de México, López Obrador, al Gobierno de España invitando al jefe del Estado a sumarse, junto con el Vaticano, a participar en 2021 en la conmemoración del quinto centenario de la caída de Tenochtitlán.
Aún hoy resulta difícil encontrar en nuestro país a alguien que no considere fuera de lugar la invitación a participar en un acto claramente simbólico en el que admitir públicamente los desmanes del “descubrimiento” y aceptar que, pese a su indudable relevancia histórica, no es precisamente un episodio glorioso, ya no de la historia de España, sino de la historia universal de la humanidad. Me cuesta creer que el Gobierno de México pretenda otra cosa que el mínimo entendimiento en torno al relato de ese período histórico, perfectamente justificado y justo (en los dos sentidos del término: ajustado a la realidad y ecuánime), y me parece sintomático que el consenso sobre este relato no parezca importante a los españoles. Que aún hoy sigamos pretextando que hace mucho que ocurrieron esos hechos y que los actuales denunciantes de los mismos son descendientes de quienes los perpetraron para evitar revisar el relato –la brutal colonización, indudable y perfectamente documentada por propios y ajenos: insisto, lean a Ferlosio, o las crónicas de Indias, o Conquista y destrucción de las Indias de Esteban Mira Caballos o La conquista de América: el problema del otro de Tzvetan Todorov, por poner unos poquísimos ejemplos– evidencia la socorrida estrategia de echar balones fuera, y a mí en particular me hace pensar en esas épocas no tan lejanas en las que ante una denuncia de violación la sociedad consideraba pertinente preguntarse por la indumentaria de la víctima.
En el caso que nos ocupa, aducir que “pidan perdón ellos, puesto que son los descendientes de quienes cometieron esas atrocidades” es echar balones fuera, porque en ningún caso se trata de aceptar la culpabilidad por los hechos del pasado, sino más bien por la actual negativa a aceptar que un episodio como el llamado “descubrimiento” supuso “el mayor espanto de la Historia Universal”, de nuevo en los términos de Ferlosio. Ese solo rechazo (que delata el silencio institucional del gobierno de España) parece justificar el recelo del gobierno y los ciudadanos mexicanos hacia nuestras instituciones: ¿para qué invitar a la reciente investidura de su presidenta, Claudia Sheinbaum, a los representantes de un país que ni siquiera hoy comparte su noción de barbarie?
A mí me parece comprensible sospechar que quienes hoy siguen calificando el descubrimiento de “hechos de nuestra compleja y emocionante historia” están más próximos a la mentalidad de los autores de los innumerables crímenes perpetrados en la colonización de América que a los mexicanos del siglo XXI.
Ya me disculparán que venga yo a hablar de un tema como el “descubrimiento de América”, tan espinoso y casi tabú, en vista del poco predicamento de un necesario revulsivo como Esas Yndias equivocadas y malditas (1994) de Rafael Sánchez Ferlosio, tan difícil de encontrar durante años, que por fin se...
Autora >
Elisenda Julibert
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí